Carros fuck off
¿Cuál es el factor de estrés número uno de mi existencia? Fácil: Todo lo que tenga que ver con los carros. Odio los pinches carros. Es la perfecta definición de un mal necesario, desgraciadamente muy necesario, pero es mal al fín, una perra cruz pesada esto de los automóviles. De entrada, nunca me ha generado placer el acto de manejar. Mucho menos en una ciudad como Tijuana donde hasta el más honorable de sus ciudadanos (si es que el término honorable puede usarse en esta urbe) reprueba con un 0 en educación vial. Gente que saca media trompa en las salidas de la vía rápida, que interpreta una señal de direccional como una orden para acelerar y no dejarte pasar, que dan vuelta en tercera fila, que te cierran compulsivamente, que aún no descifran el código secreto para cruzar glorietas y que se transforman en taxistas sin haber agarrado nunca antes un carro en sus vidas. Una ciudad donde más de la mitad de los carros son chuecos, chocolates o de plano sin placas, conducidos por sinaloenses embrutecidos por los narcocorridos que revientan en sus bocinas, mientras exhiben sin pudor sus caguamas Tecate (si por lo menos bebieran Guiness o Samuel Adams) Todo ello sobre un campo minado por baches asesinos que amenazan con hacer pedazos la suspensión de tu vehículo. Por si fuera poco, a donde vayas estarás condenado a bajarte del carro con el culo en la mano, pues con una estadística de mil 500 robos de vehículos al mes, tienes graves riesgos de que el tuyo sea el próximo.
Pese a todo, en esta ciudad el código de valores, sueños y amores de todo habitante hace del carro una parte importantísima de la existencia. Basta ver la publicidad de Canal 12: Puros lotes de autos usados, remates en Chula Vista, modelos seminuevos a precios de regalo. El éxito, el fracaso, el amor propio, la personalidad se miden a partir de cuatro ruedas. El tijuanense no existe ni ontológica ni físicamente sin su pinche carro. En cambio yo a los carros los desprecio. No checo en esta ciudad. Ya lo he dicho: Son un mal necesario, nunca un placer. La única cosa parecida a lo gustoso cuando voy al volante, es el placentero relax de manejar por la carretera escénica rumbo a Ensenada con un muy buen disquito de heavy metal en tus bocinas, pero en ese caso el hedonismo tiene que ver con la contemplación del Pacífico y el deleite de la musiquita. Fuera de eso, manejar siempre me ha parecido una tortura. En lo personal prefiero caminar y si la distancia de plano es muy larga, prefiero moverme en metro. Pero da la casualidad de que en Tijuana no hay metro y el sistema de transporte es menos que mierda. No conforme con ello, habito en medio de una carretera federal en donde no puedes tomar transporte público a muchos kilómetros de distancia. Al Este de mi casa está el monte, al Oeste el Océano Pacífico, al Norte la carretera y al Sur la carretera. En ni uno de los cuatro puntos cardinales puedo tomar un mísero camión y me gustaría tener el tiempo para caminar los cinco kilómetros que me separan de Rosarito o los 22 que me separan de Tijuana. Pero eso no es todo. Esperen lo que narraré a continuación:
El origen de todos mis males actuales
Me da mucha pena confesarlo, pues me duele admitir que yo, al igual que dos millones de tijuanenses, voy a San Diego en las fechas pre navideñas, pero bueno, ni modo, ya confesé: Hace exactamente dos semanas tuvimos un percance en la línea que acarreó consigo uno de los momentos más bochornosos y estresantes de mi existencia entera.
Y es que cruzar un domingo al medio día a San Diego, cuando faltan dos semanas para Navidad, puede ser una hazaña mayor que cruzar a píe el Sahara en pleno verano o cruzar nadando el Océano Antártico.
Vaya, invertir más de tres horas de tu existencia en una fila de 400 carros, puede ser algo más que una prueba de resistencia o una tortura inquisitorial. El problema es que la prueba de resistencia no sólo es para mi estado de ánimo y mi cordura, sino para el motor del carro. Justo cuando estábamos a unos metros de que el migra nos preguntara What do you bring from the fucking México, el motor de nuestra camioneta Rodeo se calentó, sacó su bandera rojinegra, se puso en huelga, dijo basta de inhumana explotación y decidió apagarse. Así, en plena línea, con todos los carros atrás y justo cuando estábamos por entrar al feudo de Bush. Uno de los migras acompañado de su malencarado pastor alemán nos gritó algo ininteligible pero que dentro de su slang de red neck interpreté como muévanse a la chingada y empujen la nave. Carolina al volante en neutral y yo desde la defensa trasera sudando la gota gorda para empujar, entramos a los Estados Unidos. What do you bring from México? Un pinche carro descompuesto. Esa fue mi respuesta. Empujando el carro entramos a Estados Unidos y empujándolo salimos minutos después, para llegar hasta los patios fiscales de la Aduana Mexicana. Ya en territorio nacional y con la ayuda de un maextrín, dos dimos a la tarea de encender de nuevo la nave y retornar a nuestro hogar viendo frustrado el sueño americano de compras navideñas.
