Todo relato es por definición, infiel. La realidad no se puede contar ni repetir. Lo único que se puede hacer con la realidad, es inventarla de nuevo.
Escribir tiene que ver con la salud, con el azar, con la felicidad y el sufrimiento pero sobre todo tiene que ver con el deseo. Los relatos son un insecto que uno debe de matar cuanto antes.
Esta es la desgracia del lenguaje escrito. Puede resucitar los sentimientos, el tiempo perdido, los azares que enlazan un hecho con otro, pero no puede resucitar la realidad. La realidad no resucita: nace de otro modo, se transfigura, se reinventa a sí misma en las novelas. La sintaxis o los tonos de los personajes regresan con otro aire y al pasar por los tamices del lenguaje escrito, se vuelven otra cosa.
Escribir tiene que ver con la salud, con el azar, con la felicidad y el sufrimiento pero sobre todo tiene que ver con el deseo. Los relatos son un insecto que uno debe de matar cuanto antes.
Esta es la desgracia del lenguaje escrito. Puede resucitar los sentimientos, el tiempo perdido, los azares que enlazan un hecho con otro, pero no puede resucitar la realidad. La realidad no resucita: nace de otro modo, se transfigura, se reinventa a sí misma en las novelas. La sintaxis o los tonos de los personajes regresan con otro aire y al pasar por los tamices del lenguaje escrito, se vuelven otra cosa.