Eterno Retorno

Tuesday, August 16, 2005

Izquierdismo e indigenismo

El colega bloguero j. s u e c o apunta una frase de lo más interesante que transcribo textualmente: Decir en México soy de izquierdas es sinónimo de decir indigenista....mmmm. Ejem.

Carajo. A mí me sucede lo exactamente contrario. Si algo me repugna de la izquierda en México, es que necesariamente se de por hecho que izquierda e indigenismo deben ir de la mano como matrimonio a perpetuidad.

En dado momento yo me podría llegar a considerar de izquierda. Hay ideas básicas de la teología izquierdista que comparto y en efecto, al igual que a Julio, me repugna la desigualdad existente en este país. Desprecio que haya un sistema fiscal tan inequitativo, que se paguen sueldos de miseria a los trabajadores, que haya diferencias tan abismales entre las oportunidades que tiene un joven mexicano para progresar cuando acaba sus estudios, que los trabajos técnicos y manuales estén subvaluados. Me genera un asco indescriptible ver la influencia del alto clero en la política, la omnipotencia de unos cuantos empresarios que con un tronar de dedos sacuden al país, la superstición y la ignorancia que siguen sentando sus reales en este país nuestro, la cultura del patronazgo y la humillación perpetua como formas de progreso. Todo eso lo desprecio. El problema es que la izquierda mexicana, o esa versión payasa de la izquierda mexicana que se llama zapatismo, no me aporta realidades ni soluciones.

Si algo me molesta de la izquierda mexicana es su carácter idílico, su vocación por el estereotipo más ridículo, su terquedad por sacrificar proyectos concretos en el altar de idealismos románticos. La izquierda reducida a una mierdoza canción de Silvio Rodríguez, la izquierda como una romántica noche en La Habana bebiendo un mojito a lado de una jinetera mientras cantas a ritmo de Trova Comandante Che Guevara y maldices a Estados Unidos. La izquierda en México parece amar la derrota y aferrarse como un amante al cuerpo de esa amada llamada Utopía. Lactante de la protesta perpetua como única ubre posible, la izquierda mexicana prefiere asumirse como un eterno canto subversivo, un grito de guerra contra una oligarquía de la que terminan amamantando. El ridículo, el absurdo y el sinsentido de la izquierda mexicana se refleja precisamente en el neo zapatismo. Esa parodia llamada EZLN es el circo de la izquierda mexicana, la comedia que ratifica su eterno carácter lúdico, su inexistencia como movimiento real. Precisamente por la existencia del indigenismo, o más concretamente del zapatismo, es que no me declaro un tipo de izquierda.


El equívoco histórico del indigenismo

El indigenismo es un equívoco. De entrada porque sus promotores y gurús nunca o casi nunca son indígenas, sino desadaptados sociales o perdedores de la clase media. Esa es la regla general. El indigenismo falla al tratar de distorsionar la Historia y querer recuperar algo que irremediablemente ha quedado sepultado para siempre. La supuesta gloria y esplendor de los pueblos precolombinos, (gloria y esplendor a mi juicio muy cuestionable pues en 1492 los pueblos de Europa estaban mucho más adelantados) murió y jamás resucitó de sus cenizas. Lo que se ha llamado Horizonte Preclásico y Clásico en la cultura mesoamericana había quedado muy atrás incluso al momento de la llegada de los españoles. El máximo esplendor cultural, arquitectónico y científico de las culturas precolombinas, se da en el primer milenio de la era cristiana llegando a su punto culminante entre los siglos V y VIII. Teotihuacan, Tula, la primera cultura maya, llegan a su cúspide más de medio milenio antes de la llegada de los españoles. Cuando Cortés pisa tierras mexicanas la cultura maya que existía no era ni la sombra de aquel glorioso pueblo que edificó Chichen Itzá. El único imperio política y militarmente poderoso era el mexica y todos sabemos que un puñado de aventureros españoles con demasiada audacia y sagacidad bastó para hacerlo pedazos. Sí, ya se, me dirán que los tlaxcaltecas, pero saber sembrar cizaña y sacarle jugo a las rivalidades requiere tacto político.
El indigenismo pues, sueña con recuperar algo que se murió para siempre. Lo que queda del mundo indígena es una triste ruina. Tratar de impulsar teorías secesionistas o aplicar el separatismo vasco a las etnias mexicanas me parece ridículo.
Bienvenido el indigenismo que practicó gente de la estatura intelectual de un Miguel León Portilla, o un Manuel Gamio. Bienvenido el indigenismo de un jesuita como Francisco Javier Clavijero. Aprendieron su lengua, rescataron su literatura y descubrieron la riqueza que hay en su legado. Lean Los Antiguos Mexicanos de León Portilla. Es un gran libro. Vaya, hasta un Fernando Benítez nos hace falta hoy en día. Su obra Los indios de México es, quieran o no, una investigación seria, con método periodístico. No conozco zapatistas o cegehacheros que sepan recitar poemas de Nezahualcoyotl en Nahuatl. Todos hablan la lengua de los invasores españoles y se las dan de subversivos por escuchar pseudorock comunista hecho en Los Ángeles.

