Desde el orwelliano y heavymetalero año de 1984 he mantenido un diario escrito de mi vida. Ese vicio ya lo he confesado muchas veces. Aunque no es exactamente lo mismo, esta adicción del blogueo vino a sustituir en gran medida mi antigua forma de escribir la bitácora de mi existencia y pensamientos. Desde el año 2002 en que escribo con regularidad en este cibernético espacio, he relegado a un triste olvido mi diario en papel y pluma.
Dos contrastes, dos extremos de una cuerda sin duda, pues mi viejo diario era incomprensible dada mi pésima caligrafía y nadie absolutamente podría leerlo ni entenderlo. Este diario en cambio lo puede leer todo aquel que tenga una máquina con internet y aunque no lo lea nadie, pues al igual que su antecesor en papel no es ni pretende ser interesante, la diferencia estriba en que la letra es comprensible y aquel ocioso que tenga la paciencia, puede bucear por estos rumbos.
La realidad es que prácticamente no me he limitado ni he censurado en modo alguno lo que narro en este espacio. Escribo lo primero que se me viene a la cabeza y jamás me he callado algo o he publicado algo por compromiso.
Sin embargo, por primera vez este blog no está cumpliendo su función de recipiente de mis desahogos y desvaríos mentales. Por razones prácticas y de absoluta discreción, no puedo hablar en este espacio del tema que más ha ocupado mis pensamientos y mis acciones en este último mes. Es un asunto que por ahora no puedo hacer público y ello me impide desparramar aquí todas mis dudas, mis planes y mis incertidumbres. No suelo clasificar la información entre pública y privada, pero por desgracia este asunto sí que es de carpeta secreta y sólo con Carolina y con la gente directamente interesada he hablado al respecto.
Si los Deja Vu existen, este verano ha sido lo más parecido a eso. Haga usted de cuenta que estoy viviendo la Primavera de 1999. Carajo, hasta mi nuevo corte de pelo es igual al de ese año y bueno, ciertamente debo admitir que mi cambio de imagen no es desinteresado ni obedeció a un impulso. Como los presidentes mexicanos, parezco estar dando el cerrojazo a un sexenio. En la Primavera de 1999 tomé las decisiones que definieron el estado actual de mi existencia. Una de ellas fue la decisión más trascendental, sabia y feliz de mi vida, que fue casarme con Carolina. En esa misma Primavera decidí cambiar de ciudad y también de trabajo. Fueron buenas decisiones. Seis años después, sigo en la ciudad y en el trabajo que elegí. Y sí, soy feliz. Pero... Bueno, por ahora todo sigue igual. Tal vez siga igual muchos años más o tal vez cambie radicalmente. Que la aleatoriedad, la naturaleza o mis dioses paganos me ayuden a tomar la decisión más sabia.
Dos contrastes, dos extremos de una cuerda sin duda, pues mi viejo diario era incomprensible dada mi pésima caligrafía y nadie absolutamente podría leerlo ni entenderlo. Este diario en cambio lo puede leer todo aquel que tenga una máquina con internet y aunque no lo lea nadie, pues al igual que su antecesor en papel no es ni pretende ser interesante, la diferencia estriba en que la letra es comprensible y aquel ocioso que tenga la paciencia, puede bucear por estos rumbos.
La realidad es que prácticamente no me he limitado ni he censurado en modo alguno lo que narro en este espacio. Escribo lo primero que se me viene a la cabeza y jamás me he callado algo o he publicado algo por compromiso.
Sin embargo, por primera vez este blog no está cumpliendo su función de recipiente de mis desahogos y desvaríos mentales. Por razones prácticas y de absoluta discreción, no puedo hablar en este espacio del tema que más ha ocupado mis pensamientos y mis acciones en este último mes. Es un asunto que por ahora no puedo hacer público y ello me impide desparramar aquí todas mis dudas, mis planes y mis incertidumbres. No suelo clasificar la información entre pública y privada, pero por desgracia este asunto sí que es de carpeta secreta y sólo con Carolina y con la gente directamente interesada he hablado al respecto.
Si los Deja Vu existen, este verano ha sido lo más parecido a eso. Haga usted de cuenta que estoy viviendo la Primavera de 1999. Carajo, hasta mi nuevo corte de pelo es igual al de ese año y bueno, ciertamente debo admitir que mi cambio de imagen no es desinteresado ni obedeció a un impulso. Como los presidentes mexicanos, parezco estar dando el cerrojazo a un sexenio. En la Primavera de 1999 tomé las decisiones que definieron el estado actual de mi existencia. Una de ellas fue la decisión más trascendental, sabia y feliz de mi vida, que fue casarme con Carolina. En esa misma Primavera decidí cambiar de ciudad y también de trabajo. Fueron buenas decisiones. Seis años después, sigo en la ciudad y en el trabajo que elegí. Y sí, soy feliz. Pero... Bueno, por ahora todo sigue igual. Tal vez siga igual muchos años más o tal vez cambie radicalmente. Que la aleatoriedad, la naturaleza o mis dioses paganos me ayuden a tomar la decisión más sabia.