El Informador de Baja California ha visto la luz. El jueves 1 de octubre de 2009 queda inscrito como fecha de nacimiento de este nuevo semanario creado por grandes colegas de oficio. Me consta que cada uno en lo suyo, editora, reporteros, diseñador, administrador, publicistas y encargado de circulación, han demostrado ser lo mejor que tiene la región en sus respectivas posiciones. Una tirada histórica de 50 mil ejemplares ha sido el cañonazo inicial. Ahora sí que lo lees porque lo lees. Por supuesto ya ha empezado a dar de que hablar. Yo, en parcial receso de la cobertura periodística dura, me siento orgulloso de ser parte de este esfuerzo, al menos satelitalmente, aportando esta columna sobre historia. La idea es hablar sobre un mito histórico cada semana. Ahi va el primero.
Los mitos del Bicentenario
El 27 de septiembre, auténtico Día de la Independencia
Por Daniel Salinas Basave
Si el calendario de las fiestas patrias ha sido particularmente injusto con una fecha, esa es el 27 de septiembre de 1821, día de la Consumación de la Independencia de México o, dicho en otras palabras, el verdadero y auténtico Día de nuestra Independencia. Aparte de la bandera a toda asta y algún frío acto oficial, nadie en absoluto recuerda esta fecha totalmente opacada por la celebración del 15 y 16 de septiembre.
Pocas etapas de la historia tan mal comprendidas como la Independencia Nacional. Al abordar el tema del movimiento insurgente, valdría le pena preguntarnos primero si hablamos de un de un movimiento continuo de avance gradual que triunfó al cabo de once años y once días de lucha constante, como es la errónea creencia, o si más bien hablamos de varios movimientos, sin relación directa entre sí, cuya consumación no es una consecuencia de su inicio. La conformación del Ejército Trigarante al mando de Agustín de Iturbide y la Promulgación del Plan de Iguala que en pocos meses independizó al país, poco o nada tiene que ver con la arenga lanzada por Miguel Hidalgo en el poblado de Dolores la madrugada del 16 de septiembre de 1810.
La iniciación de la insurgencia en Guanajuato puede ser definida por una sola palabra: improvisación. Cada año, la noche del 15 de septiembre, el Presidente de la República, los 31 gobernadores y más de 2 mil alcaldes gritan desde sus balcones un “Viva México, Viva la Independencia”, sin reparar en lo que en verdad sucedió en esa fecha. La realidad es que la noche del 15 de septiembre de 1810, Miguel Hidalgo bebía chocolate y jugaba naipes con Ignacio Allende mientras Juan Aldama cabalgaba a toda velocidad por los caminos del Bajío para darle a conocer que la conspiración de Querétaro había sido descubierta. Ni la noche del 15 de septiembre, ni en los 10 meses y 15 días de vida que le restaron a partir de ese momento, concibió Hidalgo algún proyecto de nación independiente o siquiera algo parecido. La mañana del 16 de septiembre gritó “¡viva Fernando VII¡” y jamás en su vida pronunció un “viva México” o “viva la Independencia” y ni imaginó siquiera una bandera tricolor. Por cierto, si se celebra el 15 y no el 16 de septiembre, es por herencia de Porfirio Díaz, que quiso emparentar la gran fiesta nacional con su cumpleaños. No soy un detractor de Hidalgo pero su movimiento, además de caótico y acéfalo, fue terriblemente circunstancial. Imposible equiparar a Hidalgo con un Bolívar o un San Martín. Si queremos celebrar la Independencia de México con un mínimo de fidelidad histórica, deberíamos festejar el 27 de septiembre de 1821, fecha en que el Ejército Trigarante acaudillado por Agustín de Iturbide y Vicente Guerrero y llevando como estandarte una bandera tricolor, entró a la Ciudad de México para iniciar con el primer gobierno criollo, independiente ahora sí de la Península Ibérica. Ya que a la historia oficial le molesta el supuesto oportunismo trepador y las ambiciones imperiales de Iturbide, a mi juicio el verdadero y auténtico libertador de México, entonces festejemos la promulgación del documento Sentimientos de la Nación el 6 de noviembre de 1813 o de la Constitución de Apatzingán en 1814 a cargo de José María Morelos, el primero de los insurgentes que concibió un proyecto de nación independiente que jamás tuvieron ni Hidalgo, ni Allende, ni Aldama. Pero a los mexicanos nos gusta la mitología; es uno de nuestros deportes nacionales y el santoral patrio impulsado durante años por los historiadores oficialistas, nos ha hecho caer en singulares interpretaciones de esa escaramuza tan surrealista que fue la rebelión insurgente.