Lo interpreté como un castigo a los afanes consumistas. Imaginé a los líderes de la Cámara de Comercio de Tijuana mofándose de nuestra desgracia al vernos obligados a comprar los regalos en Plaza Río. Contra nuestra voluntad y forzados por las circunstancias, tuvimos que apoyar al comerciante local.
Desde entonces, el carro que en 10 meses se había portado casi como un muchachito modelo, se ha dado a la tarea de hacer panchos incomprensibles. Y los mecánicos no encuentran la piedra filosofal del incomprensible e indescifrable motor de nuestra Rodeo. Y yo estoy hasta la madre de entenderme con ellos. Seguiremos informando. Si alguien conoce un buen eléctrico en Tijuana se admiten recomendaciones.
Dilemas ortegianos
Mi buen amigo Gerardo Ortega tiene mucha razón cuando se cuestiona sobre lo complicado que puede llegar a resultar abrirse de capa y cantarle un tiro a una chica.
En su blog, http://www.yadivia.blogspot.com/, el poeta nicolaíta diserta sobre este tópico. Transcribo textualmente las palabras ortegianas:
En lugar de invitarte a salir (al Vips, al Reforma, al concierto, a cenar) cualquier número de veces, y que tú te niegues todas las veces menos una ?la vez en que necesitabas no sé qué información para tu trabajo? quisiera ser capaz de decirte: después de la chamba quisiera que pasáramos una noche juntos. Y que tú no te ofendas ni pienses mal o bien de mí. Simplemente digas:
?Oh, qué chido sería, ¿qué te parece si nos vemos a las 8 en el café de siempre?
De hecho, creo que Ortega se pasó de caballeroso con lo de la noche juntos, que sigue siendo una forma políticamente correcta de llamar las cosas. Después de todo, hay muchas formas de pasar la noche con una mujer y no precisamente placenteras (trabajando hasta el amanecer en el turno nocturno de la maquila con una compañera de trabajo, por ejemplo, es pasar la noche juntos) Sin embargo entiendo muy bien las dudas de mi amigo. Vaya, si alguien le puedes ofrecer un cigarro, pedirle la hora o un aventón ¿por qué no le puedes proponer una cogida como Dios manda? Así, sencillito, sin broncas. Vaya, no es obligación. Siempre existe la posibilidad de decir sí o no. Todo fuera como eso, aunque en Estados Unidos te puedan refundir en el bote por sólo insinuarlo. Acoso sexual. Proposición indecorosa le llaman. Sin embargo, si no encuentras la forma adecuada para hacer llegar tu propuesta y que ésta tenga éxito, siempre es recomendable recurrir a Camilo Sesto con aquella rolita que dice así: Yo necesito saber, si quieres ser mi amante. Tan, tan. Hagan la prueba.
Sostengo lo dicho sobre U2
La gente me dice que no los he escuchado, ni los he comprendido y que mi oído de metalero me ha dañado el tímpano, pero aún así no pienso recapacitar ni suavizar mis críticas y seguiré afirmando que U2 es un grupo inflado, sobrevalorado, colaboracionista e hipócrita cuya música sirve para deleitar los oídos de fresoides que quieren jugar a ser pacifistas.
Admito que muchas bandas de metal gringo apoyan abiertamente a Bush y su guerra en Irak. WASP, Iced Earth, Manowar son abiertamente imperialistas y pro bélicos. No comparto sus opiniones, pero bueno, allá ellos con sus convicciones, pero por lo menos me parecen más honestos por manifestar de frente y sin tapujos sus ideas nacionalistas y no ser un colaboracionista hipócrita como Bono que navega con bandera de pacifista mientras apoya a Bush. The hands than build America. Hazme el favor. Vete a rechingar a tu madre U2. Tal vez si me regalaran un boleto y no hubiera partidos de futbol ese día ni tuviera nada mejor que hacer, accedería a ir a aburrirme a un concierto de ellos.
