Lecturas de moda
Parece ser que en el 2009 la adolescencia se entretiene leyendo historias de vampiros y si quieren que les sea honesto, el asunto me encanta. No, no he leído ni pienso leer a Stephenie Meyer, pero me da gusto ver que los pubertos lo hagan. De entrada, ya es un paso adelante que un adolescente se ponga a leer y quiero creer que estos relatos de sexyvampiros de high school pueden ser para ellos la puerta de entrada hacia universos literarios más profundos y fascinantes. Vaya, de que lean historias de murciélagos galanes en bailes de graduación a que se contaminen con pestilencia mojigata de carlos cuauhtémoc, creo que vamos varios pasos adelante. Hace unos 16 años, miles de jovencitas leían basura como “juventud en éxtasis” y “un grito desesperado”.La verdad, me parece infinitamente más interesante que lean Crepúsculo.
Mi segundo empleo en nómina, allá por 1994, fue en la Librería Castillo de la Plaza San Agustín en San Pedro (entre santos regios te veas). Aunque la mayoría de mis compañeros de trabajo eran patéticos y aburridos, puedo afirmar que a mí manera disfruté los meses que ahí laboré, pues además de pasar el día rodeado de libros, logré desarrollar una intuición casi perfecta para definir prototípicos perfiles de lector. Vaya, me bastaba con ver la cara de una persona al entrar a la librería para adivinar qué libro me iba a pedir. El 90% de las veces acertaba, aunque si he de ser sincero, los clientes no me lo ponían muy difícil, pues eran en extremo predecibles. En aquel verano de 1994 nada más había de tres sopas: libros de angelitos metafísicos, juventud en éxtasis y porquería similar y textos de oportunidad sobre teorías conspiratorias en el asesinato de Colosio, el EZLN y de más temas de moda.
Las principales compradoras de libros en San Pedro Garza García eran las señoras fresonas de entre 40 y 60 años y el 99% de las veces compraban libros sobre ángeles, el Conde Saint Germain y cosas del estilacho. Metafísica, le llamaban ellas. En aquel entonces los angelitos estaban de moda y todas las señoras juraban que habían visto uno o varios y que todas las noches platicaban con ellos. Son las mismas que hoy en día deben ser felices leyendo cosas como El alquimista de Paulo Cohelo.
El segundo grupo de compradoras, estaba constituido por las jovenzuelas estudiantes de la prepa del Tec o de los primeros semestres de carreras como Comunicación o Relaciones Internacionales, que invariablemente compraban la basura producida por ese tal carlos cuauhtémoc. “Son libros muy bonitos” decían. “Te enseñan valores, tipo que bien padre con tu novio, virgen hasta el matrimonio”. Cierto, los angelitos, con todo y sus alas y sus aureolas, cagaban mierda aguada en mi cara, pero juventud en éxtasis me parecía el insulto más consumado, el peldaño más bajo de mojigatería y pendejez. Puede que llegara a tolerar a una doña tafilera que en medio de delirios místicos jurara estar rodeada por ángeles, pero jamás tuve la más mínima tolerancia hacia una imbécil que se confesara fanática de carlos cuauthémoc. Vaya, en aquel entonces carlos cuauhtémoc se convirtió en mi parámetro perfecto para definir la pendejez de una persona. Era algo así como mi frontera o mi termómetro para definir la clase más patética de persona que podía haber sobre la tierra. Si una morra me decía que había derramado lágrimas con juventud en éxtasis no tenía salvación ante mí: quedaba definida como una pendeja absoluta por toda la eternidad, sin posibilidad de redención alguna. Confieso que alguna vez hice buenas obras y a algunas mocosuelas que pedían basura carloscuauhtémica, les vendí Historia del Ojo de Bataille o las Aventuras de un Joven don Juan de Apollinare. Ninguna acudió a reclamarme.
El tercer grupo de compradores de libros era mayoritariamente masculino y como ya he narrado, se interesaba por textos express salidos del microondas editorial para revelar supuestas verdades ocultas sobre Lomas Taurinas, la Selva Lacandona y todos esos dramas que hicieron temblar a México en el 94. Libros olvidables, prescindibles, que pasaban de moda a las tres semanas. Toneladas de material desechable de Luís Pazos y oportunistas por el estilo. No ha cambiado mucho el asunto. Hoy en día son miles los que buscan hilos negros en las confesiones de Carlos Ahumada o se conmueven con las frases plañideras de Luís Carlos Ugalde.
Veo la lista de los libros más vendidos que aparece en la revista de la Librería Gandhi y me impresiona que los cuatro primeros lugares los ocupe una sola autora: Stephenie Meyer. Digo, hay casos de autores que se logran colocar durante meses en un primerísimo sitio de ventas; Dan Brown y su Código da Vinci lo hicieron. ¿Pero que coloques cuatro libros distintos en los cuatro primeros sitios? Eso sí que es fenómeno. El adolescente, consumista por excelencia, es la más acabada víctima de la mercadotecnia. En quinto lugar de popularidad está México acribillado, de Francisco Martín Moreno, única novedad de la lista que está en mi librero, misma estoy leyendo y por cierto disfrutando en serio. Ya hablaré de él después. En el sexto está Saramago y su elefantito y en el séptimo los Cuentos de Beedle el Bardo. El octavo sitio es para mi colega Anabel Hernández y Los cómplices del Presidente. Debo aclarar en este caso que distingo muy bien entre la basura oportunista marca Luis Pazos y las investigaciones periodísticas serias y en ese sentido el trabajo de Anabel es auténtica labor de experta reportera.
