Eterno Retorno

Wednesday, February 10, 2010




Iker cumplió dos meses. Frente a mí, aquí en el escritorio, hay un par de fotos suyas pero la verdad es que ya parecen fotos anticuadas. Tratándose de él, tres semanas atrás huelen a prehistoria. Este cachorrito tiene mucha prisa por crecer y comerse el mundo. Su mirada descubre el entorno y se emociona. No exagero si afirmo que le gusta el arte. Sí, de verdad, su mirada se detiene en los cuadros. Al parecer le gustan los colores y le agrada platicar con ellos. Iker empieza a comunicarse con expresiones que van más allá del llanto. “Acú” es su favorita. Lo más fantástico es que cada día ríe más. Hay una canción que no falla: “Que viene el Conejito por aquí. Que viene el Conejito por acá”. Siempre ríe. Carolina tiene fórmulas infalibles para sacarle sonrisas y esas sonrisas suyas justifican nuestra vida entera. Iker es un niño alegre.

Durante años amé el Invierno, las chamarras, las ráfagas heladas. Hoy lo odio. Acábate ya Invierno de mierda. Deseo la Primavera como nunca antes en mi vida. Mi infierno son esas paredes húmedas, esos vidrios empañados, la lluvia congelante amenazando la salud de Iker. Mierda de humedad, mierda de oscuridad. Mi actitud frente al Invierno es sólo una de las tantas cosas que se transforman con la paternidad. Cuando seas padre de familia verás las cosas de otra manera, me dijeron mil veces. Vaya que sí. El mundo ya no es el mismo. Su sentido y su motivación son otras. Es absolutamente cierto que por un hijo uno es capaz de hacer lo que antes hubiera sido impensable. Hoy, todo eso que llaman vocación, carrera, trascendencia, riesgo, emoción me parecen fantasías egocéntricas. Hoy mis motivaciones son concretas, urgentes, radicales y prefiero palabras como seguridad y estabilidad antes que aventura. Cada paso, cada decisión, por mínima que sea, la pienso dos, tres o cuatro veces. Aún recuerdo cuando en la Primavera de 1999 me tiré del trampolín y me arrojé al vacío a Tijuana sin otra cosa que una promesa telefónica de fundar un nuevo periódico. Llegamos aquí, luego de habernos paseado por Holanda y Alemania sin otra preocupación que divertirnos. Llegando a Tijuana parrandeábamos una noche sí y otra también. La vida era inmensamente leve, levísima, era un soplo de viento. El peso y la levedad de Kundera. Hoy, cada mínimo acto lleva consigo una carga de responsabilidad. Sí, las cosas pesan, pero al mismo tiempo te das cuenta que eres capaz de hacer cualquier cosa, que te sobra energía y te sobra coraje. Una máquina de trabajo que corre sin aceite 16 horas diarias.

Poco a poco me convierto en la figura del padre ausente, el hombre que llega a la casa avanzada la noche a ver a su hijo que ya duerme. Es paradójico: cuando más debería ser un hombre de hogar, es cuando más tiempo paso en la calle. Quise trabajar en piloto automático y dedicar tres cuartas partes de mi día a estar con Iker y ahora resulta que soy un tipo de 16 horas diarias que llega a la casa a prender la computadora para seguir trabajando. Por mi hijo desearía estar en casa y es por mi hijo precisamente que tengo abiertas cuatro trincheras de batalla que consumen mis horas. ¿Y sabes qué es lo peor? Que si hubiera una trinchera de domingo en la noche y hay dinero de por medio la acepto sin pensar. Tengo más energía y creatividad que tiempo y necesito plata, mucha más de la que tengo. ¿Dónde venden días de 36 horas? Siempre, en cualquier momento del día, tengo algo que hacer, un pendiente por delante, siempre con retraso. Escribir esto, escribir lo otro, reunirme con éste, reunirme con aquel, corre por aquí, corre para allá. Siempre tengo la sensación de quedar mal, de deber una explicación, de jugar al filo de la navaja y con el tiempo medido. Al mismo tiempo debo ser ecuánime, frío, mantener la calma para saber negociar, estirar, aflojar, tensar la cuerda sin romperla, patinar por el cañón de la pistola, galopar junto al barranco. Escuchar y proponer, negociar y jugarme mi futuro con personas que no son mis amigos. El mundo adulto significa sacar provecho, exprimir, mover piezas, fingir, simular, actuar. Apenas unos minutos para el café de la mañana y a pisar el acelerador. Se acaba la gasolina, se consume la IAVE, se acaba el gas del calentador, se acaba el agua del garrafón, se acaba la leche. Todo en la vida son fluidos y gases. Hay que surtirlos. Suena el celular, reunión urgente, siempre urgente. Urge tu presencia, urge tu compromiso, urge tu comunicado, urge tu nota, urge tu guión, urge tu columna, urge tu entrevista. Acuerdos, malentendidos, para adelante, para atrás, sí, cómo no, quedamos a las 16:00. Colgamos. Suena el celular: estamos atrasados, sólo falta tu columna. A tundir teclas, a sacar creatividad del pozo. Cae la noche, comunicado de última hora. Se acabaron los pañales, la aspiradora está rota, se volvió a meter agua por la ventana. Ring de celular: La grilla se ha puesto pesada, ponte trucha, no te vayan a chingar. La agenda viene retrasada. Hay que aguantar. Me quito las botas, busco algo cómodo. ¿Cómo está el bebé? ¿Ha comido bien? ¿Ha estornudado? Suena el celular ¿Ya viste las noticias? ¿Ya leíste los portales? Valió madre. Cuelgo. Iker está despierto y me sigue con la mirada.

Desearía tanto tener un par de días de celular apagado, dos días consagrados a mi pequeñito, pero son estos días en los que se puede definir eso que llaman nuestro futuro, al menos el inmediato. Ahora caigo en la cuenta de lo que vale una tarde de libertad. También de lo que vale poder platicar con un amigo, alguien que te de un buen consejo, desinteresado, objetivo. De todos mis frentes de batalla, sólo en uno tengo gente de confianza que trabajó muchos años conmigo. El resto es tensa negociación de adultos tratando de sacar provecho. Punto final. Salgo corriendo a una comida. Así son mis días y yo quiero estar con mi cachorrito.