¿Es éste el peor de los mundos posibles? Por supuesto que no, siempre hay uno peor. Tengo la plena certeza de que por muchos años recordaremos en Tijuana este otoño. Lo que aún no me queda claro, es si lo añoraremos como se añoran los tiempos de gloria, los pasados felices o lo recordaremos como el año en que yacíamos sepultados en el pozo. Por desgracia, el pozo siempre puede ser más profundo. Pese a todo, sigo riendo, sigo sonriendo, caminando como si tal cosa por estas calles peligrosas, contemplando el mar y el cielo y si alguien me lo pregunta, le respondería que mi vida es feliz. Sí, también se puede reír cuando se habita en el Infierno.
Concord
En mi trabajo estoy acostumbrado a escuchar historias tristes. Siendo reportero en la Tijuana del 2008, no se puede pensar que a diario me tope con vidas rebosantes de felicidad, dulzura y esperanza. Estoy acostumbrado a mirar de cerca las más macabras de las vidas y a escuchar las repugnantes peroratas de los más cínicos justificando siempre la desgracia ajena. Por fortuna mi caparazón ontológico es poderoso. Sin embargo, hace un par de semanas, en el punto más cruel de la crisis penitenciaria y cuando la economía estadounidense mordía el polvo, los azares de mi oficio y la vocación siempre burlona de la aleatoriedad, me pusieron delante de un par de suizos, dueños de la firma relojera Concord. El helvético par, salido de alguna página de la GQ, venía a informarnos que había elegido a Tijuana como uno de los cinco puntos de distribución de su nuevo reloj, un armatoste gigantesco e indiscreto. Amables, sosegados, con esa plácida sonrisa de los que no son de este mundo, los suizos me hablaban de las bondades de su reloj, del diseño vanguardista, de la centenaria tradición del Tourbillon, de la sofisticación y la modernidad. El reloj que el suizo en cuestión (se llama Vincent Perriard) lucía en su muñeca, tiene un costo de 250 mil euros. Me lo dijo él como si tal cosa, sin afán de joder. El que estarán vendiendo en Tijuana para la perrada y que podrás encontrar en un aparador de Plaza Río, costará únicamente 14 mil euros. La frivolidad suele escupirte en la cara en los momentos más adecuados. Me quedó claro que el par de suizos no sabían dónde estaban parados. Pensé en los negocios quebrados, en los que acaban de perder su empleo, en los reos de la peni matando por un plato de arroz con gusanos, en las familias que quedaron en calzones por pagar el rescate de un hijo secuestrado al que al final mataron. Pensé demasiadas cosas y al final no me quedó más que regalar una sonrisa a los helvéticos, la sonrisa de quien sabe que el mundo siempre fue y será una porquería (ya lo se). Un acto tan sencillo como preguntar la hora, algo que puede salirte gratis todos los días de tu vida, te costará 14 mil euros, la cantidad con la que podrías mantener a varias familias en un año. Ahora mismo no tengo reloj ni me interesa tener y si algo me queda claro es que ni aunque vomitara o cagara la feria, ni aunque tuviera mi vida y la de todos mi seres queridos económicamente resuelta, me compraría un reloj así. Pese a todo, siempre he detestado la frivolidad y si alguna frase rescato del trasnochado refranero socialista, es aquella de que “mientras exista alguien a quien le falte el pan, el lujo seguirá siendo un crimen”.
Boina roja
Despierto de madrugada. En el buró yace “El cuento hispanoamericano”, la antología de Seymour Menton, uno de esos textos a los que vuelvo una y otra vez. Esa antología cayó en mis manos a mis diez u once años de edad y fue mi puerta de entrada a Revueltas, Cortázar, Echeverría y otros tantos. Elijo releer “La boina roja” del panameño Rogelio Sinán. Un cuentazo. De mis favoritos de la antología desde la primera vez que lo leí, hace ya bastantes años. Mezcla de surrealismo y cientificismo. Después, conjuro el insomnio retornando a un viejo amigo: “Dios en la tierra” de José Revueltas. Creo que si tuviera que elegir un cuento por la prosa, votaría por “Dios en la tierra” como el mejor cuento mexicano de todos los tiempos y que me perdone Juan Rulfo. La relectura es siempre hechizante.
