La mañana del 20 de agosto recibí la noticia del nacimiento de Claudia Lucía, la hija de mi primo Héctor Diego. Mi celular sonó cuando estaba en medio de una furiosa manifestación de burócratas sindicalizados en Palacio Municipal. De un tiempo para acá las grandes noticias me llegan siempre por celular. Pensé entonces en la eternidad, en el milagro absoluto e incomprensible de estar vivo e iniciar una vida. Pensé en el río de la existencia cuyas aguas corren cada vez más rápido hacia una cascada, en el Eterno Retorno, en la puntualidad de los ciclos. Pensé en una vida hecha de estampas desparramadas en donde presente, pasado y futuro no siempre van en orden. Pensé en que de una década para acá, digamos que durante todo el Siglo XXI, he estado lejos de gente que quiero en momentos trascendentales de la vida, aunque siempre los tengo presentes.
Esa mañana una vida comenzó la vida de Claudia Lucía mientras un avión se desplomaba en Madrid y un mexicano llamado Ernesto Pérez conquistaba una medalla de oro en Tae Kwan Do y por la noche Sven Goran Eriksson debutaba con la Selección Mexicana mientras Tijuana se ahogaba en su propia sangre redundante y el 20 de agosto aseguraba su inmortalidad.
Esa mañana una vida comenzó la vida de Claudia Lucía mientras un avión se desplomaba en Madrid y un mexicano llamado Ernesto Pérez conquistaba una medalla de oro en Tae Kwan Do y por la noche Sven Goran Eriksson debutaba con la Selección Mexicana mientras Tijuana se ahogaba en su propia sangre redundante y el 20 de agosto aseguraba su inmortalidad.