El noveno lugar de ventas lo tiene un libro escrito hace más de medio siglo por el señor Carlos Fuentes que se llama La región más transparente y que por lo que a mí respecta, me rompió la madre. Quieran o no sus detractores, esa novela marcó un antes y después en eso que identifican como nuestra mexicana narrativa. Ixca Cienfuegos forever. Lo siento señores, pero yo he sido y sigo siendo feliz con Fuentes. Para terminar, el décimo puesto lo tiene El niño con el pijama de rayas de John Boyne.
Pues bien, esto es lo que leen los mexicanos, o al menos los clientes de Gandhi, en tiempos de la influenza, la crisis y de más plagas apocalípticas. Al igual que sucede con los éxitos musicales, las listas de ventas las marcan los adolescentes. Acaso Meyer y sus teenage dráculas pasen de moda muy pronto o acaso marquen con sus colmillos a una generación entera de jóvenes vampiros.
PD. Las venas abiertas de América Latina no está en las listas, pero no tarda en aparecer. Eduardo Galeano le tendría que pasar una comisión a Hugo Chávez por regalárselo a Obama, pues en pleno 2009 varios miles de idiotas se enteraron de la existencia de ese viejo libro setentero y fueron a comprarlo. Alvarito Vargas Llosa, Plinio Apuleyo y demás apologistas neoliberales enemigos acérrimos de Galeano deben retorcer sus verdes tripas de envidia.
Varias veces, en este mismo espacio, me he confesado devoto de la prosa de Galeano. Sí, es cierto, su izquierdismo es tan rimbombante, tan cursi, que acaba por resultar tierno. Pero políticas aparte, aunque seas un ejecutivo de Wall Street, debes reconocer que como prosista Galeano es punto y aparte. Su trilogía Las Caras y las Máscaras y el reciente Espejos son de esos textos que leo y releo por hedonismo puro, por el simple placer de perderme en la delicia de una prosa poética de aquellas. Futbol a Sol y Sombra, lo he dicho muchas veces, es la mejor pieza de Literatura Futbolística que existe en el planeta.
Parece ser que en el 2009 la adolescencia se entretiene leyendo historias de vampiros y si quieren que les sea honesto, el asunto me encanta. No, no he leído ni pienso leer a Stephenie Meyer, pero me da gusto ver que los pubertos lo hagan. De entrada, ya es un paso adelante que un adolescente se ponga a leer y quiero creer que estos relatos de sexyvampiros de high school pueden ser para ellos la puerta de entrada hacia universos literarios más profundos y fascinantes. Vaya, de que lean historias de murciélagos galanes en bailes de graduación a que se contaminen con pestilencia mojigata de carlos cuauhtémoc, creo que vamos varios pasos adelante. Hace unos 16 años, miles de jovencitas leían basura como “juventud en éxtasis” y “un grito desesperado”.La verdad, me parece infinitamente más interesante que lean Crepúsculo.
Mi segundo empleo en nómina, allá por 1994, fue en la Librería Castillo de la Plaza San Agustín en San Pedro (entre santos regios te veas). Aunque la mayoría de mis compañeros de trabajo eran patéticos y aburridos, puedo afirmar que a mí manera disfruté los meses que ahí laboré, pues además de pasar el día rodeado de libros, logré desarrollar una intuición casi perfecta para definir prototípicos perfiles de lector. Vaya, me bastaba con ver la cara de una persona al entrar a la librería para adivinar qué libro me iba a pedir. El 90% de las veces acertaba, aunque si he de ser sincero, los clientes no me lo ponían muy difícil, pues eran en extremo predecibles. En aquel verano de 1994 nada más había de tres sopas: libros de angelitos metafísicos, juventud en éxtasis y porquería similar y textos de oportunidad sobre teorías conspiratorias en el asesinato de Colosio, el EZLN y de más temas de moda.
Las principales compradoras de libros en San Pedro Garza García eran las señoras fresonas de entre 40 y 60 años y el 99% de las veces compraban libros sobre ángeles, el Conde Saint Germain y cosas del estilacho. Metafísica, le llamaban ellas. En aquel entonces los angelitos estaban de moda y todas las señoras juraban que habían visto uno o varios y que todas las noches platicaban con ellos. Son las mismas que hoy en día deben ser felices leyendo cosas como El alquimista de Paulo Cohelo.
