Divino anonimato
La primera vez que reflexioné sobre el concepto “anónimo”, fue cuando siendo niño cayó en mis manos “El Lazarillo de Tormes”. Era una edición infantil elaborada como cómix que según recuerdo, me compró mi madre en
II
¿Qué importa más, el creador o la obra? Las pinturas rupestres, el Gilgamesh, el Antiguo Testamento carecen de autor y sin embargo son inmortales. ¿Quién inauguró la tradición del creador como ente consagrado? ¿Fue Homero? ¿O acaso el ciego se limitó a ser trasmisor de los dos más grandes poemas helénicos? A veces he soñado con una biblioteca de obras sin autores, donde cada creación brille por sí misma sin el prejuicio de esa marca registrada llamada firma, pero acaso sea el mío un sueño hipócrita. Confieso que a menudo me guío por el autor antes que por la obra. No he leído “Un hombre en la oscuridad” sino el nuevo libro de Paul Auster. Aún así, mi biblioteca es plena en excepciones a la regla con ejemplares comprados al azar de autores de los que no tenía referencia alguna y de los que jamás he vuelto a saber más nada. Como comprador compulsivo de libros que soy, la vida me ha deparado esas sorpresas cuando apuesto por ilustres desconocidos, virtuales anónimos.
III
Durante casi diez años escribí en el periódico Frontera la columna Agua Caliente, un espacio editorial de crítica, chisme y chascarrillo político firmado por El Vigía y Compañía. La columna se nutría de tips y comentarios que en teoría aportaba toda la redacción, pero uno solo debía redactarla y ese era yo. Puedo afirmar que de
¿Por qué habló aquí de la columna Agua Caliente? Porque durante una década escribí como un anónimo. Vaya, para efectos prácticos, la mayoría de los políticos sabía que atrás de ese seudónimo estaba yo, pero técnicamente, en el terreno de lo formal, mi firma no aparecía. El autor era El Vigía y si bien la mayoría de las veces ese Vigía era yo, algunas veces era otros. Eso me concedía una trinchera de anonimato que influía psicológicamente en mi escritura y me liberaba de responsabilidad. Además, El Vigía escribía sobre política bajacaliforniana, un tema sobre el que Daniel Salinas no hubiese elegido escribir, lo que reforzaba más mi sensación de anonimato. Actualmente, desde mi nueva trinchera laboral en el Gobierno de
IV
Desde hace siete años mantengo un blog compulsivo y terapéutico cuya lectura no le deseo a nadie. Un blog redundante, autista; el vil monólogo de un demente vociferando en la montaña, desparramando la infinita oscuridad de sus obsesivas neuronas. Vaya, es una cuna de porquería que eternamente retorna a lo mismo ¿Qué más querían encontrar? Para mí ha sido una terapia fenomenal, pero no le deseo esa tortura al prójimo. A lo largo de estos siete años jamás ha pasado una semana sin que escriba por lo menos una vez (por desgracia escribo casi diario) Soy constante y repetitivo, como la ola marina sobre la roca. De la misma forma que pasé diez años sin faltar un solo día al trabajo, puedo pasar 25 años posteando la misma porquería y clavado en la misma tecla. Evolución e innovación no son conceptos que vayan conmigo. No me aburro ni me canso fácilmente ni soy de esos que un día cierran su blog o lo abandonan o le cambian el diseño. La semana pasada consumé la innovación más grande y radical en siete años: por primera vez subí una imagen a Eterno Retorno. Jamás he subido una foto mía ni tengo links a otras páginas. De hecho ignoro cómo se instala un contador y nunca he sabido ni me interesa saber cuánta gente se ha dado la vuelta por esos rumbos. De los siete cabalísticos años de vida del blog, sólo tres abrí el acceso a comentarios, del 2003 al 2006. Vivo y sobrevivo del periodismo y por ende profeso un culto sacramental por la libertad de expresión. Por esa razón jamás suprimí un comentario. Podré estar totalmente en contra de lo que piensas, pero defenderé hasta la muerte el derecho que tienes de expresarlo, dice mi compa Voltaire. Si me odias o quieres matarme tienes todo el derecho de decírmelo. Además, debo admitir que te comprendo perfectamente: yo a veces también me odio. Tampoco edité nunca un post. He escrito con horrores de dedo y sintaxis, también he publicado afirmaciones que me han generado problemas graves e incluso llegué a escribir cosas de las que me arrepiento profundamente (en 2004 llegué a afirmar que estaba meditando votar por amlo en las presidenciales) y sin embargo jamás he editando o corregido lo ya escrito. Todo está íntegro, tal como se subió, sin correcciones ni tachaduras. Lo caído, caído; lo publicado, publicado. En el periódico he cometido muchos errores y no voy a ir a buscar a cada voceador de la ciudad con una pluma bic para tachar mis cagazones.
