BIBLIOTECA DE BABEL
Invisible
Paul Auster
Anagrama
Paul Auster
Anagrama
Daniel Salinas Basave
Leer es siempre una apuesta, un juego donde se puede perder o ganar. La existencia de los enfermos del “síndrome Alonso Quijano” está atiborrada de libros de paso, lecturas de ocasión que aportan su dosis de escape y hedonismo antes de retornar a las profundidades del librero. Por supuesto, existe siempre el riesgo de los libros prescindibles, de esos ladrones de tiempo y esperanzas.La realidad es que la posibilidad de equivocarse a la hora de elegir una lectura siempre es enorme. Digamos que este margen de error es parte de lo que da sabor al caldo de los bibliófilos y lo que confirma el valor de los buenos libros, ejemplares atípicos entre montañas de efímeras novedades editoriales, verdaderos diamantes en el carbón. Cada cierto tiempo aparece en la vida de un lector un libro- tatuaje, un libro-embrujo que sabemos demandará inmediata relectura. Un libro que antes de concluir ya intuimos eternizado en el buró o en la mochila como compañero permanente, pues jamás retornará al librero. A veces transcurren uno o varios años sin encontrar un ejemplar así. Pero cuando aparece, la iluminación es casi inmediata.
Quisiera poder apelar a un poco de mesura, a un mínimo de imparcialidad a la hora de hablar de Invisible de Paul Auster, pero la verdad me cuesta trabajo mantener una fría distancia ante un libro así. De entrada, para efectos de ir dimensionando una posible carencia de objetividad, debo empezar la reseña con una advertencia: soy un austeriano confeso. A veces es complicado reseñar el libro de un autor al que hace ya un tiempo coloqué en un altar. Si bien no es un escritor “underground” ni mucho menos, Paul Auster no es tampoco un fenómeno de masas, aunque sí se puede hablar de una secta austeriana. Paradójicamente, el nativo de New Jersey parece tener muchos más seguidores en España que en su propio país. En mi caso no hay duda alguna: Paul Auster es mi escritor americano (vivo) favorito y si aclaro lo de vivo, es porque hace 201 años nació un señor llamado Edgar Allan Poe. Sí, ya se que existió Faulkner y existe Roth y mucho me han hablado del tal Cormac McCarthy. Es igual; yo me quedo con Paul Auster. Llegué al universo de este autor hace ocho años y mi puerta de entrada fue el apocalíptico El país de las últimas cosas. Después llegaría La trilogía de Nueva York, Leviatán, La música del azar, La noche del oráculo, El palacio de la Luna, Brooklyn Follies, entre otros. Todos me dejaron, por lo menos, un gran sabor de boca y algunos simplemente fueron capaces de volarme la cabeza. Pues bien, tras ocho años de fidelidad austeriana, estoy a punto de afirmar que Invisible es la mejor novela de Paul Auster, definitivamente una obra mayor. El juego narrativo es fascinante, con variaciones que incluyen la primera, segunda y tercera persona apostando al recurso de una historia sobre la escritura de una obra autobiográfica (ya explotada, por cierto, en El palacio de la Luna). El libro dentro del libro como muñecas rusas. Sin embargo, el néctar del libro yace en la profundidad ontológica de los personajes. Sus dudas y obsesiones, la pugna entre aleatoriedad y destino, las tinieblas del alma Invisible es, o por lo menos comienza siendo, fiel al canon austeriano. Nuevamente Nueva York como escenario y, para ser aún más autobiográfico, la Universidad de Columbia en 1967. El personaje principal, Adam Walker un poeta, o aspirante a serlo, de 20 años de edad, justo la edad que tenía Auster en 1967 y oriundo (había de ser) de Nueva Jersey. En una noche aleatoria e improbable, como el manual Auster declara, este auto referencial poeta conoce a una enigmática pareja de europeos: Rudolf Born y Margot con quienes inicia una extraña relación. Té para tres. Es la primavera de 1967. El verano y el otoño traerán otras sorpresas. Rudolf Born es de entrada una personalidad inquietante, capaz de desconcertar, si bien el juego triangular se adivina desde el primer encuentro. Lo sucedido en la primera parte parece, dentro de lo que cabe, predecible y lógico, pero en la segunda parte. con la llegada del verano, la novela da un radical giro. El plano narrativo cambia y los personajes vuelven a sorprendernos, pues viajan al corazón de sus propias tinieblas. Por lo que a temática se refiere es sin duda la novela más fuerte de Paul Auster. Un incesto demasiado explícito pueda acaso ofender buenas conciencias. Conforme las páginas avanzan el abismo ontológico es más profundo. Nueva York se transforma en París y 1967 es contemplado y reconstruido desde el 2007. ¿Alucinada fantasía o fiel testimonio? Auster nos deja con la duda. Al final, el deja vu con El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad es inevitable. Sin entrar en detalles, me limitaré a señalar que la última escena es profundamente “conradiana”. Un libro oscuro, desconcertante, adictivo. Un libro-daga, de esos que se dan muy de vez en cuando.
