Eterno Retorno

Friday, September 21, 2007

Ahí les dejo la reseña del Morrisgay.

¿Que si soy fanático del Morrissey? Pues no, en realidad no. Vaya, me agrada su música, la tolero perfectamente, pero de ahí al fanatismo hay un buen trecho. Digamos que gracias a Carolina me adentré al mundo de The Smiths, banda que casi siempre cae bien escuchar.
Para Carol The Smiths sí es una banda fundamental, un soundtrack de la vida, algo así como lo que es Iron Maiden para mí. Smiths para mí está en lo más alto de toda esa música británica pop que sin generarme adicción, me agrada bastante. Vaya, a lo largo de mi vida he crecido con buenos amigos y amigas que aman a bandas como Depeche Mode, The Cure, New Order y cosas por el estilo. Bandas que tolero y me agradan, pero a las que no iría a ver en concierto por iniciativa propia ni me compraría un disco. Digamos que es para mí como una especie de segunda división musical y Smiths y Morrissey están a la cabeza de esa segunda división, en el entendido que la Premier League es el Metal Clásico. (Conste que en esa segunda división no menciono a U2, pues a esa bandita cagante y sobre valorada la coloco en tercera cuando mucho) En fin, ayer me tocó ir a cubrir el concierto de Morrissey y esas coberturas las hago con mucho gusto. En verdad, para ser un concierto de una banda no metalera, la pasé muy bien. Por cierto ¿Les conté que el pasado sábado fui a ver a Cannibal Corpse al House of Blues? Lo mejor de lo mejor fue la Ramera del Carnero. Gracias a bandas tan brutales como estos demonios de Nueva Orelans es que el Metal Muerto vive. Luego me aviento la reseña extemporánea. Y agárrense que ahí vienen los vikingos suecos de Amon Amarth, los polcacos ultrabrutales de Decapitated y dos días después Jelipe Anselmo y Down. Por lo pronto, chutaos esta reseña.


Por Daniel Salinas Basave
dsalinas@frontera.info
danibasave@hotmail.com


En la última noche del verano, el hombre de la sangre irlandesa y el corazón inglés llegó a Tijuana para brindar un concierto del que sin duda se hablará en la ciudad durante muchos años. Morrissey, el poeta que anoche recibió y arrojó gladiolas con la afectación de un Lord Byron y tendió su brazo para subir una y otra vez a fans de ambos sexos que deseaban “comerlo” a besos ante la furia de los guardias, dejó claro que en Tijuana levanta pasiones extremas.
Desde antes de las 19:00, unas 400 personas ya se amontonaban afuera del Foro, aunque fueron muchos los que no contaron con la puntualidad neoyorquina de Kristeen Young, artista abridora del show, cuyo vestido evocó en algo la imagen de Björk, mientras su potente voz tiende un afortunado puente entre Siouxie y Tori Amos.
Explotando las mil posibilidades de un sintetizador y acompañada únicamente por un baterista en el austero escenario, Kristeen Young brindó poco menos de 40 minutos de espectáculo en los que descargó rolas como Kill the father y Valuable.
Luego de un intermedio en donde en una pantalla de cine alternaba el Este del Edén con deliciosas imágenes de Brigitte Bardot, el telón cayó exactamente a las 21:00, ni un minuto más ni un minuto menos, como la manchesteriana puntualidad exige.
La encarnación del espíritu de Oscar Wylde y James Dean estaba ante los tijuanenses acompañado por cinco músicos vestidos con camisas marrones que sin más preámbulos abrieron la velada con Billy Budd.
El público que para entonces abarrotaba El Foro, conformado en su mayoría por treintañales de ambos lados de la frontera y reforzado por una considerable coalición adolescente, empezaba a entrar en éxtasis, mientras Morrissey sin más preámbulo descargaba You Have Kill Me.
Mientras Steven Patrik Morrissey contorsionaba y hacía del cable del micrófono un lazo vaquero, la camisa negra desaparecía para pasar a la seda blanca y luego al gris para acabar con la rojiblanca playera de las Chivas al final del concierto, que al igual que las prendas anteriores, acabó en brazos del público.
Comentario aparte merece el virtuosismo y versatilidad de los músicos que más allá de la cabalgante guitarra herencia de Johnny Marr, demostraron sus habilidades con el violonchelo y la trompeta, mientras la batería, en algunos momentos de trance, despilfarró potencia.
Aunque le dio prioridad a canciones de su último disco Ringleader of the tormentors como Life is a pigsty o In the future When All,s Well, también hubo espacio para clásicos de la época de The Smiths o de los primeros álbums de solista.
Punto fuerte del concierto fue la interpretación de The Boy With The Thorn In His Side, herencia de los buenos tiempos de The Smiths o The Dead of a Disco Dancer, aunque sin duda la más cantada fue Every Day is Like Sunday o Dissapointed ambas del clásico álbum Bonadrag
Con el encore llegó el punto más “prendido” del concierto cuando luciendo su camiseta de las Chivas, Morrissey se daba a la tarea de subir a la gente al escenario mientras cantaba la ultracoreada First of The Gang to Die antes de rematar la noche con Irish Blood, English Heart y darle la bienvenida al otoño en Tijuana.

