Lo que yace en el culo de Ámber Aravena (historia impúdica de una añeja heterónima que no me deja en paz)
Te llamas Ámber. Ámber Aravena. Como referencia cultural me permito citar que eres chilena. Naciste en Temuco en 1970, meses antes del día en que la Unidad Popular, en donde militaba tu padre, accediera democráticamente a su efímero poder. Espero disculpes la falta de pudor, pero voy a contar el sueño que marcó tu infancia y acaso tu vida entera.
Tendrías dos años o en todo caso menos de tres, cuando apareció en tus sueños esa imagen espeluznante: un monstruo rojo, dientón, dotado de un hocico enorme. Por lo que pudiste explicar, el monstruo es escamoso y largo como una serpiente, sin embargo, lo más terrorífico de esta insolente bestezuela no es su aspecto, sino su habitad. Resulta que el animalejo habita en las profundidades de la taza del baño o más bien dicho, en todas las tazas de baño del mundo y no únicamente en la de tu casa natal.
Un sueño por demás inoportuno, sobre todo si tomamos en cuenta que el monstruo se coló a las profundidades de tu subconsciente justo en la época en que estabas aprendiendo a dejar de cagar los pañales. Al parecer, el monstruo gustaba de salir a la superficie cuando alguien se sentaba en la taza y tú no querías poner en riesgo tu colita. La cuestión es que desarrollaste una fobia extrema a los baños y empezaste a retener mierda en tu cuerpo durante días.
Tu padre, un funcionario allendista de Temuco, encontró la solución: te sacó a caminar por uno de los parques de la ciudad y te motivó a que cagaras debajo de un árbol. “Aquí sólo hay tierra, pasto, no hay hoyo alguno y el monstruo no puede esconderse en ninguna parte”, te dijo y entonces sucedió el milagro: cagaste, sacaste toda la mierda que tenías adentro y te liberaste.
Por la época en que relajaste tus entrañas cagando el parque de Temuco, la CIA y los militares consideraron que ya habían sido suficientes delirios socialistas y le dieron una puñalada trapera a Allende. Ardió el Palacio de la Moneda y tú debiste decirle adiós a tu parque, a tu casa y entrar con toda tu familia a la cajuela de un Renault en donde estuviste metida doce o trece horas hasta que cruzaste la frontera rumbo a Argentina. Después te subiste por primera vez en tu vida a un avión que te llevó rumbo a ese limbo llamado exilio. La buena noticia fue que el monstruo se quedó en Chile. Tal vez por ser color rojo, los militares pinochetistas lo llevaron detenido y lo torturaron hasta matarlo en los sótanos del Estadio Nacional o puede ser también que la bestia se aliara con la dictadura, pero el caso es que te dejó en paz, al menos por un tiempo. Acaso le parecía demasiado contaminada el agua de los baños mexicanos.
En México DF viviste la clásica infancia de hijo de exiliado (apuesto a que conociste a Roberto Bolaño y a Galo Gómez) Años después tu padre se murió de tristeza y alcoholismo y tú seguiste emigrando a limbos cada vez más difusos. El monstruo de la taza del baño volvió a aparecer en tu adolescencia y aunque a fuerza de empatía has aprendido a entenderlo, todavía suele sorprenderte en los más improbables baños del mundo.
Aprovechando que ya estoy entrado, podría contar la historia de tu contrato matrimonial con un hombre que exigía a gritos una enfermera maternal para su niño enfermo de cáncer, al que empezaste a querer en serio cuando su muerte ya estaba a la vuelta de la esquina. Podría contar que el matrimonio se rompió cuando el cáncer se llevó al niño y sin pecar de materialista, sería bueno narrar que tuviste un divorcio provechoso, que compraste una camioneta todo terreno y saliste una mañana de New Port Oregon dispuesta a recorrer kilómetros al Sur sin volver a dar jamás un paso al Norte. Tal vez sería divertido narrar la noche aquella de Navidad en que le diste 17 vueltas completas al Golden Gate, tiempo en el cual bebiste a pico de botella un par de casilleros del Diablo, sin que ningún sanfranciscano policía tuviera a bien detenerte. Sin duda a alguien le interesará saber que desde hace años te condené a vivir en una playa de Baja California Sur donde bebes casilleros, tomas pastillas y contemplas atardeceres.
