Eterno Retorno

Monday, December 19, 2005

GRACIAS TOLUCA

Sufran basura rayada. Me deleito en su dolor.

No pudo ser, los bandoneones sonaron más fuerte que los mariachis

Ayer fue el último domingo futbolero del año. El juego más hermoso del Universo se despide del 2005.
Lo único que pudo concluir después de haber gozado ese par de encuentros de final, es que Nietzsche debió conocer el futbol mexicano para escribir su teoría del Eterno Retorno. Ayer me pareció estar volviendo al pasado a ver una película que ya he visto muchas veces. Parecía una repetición exacta de un drama que tantas veces me ha tocado vivir.
Por una parte, las rayitas, siempre tan prepotentes y triunfalistas, poniéndose la camiseta de campeón antes de tiempo. Así los vi en 1993, en aquella final contra el Atlante que cubrí desde el palco de prensa y la cancha. Así los vi hace un año, previo a la Navidad, cuando los Pumas de Hugo Sánchez los bajaron de su nube. Así, idénticos, llegaron los rayaditos, sintiéndose campeones, imaginando el magno festejo en la Macroplaza. Y la tercera no fue la vencida. La historia se repitió.

Del Boca vs Pumas ¿Qué les puedo decir? ¿Podían imaginar un guión futbolero tan típicamente mexicano? ¿No podían variar aunque fuera un poquito los ingredientes de la típica tragedia de los equipos aztecas? Una tragedia mandada hacer al gusto de nuestro paladar, así como nos encanta atragantarnos de sufrimiento.

Pero como dijo el carnicero, vamos por partes...

Con unos tequilas Hornitos y un caldo de camarón sobre una mesa del restaurante-bar Anamar en Puerto Nuevo me dispuse a gozar de los dos partidos de futbol en una fría tarde de domingo. Un bonito restaurante ese Anamar. Se los recomiendo plenamente. Si vas de día, puedes sentarte en una enorme terraza desde donde tienes una preciosa vista del Pacífico, diría que más bella que la del Hotel Calafia. La clientela es casi en su totalidad de gringos, pero por fortuna el sitio tiene una buena tele con SKY y siempre acceden de buena gana a ponerme los partidos que les pido. Llegué a ver el segundo tiempo de la final de futbol mexicano. Vaya, tampoco se trataba de dedicarle 90 minutos íntegros a un juego que poco atraía mi interés, pues para mí el plato fuerte del día era la Copa Sudamericana. Sin embargo, siempre me es grato deleitarme con el sufrimiento de las rayas. Disculpen ustedes, no lo puedo evitar. Ver llorar a ese equipucho siempre me ha generado placer. La gente me dice con aires escandalizados: Pero eres un traidor a tu patria chica. ¿Cómo puedes desearle la derrota al equipo de tu ciudad? A callar señores. No era la mula arisca. Yo empecé a despreciar a las rayas porque desde que era un niño y aún tenía buena voluntad creyendo que se podía apoyar a los dos equipos de la ciudad, las rayas se dedicaban a despotricar en mi contra por mi afición Tigre. Se burlaban de las derrotas de mi equipo, me tiraban mierda cuando me veían pasear orgulloso con mi camiseta amarilla. Así que empecé a despreciar a las rayas. Su camiseta, su himno, su porra surten ante mí el efecto de un vomitivo. Me generan una repugnancia natural. Que nací al píe del Cerro de la Silla, de acuerdo, pero mi ciudad tiene una larga lista de instituciones y actitudes que aborrezco y esa larga lista la encabezan las rayas. Ese equipo concentra en su esencia el néctar de la regiez más aborrecible. Todo lo que tiene de despreciable Monterrey (y mira que hay cosas para despreciar en esa ciudad) se refleja en la camiseta de ese equipo. Los valores de los chicos Tec, el despotismo de sus empresas inhumanas y explotadoras, los complejos texanos de San Pedro Garza García, la mojigatería, la obsesión por los apellidos. Todo eso se concentra en la basura de equipo que renta la cancha del tecnológico. Por eso gozo viéndolos perder.
Lo que más gusto me da es verlos llorar a grito pelado, como niños berrinchudos despotricando contra el arbitraje. ¿Y por qué hijos de su puta madre se quedaron tan calladitos cuando Germán Arredondo les regaló el Clásico? ¿Por qué no dijeron nada hace una semana cuando el prieto Baloy, un cerdo salvaje de las canchas, abrazaba en el área al mejor 10 del futbol mexicano, Sir Walter Mago Gaitán? Eso era penal y expulsión rayitas y sin embargo ustedes estaban muy contentos con Arredondo. Pero claro, ahora se quieren comer vivo a Marco Antonio Rodríguez por tres justas expulsiones. A callar. ¿Dónde quedó su atrabancado futbol ofensivo, disque bonito que algunos ilusos quieren comparar con el Futbol Total de Holanda? ¿Dónde la alegría circense de sus ridículos pelos pintados? Que patético se veía Herrera chilloteando con sus pelos rojos, que miserable un impotente Franco hablando de partidos arreglados. Si algo define a la afición rayada es su soberbia sin límites, su pedantería extrema, su cursi triunfalismo. Ayer Toluca los trapeó y los tequilas de la tarde me supieron a gloria. Lo siento sinceramente por aquellos amigos y familiares que han caído en el camino del error apoyando esa camiseta, en especial por mi amigo José Villasáez, de los únicos rayados que valen la pena. Por mi parte, no puedo ocultar mi gozo. Gracias Toluca, Gracias Vicente Sánchez, Gracias Américo Gallego, Gracias Perra Brava. Los Diablos Rojos del Toluca, el equipo que apoya Jorge Hank Rhon, alegró mi Navidad. Brindemos por ellos.

