Verano pospuesto, idilios cancelados. Julio miente. Una mañana oscura, nublada y con algunas gotas prófugas de una lluvia desfasada, es lo que hay afuera de casa. Tal vez más allá de la costa, en el centro de la ciudad el solecito ande haciendo de las suyas, pero por estos rumbos playeros hasta la luz del día llega con su cara de miseria. Ya para que Katatonia sea el sountrack ideal. La ventana enmarca el signo de los tiempos, el cielo idóneo para esta semana que desearía tanto poder olvidar.
La escritura es en mi caso un conjuro contra la adversidad. Cuando la vida te regala sus peores escupitajos, tan sólo se me antoja escribir. En días adversos no me da por beber. Mi estómago rechaza el vino. Cuando las suelas sucias del destino pasan sobre mi cara, tan sólo deseo escribir, de la misma forma que se me antojaba fumar cuanto cubría hallazgos de cadáveres en noches frías. Tal vez por ello son más abundantes los textos cargados de tristeza y furia. Cuando estoy alegre simplemente me olvido de escribir. El compulsivo desparrame de palabras es un antídoto, un remedio casero, como los perros que comen pasto cuando les duele el estómago. La escritura como exorcismo, mientras mi cabeza va desparramando ideas como revoloteantes demonios desangrándose a mi alrededor. Ideas, ideas, ideas, alucinajes, locuras y la certeza de haber llegado a una suerte de Aleph que se desmorona como un polvorón apenas intento transformarlo en tinta.
Abro al azar los Cuentos de Canterbury en la página 149, en el Cuento del Monje. Un párrafo toma por asalto mi atención: “Allí veréis como la Fortuna, que primero fue amiga, más tarde se convirtió en enemiga de aquellos dos. Que nadie confíe tenerla por amiga mucho tiempo. Hay que estar atentos siempre a sus jugarretas. ¿Qué acaso me conoces Chaucer?
Las guerras de Flandes trasladan su arsenal a la cancha de Johannesburgo. Alguna vez, España fue ama y señora de esos húmedos terruños donde hoy yacen Bélgica y Holanda y después los perdió, como tantas cosas ha perdido. Holanda y España. Me gusta, me gusta la idea. Confieso que yo estaba emocionalmente con Uruguay, pero me agrada eso de ver una final nueva. Tuvieron que pasar 52 años antes de que viéramos en una final mundial a dos equipos que nunca han sido campeones. Si España juega como lo hizo contra Alemania, sin duda exprimirá a la naranja. Pero si España juega como jugó en todos los partidos anteriores y Holanda mantiene el ritmo mostrado a lo largo de todo el mundial, entonces la cancha se cubrirá de tulipanes. Cervantes contra Erasmo de Rotterdam, Van Gogh contra Goya. Girasoles contra Maja. Vamos apostándole.
Rodeado de mis libros, perdido en la altamar de un medio día, conjuro a una bestia que la ha dado por vestirse con el traje de eso que a veces llaman realidad. ¿Qué haces un jueves de julio en casa? Mirar tus libros y pensar a dónde irán todas estás toneladas de papel cuando hayas muerto. ¿Quién se quedará con esta incómoda herencia? El imperio de un Gutenberg moribundo, inmolado en el altar de twitter. ¿Cuánto papel, cuánta tinta, cuántas palabras desparramadas? Biblioteca o cementerio. Acaso el fuego los redima, como ardieron los libros de caballería de Alonso Quijano.
La escritura es en mi caso un conjuro contra la adversidad. Cuando la vida te regala sus peores escupitajos, tan sólo se me antoja escribir. En días adversos no me da por beber. Mi estómago rechaza el vino. Cuando las suelas sucias del destino pasan sobre mi cara, tan sólo deseo escribir, de la misma forma que se me antojaba fumar cuanto cubría hallazgos de cadáveres en noches frías. Tal vez por ello son más abundantes los textos cargados de tristeza y furia. Cuando estoy alegre simplemente me olvido de escribir. El compulsivo desparrame de palabras es un antídoto, un remedio casero, como los perros que comen pasto cuando les duele el estómago. La escritura como exorcismo, mientras mi cabeza va desparramando ideas como revoloteantes demonios desangrándose a mi alrededor. Ideas, ideas, ideas, alucinajes, locuras y la certeza de haber llegado a una suerte de Aleph que se desmorona como un polvorón apenas intento transformarlo en tinta.
Abro al azar los Cuentos de Canterbury en la página 149, en el Cuento del Monje. Un párrafo toma por asalto mi atención: “Allí veréis como la Fortuna, que primero fue amiga, más tarde se convirtió en enemiga de aquellos dos. Que nadie confíe tenerla por amiga mucho tiempo. Hay que estar atentos siempre a sus jugarretas. ¿Qué acaso me conoces Chaucer?
Las guerras de Flandes trasladan su arsenal a la cancha de Johannesburgo. Alguna vez, España fue ama y señora de esos húmedos terruños donde hoy yacen Bélgica y Holanda y después los perdió, como tantas cosas ha perdido. Holanda y España. Me gusta, me gusta la idea. Confieso que yo estaba emocionalmente con Uruguay, pero me agrada eso de ver una final nueva. Tuvieron que pasar 52 años antes de que viéramos en una final mundial a dos equipos que nunca han sido campeones. Si España juega como lo hizo contra Alemania, sin duda exprimirá a la naranja. Pero si España juega como jugó en todos los partidos anteriores y Holanda mantiene el ritmo mostrado a lo largo de todo el mundial, entonces la cancha se cubrirá de tulipanes. Cervantes contra Erasmo de Rotterdam, Van Gogh contra Goya. Girasoles contra Maja. Vamos apostándole.
Rodeado de mis libros, perdido en la altamar de un medio día, conjuro a una bestia que la ha dado por vestirse con el traje de eso que a veces llaman realidad. ¿Qué haces un jueves de julio en casa? Mirar tus libros y pensar a dónde irán todas estás toneladas de papel cuando hayas muerto. ¿Quién se quedará con esta incómoda herencia? El imperio de un Gutenberg moribundo, inmolado en el altar de twitter. ¿Cuánto papel, cuánta tinta, cuántas palabras desparramadas? Biblioteca o cementerio. Acaso el fuego los redima, como ardieron los libros de caballería de Alonso Quijano.