Es tan mágico, tan fascinante...que hasta podría creer en la existencia de Dios. Sí, la vida es, ante todo, un milagro. Somos 6 mil millones de seres absurdamente accidentales y sin embargo, basta que lo vivas, que lo pienses con un mínimo de profundidad, para caer en la cuenta de que cada nueva vida es un misterio. Formar unos ojos, un corazón, una cara, un cerebro. Eso sí es una odisea de fascinación, algo tan profundo, tan improbable y a la vez…tan frágil. No se trata tanto de razonarlo, sino más bien de sentirlo en toda su dimensión. Las grandes revelaciones suelen llegar de madrugada y es entonces cuando te das cuenta de lo sorprendente, lo aleatorio… ¿o acaso predestinado? En fin, sientes que esto es magia pura.
El Conejito está bien, él sigue ahí, desarrollándose a mil por hora en el más cálido de los hogares. ¿Que si he cambiado? Sí y muchísimo. No nada más Carolina. Tengo muchísima más hambre y duermo bastante. Sí, es evidente que no volveremos a ser los mismos; no podríamos volver a serlo.
El IMSS y un viejo que leía novelas de amor
Dante olvidó incluir las clínicas del IMSS en su infierno. La más acabada expresión del averno, son para mí esos hospitales pestilentes. El sábado pasamos más de seis horas en la clínica 7 del Seguro Social. A Carolina la han visto dos ginecólogos particulares y la doctora de Servicios Médicos, pero un ginecólogo particular, por más capaz que sea, no te puede dar una incapacidad laboral ni te puede acreditar para la cuarentena. La burocracia laboral nos obligó a sumergirnos en las profundidades de ese kafkiano infierno de absurdo patetismo. Eso sí, la buena noticia es que lo revelado por esa bola de cristal llamada ultrasonido, es que todo marcha bien y que el corazón del Conejito late a un buen ritmo. Por cierto ¿Sabes cuál es el arma perfecta para conjurar el infierno del IMSS? Una buena novela y la verdad es que para poderte abstraer por completo en un lugar tan patético, requieres una verdadera obra de arte. El sábado, por fortuna, elegí el libro adecuado: “Un viejo que leía novelas de amor”, del chileno Luís Sepúlveda. Lo empecé a leer en sala de espera mientras aguardaba a Carolina y ahí mismo lo terminé. Librazo. Es una obra que en poco tiempo se convirtió en clásica y que llegó demasiado tarde a mi vida. De hecho Luís Sepúlveda llegó tardíamente a mi existencia con la Lámpara de Aladino, pero ahora lo estoy disfrutando. Sí, tal vez es inocultable la vibra garcíamarqueana, pero carajo, a mí sus libros me han hecho feliz. El viejo que leía novelas de amor tuvo la fuerza para sacarme de una sala de espera del IMSS y llevarme a la Amazonía ecuatoriana. Un libro que me hubiera gustado mucho de niño y que no por ello dejé de disfrutar ahora. Últimamente encuentro un gran placer en las cosas sencillas.
El Conejito está bien, él sigue ahí, desarrollándose a mil por hora en el más cálido de los hogares. ¿Que si he cambiado? Sí y muchísimo. No nada más Carolina. Tengo muchísima más hambre y duermo bastante. Sí, es evidente que no volveremos a ser los mismos; no podríamos volver a serlo.
El IMSS y un viejo que leía novelas de amor
Dante olvidó incluir las clínicas del IMSS en su infierno. La más acabada expresión del averno, son para mí esos hospitales pestilentes. El sábado pasamos más de seis horas en la clínica 7 del Seguro Social. A Carolina la han visto dos ginecólogos particulares y la doctora de Servicios Médicos, pero un ginecólogo particular, por más capaz que sea, no te puede dar una incapacidad laboral ni te puede acreditar para la cuarentena. La burocracia laboral nos obligó a sumergirnos en las profundidades de ese kafkiano infierno de absurdo patetismo. Eso sí, la buena noticia es que lo revelado por esa bola de cristal llamada ultrasonido, es que todo marcha bien y que el corazón del Conejito late a un buen ritmo. Por cierto ¿Sabes cuál es el arma perfecta para conjurar el infierno del IMSS? Una buena novela y la verdad es que para poderte abstraer por completo en un lugar tan patético, requieres una verdadera obra de arte. El sábado, por fortuna, elegí el libro adecuado: “Un viejo que leía novelas de amor”, del chileno Luís Sepúlveda. Lo empecé a leer en sala de espera mientras aguardaba a Carolina y ahí mismo lo terminé. Librazo. Es una obra que en poco tiempo se convirtió en clásica y que llegó demasiado tarde a mi vida. De hecho Luís Sepúlveda llegó tardíamente a mi existencia con la Lámpara de Aladino, pero ahora lo estoy disfrutando. Sí, tal vez es inocultable la vibra garcíamarqueana, pero carajo, a mí sus libros me han hecho feliz. El viejo que leía novelas de amor tuvo la fuerza para sacarme de una sala de espera del IMSS y llevarme a la Amazonía ecuatoriana. Un libro que me hubiera gustado mucho de niño y que no por ello dejé de disfrutar ahora. Últimamente encuentro un gran placer en las cosas sencillas.