Esta rara claridad de pensamientos no es capaz de extraer letras líquidas del pozo seco de mi inspiración. Acaso debería decir que también mi vida ha girado en espiral y que encontrar por momentos el presente perdido no significa treparse a saltos por el cielo.
La nostalgia llega así, sin tocar puertas, como una ráfaga de viento, improbable, filosa. Creo que aveces buceo en el fondo del desvarío. Mis pensamientos son el templo de la incoherencia y el tiempo un albur, un puño de arena mojada siempre diluyéndose.
La Muerte nos sigue llamando en susurros y las brujas bailan en algún en algún rincón del Universo.
Caigo en la cuenta de que la fantasía gobierna y la realidad tan sólo sirve de cimiento y pretexto. Las cosas no son en sí mismas, sino la ilusión que de ellas se tenga y dichas ilusiones ¿pueden ser calificadas de falsas? ¿Qué tan absoluto, qué tan verdadero es el instante?
Los fantasmas que danzan en mi cerebro nunca dejan sobre mi piel algún vestigio de su sangre. En este delirio parece no existir el sentido del tacto ni son capaces los ojos de descifrar la forma. Hoy estoy muy cerca de la frontera entre el deseo y la nada.
Hace algunas noches, soñé que subía un empinado y angosto camino pegado a un muro de piedra bajo el cual había un abismo del cual no podía ver el fondo, sólo nubes. En la cima había un teléfono hacia donde yo quería llegar desesperadamente para hablar. Conforme subía, el camino se hacía cada vez más angosto hasta que finalmente llegaba al lugar en donde se encontraba la caseta telefónica. Marcaba un número largo y después de esperar mucho...
Anoche soñé con Ernesto Sábato. No recuerdo exactamente en qué consistió el sueño, sólo recuerdo que lo encontraba caminando por una calle y como un vil groopie le pedía que me firmara un libro. El pequeño problema es que yo no tenía un libro a la mano y entonces le pedía que por favor me esperara a que subiera a mi cuarto por el ejemplar de Sobre Héroes y Tumbas que permanentemente está en mi buró. Y aunque según yo el sueño se desarrollaba en una calle de Buenos Aires, yo me las arreglaba para subir corriendo por una escalera y llegar hasta mi cuarto, que se encuentra a varios miles de kilómetros de distancia de la capital de Argentina. Por fortuna en los reinos de Morfeo los boletos de avión no son tan caros y las distancias son subjetivos.
Nunca he sido admirador de un escritor como persona y no me gusta esto de pedir autógrafos y sacarme fotos con las personalidades, pero hay un par de seres que son la excepción: Ernesto Sábato, escritor y Lemmy Kilmister, fundador y líder de Mötorhead.
Por Daniel Salinas Basave
El Búfalo de la noche
Guillermo Arriaga
Grupo Editorial Norma
Para abrir boca lo confieso: Le entré con prejuicio a este libro. La siempre mentirosa contraportada, la síntesis curricular del autor en primera persona y el hecho de arrastrar consigo su condición de casi best seller me predispusieron en contra del Búfalo. Vaya, cuando demasiada gente empieza a comprar un libro casi por sistema desconfío de su calidad. Sin embargo algunas personas que aprecio y en cuyo buen gusto confío me lo recomendaron demasiado, hasta que finalmente cayó en mis manos. Deber ser más por la temática que por el estilo, pero desde las primeras páginas “El Búfalo de la noche” me recordó a Parmenides García Saldaña y Gustavo Sainz y que conste que no a José Agustín, que desde el principio tuvo más malicia que los otros dos y que el propio Arriaga. Parece un libro hecho a propósito para un lector joven, de plano adolescente. La diferencia con los libros de los autores arriba señalados, es que no fue escrito por un jovencito, sino por un autor bastante maduro. La narración en primera persona, la temática y la psicología del personaje parecen creadas con una intención muy evidente de ir por cierto tipo de público.
