Eterno Retorno

Monday, January 18, 2010

La imagen es recurrente en sermones y literatura: Noches en vela frente al lecho de un hijo enfermo. Desvelos, cuántos desvelos. Horas sin sueño y angustia es el capital que una madre invierte en la crianza de un hijo.

Hasta este momento de mi vida he dimensionado lo terrible de la imagen y como sucede con tantas cosas en la vida, lo dimensiono ahora que lo sufro. Tener un hijo enfermo es la verdadera cruz de la vida, un infierno que no le deseo a nadie. Apenas con seis semanitas en este mundo e Iker ya ha padecido la crueldad de los virus invernales. Lo que en un principio parecía una simple flemita que atribuimos a leche atorada no digerida, es hoy oficialmente una bronquiolitis. El pequeñito sufre y batalla para respirar. Aún así, con todo y su primera enfermedad a cuestas, las sonrisas no se borran de su rostro, pero meter aire a sus pulmoncitos le cuesta horrores. Llevamos a cuestas tres noches infernales. Carolina no ha pegado el ojo en más de 48 horas. Por fortuna, todo hace indicar que evoluciona favorablemente, si bien en un cuerpo tan pequeñito, el riesgo es latente y es preciso monitorear su respiración cada segundo. Pensamos que la leche materna y las vitaminas serían defensas los suficientemente fuertes para blindarlo contra toda esta porquería viral, pero cuando aún no llega al mes y medio, su salud ya ha sentido la perfidia de este entorno cruel. Ahora te das cuenta que cualquier problema o preocupación del pasado (asuntos de lana, grillas laborales, proyectos no concretados) son frívola basura comparados con seguir minuto a minuto la respiración de tu bebé. En este momento, nada más importa.