Con la llegada del otoño despierta mi insaciable sed de viaje. Octubre trae los vientos que me recuerdan que la vida está siempre en otra parte. Animal de costumbres como soy, me he acostumbrado a viajar siempre en noviembre. Así ha sucedido en otros años, pero así no sucederá ahora. Los motivos son diversos. El que más nos detiene, sin duda, Morris. Aquellos imbéciles que dividen a los seres vivos en humanos y animales no lo comprenderán, pero Morris no es una mascota, es un hijo. Un hijo anciano que está por llegar a los 16 años de vida y que carga con enorme dignidad un ocaso que nos parte el alma. Casi ciego, tambaleante al caminar, Morris aún no pierde la alegría de vivir. En el último aliento mueve la cola, ladra y se alegra al recibirnos en casa. Pero nadie en este mundo puede cuidarlo como lo cuidamos nosotros o más bien dicho como lo cuida Carolina. Sus medicinas, sus vitaminas, su alimento especial y sobre todo esa sobredosis de amor que recibe cada día, lo mantienen aferrado a la vida. Imposible delegar su cuidado.
Envidio algunas veces a aquellos espíritus sedentarios que son capaces de ser felices sin moverse apenas de su lugar de origen. Aquellos capaces de sentir en una calle a todas las calles del mundo. Se que una mente creativa puede encontrar fascinante el viaje de la recámara a la cocina y que uno puede vivir el joyceano bloomsday en su propia ciudad. ¿Quién conoce realmente su propia ciudad? Yo no.
Algunas personas apreciadas por mí son sedentarios incurables. Ahí está mi compa Chano Carrazco que apenas ha salido de Tijuana en su vida. Ahí están otros tantos que ven en los viajes intercontinentales una pérdida inútil de dinero. Por desgracia yo no soy así. Siento ganas de viajar como un heroinómano en abstinencia. Con o sin dinero, siempre he dado prioridad a viajar sobre otras necesidades mucho más apremiantes. En la tabla de mi hedonismo, el máximo placer es recorrer por vez primera las calles de una ciudad deseada. Desnudar urbes como desnudar mujeres. Recorrer una nueva calle como quien recorre un cuerpo. Sedentario a la fuerza, nómada por vocación, hago hasta lo imposible por elevar alas cada cierto tiempo. Necesito aviones, noches de hotel, idiomas desconocidos. Necesito estar realmente perdido en un sitio improbable e intuir que acaso nunca volveré a casa. El viaje es metamorfosis y tatuaje, promesa de transformación, sospecha de que acaso no habrá regreso. El secreto deseo de todo viaje: no volver nunca.
¿A dónde iría?
A Buenos Aires eternamente, pero también deseo conocer Estambul, Lisboa, Israel, Los Blacanes, Escandinavia y sospecho que la vida no va a alcanzarme.
Mayúscula pendejada
Por cierto, hace unas cuantas semanas, en una noche de borrachera en el Dandy del Sur, escuché la más soberana y mayúscula de las pendejadas que he escuchado en años. Sí, cuando uno sale a crapulear y corre el licor, no todo lo que uno escuche serán comentarios inteligentes. Tal vez la esencia de toda noche de cantina sea escuchar un escupidero de pendejadas que uno olvidará rápidamente, pero la mayúscula estupidez que escuché es difícil de olvidar. Tamaña imbecilidad le baja la borrachera a cualquiera.
El individuo en cuestión, un antiguo colega de oficio, disparaba fanfarronadas y autoelogios como una ametralladora. De la misma forma que un AK-47 es capaz de disparar 600 tiros por minuto, nuestra boca de cuerno de chivo disparó en los pocos minutos que estuvo en mi mesa cualquier cantidad mamonerías y fanfarroneos. Cuesta trabajo que se pueda alardear y presumir tanto en tan poco tiempo. Pero dentro de las mil y un cosas que ya olvidé, surgió una que taladró mis oídos, quebró en un dos por tres mi borrachera, las cervezas se evaporaron de mi organismo y sólo me quedó pensar, a manera de involuntaria disculpa, que quien escupió semejante babosada estaba muy borracho o había perdido el control de su lengua (algo que le sucedió por cierto) Lo que este individuo dijo, perdónalo Dios, perdónalo Satanás, perdónalo Borges, perdónalo Gardel, es que Washington DC es una ciudad más interesante y bella que Buenos Aires. ¿Washington DC? He estado ahí un par de veces. La primera en 1996, durante mi gran travesía terrestre por la Costa Oeste y la segunda en abril de 2001, invitado por la Embajada de Estados Unidos a un programa internacional de periodistas. Tuve tiempo para recorrer sus calles, monumentos, edificios públicos, librerías y antros. De hecho aquí en mi escritorio está encimada y tapada por otras mi reglamentaria foto en la Casa Blanca. ¿Saben ustedes cuál fue mi bitácora de Washington? Nada del otro pinche mundo. Sosa, aburrida. Ta bien, pro no pa tanto. Ciudades como Boston, Toronto o Nueva York me parecen infinitamente más interesantes, solo por compararla con Norteamérica. Cierto, a algunos hombres les gustan las mujeres desabridas, pero decir que Washington es mejor que Buenos Aires...en fin, Borges, perdónalo, no sabía lo que decía.
Mal
Dice mi colega Tomás Eloy que en el lenguaje de Rubem Fonseca, cada una de sus palabras es como una nota musical desgajada de la sinfonía del Mal.
Cuando camino por las calles de Tijuana yo también siento que vivo en un mundo anterior a Dios, o un mundo en el que Dios es indiferente o acaso innecesario. No hay pecado, no hay culpa, no hay sino un incesante Mal inocente.