Bitácora

Empezó: 21:00
Terminó: 22:35
Canciones: 21
Músicos en escena: seis
Canción de apertura: Billy Budd
Canción de cierre: Irish blood, English heart
Las más cantadas: First on the gang to die, Every day is like Sunday, The Boy With the Thorn in His Side.
Puntos fuertes del concierto: You Have Kill me, The Dead of a Disco Dancer, Let me Kiss You
El detalle: Morrissey acabó el concierto vistiendo una camiseta de las Chivas de Guadalajara
La anécdota: Al comenzar el concierto Morrissey narró que al cruzar la frontera fue parado por policías de Tijuana.
Artista abridora: Kristeen Young

Nota anexa


Bienvenido a Tijuana

Y hablando de Tijuana, por si los altos mandos de la Policía Municipal quieren insistir en que eso de los policías que extorsionan turistas es un mito, la noche del viernes un visitante procedente de Manchester Inglaterra narró su experiencia ante más de 4 mil personas. El turista inglés se llama Steven Patrick Morrissey y ofreció el concierto más exitoso que se recuerde en años en el Jai Alai. Pero ni siquiera un artista tan famoso se salva de los mordelones, pues según narró el propio Morrissey durante el concierto, su bienvenida a Tijuana apenas cruzada la frontera, fue una patrulla que lo paró para bajarle una lanita. A ver si la anécdota no lo inspira para hacer una canción.




Por Daniel Salinas Basave
danibasave@hotmail.com
dsalinas@frontera.info

Cuando se lee una prosa semejante, sólo cabe imaginar que en Álvaro Uribe hay una suerte de relojero suizo de las palabras, un sastre obsesivo que se encarga de tejer con pulcritud cada letra.
Descubrí a Uribe en una novela titulada Por su nombre y sólo pude admitir que me aterró esa vocación de matemático de la lengua.
Para cuando leí La lotería de San Jorge, llegué a sospechar que este hombre construye sus párrafos con ecuaciones matemáticas.
Ahora por cortesía del Centro Cultural Tijuana llega a mis manos recién salidita del horno Expediente del atentado, la última novela de Uribe y sólo puedo afirmar que el sentido de mi sorpresa cambia.
La prosa, cierto, ya no me pareció tan relojera, pero la trama en cambio me resultó lo más parecido a una muñeca rusa.
¿Novela histórica? Definición por demás pobre y limitada pues el narrador va mucho más allá en su vocación de constructor de rompecabezas y de pronto caemos en la cuenta que debajo de una simple muñequita rusa hay otra y a ella le siguen una infinidad, capaces todas de transformar en un laberinto lo que parece una anécdota situacional.
Los cimientos de la novela de Uribe están constituidos por un hecho histórico que sin poder ser llamado oculto, si se le puede considerar bastante poco conocido y mentado en la historiografía oficial.
Se trata del remedo de atentado del que fue víctima Porfirio Díaz la mañana del 16 de septiembre de 1897 durante el desfile de la Independencia en La Alameda.
La definición simplista se limitaría a señalar que Uribe rescata con habilidad una historia poco explotada de la agonía del Siglo XIX mexicano, pero el atentado en sí es sólo el prólogo de lo que viene, digamos que una pizca de Kafka porfiriano aderezado con finísimo sarcasmo.
Arnulfo Arroyo, el magnicida fracasado, no se parece mucho que digamos a un Gavrilo Princip o a un Lee Harvey Oswald.
La novela arranca con un Arnulfo ebrio, amanecido en una cantina, que entre el envalentonamiento de la borrachera y el pique de costillas de una apuesta entre parroquianos, agarra el valor necesario para matar al hombre más poderoso de México, el general Porfirio Díaz.
El atentado de Arroyo es casi tragicómico, sumamente ridículo y el único mérito de su valentía borracha es lograr evadir la guardia militar para llegar a pararse justo enfrente del caudillo del 2 de abril, pero en vez de golpearlo en el cráneo con una piedra, Arnulfo opta por golpearlo a mano limpia, pero tanto el golpe como el grito de muera el dictador son débiles y torpes.
Ningún daño sufre Díaz fuera del sopapo en la nuca, pero por ridículo que haya sido el intento de atentado, atentado es y como tal entra en los siniestros ministerios de la política mexicana una vez que el teléfono descompuesto ha sonado. Bienvenidos a Kafka.
El tejido del expediente, absurdo, solemne, risible, nos hace temblar a un mismo tiempo de mofa y terror, pues en la trama de la investigación del torpe atentado nos encontramos hedores muy actuales que perfectamente podrían recordarnos a un Chapa Bezanilla en el caso Colosio. Para construir laberintos y jugar al diálogo de los sordos, nadie como los políticos y los jueces mexicanos.
Cartas, notas de periódico, testimonios en primera persona y la voz del propio Arroyo tejidas a su vez por el misterioso F.G. van dando forma a la telaraña tragicómica. ¿Habrá forma de romper sus nudos?