Y volver, volver, volver...
He vuelto. Al cabo de tres semanas en latitudes australes he retornado a Tijuana. Alguien me ha dicho que debería escribir desde el lugar de los hechos, pues contar los viajes una vez que han transcurrido termina por acuchillar su espíritu. Sin embargo, considero un crimen malgastar las horas de una aventura en la monotonía de un café internet y condenar los ojos a la cárcel de una pantalla cuando hay tanto que ver en tan poco tiempo. Durante los viajes trato de cortar cualquier vestigio de cordón umbilical que me una con mi vida diaria. Hoy, que tendré tiempo de sobra para aterrizar en ese paraje que llamamos cotidianeidad, no me resta más que escribir con el corazón mirando al Sur. Así las cosas, empecemos.
Ante mis emotivas declaraciones de amor a la capital de Argentina, un amigo peruano me preguntaba ¿Qué a poco tan bello es Buenos Aires? La pregunta me dejó pensando. ¿Bello? ¿Qué es lo que hace bella a una ciudad? ¿Se limita la belleza únicamente a la arquitectura? No lo creo.
Para bellezas arquitectónicas, ninguna ciudad resulta tan hechizante como Praga. En ese sentido no tengo duda alguna, si bien he de reconocer que con toda su pedantería a cuestas, París puede pronunciar orgullosa: No me odies por ser bonita. Viena ni siquiera necesita carta de presentación. La princesa austriaca derrocha elegancia. Sin embargo, frente a estas tres bellezas que pasean como petulantes modelos en pasarela, yo me quedo con Buenos Aires. Y sí, surge la pregunta indiscreta y la odiosa comparación: ¿Te parece más bello Buenos Aires que París? Digamos que París es la modelo con la que te deleitas mientras la miras desfilar. Buenos Aires, en cambio, es la mujer con la que te casarías. ¿He sido claro? No, no se exactamente como siquiera intentar describir la magia de una ciudad a la que si algo le sobran son descripciones de toda clase de iluminados. De Borges a Calamaro, de Gardel a Sabato de Artl a García. ¿Su arquitectura? Sí, tiene su encanto tanta dosis de verticalidad y ese diluvio de historias ocultas tras los miles de balcones. Y sí, los mitos son ciertos: Hay ciertas zonas urbanas que son más europeas que Europa. Sin embargo, pese a sus deseos de ser Viejo Continente, Buenos Aires es América.
Horas y horas
Pero como dijo el carnicero, vamos por partes y empecemos por el principio. La incertidumbre y el miedo nos dominaban cuando nos fuimos de aquí por lo que pudiera pasar con la retina de Carol. Creo que cuando salimos no pensábamos ni en el avión, ni en el destino ni en otra cosa que no fueran los ojos. En realidad estuvimos a punto de cancelarlo todo, pero al final decidimos jugárnosla pues de cualquiera manera, si la tragedia se consumaba, ocurriría lo mismo en Tijuana que en Buenos Aires. Y nos fuimos, tratando de mitigar en algo la tristeza. Tres horas de Tijuana a México y por la ventanilla del avión volví a contemplar, ocho años después, la Gran Tenochtitlán que lucía extrañamente limpia. Una larga espera en el aeropuerto del DF y finalmente abordamos a Buenos Aires. Como dato cultural agregaré que en el mismo avión que nosotros viajaban las Águilas del América, que iban a jugar contra Velez y Roberto Gómez Bolaños Chespirito, acompañado de Florinda Meza, quien acudía como invitado al show de Maradona. Vale la pena comentar que mientras Cuauhtémoc Blanco, Rojas, Mario Carillo y Manuel Lapuente viajan en primera clase, el resto el plantel, incluidos Kleber e Irenio, es enviado con la perrada. Así las cosas, me tocó compartir nueve horas y media de vuelo con un equipucho chilango que es odiado y amado por miles y que a mí me genera la más absoluta indiferencia. Con semejantes compañeros de viaje, aterrizamos en Ezeiza la mañana del 31 de octubre de 2005.
Primer día
Todo primer día es mentiroso. Los aviones, las esperas aeroportuarias y los cambios de horario distorsionan la realidad. Si sumamos las tres horas de Tijuana a México, las casi seis horas de espera en el aeropuerto capitalino y las nueve horas de México a Buenos Aires, tenemos que nos fletamos casi 20 horitas de trajín.
