Infracción
El pasado viernes 12 de agosto, a mis 31 años de edad, recibí la primera infracción de tránsito de mi vida. Créalo usted o no, jamás me habían infraccionado. Yo era un automovilista ejemplar. Bueno, al menos puedo decir que mi primera multa ocurrió en un crucero histórico, tal vez el crucero vial más tradicional de la joven Tijuana, el de la Calle Segunda y Revolución, cuyo semáforo en rojo tuve a bien pasarme. Yo bajaba por la Segunda escuchando a todo volumen un disquito de Soilwork y crucé la Revo en amarillo, pero al pasar debajo del semáforo ya era rojo. No me percaté del mordelón que estaba oculto en la esquina y que para pronto se fue sobre mí. Fue un tipo muy amable el agente que me tocó, he de decir. Sin que yo lo mostrara, pronto se dio cuenta de mi credencial que me identifica como integrante de un medio de comunicación. Sin duda esperaba encontrar un periodista prepotente, con ínfulas de poderoso, pero nada de eso ocurrió. Me encontró en mi fase dócil, amable, como un niño regañado que acepta sus culpas. Mi licencia estaba vencida (nunca he entendido esa pendejada, ¿será que se te olvida manejar al cabo de cinco años?) mi tarjeta de circulación también. El policía me dijo que por ser periodista me perdonaba dos infracciones y me dejaba nada más la del semáforo, sin duda esperando que le pidiera o le exigiera me la quitara bajo amenaza de una nota negativa. Cuál sería su sorpresa cuando le dije que admitía las tres multas de buena gana y me hacía responsable de mis errores. Al final todo quedó en una sola infracción por decisión del agente. Yo no le pedí un carajo. No se qué hacer con mi infracción. Tal vez la enmarque por ser la primera en mi vida.
El pasado viernes 12 de agosto, a mis 31 años de edad, recibí la primera infracción de tránsito de mi vida. Créalo usted o no, jamás me habían infraccionado. Yo era un automovilista ejemplar. Bueno, al menos puedo decir que mi primera multa ocurrió en un crucero histórico, tal vez el crucero vial más tradicional de la joven Tijuana, el de la Calle Segunda y Revolución, cuyo semáforo en rojo tuve a bien pasarme. Yo bajaba por la Segunda escuchando a todo volumen un disquito de Soilwork y crucé la Revo en amarillo, pero al pasar debajo del semáforo ya era rojo. No me percaté del mordelón que estaba oculto en la esquina y que para pronto se fue sobre mí. Fue un tipo muy amable el agente que me tocó, he de decir. Sin que yo lo mostrara, pronto se dio cuenta de mi credencial que me identifica como integrante de un medio de comunicación. Sin duda esperaba encontrar un periodista prepotente, con ínfulas de poderoso, pero nada de eso ocurrió. Me encontró en mi fase dócil, amable, como un niño regañado que acepta sus culpas. Mi licencia estaba vencida (nunca he entendido esa pendejada, ¿será que se te olvida manejar al cabo de cinco años?) mi tarjeta de circulación también. El policía me dijo que por ser periodista me perdonaba dos infracciones y me dejaba nada más la del semáforo, sin duda esperando que le pidiera o le exigiera me la quitara bajo amenaza de una nota negativa. Cuál sería su sorpresa cuando le dije que admitía las tres multas de buena gana y me hacía responsable de mis errores. Al final todo quedó en una sola infracción por decisión del agente. Yo no le pedí un carajo. No se qué hacer con mi infracción. Tal vez la enmarque por ser la primera en mi vida.