¿Cuál es el factor de estrés número uno de mi existencia? Fácil: Todo lo que tenga que ver con los carros. Odio los pinches carros. Es la perfecta definición de un mal necesario, desgraciadamente muy necesario, pero es mal al fín, una perra cruz pesada esto de los automóviles. De entrada, nunca me ha generado placer el acto de manejar. Mucho menos en una ciudad como Tijuana donde hasta el más honorable de sus ciudadanos (si es que el término honorable puede usarse en esta urbe) reprueba con un 0 en educación vial. Gente que saca media trompa en las salidas de la vía rápida, que interpreta una señal de direccional como una orden para acelerar y no dejarte pasar, que dan vuelta en tercera fila, que te cierran compulsivamente, que aún no descifran el código secreto para cruzar glorietas y que se transforman en taxistas sin haber agarrado nunca antes un carro en sus vidas. Una ciudad donde más de la mitad de los carros son chuecos, chocolates o de plano sin placas, conducidos por sinaloenses embrutecidos por los narcocorridos que revientan en sus bocinas, mientras exhiben sin pudor sus caguamas Tecate (si por lo menos bebieran Guiness o Samuel Adams) Todo ello sobre un campo minado por baches asesinos que amenazan con hacer pedazos la suspensión de tu vehículo. Por si fuera poco, a donde vayas estarás condenado a bajarte del carro con el culo en la mano, pues con una estadística de mil 500 robos de vehículos al mes, tienes graves riesgos de que el tuyo sea el próximo.
Pese a todo, en esta ciudad el código de valores, sueños y amores de todo habitante hace del carro una parte importantísima de la existencia. Basta ver la publicidad de Canal 12: Puros lotes de autos usados, remates en Chula Vista, modelos seminuevos a precios de regalo. El éxito, el fracaso, el amor propio, la personalidad se miden a partir de cuatro ruedas. El tijuanense no existe ni ontológica ni físicamente sin su pinche carro. En cambio yo a los carros los desprecio. No checo en esta ciudad. Ya lo he dicho: Son un mal necesario, nunca un placer. La única cosa parecida a lo gustoso cuando voy al volante, es el placentero relax de manejar por la carretera escénica rumbo a Ensenada con un muy buen disquito de heavy metal en tus bocinas, pero en ese caso el hedonismo tiene que ver con la contemplación del Pacífico y el deleite de la musiquita. Fuera de eso, manejar siempre me ha parecido una tortura. En lo personal prefiero caminar y si la distancia de plano es muy larga, prefiero moverme en metro. Pero da la casualidad de que en Tijuana no hay metro y el sistema de transporte es menos que mierda. No conforme con ello, habito en medio de una carretera federal en donde no puedes tomar transporte público a muchos kilómetros de distancia. Al Este de mi casa está el monte, al Oeste el Océano Pacífico, al Norte la carretera y al Sur la carretera. En ni uno de los cuatro puntos cardinales puedo tomar un mísero camión y me gustaría tener el tiempo para caminar los cinco kilómetros que me separan de Rosarito o los 22 que me separan de Tijuana. Pero eso no es todo. Esperen lo que narraré a continuación:
El origen de todos mis males actuales
Me da mucha pena confesarlo, pues me duele admitir que yo, al igual que dos millones de tijuanenses, voy a San Diego en las fechas pre navideñas, pero bueno, ni modo, ya confesé: Hace exactamente dos semanas tuvimos un percance en la línea que acarreó consigo uno de los momentos más bochornosos y estresantes de mi existencia entera.
Y es que cruzar un domingo al medio día a San Diego, cuando faltan dos semanas para Navidad, puede ser una hazaña mayor que cruzar a píe el Sahara en pleno verano o cruzar nadando el Océano Antártico.
Vaya, invertir más de tres horas de tu existencia en una fila de 400 carros, puede ser algo más que una prueba de resistencia o una tortura inquisitorial. El problema es que la prueba de resistencia no sólo es para mi estado de ánimo y mi cordura, sino para el motor del carro. Justo cuando estábamos a unos metros de que el migra nos preguntara What do you bring from the fucking México, el motor de nuestra camioneta Rodeo se calentó, sacó su bandera rojinegra, se puso en huelga, dijo basta de inhumana explotación y decidió apagarse. Así, en plena línea, con todos los carros atrás y justo cuando estábamos por entrar al feudo de Bush. Uno de los migras acompañado de su malencarado pastor alemán nos gritó algo ininteligible pero que dentro de su slang de red neck interpreté como muévanse a la chingada y empujen la nave. Carolina al volante en neutral y yo desde la defensa trasera sudando la gota gorda para empujar, entramos a los Estados Unidos. What do you bring from México? Un pinche carro descompuesto. Esa fue mi respuesta. Empujando el carro entramos a Estados Unidos y empujándolo salimos minutos después, para llegar hasta los patios fiscales de la Aduana Mexicana. Ya en territorio nacional y con la ayuda de un maextrín, dos dimos a la tarea de encender de nuevo la nave y retornar a nuestro hogar viendo frustrado el sueño americano de compras navideñas.
