Enfermo en su mísero camastro de herrumbre económica y desempleo, el país siente nostalgia de sus fantasmas y jura en las urnas que todo tiempo pasado fue mejor. Con el PAN pagando platos rotos y el PRD a un paso del descenso a la división de los partidos pigmeos, el único que te sonríe desde la mecedora es tu abuelito el dinosaurio tricolor, el viejo zorro mañoso que sabe estar en el momento y en el lugar adecuado para jurarte que tu paraíso perdido yace en la prehistoria. Quien hubiera gobernado México en 2008 y 2009, fuera quien fuera, de izquierda o de derecha, habría pagado en esta elección unos carísimos platos hechos mierda. Al PAN le tocó pagar. No está libre de culpa. Es culpable de no haber sabido enfrentar la catástrofe, pero no es culpable de haberla provocado.
Ojalá todo fuera tan sencillo como votar y castigar. Ojalá todo fuera tan inmensamente fácil como lo es construir promesas en los spots de campaña. Ojalá todo fuera tan simple como lo es para medio millar de diputados terminar su periodo y largarse sin haber hecho absolutamente nada por el país que los mantuvo viviendo con insultantes privilegios. Una medicinita partidaria electoral para curar los síntomas de un mal sistémico, para un país canceroso empeñado en suicidarse.
En los últimos doce años de mi vida, domingo de elecciones ha significado domingo de trabajo extenuante. Ya fuera en Nuevo León o en Baja California, proceso electoral fue para mí sinónimo de chinga extrema y a menudo estéril. Durante las horas muertas de domingos siempre calientes, iba de una casilla a otra esperando cazar en el acto el brinco del mapache. Al final, todo quedaba en un teatro de patéticas redundancias. Acarreos, zipizapes doñiles y desgreñes de vecindad llevados a la casilla.
Mareas rojas, olas azules, una que otra madriza pandilleril, miles de reportes y denuncias, rumores de compra de votos y acarreos, ruedas de prensa emergentes y al final pan con lo mismo.
La verdadera joda comenzaba después de las 18:00, que es cuando el lector empieza a sentir la verdadera sed informativa. Al final de cuentas, lo que uno quiere saber al término de una jornada electoral, es quién chingados ganó y por cuánto. Las más de las veces, acababa durmiéndome a los dos o tres de la mañana para amanecer con periódicos espantosamente predecibles. La vida cambia y a veces cambia para bien. Por primera vez en doce años, un domingo de elecciones fue simplemente un “dormingo”, un apacible séptimo día sin sobresaltos. Lo siento por mis colegas o ex colegas reporteros. Yo hasta olvidé que había elecciones. No voté, porque no tengo credencial. Me fue robada y no alcancé a reponerla. En caso de haber contado con ella, mi voto, sobra decirlo, hubiera sido para el PAN. Sí, en el mundo de lo ideal o lo brutalmente honesto, sigo siendo un anarquista hormonal que se pregunta para qué carajos queremos democracia, pero en el mundo de lo real, lo tangible y lo práctico, tengo una camiseta azul y blanco: la de la selección de Argentina.
Si al país le gusta subirse a la máquina del tiempo y volver de vez en cuando a la prehistoria tricolor, es cosa que en Baja California nos importa muy poco. Somos la única entidad del país donde el PAN puede presumir un carro completo. Aquí sólo se jugaban diputaciones federales, pero el estado, como siempre, se pintó de azul profundo. Ni las manos metió el tricolor y los otros partidos simplemente no existen. Somos el ensueño panista.
Lo que más me hace feliz de esta elección, es el triunfo del PAN en Sonora o más bien dicho la derrota de Bours y su pestilente mafia.
Hace poco menos de un año, en la reunión de gobernadores fronterizos en Hollywood, conocí a Eduardo Bours y el sólo verlo me generó una repugnancia extrema. Me pareció un tipo siniestro, peligroso, capaz de cualquier bajeza. Pocas veces un político me ha generado una primera impresión tan mala. Luego entonces, su derrota y la de su candidato me ponen contento, además de alegrarme por mi colega y amigo Jorge Morales, que trabaja en el equipo de Padrés.
En Nuevo León ganó un egresado de mi escuela llamado Rodrigo Medina, un tipo apenas un poquito mayor que yo quien estaba terminando la licenciatura en Derecho cuando yo estaba empezando. Con esto, mi escuela ya le dio a Nuevo León un gobernador y a Monterrey un alcalde (Felipe de Jesús Cantú también es uniregio) Sigan chingando a la Universidad Regiomontana hijos de puta. Nomás por eso me da orgullo el triunfo de Rodrigo aunque si he de ser honesto, en lo político debo albergar muchas dudas. Estoy absolutamente desvinculado del quehacer político regio, pero entiendo que el sexenio de Natividad fue un vil pedazo de mierda.
