Es el amanecer y la luna llena luce aún todopoderosa sobre el Pacífico. Una luna de aquellas la de este fin de semana, tan magnética y hechicera la condenada, que el señor Conejito Iker Santiago no paró de moverse y se la pasó bailando la noche entera. Si hasta parecía que ya le andaba por despedirse de su paraíso uterino para venir a presentarse con nosotros. Esta luna otoñal hace diabluras. El frío empieza a acariciar nuestra ciudad y el invierno que dará la bienvenida al Conejito se antoja bravo como pocos.
Una noche, cuando el ventilador ha sido enviado ya al exilio, cierras la puerta del balcón y caes en la cuenta de que la cobija ya no estorba. Una mañana sales de casa y sientes que la camisa de manga corta está viviendo horas extras. Tímidamente, tu chamarra clama el fin de su destierro en el closet del estudio y al cabo de unos días se transforma en compañera omnipresente. Sí, todos los amaneceres suelen ser frescos en la zona costa, pero hay un día en que cruzas un umbral y sientes por vez primera ese viento cuyo espíritu no da lugar a confusiones y está ahí para convencerte que esto es en serio, que el funeral del Verano ha concluido y el calor ya ha sido sepultado. Bienvenido Señor Otoño. Ningún deja vu tan poderoso como el del viento otoñal. Esta estación está habitada por fantasmas y sólo al sentir este viento en mi cara, reparo en el poder de octubre. El brillo del cielo no se parece al de ayer, el ánimo de la gente refleja ya esta presencia innegable. El Otoño está aquí.