Pocas etapas de la historia tan mal comprendidas como la Independencia Nacional. Al abordar el tema del movimiento insurgente, valdría le pena preguntarnos primero si hablamos de un de un movimiento continuo de avance gradual que triunfó al cabo de once años y once días de lucha constante, como es la errónea creencia, o si más bien hablamos de varios movimientos, sin relación directa entre sí, cuya consumación no es una consecuencia de su inicio. La conformación del Ejército Trigarante al mando de Agustín de Iturbide y la Promulgación del Plan de Iguala que en pocos meses independizó al país, poco o nada tiene que ver con la arenga lanzada por Miguel Hidalgo en el poblado de Dolores la madrugada del 16 de septiembre de 1810.
La iniciación de la insurgencia en Guanajuato puede ser definida por una sola palabra: improvisación. Cada año, la noche del 15 de septiembre, el Presidente de la República, los 31 gobernadores y más de 2 mil alcaldes gritan desde sus balcones un “Viva México, Viva la Independencia”, sin reparar en lo que en verdad sucedió en esa fecha. La realidad es que la noche del 15 de septiembre de 1810, Miguel Hidalgo bebía chocolate y jugaba naipes con Ignacio Allende mientras Juan Aldama cabalgaba a toda velocidad por los caminos del Bajío para darle a conocer que la conspiración de Querétaro había sido descubierta. Ni la noche del 15 de septiembre, ni en los 10 meses y 15 días de vida que le restaron a partir de ese momento, concibió Hidalgo algún proyecto de nación independiente o siquiera algo parecido. La mañana del 16 de septiembre gritó “¡viva Fernando VII¡” y jamás en su vida pronunció un “viva México” o “viva la Independencia” y ni imaginó siquiera una bandera tricolor. Por cierto, si se celebra el 15 y no el 16 de septiembre, es por herencia de Porfirio Díaz, que quiso emparentar la gran fiesta nacional con su cumpleaños. No soy un detractor de Hidalgo pero su movimiento, además de caótico y acéfalo, fue terriblemente circunstancial. Imposible equiparar a Hidalgo con un Bolívar o un San Martín. Si queremos celebrar la Independencia de México con un mínimo de fidelidad histórica, deberíamos festejar el 27 de septiembre de 1821, fecha en que el Ejército Trigarante acaudillado por Agustín de Iturbide y Vicente Guerrero y llevando como estandarte una bandera tricolor, entró a la Ciudad de México para iniciar con el primer gobierno criollo, independiente ahora sí de la Península Ibérica. Ya que a la historia oficial le molesta el supuesto oportunismo trepador y las ambiciones imperiales de Iturbide, a mi juicio el verdadero y auténtico libertador de México, entonces festejemos la promulgación del documento Sentimientos de la Nación el 6 de noviembre de 1813 o de la Constitución de Apatzingán en 1814 a cargo de José María Morelos, el primero de los insurgentes que concibió un proyecto de nación independiente que jamás tuvieron ni Hidalgo, ni Allende, ni Aldama. Pero a los mexicanos nos gusta la mitología; es uno de nuestros deportes nacionales y el santoral patrio impulsado durante años por los historiadores oficialistas, nos ha hecho caer en singulares interpretaciones de esa escaramuza tan surrealista que fue la rebelión insurgente.