Al llegar a Ezeiza y tomar el bus rumbo a la ciudad, lo primero que vi fue el centro de alto rendimiento de la AFA, ubicado a menos de un kilómetro del aeropuerto, donde entrena y se concentra la mismísima selección albiceleste de la que he sido hincha fiel en todos los mundiales. El viaje a la ciudad tomó 45 minutos. Al llegar al hotel Mayflower en donde nuestro amigo PG Beas nos hizo el paro de apartarnos una habitación, mi cuerpo exigía tumbarse a dormir, pero el deseo de recorrer calles fue más fuerte que nosotros y así las cosas nos fuimos caminando a Puerto Madero, bajando por la calle Viamonte, retornamos luego hasta Tribunales y en el camino conocimos un amable cordobés de nombre Orestes que nos guío hasta Recoleta, lo cual a píe no son precisamente enchiladas. Un reverendo caminadón de hartos kilómetros desde la última dársena de Puerto Madero hasta la iglesia de Pilar en Recoleta fue nuestra bienvenida para dormir como benditos esa noche. El primer platillo de nuestro maratón de delicias fueron unas clásicas empanadas argentinas.
Mitos:
Pero bueno, antes de entrar en materia vale la pena ir aclarando algunas cosas. Sin duda has escuchado muchos mitos acerca de Argentina y los argentinos. Aquí me permito desmentir unos cuantos.
Que los argentinos son pedantes: Mentira total. A menos de que haya dado la casualidad de que en 20 días de estancia únicamente conocimos personas amables que nos ayudaron desinteresadamente y cuya plática fue las más de las veces amena e interesante. Gente educada, fina y con un humor de lo más agradable fue lo que encontré. No conocí uno solo que me tirara mal pedo.
Que Nueva York es la ciudad que nunca duerme: Mentira total. La ciudad que nunca jamás duerme se llama Buenos Aires. He caminado por la Gran Manzana a las 11:00 de la noche y la he visto dormir en plácido sueño burgués. En cambio, a Buenos Aires jamás la vi dormir ¿A qué horas duerme carajo? No he conocido una ciudad con una vocación tan nocturna como la capital de Argentina. Los porteños inician sus rondas crápulas después de la media noche y el amanecer no es sinónimo de irse a dormir.
Que los estadios argentinos son violentos: Bueno, digamos que las barras bravas no paran de brincar y no son apacibles con las camisetas visitantes, pero vi en los estadios muchas familias con niños y no vándalos descerebrados armados hasta los dientes como ha difundido la leyenda negra de Televisa. Pero de los estadios y el futbol hablaré más tarde. Eso requiere un capítulo completo.
Que Buenos Aires es una ciudad europea que por error está en América: Digamos que en muchas zonas puedes creer que estás en Roma o Madrid, pero lo cierto es que Buenos Aires se parece más a Buenos Aires y tiene también mucha dosis de Latinoamérica.
Milongas
Una de las motivaciones de nuestro viaje a Buenos Aires fue, entre otras tantas, la gran afición de Carolina por el tango. Desde que la conozco es fiel escucha de este género y desde un tiempo para acá se ha dado a la tarea de aprender a bailarlo. Gracias a ella, mis metaleros oídos se han ido introduciendo a Piazzolla, Gardel, Discepolo y compañía. Y créanlo ustedes o no, lo he aprendido a disfrutar y en demasía. En Buenos Aires el tango se infiltra en tus venas y en tu alma. Es algo mucho más profundo que un simple género musical. Es una omnipresencia que se vive y se sufre. La vocación por el tango en Buenos Aires no tiene que ver con esa manía inherente a casi toda cultura que consiste en disfrazarse de su propio ideal para posar ante los turistas. Cierto, hay muchos shows de tangos pensados para satisfacer la lente de los miles de visitantes, ávidos de extravagancia. Bailes ricos en acrobacias circenses cotizados como cena show en Puerto Madero. Sin embargo, más allá de ese tango-acrobacia diseñado para seguidores de Al Pacino, existe el auténtico tango porteño, el que pertenece a los lugareños y es tocado y bailado por el puro placer que ello produce.
Cuanta razón tiene PG Beas cuando señala: Ningún instrumento más melancólico que el bandoneón y ninguno con tanto, tanto sentimiento. Ninguno.El bandoneón guarda en su respiración toda la esperanza y toda la decepción de un planeta entero. Este maldito planeta...