Algunos me lo han echado en cara. Apoyaste a Calderón y mira la mierda en que nos ahogamos…estaríamos mejor con Amlo. Imbéciles. Aún en medio de la tormenta lo sigo sosteniendo: Amlo hubiera sido la peor peste para el país. Es cuestión de verlo ahora, en su triste condición de payaso iracundo, desparramando en la basura el poco capital político que aún le queda, haciendo el ridículo con sus berrinches, con el PRD casi a nivel de partido chiquito, a punto de correrlo a patadas.
El Fortín y el Globo
Soy un fiel seguidor del futbol argentino. Casi todos los domingos estoy atento el partido de la fecha trasmitido por Fox Sport y por las noches suelo ver el resumen en Futbol de Primera. Al futbol mexicano lo sigo únicamente por los Tigres y la incurable pasión que en mi despierta este equipo, pero la verdad es que como liga, la de Argentina me parece infinitamente más interesante. A lo largo de mi vida he podido visitar ocho distintos estadios en Argentina y acudir a partidos de liga y Copa Sudamericana en aquel hermoso país al que tanto quiero. Los dos últimos torneos pamperos han tenido finales de alarido. El apertura terminó el pasado diciembre con un triple empate entre Boca, Tigre y San Lorenzo (ahí estuve en la Bombonera en la fecha 19 en un Boca 3-2 Colón) Al final, Boca se coronó por un miserable gol de diferencia, aunque el campeón debió ser Tigre. Pues bien, ayer el futbol argentino volvió a tener otro final de drama, emocionante e igualmente injusto. En la última fecha del torneo se enfrentaron el superlíder Huracán y el sublíder Velez Sarsfield. Un verdadero premio al futbol, pues fueron los dos equipos que mejor jugaron en el torneo. Me da gusto que Boca y River hayan quedado relegados y que el futbol haya premiado a quienes jugaron con alegría y deleite. A Velez le tengo cierto cariño, pues el estadio José Amalfitani en Liniers fue la primera cancha argentina que visité en mi vida, sin embargo, sentimentalmente estaba con Huracán. Me hubiera gustado ver campeón al Globo de Parque Patricios y le bastaba empatar para serlo. Sin embargo, siempre supe que Huracán perdería. Estaba vestido de héroe caído, de campeón sin corona. Los entrenadores poetas como Ángel Cappa están destinados a no levantar copas y Huracán me parece un cuadro épico destinado al sufrimiento. Un final con toda la pasión, el drama y los imponderables (granizo incluido) de los que sólo Argentina es capaz. Tango en estado puro. Un gol legítimo anulado a Huracán. Penal polémico fallado y el gol del triunfo de Velez con artera falta sobre el arquero. Sangre, invasión de cancha, llanto, pasión. Bronca y entrevero.
Ojalá todo fuera tan sencillo como votar y castigar. Ojalá todo fuera tan inmensamente fácil como lo es construir promesas en los spots de campaña. Ojalá todo fuera tan simple como lo es para medio millar de diputados terminar su periodo y largarse sin haber hecho absolutamente nada por el país que los mantuvo viviendo con insultantes privilegios. Una medicinita partidaria electoral para curar los síntomas de un mal sistémico, para un país canceroso empeñado en suicidarse.
En los últimos doce años de mi vida, domingo de elecciones ha significado domingo de trabajo extenuante. Ya fuera en Nuevo León o en Baja California, proceso electoral fue para mí sinónimo de chinga extrema y a menudo estéril. Durante las horas muertas de domingos siempre calientes, iba de una casilla a otra esperando cazar en el acto el brinco del mapache. Al final, todo quedaba en un teatro de patéticas redundancias. Acarreos, zipizapes doñiles y desgreñes de vecindad llevados a la casilla.
Mareas rojas, olas azules, una que otra madriza pandilleril, miles de reportes y denuncias, rumores de compra de votos y acarreos, ruedas de prensa emergentes y al final pan con lo mismo.
La verdadera joda comenzaba después de las 18:00, que es cuando el lector empieza a sentir la verdadera sed informativa. Al final de cuentas, lo que uno quiere saber al término de una jornada electoral, es quién chingados ganó y por cuánto. Las más de las veces, acababa durmiéndome a los dos o tres de la mañana para amanecer con periódicos espantosamente predecibles. La vida cambia y a veces cambia para bien. Por primera vez en doce años, un domingo de elecciones fue simplemente un “dormingo”, un apacible séptimo día sin sobresaltos. Lo siento por mis colegas o ex colegas reporteros. Yo hasta olvidé que había elecciones. No voté, porque no tengo credencial. Me fue robada y no alcancé a reponerla. En caso de haber contado con ella, mi voto, sobra decirlo, hubiera sido para el PAN. Sí, en el mundo de lo ideal o lo brutalmente honesto, sigo siendo un anarquista hormonal que se pregunta para qué carajos queremos democracia, pero en el mundo de lo real, lo tangible y lo práctico, tengo una camiseta azul y blanco: la de la selección de Argentina.
