Tal vez hoy debería decir Vive Le Revolution y hablar sobre masas hambrientas destruyendo La Bastilla, reyes decapitados, panfletos incendiarios de Marat, proclamas Jacobinas de Robespierre y arengas libertarias de Danton mientras escucho La Marsellesa y contemplo extasiado cuadros de Delacroix. Vive Le Revolution. Pero en lugar de eso, he decidido compartir algo que se debió publicar el 11 y no el 14 de julio, día del cumpleaños de nuestra coqueta Tijuana. Este texto se ha publicado en el último libro de InfoBaja y un fragmento fue mi editorial de anoche en el Noticiero Sintesis. Ahora me permito compartirlo en Eterno Retorno. Felicidades ciudad mía. Aunque te hayas disparado en el pie y te hayas tomado un vaso de veneno al abrir la puerta a la gerontocracia jurásica que te gobernará, yo te sigo queriendo.
121 INCIERTAS VELITAS PARA NUESTRA TIA JUANA
Por Daniel Salinas Basave
El tijuanense desafío a lo convencional parte desde el origen mismo de la ciudad: ¿Cuándo nació Tijuana? Lo del 11 de julio de 1889 huele a invento, a pretexto simple, como si a un niño huérfano sin certificado de alumbramiento hubiera que definirle un cumpleaños sólo porque es preciso estar de acuerdo en su edad y poder apagar sus velitas en una fecha específica. Desde el mito de su fundación, Tijuana pinta su raya y marca sus diferencias con las otras ciudades del país. La inmensa mayoría de las urbes mexicanas (o latinoamericanas) nacieron durante el virreinato y si algo sabían hacer los españoles, era otorgar actas de bautizo a los asentamientos que fundaban. El capitán en cuestión enterraba su espada en la tierra, generalmente en las cercanías de algún río o arroyo y ahí donde su hierro marcaba, iniciaba la construcción de la catedral, del ayuntamiento, de la plaza de armas y a su alrededor surgía el caserío. La topografía variaba, pero el trazado era idéntico. Desde ese primer asentamiento castellano llamado Villa Rica de la Vera Cruz, cuya acta de bautizo es del 21 de abril de 1519, hasta Monterrey, fundada por Diego de Montemayor el 20 de septiembre de 1596, pasando por Puebla, Guadalajara, Guanajuato, Zacatecas y tantas otras, los conquistadores fueron con sus cruces y estoques fundando villas y pueblos que se desarrollaban a partir de una misma semilla urbana. En Tijuana no hubo cruz, ni espada, ni catedral, ni plaza de armas, ni ayuntamiento, pues este lugar nació cuando los gachupines ya se habían marchado a llorar sus derrotas a la península ibérica. Mostrenca e insurrecta, renuente a la jaula del catálogo y la definición, Tijuana le saca la lengua a los historiadores, los desafía, les juega adivinanzas. “¿A qué no adivinan cuándo nací?”. La adivinanza parece un juego de humor negro, máxime tomando en cuenta que ciudades mucho más antiguas tienen mayor claridad en lo que a su cumpleaños respecta. La fecha oficial de la fundación de Tijuana, fue “inventada” en el trienio del alcalde Fernando Márquez Arce quien convocó a un congreso de historiadores para definir con parámetros de pretendida seriedad el día del nacimiento de la ciudad. Al final, el triunfador fue un documento de Magdaleno Robles en donde se demostraba que el primer trazado urbano de Tijuana databa del 11 de julio de 1889. Con justa razón se podría argumentar que fuera del estampado de una firma sobre unos planos, nada pasó ese 11 de julio en este terruño donde mucho antes de esa fecha había asentamientos y actividad humana. Vaya, con argumentos igualmente sólidos se podría afirmar que Tijuana nace en 1829 en el momento en que Santiago Argüello recibe de manos de José Echendía los títulos de propiedad de las 10 mil hectáreas que constituirían su gigantesco rancho, mutilado por el tratado de Guadalupe-Hidalgo en 1848.
Pero si la fecha de fundación nos acarrea algunas dudas, no se puede decir que respecto al origen del nombre de nuestra ciudad seamos todo certezas. También en este tema la urbe pinta raya y marca diferencias: las ciudades españolas eran bautizadas de acuerdo al santoral o bien solían llevar el nombre de la ciudad natal de su fundador o el apellido del rey o virrey que hubiera apadrinado la expedición, si bien en algunos casos solían conservar el nombre indígena. ¿Cuáles son las raíces del nombre Tijuana? ¿Debemos creer en la existencia de la mítica Tía Juana? ¿O le atribuimos la paternidad al dios del Sol de los guaycuras llamado Ticuán o Tiwana? ¿O era Ticuán en realidad el Cerro Colorado, llamado tortuga recostada? ¿Cuál nombre le parece a usted más adecuado?