En Buenos Aires Carolina y yo nos dimos a la tarea de trasnochar en milongas. Las milongas son sitios en los que los porteños acuden a bailar y escuchar orquestas tangueras. Aunque por ahí se cuela uno que otro turista, lo cierto es que la milonga es una pasión porteña. Entre las 11:00 o 12:00 de la noche la pista se va poco a poco llenando y en la madrugada no cabe un alfiler entre tantas parejas de danzantes. La verdadera utopía de un paraíso que trascienda edades, fenotipos y clases sociales se vive en las milongas porteñas. Desde parejas de ancianos arriba de los ochenta años de edad hasta jovencitos veinteañeros acuden a bailar. Hombres de traje impecable conviven en la pista con harapientos. Solteros, casados, ricos, pobres, empleados y víctimas del corralito, heterosexuales y homosexuales conviven ahí unidos por la magia del tango hasta el amanecer. De hecho, entre los mejores bailarines que pudimos ver en las milongas estaba una pareja de gays que nunca faltaba y que bailaba un tango tras otro sin cansarse nunca. A la milonga que más veces acudimos fue a la Confitería La Ideal, ubicada en Suipacha, una vieja casona del Siglo XIX con un gran salón de baile de tiempos de mi bisabuela. Pero también acudimos a la misteriosa Viruta en Palermo y la Torcuato Tasso en Santelmo (sí, justo enfrente del Parque Lezama donde comienza Sobre Héroes y Tumbas) Aunque se baila primordialmente tango, también hay mucho espacio para las auténticas milongas (mucho más rápidas y complicadas de bailar) y ya en plan netamente criollo, remataban con puro folklore sudamericano, que a mi en lo personal me encantó.
Nada como contemplar la sensualidad de una mujer que cierra los ojos como en éxtasis místico mientras apoya la cabeza en el hombre y abandona su cuerpo al placer del tango. Alguien me dijo que para vivir y entender el tango es necesario ser porteño. Lo cierto es que el tango es mucho más que una pieza de museo o una atracción turística. Está vivo, vivísimo, en el ánimo de jóvenes y viejos. Además del tango clásico, el neo tango fusión ha pegado fuerte. Con Gotan Project y sus plagiarios de Bajo Fondo como puntos de referencia, hay una buena horda de neo tangueros. Algunos realmente creativos y otros que simplemente han afeado piezas clásicas con repugnante punchis punchis. Sin embargo, Carol compró discos realmente creativos como es el caso de Narcotango (de un tipo cuyo nombre no recuerdo) y un proyecto o colectivo llamado Otros Aires. Ello por no hablar de los más de 15 discos de tango clásico que adquirió y que aún no acabamos de escuchar.
Librerías
Hace un año, al volver de Austria, escribí en Eterno Retorno esta frase:
Nunca en mi vida he visitado una ciudad con tantas librerías como Viena. Y conste que incluyo en mi categórica afirmación a Barcelona, Madrid, Roma y París. En Viena vi librerías en cada esquina y con precios más que accesibles. Pese a que Viena no es barato, puedo afirmar que muchos libros son más económicos que en México.
Pues bien, retiro lo dicho y aclaro: Nunca en mi vida he visto una ciudad con tantas librerías como Buenos Aires. Viena se la pela. Putísima madre. Me sentía como un niño en juguetería. Caminas por Corrientes y nomás no sabes para dónde voltear con tantas y tantas librerías. En una ciudad como Tijuana donde nuestra única librería en forma es El Día, es de esperarse que yo quedara embobado ante semejante orgía bibliófila.
Vaya en Buenos Aires la Gandhi es sólo una más, una librería del montón. Puedes encontrar desde modernas tiendas como Musimundo que tiene una muy apetecible sección de novedades editoriales, hasta librerías de viejo donde encontrarás ediciones antiquísimas y colecciones enteras a precio de regalo. Hay una muy buena en calle Paraná y otra en Suipacha (bueno, las que yo visité) Corrientes es librería tras librería. Puedes pasar un día entero y no acabas. Y además de los precios de regalo que uno puede encontrar en obras clásicas y libros viejos, los libros novedosos de editoriales caras como TusQuets y Anagrama que aquí te los estafan en 300 pesos, allá no te cuestan más de 10 dólares. Para no hacer el cuento largo, les diré que fue necesario pedir una caja de verduras en un mercado para transportar los 24 libros que compré. Y me quedé con ganas de tantos y tantos más.
Y bueno, por ahora aquí le paro, pero seguiremos vaciando el cuaderno de recuerdos porteños en los próximos días.