Lo interpreté como un castigo a los afanes consumistas. Imaginé a los líderes de la Cámara de Comercio de Tijuana mofándose de nuestra desgracia al vernos obligados a comprar los regalos en Plaza Río. Contra nuestra voluntad y forzados por las circunstancias, tuvimos que apoyar al comerciante local.
Desde entonces, el carro que en 10 meses se había portado casi como un muchachito modelo, se ha dado a la tarea de hacer panchos incomprensibles. Y los mecánicos no encuentran la piedra filosofal del incomprensible e indescifrable motor de nuestra Rodeo. Y yo estoy hasta la madre de entenderme con ellos. Seguiremos informando. Si alguien conoce un buen eléctrico en Tijuana se admiten recomendaciones.
Dilemas ortegianos
Mi buen amigo Gerardo Ortega tiene mucha razón cuando se cuestiona sobre lo complicado que puede llegar a resultar abrirse de capa y cantarle un tiro a una chica.
En su blog, http://www.yadivia.blogspot.com/, el poeta nicolaíta diserta sobre este tópico. Transcribo textualmente las palabras ortegianas:
En lugar de invitarte a salir (al Vips, al Reforma, al concierto, a cenar) cualquier número de veces, y que tú te niegues todas las veces menos una ?la vez en que necesitabas no sé qué información para tu trabajo? quisiera ser capaz de decirte: después de la chamba quisiera que pasáramos una noche juntos. Y que tú no te ofendas ni pienses mal o bien de mí. Simplemente digas:
?Oh, qué chido sería, ¿qué te parece si nos vemos a las 8 en el café de siempre?
De hecho, creo que Ortega se pasó de caballeroso con lo de la noche juntos, que sigue siendo una forma políticamente correcta de llamar las cosas. Después de todo, hay muchas formas de pasar la noche con una mujer y no precisamente placenteras (trabajando hasta el amanecer en el turno nocturno de la maquila con una compañera de trabajo, por ejemplo, es pasar la noche juntos) Sin embargo entiendo muy bien las dudas de mi amigo. Vaya, si alguien le puedes ofrecer un cigarro, pedirle la hora o un aventón ¿por qué no le puedes proponer una cogida como Dios manda? Así, sencillito, sin broncas. Vaya, no es obligación. Siempre existe la posibilidad de decir sí o no. Todo fuera como eso, aunque en Estados Unidos te puedan refundir en el bote por sólo insinuarlo. Acoso sexual. Proposición indecorosa le llaman. Sin embargo, si no encuentras la forma adecuada para hacer llegar tu propuesta y que ésta tenga éxito, siempre es recomendable recurrir a Camilo Sesto con aquella rolita que dice así: Yo necesito saber, si quieres ser mi amante. Tan, tan. Hagan la prueba.
Sostengo lo dicho sobre U2
La gente me dice que no los he escuchado, ni los he comprendido y que mi oído de metalero me ha dañado el tímpano, pero aún así no pienso recapacitar ni suavizar mis críticas y seguiré afirmando que U2 es un grupo inflado, sobrevalorado, colaboracionista e hipócrita cuya música sirve para deleitar los oídos de fresoides que quieren jugar a ser pacifistas.
Admito que muchas bandas de metal gringo apoyan abiertamente a Bush y su guerra en Irak. WASP, Iced Earth, Manowar son abiertamente imperialistas y pro bélicos. No comparto sus opiniones, pero bueno, allá ellos con sus convicciones, pero por lo menos me parecen más honestos por manifestar de frente y sin tapujos sus ideas nacionalistas y no ser un colaboracionista hipócrita como Bono que navega con bandera de pacifista mientras apoya a Bush. The hands than build America. Hazme el favor. Vete a rechingar a tu madre U2. Tal vez si me regalaran un boleto y no hubiera partidos de futbol ese día ni tuviera nada mejor que hacer, accedería a ir a aburrirme a un concierto de ellos.