Eterno Retorno

Tuesday, October 14, 2008

En cada amanecer un memorándum de falsa eternidad.

La Muerte estaba ahí, luciendo impúdica su omnipresencia, dejando que cada uno a su alrededor la deseara.

El Otro esta ahí en el espejo, impersonal, terco compañero, bulto atado a mis tobillos.


Cuando se dejó caer sobre nuestras pieles el décimo mes, los días empezaron a ser guardados en refractarios. Los instantes se sucedían fugaces, aunque frente a la mirada parecían ser estáticos, cómo sí la tarde fuera un iceberg sintético. Los momentos se alternaban exactos y uniformes, simulando un caminar hacia adelante, pero su condición era la de un cuadrante, un cuerpo alumbrado por luz artificial girando sobre su propio eje. Así nos sorprendió Octubre, entre blasfemos rumores de Apocalipsis y promesas de contrato con el presente, mientras en los laboratorios de las entrañas fabricábamos gritos silenciosos y ácidas miradas.


Gritos silenciosos. Los hay en cada mirada, en cada boca cerrada, reptando en las ardientes entrañas. La sangre parece alcanzar un punto de ebullición, querer reventar el calabozo de venas y esparcirse en el asfalto, en los muros, ir en busca de otros cuerpos abiertos, reventados y diluirse en materia prófuga.


¿Mente? Un paraje agreste y enlodado, cubierto de negras rocas y cataratas.
Lodo madre, cobija de mil semillas, navaja mutiladora de pensamientos.
Dosis de hambre y deseo, sueños, soberbia, absurdo y piedad. Los engranes de la máquina nunca paran.


Oler los libros. Esa era su reacción, venida quién sabe de qué profundas moradas del subconsciente. Le era inevitable, más fuerte que su voluntad misma y aunque hasta el momento no se ha sabido que pegar la nariz a las letras pueda ser perjudicial para el organismo, producir cáncer, colesterol y cuadros paranoicos, sentía que oler los libros delante de la gente la delataba.