Concord
En mi trabajo estoy acostumbrado a escuchar historias tristes. Siendo reportero en la Tijuana del 2008, no se puede pensar que a diario me tope con vidas rebosantes de felicidad, dulzura y esperanza. Estoy acostumbrado a mirar de cerca las más macabras de las vidas y a escuchar las repugnantes peroratas de los más cínicos justificando siempre la desgracia ajena. Por fortuna mi caparazón ontológico es poderoso. Sin embargo, hace un par de semanas, en el punto más cruel de la crisis penitenciaria y cuando la economía estadounidense mordía el polvo, los azares de mi oficio y la vocación siempre burlona de la aleatoriedad, me pusieron delante de un par de suizos, dueños de la firma relojera Concord. El helvético par, salido de alguna página de la GQ, venía a informarnos que había elegido a Tijuana como uno de los cinco puntos de distribución de su nuevo reloj, un armatoste gigantesco e indiscreto. Amables, sosegados, con esa plácida sonrisa de los que no son de este mundo, los suizos me hablaban de las bondades de su reloj, del diseño vanguardista, de la centenaria tradición del Tourbillon, de la sofisticación y la modernidad. El reloj que el suizo en cuestión (se llama Vincent Perriard) lucía en su muñeca, tiene un costo de 250 mil euros. Me lo dijo él como si tal cosa, sin afán de joder. El que estarán vendiendo en Tijuana para la perrada y que podrás encontrar en un aparador de Plaza Río, costará únicamente 14 mil euros. La frivolidad suele escupirte en la cara en los momentos más adecuados. Me quedó claro que el par de suizos no sabían dónde estaban parados. Pensé en los negocios quebrados, en los que acaban de perder su empleo, en los reos de la peni matando por un plato de arroz con gusanos, en las familias que quedaron en calzones por pagar el rescate de un hijo secuestrado al que al final mataron. Pensé demasiadas cosas y al final no me quedó más que regalar una sonrisa a los helvéticos, la sonrisa de quien sabe que el mundo siempre fue y será una porquería (ya lo se). Un acto tan sencillo como preguntar la hora, algo que puede salirte gratis todos los días de tu vida, te costará 14 mil euros, la cantidad con la que podrías mantener a varias familias en un año. Ahora mismo no tengo reloj ni me interesa tener y si algo me queda claro es que ni aunque vomitara o cagara la feria, ni aunque tuviera mi vida y la de todos mi seres queridos económicamente resuelta, me compraría un reloj así. Pese a todo, siempre he detestado la frivolidad y si alguna frase rescato del trasnochado refranero socialista, es aquella de que “mientras exista alguien a quien le falte el pan, el lujo seguirá siendo un crimen”.
Boina roja
Despierto de madrugada. En el buró yace “El cuento hispanoamericano”, la antología de Seymour Menton, uno de esos textos a los que vuelvo una y otra vez. Esa antología cayó en mis manos a mis diez u once años de edad y fue mi puerta de entrada a Revueltas, Cortázar, Echeverría y otros tantos. Elijo releer “La boina roja” del panameño Rogelio Sinán. Un cuentazo. De mis favoritos de la antología desde la primera vez que lo leí, hace ya bastantes años. Mezcla de surrealismo y cientificismo. Después, conjuro el insomnio retornando a un viejo amigo: “Dios en la tierra” de José Revueltas. Creo que si tuviera que elegir un cuento por la prosa, votaría por “Dios en la tierra” como el mejor cuento mexicano de todos los tiempos y que me perdone Juan Rulfo. La relectura es siempre hechizante.