He vuelto. Al cabo de tres semanas en latitudes australes he retornado a Tijuana. Alguien me ha dicho que debería escribir desde el lugar de los hechos, pues contar los viajes una vez que han transcurrido termina por acuchillar su espíritu. Sin embargo, considero un crimen malgastar las horas de una aventura en la monotonía de un café internet y condenar los ojos a la cárcel de una pantalla cuando hay tanto que ver en tan poco tiempo. Durante los viajes trato de cortar cualquier vestigio de cordón umbilical que me una con mi vida diaria. Hoy, que tendré tiempo de sobra para aterrizar en ese paraje que llamamos cotidianeidad, no me resta más que escribir con el corazón mirando al Sur. Así las cosas, empecemos.
Ante mis emotivas declaraciones de amor a la capital de Argentina, un amigo peruano me preguntaba ¿Qué a poco tan bello es Buenos Aires? La pregunta me dejó pensando. ¿Bello? ¿Qué es lo que hace bella a una ciudad? ¿Se limita la belleza únicamente a la arquitectura? No lo creo.
Para bellezas arquitectónicas, ninguna ciudad resulta tan hechizante como Praga. En ese sentido no tengo duda alguna, si bien he de reconocer que con toda su pedantería a cuestas, París puede pronunciar orgullosa: No me odies por ser bonita. Viena ni siquiera necesita carta de presentación. La princesa austriaca derrocha elegancia. Sin embargo, frente a estas tres bellezas que pasean como petulantes modelos en pasarela, yo me quedo con Buenos Aires. Y sí, surge la pregunta indiscreta y la odiosa comparación: ¿Te parece más bello Buenos Aires que París? Digamos que París es la modelo con la que te deleitas mientras la miras desfilar. Buenos Aires, en cambio, es la mujer con la que te casarías. ¿He sido claro? No, no se exactamente como siquiera intentar describir la magia de una ciudad a la que si algo le sobran son descripciones de toda clase de iluminados. De Borges a Calamaro, de Gardel a Sabato de Artl a García. ¿Su arquitectura? Sí, tiene su encanto tanta dosis de verticalidad y ese diluvio de historias ocultas tras los miles de balcones. Y sí, los mitos son ciertos: Hay ciertas zonas urbanas que son más europeas que Europa. Sin embargo, pese a sus deseos de ser Viejo Continente, Buenos Aires es América.
Horas y horas
Pero como dijo el carnicero, vamos por partes y empecemos por el principio. La incertidumbre y el miedo nos dominaban cuando nos fuimos de aquí por lo que pudiera pasar con la retina de Carol. Creo que cuando salimos no pensábamos ni en el avión, ni en el destino ni en otra cosa que no fueran los ojos. En realidad estuvimos a punto de cancelarlo todo, pero al final decidimos jugárnosla pues de cualquiera manera, si la tragedia se consumaba, ocurriría lo mismo en Tijuana que en Buenos Aires. Y nos fuimos, tratando de mitigar en algo la tristeza. Tres horas de Tijuana a México y por la ventanilla del avión volví a contemplar, ocho años después, la Gran Tenochtitlán que lucía extrañamente limpia. Una larga espera en el aeropuerto del DF y finalmente abordamos a Buenos Aires. Como dato cultural agregaré que en el mismo avión que nosotros viajaban las Águilas del América, que iban a jugar contra Velez y Roberto Gómez Bolaños Chespirito, acompañado de Florinda Meza, quien acudía como invitado al show de Maradona. Vale la pena comentar que mientras Cuauhtémoc Blanco, Rojas, Mario Carillo y Manuel Lapuente viajan en primera clase, el resto el plantel, incluidos Kleber e Irenio, es enviado con la perrada. Así las cosas, me tocó compartir nueve horas y media de vuelo con un equipucho chilango que es odiado y amado por miles y que a mí me genera la más absoluta indiferencia. Con semejantes compañeros de viaje, aterrizamos en Ezeiza la mañana del 31 de octubre de 2005.
Primer día
Todo primer día es mentiroso. Los aviones, las esperas aeroportuarias y los cambios de horario distorsionan la realidad. Si sumamos las tres horas de Tijuana a México, las casi seis horas de espera en el aeropuerto capitalino y las nueve horas de México a Buenos Aires, tenemos que nos fletamos casi 20 horitas de trajín.