Leer es siempre una apuesta, un juego donde se puede perder o ganar. La existencia de los enfermos del “síndrome Alonso Quijano” está atiborrada de libros de paso, lecturas de ocasión que aportan su dosis de escape y hedonismo antes de retornar a las profundidades del librero. Por supuesto, existe siempre el riesgo de los libros prescindibles, de esos ladrones de tiempo y esperanzas.La realidad es que la posibilidad de equivocarse a la hora de elegir una lectura siempre es enorme. Digamos que este margen de error es parte de lo que da sabor al caldo de los bibliófilos y lo que confirma el valor de los buenos libros, ejemplares atípicos entre montañas de efímeras novedades editoriales, verdaderos diamantes en el carbón. Cada cierto tiempo aparece en la vida de un lector un libro- tatuaje, un libro-embrujo que sabemos demandará inmediata relectura. Un libro que antes de concluir ya intuimos eternizado en el buró o en la mochila como compañero permanente, pues jamás retornará al librero. A veces transcurren uno o varios años sin encontrar un ejemplar así. Pero cuando aparece, la iluminación es casi inmediata.
Quisiera poder apelar a un poco de mesura, a un mínimo de imparcialidad a la hora de hablar de Invisible de Paul Auster, pero la verdad me cuesta trabajo mantener una fría distancia ante un libro así. De entrada, para efectos de ir dimensionando una posible carencia de objetividad, debo empezar la reseña con una advertencia: soy un austeriano confeso. A veces es complicado reseñar el libro de un autor al que hace ya un tiempo coloqué en un altar. Si bien no es un escritor “underground” ni mucho menos, Paul Auster no es tampoco un fenómeno de masas, aunque sí se puede hablar de una secta austeriana. Paradójicamente, el nativo de New Jersey parece tener muchos más seguidores en España que en su propio país. En mi caso no hay duda alguna: Paul Auster es mi escritor americano (vivo) favorito y si aclaro lo de vivo, es porque hace 201 años nació un señor llamado Edgar Allan Poe. Sí, ya se que existió Faulkner y existe Roth y mucho me han hablado del tal Cormac McCarthy. Es igual; yo me quedo con Paul Auster. Llegué al universo de este autor hace ocho años y mi puerta de entrada fue el apocalíptico El país de las últimas cosas. Después llegaría La trilogía de Nueva York, Leviatán, La música del azar, La noche del oráculo, El palacio de la Luna, Brooklyn Follies, entre otros. Todos me dejaron, por lo menos, un gran sabor de boca y algunos simplemente fueron capaces de volarme la cabeza. Pues bien, tras ocho años de fidelidad austeriana, estoy a punto de afirmar que Invisible es la mejor novela de Paul Auster, definitivamente una obra mayor. El juego narrativo es fascinante, con variaciones que incluyen la primera, segunda y tercera persona apostando al recurso de una historia sobre la escritura de una obra autobiográfica (ya explotada, por cierto, en El palacio de la Luna). El libro dentro del libro como muñecas rusas. Sin embargo, el néctar del libro yace en la profundidad ontológica de los personajes. Sus dudas y obsesiones, la pugna entre aleatoriedad y destino, las tinieblas del alma Invisible es, o por lo menos comienza siendo, fiel al canon austeriano. Nuevamente Nueva York como escenario y, para ser aún más autobiográfico, la Universidad de Columbia en 1967. El personaje principal, Adam Walker un poeta, o aspirante a serlo, de 20 años de edad, justo la edad que tenía Auster en 1967 y oriundo (había de ser) de Nueva Jersey. En una noche aleatoria e improbable, como el manual Auster declara, este auto referencial poeta conoce a una enigmática pareja de europeos: Rudolf Born y Margot con quienes inicia una extraña relación. Té para tres. Es la primavera de 1967. El verano y el otoño traerán otras sorpresas. Rudolf Born es de entrada una personalidad inquietante, capaz de desconcertar, si bien el juego triangular se adivina desde el primer encuentro. Lo sucedido en la primera parte parece, dentro de lo que cabe, predecible y lógico, pero en la segunda parte. con la llegada del verano, la novela da un radical giro. El plano narrativo cambia y los personajes vuelven a sorprendernos, pues viajan al corazón de sus propias tinieblas. Por lo que a temática se refiere es sin duda la novela más fuerte de Paul Auster. Un incesto demasiado explícito pueda acaso ofender buenas conciencias. Conforme las páginas avanzan el abismo ontológico es más profundo. Nueva York se transforma en París y 1967 es contemplado y reconstruido desde el 2007. ¿Alucinada fantasía o fiel testimonio? Auster nos deja con la duda. Al final, el deja vu con El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad es inevitable. Sin entrar en detalles, me limitaré a señalar que la última escena es profundamente “conradiana”. Un libro oscuro, desconcertante, adictivo. Un libro-daga, de esos que se dan muy de vez en cuando.