Eterno Retorno

Thursday, January 28, 2010






La narco-insurgencia: El peor escenario posible


Por Daniel Salinas Basave


De no ser por la carencia de banderas políticas y pretextos libertadores en las acciones del crimen organizado, bien se podría hablar de una situación de “narco-insurgencia” en algunas entidades del país. Hasta ahora la mafia en México no ha demostrado tener interés alguno en derrocar a un gobierno para imponer otro. Sus miras son cortas, concretas y se limitan a hacer más rentable su negocio, no a ataviarse en el traje de la redención social. Lo que ellos desean es un gobierno débil y postrado que les permita trabajar, pero hasta ahora no han mostrado deseos de usurpar el poder o provocar un cambio político en el País. Sin embargo la capacidad de fuego, el control territorial y el desafío permanente al Estado Mexicano existen. En los hechos hay un enfrentamiento armado, pero no una revolución y si bien en los últimos meses algunos grupos han emprendido acciones de “narcoterrorismo”, tampoco se puede hablar de guerra de guerrillas. En el número 16 de EL INFORMADOR incluimos en esta columna los posibles escenarios para un estallido social en México, entre los que se cuenta la “narco-insurgencia”, que sería, bajo mi criterio, el peor futuro posible. Como escenario sin duda es el más catastrófico, pero por desgracia no es en absoluto descartable. El pasado sábado, en el diplomado de Periodismo de la Universidad Iberoamericana, platicábamos con el escritor tijuanense Federico Campbell quien hace algunas semanas en su columna puso el dedo en la llaga al señalar que “probablemente en México ha desaparecido el Estado. No sabemos si ya empezó la revolución en México con el rostro del crimen organizado”. También se refiere a un documento del Pentágono en donde los analistas militares de Estados Unidos señalan que en México existe una narco-insurgencia y que por ello se debe enfrentar esa realidad con una contra-insurgencia. ¿De verdad estamos viviendo un escenario semejante? Fuera del elemento político-ideológico aún inexistente, el caldo está listo, hirviendo y con el resto de los ingredientes a punto. La Historia de México nos ha dado ejemplos suficientes de criminales transformados de golpe y porrazo y líderes sociales. Tal vez el más emblemático es el de Doroteo Arango, inmortalizado como Francisco Villa, quien de 1894 a 1910 encabezó una banda de ladrones de ganado que asoló Durango y el Sur de Chihuahua. El gobernador chihuahuense Abraham González y el “Apóstol de la Democracia” Francisco I. Madero redimieron a Villa, “perdonaron sus pecados” y el astuto bandolero analfabeta se transformó líder revolucionario. Tal vez la sui géneris personalidad del sentimental Villa permita creer en la autenticidad de su conversión y haga injusta la comparación con sádicos criminales que tuvieron en la Revolución el escenario perfecto para enriquecerse. Ahí está el caso del “carnicero” Rodolfo Fierro, cuyas historias de horror asemejan al teatro de la tortura escenificado por los narcos actuales. En épocas anteriores a la Revolución hubo también otros “Robin Hood”, como el sinaloense Heraclio Bernal, mítico salteador de caminos con afanes de redentor de los pobres, que alternó su vida de bandolero con la de guerrillero o qué decir de Albino García, el “Terror del Bajío”, un bandido metido a insurgente cuya cabeza fue cortada por Agustín de Iturbide en 1812. En otros países latinoamericanos el matrimonio entre narcos y guerrilleros ha sido público y obvia decir que el ejemplo perfecto es Colombia y sus añejas FARC. En Centroamérica, principalmente en El Salvador y Guatemala, guerrilleros y paramilitares desmovilizados se han convertido en el peor dolor de cabeza de la sociedad civil al conformar comandos criminales de secuestradores y sicarios. “El arma en el hombre”, del salvadoreño Horacio Castellanos Moya, es la mejor descripción literaria de este infierno.
Los movimientos armados son un río revuelto de agua sucia en donde pescadores no muy pulcros obtienen jugosas ganancias. En las revoluciones siempre hay dos o tres idealistas puros, a menudo mártires, y varias decenas de oportunistas y ladrones que se quedan con el botín. Un escenario de estallido social o guerrilla en México, para el cual existe tierra fértil y caldo de cultivo, podría ser perfectamente aprovechado por la mafia. La inteligencia militar mexicana sigue padeciendo insomnio por la presencia del EPR y el ERPI en Guerrero, Oaxaca y Chiapas. ¿Qué pasaría si uno de estos grupos recibe un anillo de diamantes con propuesta de matrimonio de parte de la “Familia Michoacana” o los Zetas? ¿No sería el peor de los escenarios posibles? Al crimen le conviene generar terror e inestabilidad, hostilizar al gobierno, evidenciarlo débil y vulnerable y ponerle a esas acciones un pretexto revolucionario es lo único que resta. ¿Cuánto falta para que se concrete ese matrimonio? ¿O es acaso que existe ya? Por el bien de los mexicanos, ojalá el Pentágono se equivoque y si hay un movimiento armado, que no nazca prostituido de origen por el dinero del narco.