El segundo grupo de compradoras, estaba constituido por las jovenzuelas estudiantes de la prepa del Tec o de los primeros semestres de carreras como Comunicación o Relaciones Internacionales, que invariablemente compraban la basura producida por ese tal carlos cuauhtémoc. “Son libros muy bonitos” decían. “Te enseñan valores, tipo que bien padre con tu novio, virgen hasta el matrimonio”. Cierto, los angelitos, con todo y sus alas y sus aureolas, cagaban mierda aguada en mi cara, pero juventud en éxtasis me parecía el insulto más consumado, el peldaño más bajo de mojigatería y pendejez. Puede que llegara a tolerar a una doña tafilera que en medio de delirios místicos jurara estar rodeada por ángeles, pero jamás tuve la más mínima tolerancia hacia una imbécil que se confesara fanática de carlos cuauthémoc. Vaya, en aquel entonces carlos cuauhtémoc se convirtió en mi parámetro perfecto para definir la pendejez de una persona. Era algo así como mi frontera o mi termómetro para definir la clase más patética de persona que podía haber sobre la tierra. Si una morra me decía que había derramado lágrimas con juventud en éxtasis no tenía salvación ante mí: quedaba definida como una pendeja absoluta por toda la eternidad, sin posibilidad de redención alguna. Confieso que alguna vez hice buenas obras y a algunas mocosuelas que pedían basura carloscuauhtémica, les vendí Historia del Ojo de Bataille o las Aventuras de un Joven don Juan de Apollinare. Ninguna acudió a reclamarme.
El tercer grupo de compradores de libros era mayoritariamente masculino y como ya he narrado, se interesaba por textos express salidos del microondas editorial para revelar supuestas verdades ocultas sobre Lomas Taurinas, la Selva Lacandona y todos esos dramas que hicieron temblar a México en el 94. Libros olvidables, prescindibles, que pasaban de moda a las tres semanas. Toneladas de material desechable de Luís Pazos y oportunistas por el estilo. No ha cambiado mucho el asunto. Hoy en día son miles los que buscan hilos negros en las confesiones de Carlos Ahumada o se conmueven con las frases plañideras de Luís Carlos Ugalde.
Veo la lista de los libros más vendidos que aparece en la revista de la Librería Gandhi y me impresiona que los cuatro primeros lugares los ocupe una sola autora: Stephenie Meyer. Digo, hay casos de autores que se logran colocar durante meses en un primerísimo sitio de ventas; Dan Brown y su Código da Vinci lo hicieron. ¿Pero que coloques cuatro libros distintos en los cuatro primeros sitios? Eso sí que es fenómeno. El adolescente, consumista por excelencia, es la más acabada víctima de la mercadotecnia. En quinto lugar de popularidad está México acribillado, de Francisco Martín Moreno, única novedad de la lista que está en mi librero, misma estoy leyendo y por cierto disfrutando en serio. Ya hablaré de él después. En el sexto está Saramago y su elefantito y en el séptimo los Cuentos de Beedle el Bardo. El octavo sitio es para mi colega Anabel Hernández y Los cómplices del Presidente. Debo aclarar en este caso que distingo muy bien entre la basura oportunista marca Luis Pazos y las investigaciones periodísticas serias y en ese sentido el trabajo de Anabel es auténtica labor de experta reportera.
El noveno lugar de ventas lo tiene un libro escrito hace más de medio siglo por el señor Carlos Fuentes que se llama La región más transparente y que por lo que a mí respecta, me rompió la madre. Quieran o no sus detractores, esa novela marcó un antes y después en eso que identifican como nuestra mexicana narrativa. Ixca Cienfuegos forever. Lo siento señores, pero yo he sido y sigo siendo feliz con Fuentes. Para terminar, el décimo puesto lo tiene El niño con el pijama de rayas de John Boyne.
Pues bien, esto es lo que leen los mexicanos, o al menos los clientes de Gandhi, en tiempos de la influenza, la crisis y de más plagas apocalípticas. Al igual que sucede con los éxitos musicales, las listas de ventas las marcan los adolescentes. Acaso Meyer y sus teenage dráculas pasen de moda muy pronto o acaso marquen con sus colmillos a una generación entera de jóvenes vampiros.
PD. Las venas abiertas de América Latina no está en las listas, pero no tarda en aparecer. Eduardo Galeano le tendría que pasar una comisión a Hugo Chávez por regalárselo a Obama, pues en pleno 2009 varios miles de idiotas se enteraron de la existencia de ese viejo libro setentero y fueron a comprarlo. Alvarito Vargas Llosa, Plinio Apuleyo y demás apologistas neoliberales enemigos acérrimos de Galeano deben retorcer sus verdes tripas de envidia.
Varias veces, en este mismo espacio, me he confesado devoto de la prosa de Galeano. Sí, es cierto, su izquierdismo es tan rimbombante, tan cursi, que acaba por resultar tierno. Pero políticas aparte, aunque seas un ejecutivo de Wall Street, debes reconocer que como prosista Galeano es punto y aparte. Su trilogía Las Caras y las Máscaras y el reciente Espejos son de esos textos que leo y releo por hedonismo puro, por el simple placer de perderme en la delicia de una prosa poética de aquellas. Futbol a Sol y Sombra, lo he dicho muchas veces, es la mejor pieza de Literatura Futbolística que existe en el planeta.