Si fuera un cinéfilo o un vil imbecil, sería victima de multiorgasmos por estar en donde estoy en este momento. Escribo desde los Estudios Universales de Hollywood, a donde he llegado desde ayer a cubrir la Conferencia de Gobernadores Fronterizos. Pero resulta que soy un tipo raro que ve, cuando mucho, una película cada dos años, para el que los nombres de actores famosos no significan nada.
He conocido varios cientos de pendejos que alucinan con la posibilidad de venir a Hollywood. A mi me vale madre el cine, sus actores, su alfombra y su infinita pendejez. Pero a cualquier cobertura foránea, hasta en el ultimo rincón del desierto, siempre me apuntaré con gusto. Es mi vocación.
El antiyanquismo es un sentimiento demasiado ordinario, carente de la más minima originalidad. Yo no soy antiyanqui, pero cada vez me queda más claro que California no es lo mío. Algo me sucede cuando estoy aquí, un sentimiento parecido a cierto aburrimiento melancólico, algo que no me sucedió jamás en los seis meses que pasé en Massachussets o el mes que me aventé en Nueva York. La Costa Este y el Norte se cuecen aparte. California es mi vecina desde hace casi diez años, a donde cruzo mínimo dos veces por mes y sin embargo no es lo mío. California es una morra guapa pero frigida, aburrida, sosa como un producto light, deslactosado, como un café sin cafeína, como una cerveza sin alcohol.
He conocido varios cientos de pendejos que alucinan con la posibilidad de venir a Hollywood. A mi me vale madre el cine, sus actores, su alfombra y su infinita pendejez. Pero a cualquier cobertura foránea, hasta en el ultimo rincón del desierto, siempre me apuntaré con gusto. Es mi vocación.
El antiyanquismo es un sentimiento demasiado ordinario, carente de la más minima originalidad. Yo no soy antiyanqui, pero cada vez me queda más claro que California no es lo mío. Algo me sucede cuando estoy aquí, un sentimiento parecido a cierto aburrimiento melancólico, algo que no me sucedió jamás en los seis meses que pasé en Massachussets o el mes que me aventé en Nueva York. La Costa Este y el Norte se cuecen aparte. California es mi vecina desde hace casi diez años, a donde cruzo mínimo dos veces por mes y sin embargo no es lo mío. California es una morra guapa pero frigida, aburrida, sosa como un producto light, deslactosado, como un café sin cafeína, como una cerveza sin alcohol.