Eterno Retorno

Tuesday, January 10, 2006

iPod

Soy y he sido siempre un tipo más bien anticuado. En cuestiones de tecnología siempre he llegado muy tarde. Hasta la mitad de los años 90 aún usaba casetes y confieso que ya entrado el Siglo XXI llegué a comprar algunas cintas en remates. De internet fui un usuario tardío. Fue hasta 1999 que envié por primera vez en mi vida un correo electrónico y tuve una cuenta de internet. Hasta entonces, jamás en mi vida había navegado ni hecho consulta alguna en la red.

Vaya, nomás para que se den una idea de hasta dónde llega mi vocación medieval, he de confesarles que en 1998, en pleno auge de las cuentas gratuitas de hotmail, yo aún escribía cartas a mano y las enviaba por el Servicio Postal Mexicano. Carolina y yo éramos novios y vivíamos en diferentes ciudades, así que sostuvimos una larga relación epistolar al puro estilo del Siglo XIX. Yo era feliz escribiéndole cartas con mi pésima caligrafía. Sin duda las nuestras fueron algunas de las últimas cartas románticas que entregaron los carteros en el Siglo XX (alguna vez escribí un cuento llamado El Día del Cartero, pero esa es otra historia)

Uso el msg desde hace unos dos años y lo hice sólo después de que mis compañeros de trabajo me recomendaron usarlo para facilitar la comunicación y el intercambio de información. No soy un fanático del msg. Jamás en mi vida he cambiado mi nick ni lo pienso cambiar. Soy y seré simplemente Daniel Salinas.

Pese a que soy melómano nunca en mi vida he bajado una canción del internet ni se lo que es el MP3. Soy el mejor negocio de las disqueras. El único que se sigue comprando cada semana cds originales. Me deberían poner una estrellita de cliente distinguido. En lugar de la practicidad del MP3, cada mañana salgo de casa cargando un morral atiborrado de cds que escucharé durante el día (en este momento escucho Demons and Wizards por cierto)

Mi primer celular lo tuve en el 2000. Lo estrené concretamente el 2 de julio, día que Vicente Fox ganó las elecciones y no lo compré por mi iniciativa. Carolina me lo regaló para tenerme localizable. Seis años y medio después soy un esclavo del celular. Confieso que odio con todas mis entrañas ese aparatejo que sólo contribuye a mi estrés cotidiano, pero me es ya imprescindible. Me he creado una necesidad y ya no puedo prescindir de ella.

Desde un tiempo para acá, hace más o menos un mes y medio, escuché la palabra iPod. Fue mi hermana Elisa la primera persona en el Planeta Tierra que me habló de esa cosa. Semanas después, varios amigos y conocidos me narraron las supuestas delicias del iPod. Sólo escuchaba maravillas. Cambiará tu vida, te enamorarás de él, es lo último de lo último, no volverás a ser el mismo después de tener uno. Carajo, pero si a mí me basta y sobra con mi walkman de casete. Recorrí Europa en 1996 con un walkman en mis orejas y no sentí que me estorbara ni me faltara nada más. En este momento no tengo un iPod y sin embargo me siento contento con mis discos desparramados sobre mi escritorio haciendo bulto. ¿A poco una cosa así puede transformar tu vida?

Cuando fui a Monterrey el pasado diciembre vi por primera vez un iPod e incluso me permití utilizarlo. Confieso que la idea me agradó mucho. Resulta que mis dos hermanas, mi hermano y mi padre tienen cada uno su respectivo iPod y parecen estar muy contentos. Yo por supuesto aún no tengo un iPod y si me mantengo fiel a mi habitual retraso tecnológico, calculo que tendré un iPod dentro de unos cinco años, cuando sean baratísimos, masificados y pasados de moda. O quién sabe, a lo mejor hago la prueba, rompo los pronósticos y me compro uno para ver que se siente por una chingada vez en la vida estar actualizando y crearme una necesidad consumista que ahora no tengo. Miren bien esto: Hoy, 10 de enero de 2006, no tengo un iPod ni necesito tener un iPod. En este preciso instante soy libre de las cadenas de ese producto. Sin embargo lo compraré y cuando lo compre, el producto me hará creer que me es indispensable, que no puedo salir de casa sin él, que necesito llevarlo conmigo y todo lo demás me parecerá anticuado y obsoleto. Hagamos la prueba conscientemente. Veamos cómo me convierto en esclavo de algo que en este preciso instante no necesito. Voy a adquirir mi iPod. Voy a darle a un artefactucho del tamaño de mi mano la potestad sobre mis emociones melómanas.


PD- Eso sí, me imagino mi iPod será muy sui generis en su contenido. Supongo que la gran mayoría de los iPods del mundo están llenos de rolas de Radiohead, White Stripes y todas esas aburridas mamadas alternativas que oyen los nerds y los fanáticos de la tecnología. El mío señoras y señores, estará atiborrado de HEAVY METAL y no habrá lugar para nada más. Eso sí pueden tenerlo por seguro.