También parece muy descarada su intención de escribir para adaptar la historia a la pantalla grande, pues es una novela que de tan visual cae en el detallismo intrascendente, casi frívolo. Aclaro que no he visto la película y es muy posible que nunca la vea (ir al cine no es lo mío), pero en el plano estrictamente narrativo, es fácil cachar la vocación cinéfila del autor. Dado que en este momento está en cartelera y de hecho es película de moda, son muchos los que se saben la trama. Gregorio, Tania y Manuel conforman un triángulo amoroso, tema recurrente en la novela erótica o de suspenso. La historia arranca con el suicidio de Gregorio, quien ha ido perdiendo la razón, mientras Tania y su mejor amigo se revuelcan todos los días en el cuarto 803 de un motel. Con vaivenes entre pasado y presente, Manuel, el narrador en primera persona, nos introduce a la complicada y acaso maligna personalidad de Gregorio. Entre los acostones del donjuanesco narrador, las desapariciones de la enigmática Tania y la herencia maldita de Gregorio, la narración busca sin éxito ser algo así como un thriller erótico. Y no es nada contra lo aparentemente trillado del tema, sino contra la forma tan ordinaria y poco maliciosa de abordarlo. Perdón por la odiosa comparación pero “Norweigan wood” del japonés Haruki Murakami tiene una temática muy similar con un triángulo amoroso de adolescentes, dos hombres y una mujer, en donde también hay muerte y demencia y donde el narrador es el joven que sobrevive y se queda con la chica. Sin embargo, con todo respeto para Arriaga, la diferencia entre la atmósfera narrativa y la malicia literaria de Murakami y los lugares comunes y el estilo inocentón del Búfalo es abismal. Olvídense por un momento de la temática y céntrense en el lenguaje y la forma narrativa, Perdón por mencionar semejante pedazo de chatarra en este espacio, pero la verdad es que en lo que a estilo y forma se refiere, es casi como una historia de Carlos Cuauhtémoc Sánchez, tal vez no tan mala, pero por esos pantanos chapotea. La diferencia es que con Arriaga se enaltece el libertinaje, aunque su estilo narrativo facilón y complaciente por ahí los anda hermanando.
Bastante entretenida, cierto, pero al final de cuentas uno acaba con esa sensación de no me la creo. Simples detallitos, pero en una novela de por sí frívola, tan visual, tan preocupada en narrar la vida de los jóvenes modernos de la Capital y en donde las llamadas telefónicas ocupan un lugar importante, cuesta trabajo creer que los personajes no usen teléfono celular. Un ejemplo entre muchos sobre detalles y hechos que parecen sacados de la manga. Pero bueno, parece que el libro de Arriaga va a convertirse en un clásico juvenil y bien, de que lean chatarra como Carlos Cuauhtémoc a que lean
El Búfalo, pues no hay vuelta de hoja. Mil veces el Búfalo. Digamos que de una Mc Donalds a una Carl´s Junior hay ciertas diferencias.
La nostalgia llega así, sin tocar puertas, como una ráfaga de viento, improbable, filosa. Creo que aveces buceo en el fondo del desvarío. Mis pensamientos son el templo de la incoherencia y el tiempo un albur, un puño de arena mojada siempre diluyéndose.
La Muerte nos sigue llamando en susurros y las brujas bailan en algún en algún rincón del Universo.
Caigo en la cuenta de que la fantasía gobierna y la realidad tan sólo sirve de cimiento y pretexto. Las cosas no son en sí mismas, sino la ilusión que de ellas se tenga y dichas ilusiones ¿pueden ser calificadas de falsas? ¿Qué tan absoluto, qué tan verdadero es el instante?
Los fantasmas que danzan en mi cerebro nunca dejan sobre mi piel algún vestigio de su sangre. En este delirio parece no existir el sentido del tacto ni son capaces los ojos de descifrar la forma. Hoy estoy muy cerca de la frontera entre el deseo y la nada.
Hace algunas noches, soñé que subía un empinado y angosto camino pegado a un muro de piedra bajo el cual había un abismo del cual no podía ver el fondo, sólo nubes. En la cima había un teléfono hacia donde yo quería llegar desesperadamente para hablar. Conforme subía, el camino se hacía cada vez más angosto hasta que finalmente llegaba al lugar en donde se encontraba la caseta telefónica. Marcaba un número largo y después de esperar mucho...
Anoche soñé con Ernesto Sábato. No recuerdo exactamente en qué consistió el sueño, sólo recuerdo que lo encontraba caminando por una calle y como un vil groopie le pedía que me firmara un libro. El pequeño problema es que yo no tenía un libro a la mano y entonces le pedía que por favor me esperara a que subiera a mi cuarto por el ejemplar de Sobre Héroes y Tumbas que permanentemente está en mi buró. Y aunque según yo el sueño se desarrollaba en una calle de Buenos Aires, yo me las arreglaba para subir corriendo por una escalera y llegar hasta mi cuarto, que se encuentra a varios miles de kilómetros de distancia de la capital de Argentina. Por fortuna en los reinos de Morfeo los boletos de avión no son tan caros y las distancias son subjetivos.