Al llegar a Ezeiza y tomar el bus rumbo a la ciudad, lo primero que vi fue el centro de alto rendimiento de la AFA, ubicado a menos de un kilómetro del aeropuerto, donde entrena y se concentra la mismísima selección albiceleste de la que he sido hincha fiel en todos los mundiales. El viaje a la ciudad tomó 45 minutos. Al llegar al hotel Mayflower en donde nuestro amigo PG Beas nos hizo el paro de apartarnos una habitación, mi cuerpo exigía tumbarse a dormir, pero el deseo de recorrer calles fue más fuerte que nosotros y así las cosas nos fuimos caminando a Puerto Madero, bajando por la calle Viamonte, retornamos luego hasta Tribunales y en el camino conocimos un amable cordobés de nombre Orestes que nos guío hasta Recoleta, lo cual a píe no son precisamente enchiladas. Un reverendo caminadón de hartos kilómetros desde la última dársena de Puerto Madero hasta la iglesia de Pilar en Recoleta fue nuestra bienvenida para dormir como benditos esa noche. El primer platillo de nuestro maratón de delicias fueron unas clásicas empanadas argentinas.
Mitos:
Pero bueno, antes de entrar en materia vale la pena ir aclarando algunas cosas. Sin duda has escuchado muchos mitos acerca de Argentina y los argentinos. Aquí me permito desmentir unos cuantos.
Que los argentinos son pedantes: Mentira total. A menos de que haya dado la casualidad de que en 20 días de estancia únicamente conocimos personas amables que nos ayudaron desinteresadamente y cuya plática fue las más de las veces amena e interesante. Gente educada, fina y con un humor de lo más agradable fue lo que encontré. No conocí uno solo que me tirara mal pedo.
Que Nueva York es la ciudad que nunca duerme: Mentira total. La ciudad que nunca jamás duerme se llama Buenos Aires. He caminado por la Gran Manzana a las 11:00 de la noche y la he visto dormir en plácido sueño burgués. En cambio, a Buenos Aires jamás la vi dormir ¿A qué horas duerme carajo? No he conocido una ciudad con una vocación tan nocturna como la capital de Argentina. Los porteños inician sus rondas crápulas después de la media noche y el amanecer no es sinónimo de irse a dormir.
Que los estadios argentinos son violentos: Bueno, digamos que las barras bravas no paran de brincar y no son apacibles con las camisetas visitantes, pero vi en los estadios muchas familias con niños y no vándalos descerebrados armados hasta los dientes como ha difundido la leyenda negra de Televisa. Pero de los estadios y el futbol hablaré más tarde. Eso requiere un capítulo completo.
Que Buenos Aires es una ciudad europea que por error está en América: Digamos que en muchas zonas puedes creer que estás en Roma o Madrid, pero lo cierto es que Buenos Aires se parece más a Buenos Aires y tiene también mucha dosis de Latinoamérica.
Milongas
Una de las motivaciones de nuestro viaje a Buenos Aires fue, entre otras tantas, la gran afición de Carolina por el tango. Desde que la conozco es fiel escucha de este género y desde un tiempo para acá se ha dado a la tarea de aprender a bailarlo. Gracias a ella, mis metaleros oídos se han ido introduciendo a Piazzolla, Gardel, Discepolo y compañía. Y créanlo ustedes o no, lo he aprendido a disfrutar y en demasía. En Buenos Aires el tango se infiltra en tus venas y en tu alma. Es algo mucho más profundo que un simple género musical. Es una omnipresencia que se vive y se sufre. La vocación por el tango en Buenos Aires no tiene que ver con esa manía inherente a casi toda cultura que consiste en disfrazarse de su propio ideal para posar ante los turistas. Cierto, hay muchos shows de tangos pensados para satisfacer la lente de los miles de visitantes, ávidos de extravagancia. Bailes ricos en acrobacias circenses cotizados como cena show en Puerto Madero. Sin embargo, más allá de ese tango-acrobacia diseñado para seguidores de Al Pacino, existe el auténtico tango porteño, el que pertenece a los lugareños y es tocado y bailado por el puro placer que ello produce.
Cuanta razón tiene PG Beas cuando señala: Ningún instrumento más melancólico que el bandoneón y ninguno con tanto, tanto sentimiento. Ninguno.El bandoneón guarda en su respiración toda la esperanza y toda la decepción de un planeta entero. Este maldito planeta...