Alguna vez quise crear blogueros heterónimos, fundirme en un personaje de ficción absolutamente ajeno a mí, tan ajeno, que sería de distinto sexo. Así nació Ámber Aravena. Así han nacido Ipanema Dávila, Encarnacón Leydelmonte, Galaor Zuazua, Zarra Pazz Trozzo y un largo etcétera. Confieso que no pude mantener ese blog de Ámber. Estoy atado a mi realidad, a mi nombre, a Tijuana, a ser Daniel Salinas y nadie más. La sed de ficción cada vez se reserva más a la lectura.
V
A lo largo de estos siete años he tenido fieles detractores, aunque eso sí, casi todos con cara y nombre. Uno de los primeros y más rudos críticos de Eterno Retorno, allá por el 2003, es toda una celebridad literaria con quien hoy en día, por cierto, llevo la fiesta en paz y platico amistosamente. También he tenido uno que otro obseso con mucho tiempo libre para leerme y tratar de destrozarme y sí, también seres muy acomplejados, con un profundo resentimiento y vidas muy infelices a cuestas. Por supuesto tampoco han faltado los anónimos que escriben en lenguaje “ke” y se limitan a decirte “chinga a tu madre puto”, pero esos son el equivalente una mosca zumbando atrás de un cristal que jamás traspasarán. Ni siquiera llegan a molestar.
Hay quienes hablaban a mi trabajo para pedirle al director que me exigiera cerrar el blog o me corrieran del periódico, pues era inconcebible un reportero así, expresando semejantes barrabasadas en su blog. Me encanta el debate de ideas, el esgrima intelectual y en la blogósfera se armaron algunos muy sabrosos, con mucho ingenio. El problema es que los enemigos casi nunca son creativos. Como el “chinga tu madre puto te voy a matar” no surte efecto, entonces empiezan a agredir a tu familia. Resulta que algunos familiares leen mi blog y no me gustaba tener que someterlos a esa retahíla de ridículos insultos tan carentes de imaginación. Por eso cerré los comentarios. A mí en realidad no me afecta nada. Ojalá todo fuera tan fácil como en la secundaria: si a alguien le caes mal, te canta un tiro a la salida y asunto arreglado. Durante diez años despaché en la misma oficina y todo mundo sabía donde encontrarme. Si alguien me odiaba tanto y de verdad quería romperme la madre, era muy fácil dar conmigo. Por desgracia, nunca nadie se presentó a cantarme el tiro. La verdad me hubiera encantado.
VI
¿Qué es peor: el que escribe un anónimo o el que firma un texto ajeno? Hagamos una prueba amigos de Recolectivo; imaginemos que un duende, un genio, un demonio, un brujo de Catemaco o quien ustedes quieran, les hace dos ofertas mágicas.
La primera: elige un texto tuyo (o una pintura o una composición musical o cualquier creación) el que sea más significativo para ti, aquel en el que hayas puesto tu alma, aquel que refleje lo más profundo de tu ser. Es un texto absolutamente tuyo. En él yace empeñado tu corazón. El brujo ha decidido ofrecerte que ese texto alcance la inmortalidad. Las palabras salidas de tu pluma llegarán a millones de personas parlantes de todos los idiomas, transformarán vidas, decidirán vocaciones y acaso, como el Werther de Goethe, provocarán suicidios. Pasarán los siglos y la obra seguirá influyendo en las nuevas generaciones. El brujo sólo te pondrá una condición: tu obra será conocida y admirada, pero no podrás firmarla. Al igual que El Lazarillo de Tormes, se inmortalizará como la obra de un anónimo. Tu corazón llegará a millones de seres a través de los tiempos, pero ni uno solo de ellos conocerá tu nombre ni sabrá que exististe.
Viene entonces la segunda oferta: El brujo de Catemaco ha contactado con el espíritu de Shakespeare, o de Borges o de Dante (no me digas de Roberto Bolaño porque te escupo en la cara) quien le ha ofrecido una obra inédita y sin firma para ti. Esa obra, que ni siquiera has leído, en donde no podrás meter mano y que de hecho no refleja en lo más mínimo tu sentir, está a tu disposición para que la firmes. La obra se inmortalizará y también llegará a millones trascendiendo tu época, pero lo único tuyo que tendrá será la firma (y si de plano eres muy vanidoso, tu foto en la contraportada) Sí, tu nombre se inmortalizará por una obra ajena y plagiada que tú jamás hubieras escrito.
¿Cuál de las dos ofertas prefieres? ¿Qué quieres que le diga al brujo? Algo me hace pensar que tus sudores narcicísticos son poderosos, tú ego irreductible y no se por qué, pero apuesto a que elegirás la segunda opción.