Poniéndole una dosis de romanticismo al asunto, sería bueno creer que alguna vez existió esa generosa Tía Juana, madre de todos nosotros los tijuanenses, que regenteaba una ranchería en donde atendía a los viajeros, si bien las malas lenguas, que nunca faltan, dicen que fue una meretriz o una “madame”. Podemos creer que fue Juan Rodríguez Cabrillo el primer europeo en contemplar Playas de Tijuana desde la lejanía de su bergantín en el otoño de 1542, aunque fue probablemente Fray Junípero Serra el primer europeo en caminar por estos rumbos allá por 1769.
Pero… ¿saben una cosa? Eso en realidad no importa gran cosa. Hay ciudades adultas ( o francamente ancianas) que son esclavas de su historia. Su pasado condiciona su vida diaria, su vocación, su estilo y su psique. En términos políticamente correctos, estas ciudades son adultas mayores. Tijuana en cambio es una adolescente en ebullición. Vaya, no es lo mismo cumplir 450 años que 121. Algunas ciudades acaso intuyen que sus mejores años han pasado ya, mientras que nuestra urbe adolescente tiene el presentimiento de que los mejores años están aún por venir.
Tijuana sin aristocracias ni abolengos, sin ruinas ni telarañas. Tijuana desafiando las leyes de la historia y de la física. Se lo escribí en una carta a mi amigo el señor Antoine Morrison: “Esta ciudad jamás deja de jugarme nuevas bromas enseñándome rincones urbanos que de tan improbables parecen contorsiones circenses, desafíos a la gravedad, malabares arquitectónicos al borde del vacío. Una ciudad entera en un pastel de lodo. Quien quiera que afirme conocer Tijuana como la palma de su mano, miente. Es posible conocer Mexicali, plano y lineal como una mesa de billar, pero esta topografía insurrecta siempre depara una sorpresa. Atrás de ese cerro imposible, en esa cañada de noventa grados, al fondo de esa barranca siempre habita un nuevo universo”. Sí, un nuevo universo a la vuelta de cada esquina, una historia fantástica en el cruce de caminos entre lo improbable y lo aleatorio. Escribo estas palabras luego de dos meses de recorrer hasta el último rincón de nuestra Tijuana en una enriquecedora campaña. Cierto, hay ciudades que enamoran a primera vista, pero son a menudo urbes de amores fugaces. Tijuana no es de flechazos inmediatos, pero es de enamoramientos duraderos, me atrevería a decir eternos. Vaya, por lo que a mí respecta, sigo perdidamente enamorado de ella.
121 INCIERTAS VELITAS PARA NUESTRA TIA JUANA
Por Daniel Salinas Basave
El tijuanense desafío a lo convencional parte desde el origen mismo de la ciudad: ¿Cuándo nació Tijuana? Lo del 11 de julio de 1889 huele a invento, a pretexto simple, como si a un niño huérfano sin certificado de alumbramiento hubiera que definirle un cumpleaños sólo porque es preciso estar de acuerdo en su edad y poder apagar sus velitas en una fecha específica. Desde el mito de su fundación, Tijuana pinta su raya y marca sus diferencias con las otras ciudades del país. La inmensa mayoría de las urbes mexicanas (o latinoamericanas) nacieron durante el virreinato y si algo sabían hacer los españoles, era otorgar actas de bautizo a los asentamientos que fundaban. El capitán en cuestión enterraba su espada en la tierra, generalmente en las cercanías de algún río o arroyo y ahí donde su hierro marcaba, iniciaba la construcción de la catedral, del ayuntamiento, de la plaza de armas y a su alrededor surgía el caserío. La topografía variaba, pero el trazado era idéntico. Desde ese primer asentamiento castellano llamado Villa Rica de la Vera Cruz, cuya acta de bautizo es del 21 de abril de 1519, hasta Monterrey, fundada por Diego de Montemayor el 20 de septiembre de 1596, pasando por Puebla, Guadalajara, Guanajuato, Zacatecas y tantas otras, los conquistadores fueron con sus cruces y estoques fundando villas y pueblos que se desarrollaban a partir de una misma semilla urbana. En Tijuana no hubo cruz, ni espada, ni catedral, ni plaza de armas, ni ayuntamiento, pues este lugar nació cuando los gachupines ya se habían marchado a llorar sus derrotas a la península ibérica. Mostrenca e insurrecta, renuente a la jaula del catálogo y la definición, Tijuana le saca la lengua a los historiadores, los desafía, les juega adivinanzas. “¿A qué no adivinan cuándo nací?”. La adivinanza parece un juego de humor negro, máxime tomando en cuenta que ciudades mucho más antiguas tienen mayor claridad en lo que a su cumpleaños respecta. La fecha oficial de la fundación de Tijuana, fue “inventada” en el trienio del alcalde Fernando Márquez Arce quien convocó a un congreso de historiadores para definir con parámetros de pretendida seriedad el día del nacimiento de la ciudad. Al final, el triunfador fue un documento de Magdaleno Robles en donde se demostraba que el primer trazado urbano de Tijuana databa del 11 de julio de 1889. Con justa razón se podría argumentar que fuera del estampado de una firma sobre unos planos, nada pasó ese 11 de julio en este terruño donde mucho antes de esa fecha había asentamientos y actividad humana. Vaya, con argumentos igualmente sólidos se podría afirmar que Tijuana nace en 1829 en el momento en que Santiago Argüello recibe de manos de José Echendía los títulos de propiedad de las 10 mil hectáreas que constituirían su gigantesco rancho, mutilado por el tratado de Guadalupe-Hidalgo en 1848.