Si al país le gusta subirse a la máquina del tiempo y volver de vez en cuando a la prehistoria tricolor, es cosa que en Baja California nos importa muy poco. Somos la única entidad del país donde el PAN puede presumir un carro completo. Aquí sólo se jugaban diputaciones federales, pero el estado, como siempre, se pintó de azul profundo. Ni las manos metió el tricolor y los otros partidos simplemente no existen. Somos el ensueño panista.
Lo que más me hace feliz de esta elección, es el triunfo del PAN en Sonora o más bien dicho la derrota de Bours y su pestilente mafia.
Hace poco menos de un año, en la reunión de gobernadores fronterizos en Hollywood, conocí a Eduardo Bours y el sólo verlo me generó una repugnancia extrema. Me pareció un tipo siniestro, peligroso, capaz de cualquier bajeza. Pocas veces un político me ha generado una primera impresión tan mala. Luego entonces, su derrota y la de su candidato me ponen contento, además de alegrarme por mi colega y amigo Jorge Morales, que trabaja en el equipo de Padrés.
En Nuevo León ganó un egresado de mi escuela llamado Rodrigo Medina, un tipo apenas un poquito mayor que yo quien estaba terminando la licenciatura en Derecho cuando yo estaba empezando. Con esto, mi escuela ya le dio a Nuevo León un gobernador y a Monterrey un alcalde (Felipe de Jesús Cantú también es uniregio) Sigan chingando a la Universidad Regiomontana hijos de puta. Nomás por eso me da orgullo el triunfo de Rodrigo aunque si he de ser honesto, en lo político debo albergar muchas dudas. Estoy absolutamente desvinculado del quehacer político regio, pero entiendo que el sexenio de Natividad fue un vil pedazo de mierda.
Algunos me lo han echado en cara. Apoyaste a Calderón y mira la mierda en que nos ahogamos…estaríamos mejor con Amlo. Imbéciles. Aún en medio de la tormenta lo sigo sosteniendo: Amlo hubiera sido la peor peste para el país. Es cuestión de verlo ahora, en su triste condición de payaso iracundo, desparramando en la basura el poco capital político que aún le queda, haciendo el ridículo con sus berrinches, con el PRD casi a nivel de partido chiquito, a punto de correrlo a patadas.
El Fortín y el Globo
Soy un fiel seguidor del futbol argentino. Casi todos los domingos estoy atento el partido de la fecha trasmitido por Fox Sport y por las noches suelo ver el resumen en Futbol de Primera. Al futbol mexicano lo sigo únicamente por los Tigres y la incurable pasión que en mi despierta este equipo, pero la verdad es que como liga, la de Argentina me parece infinitamente más interesante. A lo largo de mi vida he podido visitar ocho distintos estadios en Argentina y acudir a partidos de liga y Copa Sudamericana en aquel hermoso país al que tanto quiero. Los dos últimos torneos pamperos han tenido finales de alarido. El apertura terminó el pasado diciembre con un triple empate entre Boca, Tigre y San Lorenzo (ahí estuve en la Bombonera en la fecha 19 en un Boca 3-2 Colón) Al final, Boca se coronó por un miserable gol de diferencia, aunque el campeón debió ser Tigre. Pues bien, ayer el futbol argentino volvió a tener otro final de drama, emocionante e igualmente injusto. En la última fecha del torneo se enfrentaron el superlíder Huracán y el sublíder Velez Sarsfield. Un verdadero premio al futbol, pues fueron los dos equipos que mejor jugaron en el torneo. Me da gusto que Boca y River hayan quedado relegados y que el futbol haya premiado a quienes jugaron con alegría y deleite. A Velez le tengo cierto cariño, pues el estadio José Amalfitani en Liniers fue la primera cancha argentina que visité en mi vida, sin embargo, sentimentalmente estaba con Huracán. Me hubiera gustado ver campeón al Globo de Parque Patricios y le bastaba empatar para serlo. Sin embargo, siempre supe que Huracán perdería. Estaba vestido de héroe caído, de campeón sin corona. Los entrenadores poetas como Ángel Cappa están destinados a no levantar copas y Huracán me parece un cuadro épico destinado al sufrimiento. Un final con toda la pasión, el drama y los imponderables (granizo incluido) de los que sólo Argentina es capaz. Tango en estado puro. Un gol legítimo anulado a Huracán. Penal polémico fallado y el gol del triunfo de Velez con artera falta sobre el arquero. Sangre, invasión de cancha, llanto, pasión. Bronca y entrevero.