Odio leer de política
Hay quienes tienen la errónea idea de que yo leo libros y revistas sobre política. Se imaginan que siendo yo un tipo que come gracias a que se dedica a reportear y escribir sobre el tema, debo pasarme la vida sumergido las lecturas que lo abordan.
En alguna época de mi vida fui un comprador compulsivo de Proceso. Cuando salió Milenio jamás me perdía un número. Cuando recién llegué a Tijuana compraba Zeta todos los viernes. Eso fue hace más de cinco años. Hoy en día ni por casualidad compro una revista sobre política. Tampoco veo noticieros. Lo poco que entiendo sobre la política bajacaliforniana y un poquito de la nacional, lo absorbo con el humo de los cigarros que fumo en los pasillos del Palacio Municipal conversando con los grillos.
Tal vez las actrices porno no gustan de coger en sus ratos libres y los chefs se limitan a pedir comida rápida de un puesto chatarra cuando tienen tiempo de echarse un taquito. A mí me aburre espantosamente hablar de política cuando no estoy chambeando y se me haría un desperdicio emplear mi sagrado tiempo dedicado a la lectura, en leer sobre ese soporífero tópico. Jamás compraría un libro de Olga Wornat o de Julio Scherer. Los libros de revelaciones periodísticas sobre temas narcopolíticos caducan más pronto que un ostión en verano. Ya me imagino el 2006, y su avalancha de librajos desechables sobre el Peje y Madrazo y los analistas eructando sus teorías sobre el sexenio de Fox. Me valen un carajo. Hoy en día, las únicas revistas que compro son sobre historia (Historia y Vida es por mucho la mejor de todas, pero la de la National Geographic no tiene desperdicio) y una que otra revista de heavy metal. Interrumpí mi colección de Letras Libres y dejé de leer La Tempestad, pues me di cuenta que me generaban ataques insufribles de tedio por ser insportablemente teroreicas y culturosas hasta niveles gore. Mis lecturas hoy en día se limitan a historia, literatura, un poco de ensayo filosófico y cuentos de futbol.
Lo que se de política bajacaliforniana es lo que vivo todos los días conviviendo con los actores, no leyendo mierda. A ver ¿Qué teorréico chilango me va a venir a contar a mí historias sobre Jorge Hank Rhon? Por favor. Y con la política nacional e internacional, me pasa lo mismo. Por ejemplo, hoy entrevistamos en exclusiva a Martita Sahagún. La idea que tengo de ella es la que me he formado yo, no la que me chuta Olga Wornat o la tipa del Conaculta con su librito de elogios. Ayer, por ejemplo, entrevisté en exclusiva a Rigoberta Menchú y me llevé de ella una excelente impresión. El año pasado tuve tiempo para platicar con Cuauhtémoc Cárdenas hasta hartarme a bordo de un barco que nos trasladó a las Islas Coronado y así me ha tocado tener tiempo para conocer a uno que otro tipejo interesante y varios millones de aburridos. Es parte de lo que te da este lindo oficio mío. Pero ¿en qué estaba? Ah, sí, en que no me gusta leer sobre política. Me basta con chutarme a sus actores. Y eso pues.
Hay quienes tienen la errónea idea de que yo leo libros y revistas sobre política. Se imaginan que siendo yo un tipo que come gracias a que se dedica a reportear y escribir sobre el tema, debo pasarme la vida sumergido las lecturas que lo abordan.
En alguna época de mi vida fui un comprador compulsivo de Proceso. Cuando salió Milenio jamás me perdía un número. Cuando recién llegué a Tijuana compraba Zeta todos los viernes. Eso fue hace más de cinco años. Hoy en día ni por casualidad compro una revista sobre política. Tampoco veo noticieros. Lo poco que entiendo sobre la política bajacaliforniana y un poquito de la nacional, lo absorbo con el humo de los cigarros que fumo en los pasillos del Palacio Municipal conversando con los grillos.
Tal vez las actrices porno no gustan de coger en sus ratos libres y los chefs se limitan a pedir comida rápida de un puesto chatarra cuando tienen tiempo de echarse un taquito. A mí me aburre espantosamente hablar de política cuando no estoy chambeando y se me haría un desperdicio emplear mi sagrado tiempo dedicado a la lectura, en leer sobre ese soporífero tópico. Jamás compraría un libro de Olga Wornat o de Julio Scherer. Los libros de revelaciones periodísticas sobre temas narcopolíticos caducan más pronto que un ostión en verano. Ya me imagino el 2006, y su avalancha de librajos desechables sobre el Peje y Madrazo y los analistas eructando sus teorías sobre el sexenio de Fox. Me valen un carajo. Hoy en día, las únicas revistas que compro son sobre historia (Historia y Vida es por mucho la mejor de todas, pero la de la National Geographic no tiene desperdicio) y una que otra revista de heavy metal. Interrumpí mi colección de Letras Libres y dejé de leer La Tempestad, pues me di cuenta que me generaban ataques insufribles de tedio por ser insportablemente teroreicas y culturosas hasta niveles gore. Mis lecturas hoy en día se limitan a historia, literatura, un poco de ensayo filosófico y cuentos de futbol.
Lo que se de política bajacaliforniana es lo que vivo todos los días conviviendo con los actores, no leyendo mierda. A ver ¿Qué teorréico chilango me va a venir a contar a mí historias sobre Jorge Hank Rhon? Por favor. Y con la política nacional e internacional, me pasa lo mismo. Por ejemplo, hoy entrevistamos en exclusiva a Martita Sahagún. La idea que tengo de ella es la que me he formado yo, no la que me chuta Olga Wornat o la tipa del Conaculta con su librito de elogios. Ayer, por ejemplo, entrevisté en exclusiva a Rigoberta Menchú y me llevé de ella una excelente impresión. El año pasado tuve tiempo para platicar con Cuauhtémoc Cárdenas hasta hartarme a bordo de un barco que nos trasladó a las Islas Coronado y así me ha tocado tener tiempo para conocer a uno que otro tipejo interesante y varios millones de aburridos. Es parte de lo que te da este lindo oficio mío. Pero ¿en qué estaba? Ah, sí, en que no me gusta leer sobre política. Me basta con chutarme a sus actores. Y eso pues.