¿Qué mal podría hacer el Mal, cuando es sólo otra vibración de la naturaleza, como el agua, el aire y el impulso sexual?
Si el Mal es un trabajo, una distracción, una llamita que arde porque sí en el desierto de la vida cotidiana ¿a quién le importa entonces la trascendencia del Mal?
La realidad es un vasto laberinto donde todo se parece. Algunos senderos se repiten, otros no. El futuro está ahí, a los ojos de todos.
Envidio algunas veces a aquellos espíritus sedentarios que son capaces de ser felices sin moverse apenas de su lugar de origen. Aquellos capaces de sentir en una calle a todas las calles del mundo. Se que una mente creativa puede encontrar fascinante el viaje de la recámara a la cocina y que uno puede vivir el joyceano bloomsday en su propia ciudad. ¿Quién conoce realmente su propia ciudad? Yo no.
Algunas personas apreciadas por mí son sedentarios incurables. Ahí está mi compa Chano Carrazco que apenas ha salido de Tijuana en su vida. Ahí están otros tantos que ven en los viajes intercontinentales una pérdida inútil de dinero. Por desgracia yo no soy así. Siento ganas de viajar como un heroinómano en abstinencia. Con o sin dinero, siempre he dado prioridad a viajar sobre otras necesidades mucho más apremiantes. En la tabla de mi hedonismo, el máximo placer es recorrer por vez primera las calles de una ciudad deseada. Desnudar urbes como desnudar mujeres. Recorrer una nueva calle como quien recorre un cuerpo. Sedentario a la fuerza, nómada por vocación, hago hasta lo imposible por elevar alas cada cierto tiempo. Necesito aviones, noches de hotel, idiomas desconocidos. Necesito estar realmente perdido en un sitio improbable e intuir que acaso nunca volveré a casa. El viaje es metamorfosis y tatuaje, promesa de transformación, sospecha de que acaso no habrá regreso. El secreto deseo de todo viaje: no volver nunca.
¿A dónde iría?
A Buenos Aires eternamente, pero también deseo conocer Estambul, Lisboa, Israel, Los Blacanes, Escandinavia y sospecho que la vida no va a alcanzarme.
Mayúscula pendejada
Por cierto, hace unas cuantas semanas, en una noche de borrachera en el Dandy del Sur, escuché la más soberana y mayúscula de las pendejadas que he escuchado en años. Sí, cuando uno sale a crapulear y corre el licor, no todo lo que uno escuche serán comentarios inteligentes. Tal vez la esencia de toda noche de cantina sea escuchar un escupidero de pendejadas que uno olvidará rápidamente, pero la mayúscula estupidez que escuché es difícil de olvidar. Tamaña imbecilidad le baja la borrachera a cualquiera.
El individuo en cuestión, un antiguo colega de oficio, disparaba fanfarronadas y autoelogios como una ametralladora. De la misma forma que un AK-47 es capaz de disparar 600 tiros por minuto, nuestra boca de cuerno de chivo disparó en los pocos minutos que estuvo en mi mesa cualquier cantidad mamonerías y fanfarroneos. Cuesta trabajo que se pueda alardear y presumir tanto en tan poco tiempo. Pero dentro de las mil y un cosas que ya olvidé, surgió una que taladró mis oídos, quebró en un dos por tres mi borrachera, las cervezas se evaporaron de mi organismo y sólo me quedó pensar, a manera de involuntaria disculpa, que quien escupió semejante babosada estaba muy borracho o había perdido el control de su lengua (algo que le sucedió por cierto) Lo que este individuo dijo, perdónalo Dios, perdónalo Satanás, perdónalo Borges, perdónalo Gardel, es que Washington DC es una ciudad más interesante y bella que Buenos Aires. ¿Washington DC? He estado ahí un par de veces. La primera en 1996, durante mi gran travesía terrestre por la Costa Oeste y la segunda en abril de 2001, invitado por la Embajada de Estados Unidos a un programa internacional de periodistas. Tuve tiempo para recorrer sus calles, monumentos, edificios públicos, librerías y antros. De hecho aquí en mi escritorio está encimada y tapada por otras mi reglamentaria foto en la Casa Blanca. ¿Saben ustedes cuál fue mi bitácora de Washington? Nada del otro pinche mundo. Sosa, aburrida. Ta bien, pro no pa tanto. Ciudades como Boston, Toronto o Nueva York me parecen infinitamente más interesantes, solo por compararla con Norteamérica. Cierto, a algunos hombres les gustan las mujeres desabridas, pero decir que Washington es mejor que Buenos Aires...en fin, Borges, perdónalo, no sabía lo que decía.
Mal
Dice mi colega Tomás Eloy que en el lenguaje de Rubem Fonseca, cada una de sus palabras es como una nota musical desgajada de la sinfonía del Mal.
Cuando camino por las calles de Tijuana yo también siento que vivo en un mundo anterior a Dios, o un mundo en el que Dios es indiferente o acaso innecesario. No hay pecado, no hay culpa, no hay sino un incesante Mal inocente.
¿Qué mal podría hacer el Mal, cuando es sólo otra vibración de la naturaleza, como el agua, el aire y el impulso sexual?
Si el Mal es un trabajo, una distracción, una llamita que arde porque sí en el desierto de la vida cotidiana ¿a quién le importa entonces la trascendencia del Mal?
La realidad es un vasto laberinto donde todo se parece. Algunos senderos se repiten, otros no. El futuro está ahí, a los ojos de todos.