La cuestión feminista

A ver, les pongo un ejemplo: intuyo que la ideología de izquierda, necesariamente, debe ir emparentada a nociones sociales progresistas. Imaginen una prototípica estudiante de Sociología o Ciencias Políticas en la UNAM, que carga su morral coyoacanense y que profesa una sacramental admiración por Marcos. O mejor aún, imaginen a una activista italiana o española, pelo en sobaco, huipil oaxaqueño y guarache, que viaja a San Cristóbal de las Casas a vivir el idilio revolucionario. Supongo que a estas dos hipotéticas mujeres, a la estudiante unamita y a la activista europea, las une su apoyo a causas feministas. Activistas como son, supongo que condenan el machismo, la violencia intrafamiliar y se pronuncian a favor de la igualdad de género y la emancipación de la mujer. Sin embargo, estas dos chicas de izquierda se declaran indigenistas y luego entonces apoyan la autodeterminación de los pueblos indígenas y el sacrosanto respeto a sus usos y costumbres. Pero resulta que los usos y costumbres de los pueblos indígenas incluyen el golpear sistemáticamente a sus mujeres, ya sea por deporte o por mero pasatiempo y el vender o dejar raptar a sus hijas de 12 años a cambio de una vaca o un par de guajolotes ofrecidas por algún cuarentón que desea romper su virginal ejotito. Seamos realistas: Las violaciones a los derechos de la mujer indígena empiezan en su casa. No se puede decir que las etnias mexicanas sean un modelo de respeto a los derechos femeninos, pero si se trata de respetar sus usos y costumbres como pretende la izquierda, pues entonces hay que dejarlos que muelan a palos a sus mujeres como si fueran piñatas. Eso quieren los indigenistas.

La cuestión religiosa

Les pongo otro ejemplo: supongo que todo luchador de izquierda debe tener una visión objetiva, cientificista y racional de la vida. Hegelianos al fin, doy por hecho que rechazan toda forma de superchería e intolerancia religiosa. Sin embargo, dado que en México ser de izquierda implica necesariamente ser indigenista, estos señores deben necesariamente apoyar el total respeto a la cultura indígena. Y resulta que los indígenas no se reconocen por su tolerancia religiosa o su racionalismo. Por favor, vayan a Chiapas y vean como entre evangélicos, bautistas y católicos se matan. La intolerancia religiosa en los pueblos de Chiapas es cosa grave. Sin embargo, como hay que respetar los usos y costumbres indígenas, luego entonces hay que dejarlos que se rompan el hocico. Por cierto, jamás he conocido un indígena que adore actualmente a una deidad azteca. Tampoco he conocido un indígena ateo o agnóstico. Todos aman al Cristo que les impusieron los españoles a sangre y fuego. Que si el sincretismo, que si la cultura mestiza, bla, bla, bla. Los indígenas son cristianos, quieran ustedes o no y aman demasiado al dios que el hombre blanco les marco como hierro ardiente en sus pieles. Punto. Por si fuera poco, sus redentores son santurrones intolerantes como el obispo Samuel Ruiz, que con el intolerante inquisidor Juan Sandoval Íñiguez, promovió el amparo contra la píldora del día después por considerarla abortiva. A ver feministas de izquierda: ¿No que ustedes están a favor del aborto? ¿No que ustedes están a favor de que la mujer decida sobre su cuerpo? ¿Por qué idolatran entonces a un fanático como Samuel Ruiz que desafía abiertamente al progreso médico? Un poco de coherencia indigenistas, por favorcito.

Viejas Casino en Los Altos de Chiapas ¿Why Not?

Nunca he visto en el indigenismo una propuesta concreta de desarrollo económico sustentable. Escucho muchas palabras como subsidio, desarrollo social, apoyo del gobierno, respeto a los usos y costumbres culturales y de más clichés. Pero nunca he visto un proyecto concreto de enriquecimiento. Todos los indígenas de México, al menos más del 90%, viven debajo de la línea de la pobreza. Supongo que siendo la pobreza un lastre, el indigenismo debería pugnar por solucione que permitan dejar atrás esa ancestral miseria. Pero no veo nada
Les propongo una cosa indigenistas: Vayan a Viejas Casino aquí en el condado de San Diego. Es una empresa que deja jugosas ganancias y es administrada en su totalidad por una etnia indígena. ¿Se imaginan algo así en Chiapas? ¿Por qué en los acuerdos de San Andrés Larrainzar no se incluye un proyecto así? ¿Por qué los indios de Estados Unidos no enarbolan movimientos ridículos? El indigenismo a la mexicana explota una perorata romántica e idílica sustentada en fantasmas del pasado. La máxima encarnación de la utopía, entendiendo como utopía un mundo imposible. El indigenismo a la mexicana no habla nunca de economía, ni de pequeñas empresas porque eso obligaría a incluir palabras muy feas como libre mercado, globalización, dólares, que suenan a blasfemias en los castos oídos de los indigenistas. Eso es muy feo para sus oídos. Mejor seguir vendiendo fotos a los europeos. A cinco dolaritos la foto (que los indios no aceptan pesos) Vestidos con sus trajes típicos, recordándole al europeo que en algún lugar de la tropical América existe una fiesta de disfraces que recuerda al inocente y limpio salvaje ancestral que veía Rousseau en su Contrato Social. Eso sí que es negocio señores indigenistas. Vamos entrándole.