El telón, ensayo en siete partes
Milan Kundera
Por Daniel Salinas
Dice el señor Milan Kundera que un novelista que habla del arte de la novela no es un profesor que discurre desde su cátedra. Imagínenlo más bien, nos sugiere Milan, como un pintor que les acoge en su taller, donde, colgados de las paredes, sus cuadros los miran desde todas partes. Les hablará de sí mismo, pero mucho más de los demás, de las novelas que más le gustan a ellos y que secretamente permanecen presentes en la propia obra.
Así pues, una vez ejecutado este pequeño plagio, podemos darle al lector la bienvenida al taller de Milan Kundera.
Hace años en este mismo espacio, durante la reseña de La ignorancia, escribí sobre un Milan Kundera extraviado como Ulises en busca de su Itaca literaria. Lo siento, pero el Kundera afrancesado de La lentitud, La identidad y La ignorancia, me resulta una opaca sombra del Kundera checo de La broma, La vida está en otra parte y El libro de la risa y el olvido.
Una mañana cualquiera de la semana pasada, sin decir agua va, me salió al paso la última creación de este narrador: El telón, ensayo en siete partes. Hay autores con los que uno no la piensa dos veces para comprar el libro. Milan Kundera es uno de ellos. Tal vez la mejor noticia, luego del par de decepciones arriba mencionadas, fue que la última entrega del checo no fuera una novela, sino un ensayo.
Vicioso de la odiosa comparación, apenas en la segunda página pensé estar frente a la segunda parte de El arte de la novela, aunque también encontrara mucho de Los testamentos traicionados. ¿Segundas partes? ¿Acaso no se puede hablar de toda la obra de un autor como una unidad? Da la impresión de que toda la obra ensayística de Kundera sea, en primera instancia, una reflexión sobre los motivos de los creadores, pero ante todo, una defensa a ultranza de la novela como la gran trinchera del arte.
En un mundo plagado de seudoprofetas empeñados en otorgar certificado de defunción a la novela, es una bocanada de aire fresco leer una declaración de principios que habla de esta forma literaria como el último observatorio que nos permite abrazar la existencia humana en su conjunto y lanzar una mirada al alma de las cosas.
En El telón, Kundera vuelve a rendir un gran homenaje a la novela como forma artística y a la vez nos da un paseo por la obra de Rabelais, Diderot, Cervantes, Kafka, García Márquez, Falubert, Joyce. Sí, Milán es el dueño el taller que nos muestra orgulloso los cuadros que más le gustan, los que más le han inspirado. Pero es también un relajado anfitrión que nos platica sus gustos y secretos y también anécdotas, como aquella de Cortázar, García Márquez y Carlos Fuentes viajando a Praga en el invierno de 1968 y que hace años el mexicano rescató en su Geografía de la novela. Décadas después, aquí está la respuesta del checo. En efecto, El telón es un ensayo relajado, que fluye libre como una charla, si bien Kundera se mantiene fiel a sus parámetros estructurales. De hecho, lo de ensayo en siete partes suena a redunancia, pues todos los libros de Kundera, sean novelas o ensayos, son sacrementalmente a fieles a la cabalísitica división en siete. Hijo de un músico, no es de extrañar que el de Brno mantenga esta obsesión por el estilo de partitura.
Más que una historia personal de la literatura, El telón sería la historia secuencial del diálogo de las grandes obras de la literatura. ¿Hubieran sido posibles Falubert y Diderot, sin Cervantes y Rabelais dos siglos antes? ¿De qué manera se nutre un autor de otro? ¿Es una obra el alimento y la tierra fértil de la que brotan futuras obras? Lo cierto es que este libro, que se lee en un par de sentadas, me resultó como esas charlas informales que como no queriendo mucho la cosa, le siembran a uno las más profundas reflexiones.
Milan Kundera
Por Daniel Salinas
Dice el señor Milan Kundera que un novelista que habla del arte de la novela no es un profesor que discurre desde su cátedra. Imagínenlo más bien, nos sugiere Milan, como un pintor que les acoge en su taller, donde, colgados de las paredes, sus cuadros los miran desde todas partes. Les hablará de sí mismo, pero mucho más de los demás, de las novelas que más le gustan a ellos y que secretamente permanecen presentes en la propia obra.
Así pues, una vez ejecutado este pequeño plagio, podemos darle al lector la bienvenida al taller de Milan Kundera.
Hace años en este mismo espacio, durante la reseña de La ignorancia, escribí sobre un Milan Kundera extraviado como Ulises en busca de su Itaca literaria. Lo siento, pero el Kundera afrancesado de La lentitud, La identidad y La ignorancia, me resulta una opaca sombra del Kundera checo de La broma, La vida está en otra parte y El libro de la risa y el olvido.
Una mañana cualquiera de la semana pasada, sin decir agua va, me salió al paso la última creación de este narrador: El telón, ensayo en siete partes. Hay autores con los que uno no la piensa dos veces para comprar el libro. Milan Kundera es uno de ellos. Tal vez la mejor noticia, luego del par de decepciones arriba mencionadas, fue que la última entrega del checo no fuera una novela, sino un ensayo.
Vicioso de la odiosa comparación, apenas en la segunda página pensé estar frente a la segunda parte de El arte de la novela, aunque también encontrara mucho de Los testamentos traicionados. ¿Segundas partes? ¿Acaso no se puede hablar de toda la obra de un autor como una unidad? Da la impresión de que toda la obra ensayística de Kundera sea, en primera instancia, una reflexión sobre los motivos de los creadores, pero ante todo, una defensa a ultranza de la novela como la gran trinchera del arte.
En un mundo plagado de seudoprofetas empeñados en otorgar certificado de defunción a la novela, es una bocanada de aire fresco leer una declaración de principios que habla de esta forma literaria como el último observatorio que nos permite abrazar la existencia humana en su conjunto y lanzar una mirada al alma de las cosas.
En El telón, Kundera vuelve a rendir un gran homenaje a la novela como forma artística y a la vez nos da un paseo por la obra de Rabelais, Diderot, Cervantes, Kafka, García Márquez, Falubert, Joyce. Sí, Milán es el dueño el taller que nos muestra orgulloso los cuadros que más le gustan, los que más le han inspirado. Pero es también un relajado anfitrión que nos platica sus gustos y secretos y también anécdotas, como aquella de Cortázar, García Márquez y Carlos Fuentes viajando a Praga en el invierno de 1968 y que hace años el mexicano rescató en su Geografía de la novela. Décadas después, aquí está la respuesta del checo. En efecto, El telón es un ensayo relajado, que fluye libre como una charla, si bien Kundera se mantiene fiel a sus parámetros estructurales. De hecho, lo de ensayo en siete partes suena a redunancia, pues todos los libros de Kundera, sean novelas o ensayos, son sacrementalmente a fieles a la cabalísitica división en siete. Hijo de un músico, no es de extrañar que el de Brno mantenga esta obsesión por el estilo de partitura.
Más que una historia personal de la literatura, El telón sería la historia secuencial del diálogo de las grandes obras de la literatura. ¿Hubieran sido posibles Falubert y Diderot, sin Cervantes y Rabelais dos siglos antes? ¿De qué manera se nutre un autor de otro? ¿Es una obra el alimento y la tierra fértil de la que brotan futuras obras? Lo cierto es que este libro, que se lee en un par de sentadas, me resultó como esas charlas informales que como no queriendo mucho la cosa, le siembran a uno las más profundas reflexiones.