Pero si la fecha de fundación nos acarrea algunas dudas, no se puede decir que respecto al origen del nombre de nuestra ciudad seamos todo certezas. También en este tema la urbe pinta raya y marca diferencias: las ciudades españolas eran bautizadas de acuerdo al santoral o bien solían llevar el nombre de la ciudad natal de su fundador o el apellido del rey o virrey que hubiera apadrinado la expedición, si bien en algunos casos solían conservar el nombre indígena. ¿Cuáles son las raíces del nombre Tijuana? ¿Debemos creer en la existencia de la mítica Tía Juana? ¿O le atribuimos la paternidad al dios del Sol de los guaycuras llamado Ticuán o Tiwana? ¿O era Ticuán en realidad el Cerro Colorado, llamado tortuga recostada? ¿Cuál nombre le parece a usted más adecuado?
Poniéndole una dosis de romanticismo al asunto, sería bueno creer que alguna vez existió esa generosa Tía Juana, madre de todos nosotros los tijuanenses, que regenteaba una ranchería en donde atendía a los viajeros, si bien las malas lenguas, que nunca faltan, dicen que fue una meretriz o una “madame”. Podemos creer que fue Juan Rodríguez Cabrillo el primer europeo en contemplar Playas de Tijuana desde la lejanía de su bergantín en el otoño de 1542, aunque fue probablemente Fray Junípero Serra el primer europeo en caminar por estos rumbos allá por 1769.
Pero… ¿saben una cosa? Eso en realidad no importa gran cosa. Hay ciudades adultas ( o francamente ancianas) que son esclavas de su historia. Su pasado condiciona su vida diaria, su vocación, su estilo y su psique. En términos políticamente correctos, estas ciudades son adultas mayores. Tijuana en cambio es una adolescente en ebullición. Vaya, no es lo mismo cumplir 450 años que 121. Algunas ciudades acaso intuyen que sus mejores años han pasado ya, mientras que nuestra urbe adolescente tiene el presentimiento de que los mejores años están aún por venir.
Tijuana sin aristocracias ni abolengos, sin ruinas ni telarañas. Tijuana desafiando las leyes de la historia y de la física. Se lo escribí en una carta a mi amigo el señor Antoine Morrison: “Esta ciudad jamás deja de jugarme nuevas bromas enseñándome rincones urbanos que de tan improbables parecen contorsiones circenses, desafíos a la gravedad, malabares arquitectónicos al borde del vacío. Una ciudad entera en un pastel de lodo. Quien quiera que afirme conocer Tijuana como la palma de su mano, miente. Es posible conocer Mexicali, plano y lineal como una mesa de billar, pero esta topografía insurrecta siempre depara una sorpresa. Atrás de ese cerro imposible, en esa cañada de noventa grados, al fondo de esa barranca siempre habita un nuevo universo”. Sí, un nuevo universo a la vuelta de cada esquina, una historia fantástica en el cruce de caminos entre lo improbable y lo aleatorio. Escribo estas palabras luego de dos meses de recorrer hasta el último rincón de nuestra Tijuana en una enriquecedora campaña. Cierto, hay ciudades que enamoran a primera vista, pero son a menudo urbes de amores fugaces. Tijuana no es de flechazos inmediatos, pero es de enamoramientos duraderos, me atrevería a decir eternos. Vaya, por lo que a mí respecta, sigo perdidamente enamorado de ella.