Dentro de las múltiples escenas metropolitanas que el teatro de las redundancias depara a mi diario existir, la que más detesto es la espera de un camión o taxi.
Me acuerdo de las primeras veces que usé el transporte público, se me hacía algo así como una aventura divertida. Invariablemente, el viernes todos los compas de la primaria nos íbamos de pinta y agarrábamos camionaxo hasta el centro en donde gastábamos la mañana haciendo nada. Y lo de andar en camión te pasa, porque en ese entonces tu jefa te lleva y te trae a todas partes, así que lo de subirte a un vehículo extraño que no te pregunta a donde vas ni si andas de pinta, te hace sentirte muy liberado y dueño de tu destino.
No es que ahora odie el camión y quiera llegar a todos lados al volante de un Mercedes, realmente eso me tiene sin cuidado, pero esperar parado en una esquina la llegada de una oscura mole que después de las 22:00 prolonga su arribo hasta hacerlo mítico, no es un cuadro de romanticismo proletario urbano y mucho menos cuando un hambre de biafrano te carcome las ideas.
Creo que sí algo hermana a todos los camiones de la ciudad, es el sonido que hacen al detenerse. Es algo así como el último producto gutural de un animal agónico que ha dado todo de sí. Sin embargo el camión lo ignora y sigue funcionando inagotable e indiferente al maltrato que lo somete un chofer siempre bestial, hasta hacerme pensar que los camiones urbanos serán una raza que trascenderá el fin de la humanidad en la guerra nuclear, tomando vida propia hasta acceder a la categoría mitológica de seres inmortales. Recuerdo los camiones regios. En los ruta 17 sólo arrojabas tus monedas al artefacto metálico mientras enseñabas tu credencial de estudiante pegada a la mano sudorosa a la que el chofer, salvo que tenga verdaderos afanes de joder al prójimo, nunca presta atención. Otra cosa ocurre en aquellos camiones en los que pones el dinero en la mano del chofer y él te mira con cierto desdén, pensando no necesitas ahorrarte 50 centavos burguesito de mierda, te da un boleto que dice estudiante al que en menos de medio minuto ya hiciste bola y tiraste. Otra hipótesis que he desarrollado en mis largos años de camionística experiencia es que el espíritu de los pasajeros después de las 10:00 de la noche siempre es y será el mismo. Durante el día, sobre todo en la mañana, los pasajeros van con ánimo bélico, maldiciendo su suerte y a todo aquel que le rodea. Sin emabrgo a esta hora, el hambre y el cansancio nos vuelven cómplices en desgracia, mientras el chofer pisa a fondo el acelerador pensando probablemente que es su última vuelta y al final de ella aguarda una buena taquiza acompañada de sus respectivas caguamas. A esta hora me solidarizo a tal grado con mis semejantes, que hasta llego al extremo de sentir algo quizá definible como compasión por el chafirete, que lo que sea de cada quien, se arrima una joda. Me acuerdo una vez que que manejé una combi vieja, con un palancón de cambios que parecía varilla de construcción y que al moverse parecía presa entre engranes oxidados y chicles petrificados. Ahora imagínate manejar esta mole que ha de tener mil y un mañas para poder echarla a andar, lidiar con el tráfico, arrojarte sin compasión a las doñas siempre atolondradas ante el volante y para colmo tener que meter freno y orillarte a la derecha justo las picas contra un espécimen de la línea rival alcanzan niveles hollywoodescos, sólo porque una mano emergió a un lado del poste que está en la esquina indicando que requiere de tu valioso servicio para que luego te diga que no tare cambio y te pague con billete de cincuenta, mientras tu te las arreglas para darle feria exacta, el boleto (de adulto por supuesto, que no te salga con que no tiene feria el culero) y arrancar el camión de nuez. Creo que ni en sueños se han de liberar del proceso frenar- arrancar, oír el campanazo que solicita bajada justo cuando se arroja a toda velocidad hacia el carril izquierdo de la 20 y en la Invasora (si eres tan afortunado de que el camión tenga stereo) tocan Abeja Reina. Reciban pues este mi humilde homenaje autoreflexivo a los trabajadores del volante, que por lo demás no creo que les sirva de un carajo.