En Buenos Aires Carolina y yo nos dimos a la tarea de trasnochar en milongas. Las milongas son sitios en los que los porteños acuden a bailar y escuchar orquestas tangueras. Aunque por ahí se cuela uno que otro turista, lo cierto es que la milonga es una pasión porteña. Entre las 11:00 o 12:00 de la noche la pista se va poco a poco llenando y en la madrugada no cabe un alfiler entre tantas parejas de danzantes. La verdadera utopía de un paraíso que trascienda edades, fenotipos y clases sociales se vive en las milongas porteñas. Desde parejas de ancianos arriba de los ochenta años de edad hasta jovencitos veinteañeros acuden a bailar. Hombres de traje impecable conviven en la pista con harapientos. Solteros, casados, ricos, pobres, empleados y víctimas del corralito, heterosexuales y homosexuales conviven ahí unidos por la magia del tango hasta el amanecer. De hecho, entre los mejores bailarines que pudimos ver en las milongas estaba una pareja de gays que nunca faltaba y que bailaba un tango tras otro sin cansarse nunca. A la milonga que más veces acudimos fue a la Confitería La Ideal, ubicada en Suipacha, una vieja casona del Siglo XIX con un gran salón de baile de tiempos de mi bisabuela. Pero también acudimos a la misteriosa Viruta en Palermo y la Torcuato Tasso en Santelmo (sí, justo enfrente del Parque Lezama donde comienza Sobre Héroes y Tumbas) Aunque se baila primordialmente tango, también hay mucho espacio para las auténticas milongas (mucho más rápidas y complicadas de bailar) y ya en plan netamente criollo, remataban con puro folklore sudamericano, que a mi en lo personal me encantó.
Nada como contemplar la sensualidad de una mujer que cierra los ojos como en éxtasis místico mientras apoya la cabeza en el hombre y abandona su cuerpo al placer del tango. Alguien me dijo que para vivir y entender el tango es necesario ser porteño. Lo cierto es que el tango es mucho más que una pieza de museo o una atracción turística. Está vivo, vivísimo, en el ánimo de jóvenes y viejos. Además del tango clásico, el neo tango fusión ha pegado fuerte. Con Gotan Project y sus plagiarios de Bajo Fondo como puntos de referencia, hay una buena horda de neo tangueros. Algunos realmente creativos y otros que simplemente han afeado piezas clásicas con repugnante punchis punchis. Sin embargo, Carol compró discos realmente creativos como es el caso de Narcotango (de un tipo cuyo nombre no recuerdo) y un proyecto o colectivo llamado Otros Aires. Ello por no hablar de los más de 15 discos de tango clásico que adquirió y que aún no acabamos de escuchar.
Librerías
Hace un año, al volver de Austria, escribí en Eterno Retorno esta frase:
Nunca en mi vida he visitado una ciudad con tantas librerías como Viena. Y conste que incluyo en mi categórica afirmación a Barcelona, Madrid, Roma y París. En Viena vi librerías en cada esquina y con precios más que accesibles. Pese a que Viena no es barato, puedo afirmar que muchos libros son más económicos que en México.
Pues bien, retiro lo dicho y aclaro: Nunca en mi vida he visto una ciudad con tantas librerías como Buenos Aires. Viena se la pela. Putísima madre. Me sentía como un niño en juguetería. Caminas por Corrientes y nomás no sabes para dónde voltear con tantas y tantas librerías. En una ciudad como Tijuana donde nuestra única librería en forma es El Día, es de esperarse que yo quedara embobado ante semejante orgía bibliófila.
Vaya en Buenos Aires la Gandhi es sólo una más, una librería del montón. Puedes encontrar desde modernas tiendas como Musimundo que tiene una muy apetecible sección de novedades editoriales, hasta librerías de viejo donde encontrarás ediciones antiquísimas y colecciones enteras a precio de regalo. Hay una muy buena en calle Paraná y otra en Suipacha (bueno, las que yo visité) Corrientes es librería tras librería. Puedes pasar un día entero y no acabas. Y además de los precios de regalo que uno puede encontrar en obras clásicas y libros viejos, los libros novedosos de editoriales caras como TusQuets y Anagrama que aquí te los estafan en 300 pesos, allá no te cuestan más de 10 dólares. Para no hacer el cuento largo, les diré que fue necesario pedir una caja de verduras en un mercado para transportar los 24 libros que compré. Y me quedé con ganas de tantos y tantos más.
Y bueno, por ahora aquí le paro, pero seguiremos vaciando el cuaderno de recuerdos porteños en los próximos días.