El certificado de defunción de la Navidad se otorga oficialmente en el momento en que sacas el pino de tu casa. Cuando lo traes al hogar y lo colocas, lo haces en familia, sin prisas, con esa dosis de tierna lentitud propia de ciertos rituales. Suenan los villancicos y la cachondez de espíritu todo lo impregna. Quitarlo es un trámite y tratas de hacerlo tan rápido como sea posible. Al que fue amo y señor de tu sala, al que tanto tiempo dedicaste a engalanar, lo sacas de casa por la puerta trasera y lo arrojas a la intemperie como un cadáver encobijado. El ritual de quitado de pino fue en esta ocasión a ritmo de rolitas setenteras. Hawkwind, Pentagram, Black Rose, unos vasitos de whiskocho y listo. Adiós Navidad. Bienvenida la monumental cruda de enero. La Navidad más triste de nuestras vidas se ha largado para siempre. Entre el brillo de las luces y las esferas, la vida de Morris se apagaba. Los días de este diciembre cruel serán recordados por siempre como el escenario de su agonía. Ahora eso que llaman vida hace esfuerzos por comenzar de nuevo. El trabajo es una droga potente y un analgésico efectivo. Cuando quiero evadirme de lo que realmente me duele, simplemente me pongo a trabajar y juego a que me concentro en esta barata ficción. Finjo que la política bajacaliforniana me resulta interesante, que las noticias son realmente trascendentes, que no habían ocurrido antes. Pero cuando acabas de tundir teclas y te enfrentas cara a cara con el silencio, caes en la cuenta de que algo metamorfea en la existencia. Juegas a seguir siendo el mismo, pero ya no lo eres. Es la muerte de Morris, sí, pero acaso atrás de ella venga un torrente, un huracán que hará pedazos tu estabilidad.
En esta Tijuana de eterna metamorfosis, en este imperio de lo efímero donde todo migra y se consume, donde la rueda de la fortuna gira a mil revoluciones, nuestra vida es lineal, ordenada, sostenida por una estabilidad que a veces asusta por improbable. Tomando en cuenta que me desenvuelvo como eterno espectador y cronista de los pantanos políticos, donde la rueda de la fortuna sueñe ser particularmente cruel, he visto muchas vidas transformarse. En estos nueve años he visto la película de mil un destinos, gente que se abraza unos minutos a la piel del cielo para después morder el polvo. Almas mutantes de la extrema soberbia a la humildad mendiga. Suben, bajan, van, vienen, un día con la cartera a reventar y al otro pidiendo limosna. Los he visto llegar a Tijuana con una mano adelante y la otra atrás, nadando en el pantano, tejiendo telarañas, lambisconeando, grillando, perfeccionando el arte de lamer suela. Los he visto petulantes, engreídos, apestando a narcisismo y los he visto olvidados, suplicantes, embriagándose con el polvo de lo que fue su lodo. Por cierto, a algunos también los he visto muertos.
Fuera de la política también he visto de todo un poco. Vivir en Tijuana significa ver que unos se hacen ricos, otros se hacen pobres, se casan, se divorcian, se arrejuntan, se drogan, se rehabilitan, los echan del trabajo o lo abandonan por aburrimiento, ponen un negocio, empiezan a publicar un pasquín, se declaran free lancers, vuelven al trabajo que dejaron, se reconcilian con la antigua esposa, encuentran una nueva amante, se largan de la ciudad, retornan y dentro de ese ordinario lugar común, dentro de las infinitas posibilidades del “qué ha habido” siempre hay una nueva respuesta.
Con nosotros no. Nueve años terriblemente estables. Sin un centavo de más, sin un centavo de menos, sin un sobresalto económico, sin un tropezón significativo. ¿Quién carajos presume en Tijuana casi una década de estabilidad laboral? ¿Quién diablos puede aquí hablar de monogamia por convicción? Nosotros y eso nos convierte en bichos raros. Al final de cuentas, aunque se hable de espíritu aventurero, de improvisación, de aleatoriedad, la estabilidad, he de confesarlo, es adictiva y es inevitable el pavor a perderla.
La anestesia de lo cotidiano se infiltra lentamente en mis venas. Sísifo está al píe de la montaña. La gran roca está frente a él. Es un largo camino hacia la cima y parece ser que a la roca le han acuchillado el espíritu ¿O es mi espíritu el que está sangrando?
En Tijuana me he dedicado consciente e intencionalmente a cerrar puertas, tender barreras y rechazar invitaciones.
La redacción es un cuerpo que tiene temperatura. Acaso deba existir un termómetro que se coloque en la axila de esta sala y denote cómo anda su nivel de fiebre. Hoy andamos en 36 o 37. No hay calentura.
Te das cuenta que te has vuelto un viejo tundeteclas cuando descubres con horror que todo aquello que escribiste hoy ya lo has escrito mil veces. La alerta por el diluvio universal fue la misma alerta de todos los eneros. La evocación siniestra del Apocalipsis 93 siempre surte efectos, aunque cientos de miles de tijuanenses ni siquiera intuíamos Tijuana hace 15 años. Aún así, los relatos de una inundación bíblica son capaces de asustar a uno que otro. Al final, el único damnificado de las lluvias fui yo, pues el agua sólo sirvió para suspender el juego de Tigres en el estadio Caliente. La última vez que Tigres pisó tierra tijuanense fue en enero de 1997, cuando dentro de su calvario en Primera A visitó y venció 2-1 a Inter Tijuana (dos goles de Nilsson Esidio) Acaso pasarán otros once años para que vuelvan a venir mis Tigres. Gracias Tlaloc. Gracias Murphy. Tuvieron un excelente tino para damnificarme.