La afición por los best seller

Pocas veces he visto a alguna persona con un buen arsenal de lecturas en su historial pronunciarse a favor del best seller. Para el convencional hombre letras profundas, chapado por las editoriales Anagrama, TusQuets y Sudamericana o la revista La Tempestad, está absolutamente prohibido siquiera insinuar que un best seller con millones de copias vendidas le pareció medianamente bueno. Y si lo leyeron, jamás lo admitirán. Lo miran con el desdén que un chef de Maxims contempla una orden del Burguer King o con la repulsiva distancia que un amante de Pink Floyd y Radiohead se aparta de un disco de Cristina Aguilera. El best seller, según ellos, es para tipos ociosos, payos, fauna de Sanborns que sólo busca entretenerse. Su muy particular concepto de la lectura, suponen, está muchos pisos más arriba y no se rebajarán a dedicar su tiempo a un libro de moda que consigues en cualquier aeropuerto.

Vamos más o menos identificando a estos tipos. Aman a Roberto Bolaño sobre todas las cosas y consideran que Perros héroes y Jacobo el mutante son el non plus ultra de la obra de Mario Bellatin.
Se sienten identificados con Cristina Rivera Garza, Mario González Suárez, respetan mucho a Sergio Pitol, descubrieron Los impacientes de Gonzalo Garcés y del Viejo Continente aman a Thomas Bernhard y a Jelline, además de su culto a Beckett. Desprecian olímpicamente el Siglo XIX, la novela de la Revolución con Carlos Fuentes incluido y por supuesto todo lo que huela a clásico. Dado que les encanta eructar a los cuatro vientos la muerte de la novela, consideran a Tolstoi y a Balzac el colmo de lo caduco y jamás leerían Guerra y Paz o Comedia humana. Obvia decir que el best seller les parece un pecado abominable y jamás de los jamases admitirían que han leído el Código Da Vinci, ni mucho menos que les mantuvo entretenidos.

Entiéndase que estos tipos a los que me refiero, marca revista La Tempestad, suelen presumir que se deleitan con algún escritor imposible de Anagrama, inconseguible en Tijuana por supuesto. Su autor favorito es siempre aquel que tú no conoces o aquel que tú no comprendes. Esa es una forma de marcar distancias, de pintar una raya entre los auténticos literatos contraculturales y los ociosos lectores clasemediros de Sanborns. Una forma de pretensión, antes que el auténtico y sano disfrute de la lectura.
La revista La Tempestad se dedica a cubrirlos de elogios y a levantar altares en honor de Juan José Saer, Bolaño, Jellinek, la Generación del Crack (que asco de tipos) y de más fauna del gallinero vanguardista. Y resulta que todos admiran el traje invisible del rey. Hasta que alguien con un poquito de sentido común y brutal honestidad grita: El rey cabalga desnudo. ¿Quieres que te diga una cosa? Cristina Rivera Garza es aburridísima, una pastilla contra el insomnio. Disculpa la honestidad, me gusta Bellatin por Poeta Ciego y Salón de belleza, pero Perros héroes y Jacobo el mutante son espantosos bodrios que no le recomendaría a mi peor enemigo. Dejémonos de chingaderas. A lo aburrido hay que llamarlo aburrido.


Por todo lo anteriormente expuesto, me parece sumamente honesta la afirmación de BR en el sentido de que él ahora prefiere leer puro best seller. Vaya, Bruno Ruiz no empezó a leer ayer y tiene las suficientes tablas como para poder comparar un texto underground de uno con diez ediciones millonarias. Luego entonces, su elección me parece auténtica y hasta desafiante con los jerarcas de la vanguardia. Implica ante todo una declaración de principios que me parece fundamental a la hora de la lectura: Lee por placer.
Leer es y debe ser una actividad hedonista. Si leer no te genera placer, entonces tira tu libro a la chingada.

¿Que los best seller son lecturas cómodas y fáciles dicen ustedes? Perdón, pero ¿quién dijo que leer debe ser sinónimo de incomodidad? ¿Acaso la letra debe entrar con sufrimiento? Si es así, pónganse todos a leer Finnegans Wake y asunto arreglado.

En este mundo hay que disfrutar leyendo. Si no disfrutas, pues no leas. Pretender leer para ser una persona más culta, es tan patético como coger con el único fin de procrear. En mi caso, trato en la medida de lo posible de eliminar prejuicios y otorgarle siempre el beneficio de la duda al libro no leído. No importa la editorial ni la facha. Todo libro te puede reservar una gran sorpresa. Ese es el encanto de la lectura y hasta el libro más malo merece ser terminado.

Y sí, me gusta experimentar, tener la mente abierta para tragarme lo que me caiga. Es cierto, hay que educar el paladar para disfrutar ciertas cosas. Es difícil que a la primera le encuentres el gusto al queso azul, las anchoas y el Nebiolo. Pero el que te des cuenta que un bocado de queso azul con vino puede ser un placer orgásmico para tu paladar, no implica que dejes de encontrarle el disfrute a una Carls Junior con un refresco. Al menos de vez en cuando. Así más o menos veo este asunto de los libros.