Me acuerdo de las primeras veces que usé el transporte público, se me hacía algo así como una aventura divertida. Invariablemente, el viernes todos los compas de la primaria nos íbamos de pinta y agarrábamos camionaxo hasta el centro en donde gastábamos la mañana haciendo nada. Y lo de andar en camión te pasa, porque en ese entonces tu jefa te lleva y te trae a todas partes, así que lo de subirte a un vehículo extraño que no te pregunta a donde vas ni si andas de pinta, te hace sentirte muy liberado y dueño de tu destino.
No es que ahora odie el camión y quiera llegar a todos lados al volante de un Mercedes, realmente eso me tiene sin cuidado, pero esperar parado en una esquina la llegada de una oscura mole que después de las 22:00 prolonga su arribo hasta hacerlo mítico, no es un cuadro de romanticismo proletario urbano y mucho menos cuando un hambre de biafrano te carcome las ideas.
Creo que sí algo hermana a todos los camiones de la ciudad, es el sonido que hacen al detenerse. Es algo así como el último producto gutural de un animal agónico que ha dado todo de sí. Sin embargo el camión lo ignora y sigue funcionando inagotable e indiferente al maltrato que lo somete un chofer siempre bestial, hasta hacerme pensar que los camiones urbanos serán una raza que trascenderá el fin de la humanidad en la guerra nuclear, tomando vida propia hasta acceder a la categoría mitológica de seres inmortales. Recuerdo los camiones regios. En los ruta 17 sólo arrojabas tus monedas al artefacto metálico mientras enseñabas tu credencial de estudiante pegada a la mano sudorosa a la que el chofer, salvo que tenga verdaderos afanes de joder al prójimo, nunca presta atención. Otra cosa ocurre en aquellos camiones en los que pones el dinero en la mano del chofer y él te mira con cierto desdén, pensando no necesitas ahorrarte 50 centavos burguesito de mierda, te da un boleto que dice estudiante al que en menos de medio minuto ya hiciste bola y tiraste. Otra hipótesis que he desarrollado en mis largos años de camionística experiencia es que el espíritu de los pasajeros después de las 10:00 de la noche siempre es y será el mismo. Durante el día, sobre todo en la mañana, los pasajeros van con ánimo bélico, maldiciendo su suerte y a todo aquel que le rodea. Sin emabrgo a esta hora, el hambre y el cansancio nos vuelven cómplices en desgracia, mientras el chofer pisa a fondo el acelerador pensando probablemente que es su última vuelta y al final de ella aguarda una buena taquiza acompañada de sus respectivas caguamas. A esta hora me solidarizo a tal grado con mis semejantes, que hasta llego al extremo de sentir algo quizá definible como compasión por el chafirete, que lo que sea de cada quien, se arrima una joda. Me acuerdo una vez que que manejé una combi vieja, con un palancón de cambios que parecía varilla de construcción y que al moverse parecía presa entre engranes oxidados y chicles petrificados. Ahora imagínate manejar esta mole que ha de tener mil y un mañas para poder echarla a andar, lidiar con el tráfico, arrojarte sin compasión a las doñas siempre atolondradas ante el volante y para colmo tener que meter freno y orillarte a la derecha justo las picas contra un espécimen de la línea rival alcanzan niveles hollywoodescos, sólo porque una mano emergió a un lado del poste que está en la esquina indicando que requiere de tu valioso servicio para que luego te diga que no tare cambio y te pague con billete de cincuenta, mientras tu te las arreglas para darle feria exacta, el boleto (de adulto por supuesto, que no te salga con que no tiene feria el culero) y arrancar el camión de nuez. Creo que ni en sueños se han de liberar del proceso frenar- arrancar, oír el campanazo que solicita bajada justo cuando se arroja a toda velocidad hacia el carril izquierdo de la 20 y en la Invasora (si eres tan afortunado de que el camión tenga stereo) tocan Abeja Reina. Reciban pues este mi humilde homenaje autoreflexivo a los trabajadores del volante, que por lo demás no creo que les sirva de un carajo.