Nunca he sido admirador de un escritor como persona y no me gusta esto de pedir autógrafos y sacarme fotos con las personalidades, pero hay un par de seres que son la excepción: Ernesto Sábato, escritor y Lemmy Kilmister, fundador y líder de Mötorhead.
Por Daniel Salinas Basave
El Búfalo de la noche
Guillermo Arriaga
Grupo Editorial Norma
Para abrir boca lo confieso: Le entré con prejuicio a este libro. La siempre mentirosa contraportada, la síntesis curricular del autor en primera persona y el hecho de arrastrar consigo su condición de casi best seller me predispusieron en contra del Búfalo. Vaya, cuando demasiada gente empieza a comprar un libro casi por sistema desconfío de su calidad. Sin embargo algunas personas que aprecio y en cuyo buen gusto confío me lo recomendaron demasiado, hasta que finalmente cayó en mis manos. Deber ser más por la temática que por el estilo, pero desde las primeras páginas “El Búfalo de la noche” me recordó a Parmenides García Saldaña y Gustavo Sainz y que conste que no a José Agustín, que desde el principio tuvo más malicia que los otros dos y que el propio Arriaga. Parece un libro hecho a propósito para un lector joven, de plano adolescente. La diferencia con los libros de los autores arriba señalados, es que no fue escrito por un jovencito, sino por un autor bastante maduro. La narración en primera persona, la temática y la psicología del personaje parecen creadas con una intención muy evidente de ir por cierto tipo de público.
También parece muy descarada su intención de escribir para adaptar la historia a la pantalla grande, pues es una novela que de tan visual cae en el detallismo intrascendente, casi frívolo. Aclaro que no he visto la película y es muy posible que nunca la vea (ir al cine no es lo mío), pero en el plano estrictamente narrativo, es fácil cachar la vocación cinéfila del autor. Dado que en este momento está en cartelera y de hecho es película de moda, son muchos los que se saben la trama. Gregorio, Tania y Manuel conforman un triángulo amoroso, tema recurrente en la novela erótica o de suspenso. La historia arranca con el suicidio de Gregorio, quien ha ido perdiendo la razón, mientras Tania y su mejor amigo se revuelcan todos los días en el cuarto 803 de un motel. Con vaivenes entre pasado y presente, Manuel, el narrador en primera persona, nos introduce a la complicada y acaso maligna personalidad de Gregorio. Entre los acostones del donjuanesco narrador, las desapariciones de la enigmática Tania y la herencia maldita de Gregorio, la narración busca sin éxito ser algo así como un thriller erótico. Y no es nada contra lo aparentemente trillado del tema, sino contra la forma tan ordinaria y poco maliciosa de abordarlo. Perdón por la odiosa comparación pero “Norweigan wood” del japonés Haruki Murakami tiene una temática muy similar con un triángulo amoroso de adolescentes, dos hombres y una mujer, en donde también hay muerte y demencia y donde el narrador es el joven que sobrevive y se queda con la chica. Sin embargo, con todo respeto para Arriaga, la diferencia entre la atmósfera narrativa y la malicia literaria de Murakami y los lugares comunes y el estilo inocentón del Búfalo es abismal. Olvídense por un momento de la temática y céntrense en el lenguaje y la forma narrativa, Perdón por mencionar semejante pedazo de chatarra en este espacio, pero la verdad es que en lo que a estilo y forma se refiere, es casi como una historia de Carlos Cuauhtémoc Sánchez, tal vez no tan mala, pero por esos pantanos chapotea. La diferencia es que con Arriaga se enaltece el libertinaje, aunque su estilo narrativo facilón y complaciente por ahí los anda hermanando.
Bastante entretenida, cierto, pero al final de cuentas uno acaba con esa sensación de no me la creo. Simples detallitos, pero en una novela de por sí frívola, tan visual, tan preocupada en narrar la vida de los jóvenes modernos de la Capital y en donde las llamadas telefónicas ocupan un lugar importante, cuesta trabajo creer que los personajes no usen teléfono celular. Un ejemplo entre muchos sobre detalles y hechos que parecen sacados de la manga. Pero bueno, parece que el libro de Arriaga va a convertirse en un clásico juvenil y bien, de que lean chatarra como Carlos Cuauhtémoc a que lean
El Búfalo, pues no hay vuelta de hoja. Mil veces el Búfalo. Digamos que de una Mc Donalds a una Carl´s Junior hay ciertas diferencias.