Boca vs Pumas

No pudo ser, los bandoneones sonaron más fuerte que los mariachis. El Clarín. Y ahí se sufrió como nunca o como siempre. Y ahí apareció otro ídolo, Roberto Abbondanzieri, que atajó dos y encima convirtió el suyo. Ahí volvió Boca. Aquel Boca. El de siempre. El que gana. El Clarín.
Del Boca vs Pumas todo está dicho. En el mejor de los casos y siendo indulgente, diría que es como el guión de una película trágica de Pedro Infante. Siendo un poco más crudo, les diría que fue tan predecible como una mala película hollywoodense o peor aún, como un melodrama de Televisa. Los actores siguieron paso a paso el libreto que les tocaba desempeñar en este episodio que se convierte en una cuenta más del rosario de desgracias del futbol mexicano. Un equipo sudamericano de los grandes que juega a su antojo con la Conmebol y el reglamento. Un equipo mexicano que con todo en contra, como un salmón en pendiente de 90 grados, enfrenta estoico su destino y hace la hombrada. Y está a punto de tocar el cielo con un trallazo al travesaño, pero el cielo está prohibido para los mexicanos cuando pisan canchas extranjeras. Y el árbitro, siempre el árbitro, encargándose de garantizar la supremacía sudaka y perdonando la roja al que a la postre se convertiría en el héroe de la noche: Roberto Abbondanzeri. El guión salía a la perfección, pero faltaba el remate, la amarga cereza de la tragedia mexicana: LOS PENALES, esos once pasos que han quedado marcados con hierro ardiente en los más profundos complejos nacionales. El mexicano edípico, el mexicano tranza, el mexicano que deja todo para mañana y el mexicano que pierde en penales. Octavio Paz y Samuel Ramos debieron disertar sobre ese trauma ontológico de la mexicanidad.

Corazón Xeneize

Si quieren que sea honesto (y se que los nacionalistas me crucificarán por ello) yo no hinchaba por alguien en especial en este partido. Cualquiera que ganara me daría gusto y cualquiera que perdiera me daría tristeza. Perdonen ustedes por esta confusa dualidad. Digamos que me hubiera gustado ver ganar a Pumas para ver qué se siente ver a un mexicano triunfando en una justa continental, pero tampoco me envolví en la bandera ni me sentí moralmente obligado a la patriótica solidaridad. Desde hace muchos años vive un boquense en mi corazón. Después de todo, esa hermosa camiseta azul amarillo con franja horizontal al pecho evoca la camiseta del mejor equipo del mundo (que se llama Tigres de la UANL para quienes no lo sepan) Dado que la pura camisa me inspira cariño desde lejanas épocas, no ha sido difícil encariñarme con el Boca y enarbolar su bandera en cada justa que disputan. Mi afición boquense vivió su sacramento hace poco más de un mes. El pasado 10 de noviembre conocí la Bombonera. Una fecha inolvidable. Para mí, amante del futbol, conocer la cancha de Boca fue lo que para un católico representaría conocer la Basílica de San Pedro o para un judío visitar el Muro de los Lamentos. Y como si se tratara de coronar esa visita que durante tantos y tantos años soñé, Boca dio esa noche un partido inolvidable, de esos que se te quedan en el corazón y recordarás dentro de 50 años si es que Dios te da vida. Apaleó 4-1 al Inter de Porto Alegre en los cuartos de final de la Copa Sudamericana de la que ayer se coronó Campeón. Pero la cereza en el pastel de esa noche inolvidable, fue haber visto en vivo a Diego Armando Maradona en un partido previo de veteranos de Boca vs Racing en el que Pelusa, con envidiable condición física, se despachó con dos goles. Sueño cumplido haber podido ver, aunque muy tarde, al mejor jugador del Universo. Y el partido contra los brasileños de drama y alarido. Tres golazos de Palacio y uno de Palermo. Ningún estadio retiembla como la Bombonera (tal vez sólo el Universitario de San Nicolás de los Garza) En ningún estadio he sentido esa comunión absoluta entre hinchada y equipo (y mira que he visitado estadios en siete países diferentes) Mi corazón se quedó vagando en el Barrio de la Boca tratando de aprender a bailar tango en Caminito. Lo siento señores. Mi ritual de iniciación en el futbol fue el Mundial 86 y desde entonces me hice albiceleste y maradoniano. Tal vez por lo vivo del recuerdo de aquel verano mítico, siempre en los mundiales soy hincha de Argentina y creo que Maradona es y será superior a Pelé de la misma forma que Borges es superior a García Márquez. Por ello, aunque siento tristeza por mis buenos amigos aficionados de corazón a los Pumas y confieso que me hubiera gustado oírlos gritar Goooya, debo confesar que también me siento contento por esta doble corona boquense. Que tristeza que haya tenido que ser contra un equipo mexicano.