Tu historia la traigo adentro desde hace años y quiero sacarla, arrojarla al papel, pero siempre me quedo con ella, como tú te quedabas con la mierda atorada. Ya volveré a contar tus andanzas Amber Aravena; por ahora creo que me he excedido contando tus intimidades. Se trataba de contar un sueño estúpido y yo cumplí con narrar que en algunas tazas de los más improbables baños, yace en vigilia un monstruo colorado. DSB
Te llamas Ámber. Ámber Aravena. Como referencia cultural me permito citar que eres chilena. Naciste en Temuco en 1970, meses antes del día en que la Unidad Popular, en donde militaba tu padre, accediera democráticamente a su efímero poder. Espero disculpes la falta de pudor, pero voy a contar el sueño que marcó tu infancia y acaso tu vida entera.
Tendrías dos años o en todo caso menos de tres, cuando apareció en tus sueños esa imagen espeluznante: un monstruo rojo, dientón, dotado de un hocico enorme. Por lo que pudiste explicar, el monstruo es escamoso y largo como una serpiente, sin embargo, lo más terrorífico de esta insolente bestezuela no es su aspecto, sino su habitad. Resulta que el animalejo habita en las profundidades de la taza del baño o más bien dicho, en todas las tazas de baño del mundo y no únicamente en la de tu casa natal.
Un sueño por demás inoportuno, sobre todo si tomamos en cuenta que el monstruo se coló a las profundidades de tu subconsciente justo en la época en que estabas aprendiendo a dejar de cagar los pañales. Al parecer, el monstruo gustaba de salir a la superficie cuando alguien se sentaba en la taza y tú no querías poner en riesgo tu colita. La cuestión es que desarrollaste una fobia extrema a los baños y empezaste a retener mierda en tu cuerpo durante días.
Tu padre, un funcionario allendista de Temuco, encontró la solución: te sacó a caminar por uno de los parques de la ciudad y te motivó a que cagaras debajo de un árbol. “Aquí sólo hay tierra, pasto, no hay hoyo alguno y el monstruo no puede esconderse en ninguna parte”, te dijo y entonces sucedió el milagro: cagaste, sacaste toda la mierda que tenías adentro y te liberaste.
Por la época en que relajaste tus entrañas cagando el parque de Temuco, la CIA y los militares consideraron que ya habían sido suficientes delirios socialistas y le dieron una puñalada trapera a Allende. Ardió el Palacio de la Moneda y tú debiste decirle adiós a tu parque, a tu casa y entrar con toda tu familia a la cajuela de un Renault en donde estuviste metida doce o trece horas hasta que cruzaste la frontera rumbo a Argentina. Después te subiste por primera vez en tu vida a un avión que te llevó rumbo a ese limbo llamado exilio. La buena noticia fue que el monstruo se quedó en Chile. Tal vez por ser color rojo, los militares pinochetistas lo llevaron detenido y lo torturaron hasta matarlo en los sótanos del Estadio Nacional o puede ser también que la bestia se aliara con la dictadura, pero el caso es que te dejó en paz, al menos por un tiempo. Acaso le parecía demasiado contaminada el agua de los baños mexicanos.
En México DF viviste la clásica infancia de hijo de exiliado (apuesto a que conociste a Roberto Bolaño y a Galo Gómez) Años después tu padre se murió de tristeza y alcoholismo y tú seguiste emigrando a limbos cada vez más difusos. El monstruo de la taza del baño volvió a aparecer en tu adolescencia y aunque a fuerza de empatía has aprendido a entenderlo, todavía suele sorprenderte en los más improbables baños del mundo.
Aprovechando que ya estoy entrado, podría contar la historia de tu contrato matrimonial con un hombre que exigía a gritos una enfermera maternal para su niño enfermo de cáncer, al que empezaste a querer en serio cuando su muerte ya estaba a la vuelta de la esquina. Podría contar que el matrimonio se rompió cuando el cáncer se llevó al niño y sin pecar de materialista, sería bueno narrar que tuviste un divorcio provechoso, que compraste una camioneta todo terreno y saliste una mañana de New Port Oregon dispuesta a recorrer kilómetros al Sur sin volver a dar jamás un paso al Norte. Tal vez sería divertido narrar la noche aquella de Navidad en que le diste 17 vueltas completas al Golden Gate, tiempo en el cual bebiste a pico de botella un par de casilleros del Diablo, sin que ningún sanfranciscano policía tuviera a bien detenerte. Sin duda a alguien le interesará saber que desde hace años te condené a vivir en una playa de Baja California Sur donde bebes casilleros, tomas pastillas y contemplas atardeceres.
Tu historia la traigo adentro desde hace años y quiero sacarla, arrojarla al papel, pero siempre me quedo con ella, como tú te quedabas con la mierda atorada. Ya volveré a contar tus andanzas Amber Aravena; por ahora creo que me he excedido contando tus intimidades. Se trataba de contar un sueño estúpido y yo cumplí con narrar que en algunas tazas de los más improbables baños, yace en vigilia un monstruo colorado. DSB