Pero sigamos con las redundancias. La PFP ha vuelto a Tijuana y la mayoría de los medios (que conste que no nosotros) muerden el anzuelo. A ver: Noticias, tengo entendido, es sinónimo de nuevas, traducción literal del anglicismo News. ¿Nueva? ¿Hay algo nuevo en la llegada de los ratones grises a la ciudad? Is any fucking thing new with the PFP? Desde que Gertz Manero los mandó en enero del 2002 suelen venir varias veces cada año. De no ser porque hace poco cambiaron el color del uniforme, podríamos usar las fotos del 2003 o del 2004. Por las declaraciones de los funcionarios tampoco hay que preocuparse. Cuestión de darles copy paste.
En esta Tijuana de eterna metamorfosis, en este imperio de lo efímero donde todo migra y se consume, donde la rueda de la fortuna gira a mil revoluciones, nuestra vida es lineal, ordenada, sostenida por una estabilidad que a veces asusta por improbable. Tomando en cuenta que me desenvuelvo como eterno espectador y cronista de los pantanos políticos, donde la rueda de la fortuna sueñe ser particularmente cruel, he visto muchas vidas transformarse. En estos nueve años he visto la película de mil un destinos, gente que se abraza unos minutos a la piel del cielo para después morder el polvo. Almas mutantes de la extrema soberbia a la humildad mendiga. Suben, bajan, van, vienen, un día con la cartera a reventar y al otro pidiendo limosna. Los he visto llegar a Tijuana con una mano adelante y la otra atrás, nadando en el pantano, tejiendo telarañas, lambisconeando, grillando, perfeccionando el arte de lamer suela. Los he visto petulantes, engreídos, apestando a narcisismo y los he visto olvidados, suplicantes, embriagándose con el polvo de lo que fue su lodo. Por cierto, a algunos también los he visto muertos.
Fuera de la política también he visto de todo un poco. Vivir en Tijuana significa ver que unos se hacen ricos, otros se hacen pobres, se casan, se divorcian, se arrejuntan, se drogan, se rehabilitan, los echan del trabajo o lo abandonan por aburrimiento, ponen un negocio, empiezan a publicar un pasquín, se declaran free lancers, vuelven al trabajo que dejaron, se reconcilian con la antigua esposa, encuentran una nueva amante, se largan de la ciudad, retornan y dentro de ese ordinario lugar común, dentro de las infinitas posibilidades del “qué ha habido” siempre hay una nueva respuesta.
Con nosotros no. Nueve años terriblemente estables. Sin un centavo de más, sin un centavo de menos, sin un sobresalto económico, sin un tropezón significativo. ¿Quién carajos presume en Tijuana casi una década de estabilidad laboral? ¿Quién diablos puede aquí hablar de monogamia por convicción? Nosotros y eso nos convierte en bichos raros. Al final de cuentas, aunque se hable de espíritu aventurero, de improvisación, de aleatoriedad, la estabilidad, he de confesarlo, es adictiva y es inevitable el pavor a perderla.
La anestesia de lo cotidiano se infiltra lentamente en mis venas. Sísifo está al píe de la montaña. La gran roca está frente a él. Es un largo camino hacia la cima y parece ser que a la roca le han acuchillado el espíritu ¿O es mi espíritu el que está sangrando?
En Tijuana me he dedicado consciente e intencionalmente a cerrar puertas, tender barreras y rechazar invitaciones.
La redacción es un cuerpo que tiene temperatura. Acaso deba existir un termómetro que se coloque en la axila de esta sala y denote cómo anda su nivel de fiebre. Hoy andamos en 36 o 37. No hay calentura.
Te das cuenta que te has vuelto un viejo tundeteclas cuando descubres con horror que todo aquello que escribiste hoy ya lo has escrito mil veces. La alerta por el diluvio universal fue la misma alerta de todos los eneros. La evocación siniestra del Apocalipsis 93 siempre surte efectos, aunque cientos de miles de tijuanenses ni siquiera intuíamos Tijuana hace 15 años. Aún así, los relatos de una inundación bíblica son capaces de asustar a uno que otro. Al final, el único damnificado de las lluvias fui yo, pues el agua sólo sirvió para suspender el juego de Tigres en el estadio Caliente. La última vez que Tigres pisó tierra tijuanense fue en enero de 1997, cuando dentro de su calvario en Primera A visitó y venció 2-1 a Inter Tijuana (dos goles de Nilsson Esidio) Acaso pasarán otros once años para que vuelvan a venir mis Tigres. Gracias Tlaloc. Gracias Murphy. Tuvieron un excelente tino para damnificarme.
Pero sigamos con las redundancias. La PFP ha vuelto a Tijuana y la mayoría de los medios (que conste que no nosotros) muerden el anzuelo. A ver: Noticias, tengo entendido, es sinónimo de nuevas, traducción literal del anglicismo News. ¿Nueva? ¿Hay algo nuevo en la llegada de los ratones grises a la ciudad? Is any fucking thing new with the PFP? Desde que Gertz Manero los mandó en enero del 2002 suelen venir varias veces cada año. De no ser porque hace poco cambiaron el color del uniforme, podríamos usar las fotos del 2003 o del 2004. Por las declaraciones de los funcionarios tampoco hay que preocuparse. Cuestión de darles copy paste.