Migrantes y otros recurridos clichés
Hace ya más de seis años que llegué como un migrante más a Tijuana a emprender la aventura de echar a andar un nuevo proyecto periodístico.
Mi primera fuente asignada fue migración, una fuente que en mi anterior trabajo, El Norte de Monterrey, simplemente no existía y que sin embargo en Tijuana es una fuente diversa, laboriosa y complicada.
Mi agenda se llenó de los teléfonos de la Patrulla Fronteriza, el Instituto Nacional de Migración, el Grupo Beta y las organizaciones no gubernamentales pro migrantes, que son muchísimas, como la Casa del Migrante, Amigos de América y el Centro de Apoyo al Migrante.
Historias de migrantes muertos en el desierto y en la montaña, migrantes deportados a golpes por la Patrulla Fronteriza, manifestaciones de protesta contra el Operativo Guardián, cruces en la barda metálica, veladoras encendidas mientras los helicópteros revoloteaban en el cielo tijuanense-sandieguino y las camionetas de la Patrulla Fronteriza arrojaban sus cegadoras luces fueron mi pan noticioso de cada día.
Lo mismo las declaraciones de políticos estadounidenses en busca de votos latinos que hababan de una acuerdo migratorio para trabajo temporal mientras las autoridades mexicanas comían de su mano y aseguraban que defenderían las garantías individuales de los migrantes y los diplomáticos juraban que no permitirían más abusos.
Sin embargo, si alguien me pregunta cuál es la anécdota que más recuerdo de los lejanos días en que cubrí la fuente de migración, fue la historia de un grupo de más de 200 chinos que en el verano de 1999 desembarcaron en las costas Ensenada creyendo estar en Estados Unidos.
Sólo cuando cayeron en manos del INM y fueron encerrados en un miserable gimnasio de basquetbol en Tijuana, se dieron cuenta de que aún les faltaban unos metros para el sueño americano y que las autoridades mexicanas los devolverían a China.
Durante los casi dos meses que los chinos estuvieron encerrados en Tijuana no dejé de ir un solo día a la cancha en donde estaban encerrados.
No se cuántas y cuántas notas redacté sobre la estancia de esos chinos en Tijuana con los que al cabo de semanas acabé por entenderme a señas o con ayuda de algún interprete y sólo entonces supe del horror que les causaba la sola idea de volver a China y de los sueños que habían construido en América.
Finalmente, una madrugada de julio los acompañé hasta el Aeropuerto y ví perderse en el cielo el avión que el Gobierno Mexicano había asignado para su deportación.
También recuerdo cuando viajé al Desierto de Arizona, la mismísima sucursal del Infierno en la Tierra, a acompañar a los oficiales de la Patrulla Fronteriza en su recorrido de rutina por la ardiente tierra que ha sido tumba de cientos de mexicanos.
Impresionantes fueron también las historias de los mexicanos que encontré en septiembre de 2001 en las calles de la Gran Manzana.
Decenas de familias de mexicanos cuyos familiares murieron el 11 de septiembre en la Torres Gemelas aunque por ser personas que no existían legalmente, sus nombres jamás aparecieron en las listas oficiales.
Hace mucho que dejé la fuente de migración. La última vez que escribí sobre el tema, fue en la primavera de 2004, un día de guardia, cuando dos migrantes se ahogaron en el mar. Nos hemos acostumbrado a los clichés del tema, al cuántos más de Claudia Smith, a las cruces en la barda y las pintas y las declaraciones de los políticos, que si habrá acuerdo migratorio, que si el Estado o el Municipio construirán un refugio para migrantes, que si sellarán la frontera, mientras desde sus preciosas oficinas los académicos del Colef pasan dos años redactando estudios que nadie leerá nunca y los artistas conceptuales y otras alimañas pretenciosas se dan a la tarea de invertir sus becas en bodrios de arte instalación para ir a España a contarles a los madrileños románticas historias de nuestros migrantes muertos y se declararán solidarios con las víctimas del Operativo Guardián mientras con su visa láser en mano soportan las humillación del migra filipino que los detiene en la garita cuando van a Fashion Valley a comprarse sus garras de última moda. Si hay un tópico sobre el que se eructen más clichés en Tijuana, aún por encima de la seguridad, es el de la migración. Ningún tema ha sido tan quemado, tan utilizado, tan lucrado con fines que ni un carajo tienen que ver con los migrantes. Esos no le importan a nadie. Seguirán pasando, por más que les sellen fronteras y seguirán ignorando que varios miles de intelectualoides con visa láser organizan foros y seminarios para hablar de ellos bajo cualquier pretexto.
Seis años han pasado y el discurso sobre los migrantes no ha tenido la decencia de variar un poco. No evado la responsabilidad de los comunicadores. Nosotros también somos bastante culpables.
Hace ya más de seis años que llegué como un migrante más a Tijuana a emprender la aventura de echar a andar un nuevo proyecto periodístico.
Mi primera fuente asignada fue migración, una fuente que en mi anterior trabajo, El Norte de Monterrey, simplemente no existía y que sin embargo en Tijuana es una fuente diversa, laboriosa y complicada.
Mi agenda se llenó de los teléfonos de la Patrulla Fronteriza, el Instituto Nacional de Migración, el Grupo Beta y las organizaciones no gubernamentales pro migrantes, que son muchísimas, como la Casa del Migrante, Amigos de América y el Centro de Apoyo al Migrante.
Historias de migrantes muertos en el desierto y en la montaña, migrantes deportados a golpes por la Patrulla Fronteriza, manifestaciones de protesta contra el Operativo Guardián, cruces en la barda metálica, veladoras encendidas mientras los helicópteros revoloteaban en el cielo tijuanense-sandieguino y las camionetas de la Patrulla Fronteriza arrojaban sus cegadoras luces fueron mi pan noticioso de cada día.
Lo mismo las declaraciones de políticos estadounidenses en busca de votos latinos que hababan de una acuerdo migratorio para trabajo temporal mientras las autoridades mexicanas comían de su mano y aseguraban que defenderían las garantías individuales de los migrantes y los diplomáticos juraban que no permitirían más abusos.
Sin embargo, si alguien me pregunta cuál es la anécdota que más recuerdo de los lejanos días en que cubrí la fuente de migración, fue la historia de un grupo de más de 200 chinos que en el verano de 1999 desembarcaron en las costas Ensenada creyendo estar en Estados Unidos.
Sólo cuando cayeron en manos del INM y fueron encerrados en un miserable gimnasio de basquetbol en Tijuana, se dieron cuenta de que aún les faltaban unos metros para el sueño americano y que las autoridades mexicanas los devolverían a China.
Durante los casi dos meses que los chinos estuvieron encerrados en Tijuana no dejé de ir un solo día a la cancha en donde estaban encerrados.
No se cuántas y cuántas notas redacté sobre la estancia de esos chinos en Tijuana con los que al cabo de semanas acabé por entenderme a señas o con ayuda de algún interprete y sólo entonces supe del horror que les causaba la sola idea de volver a China y de los sueños que habían construido en América.
Finalmente, una madrugada de julio los acompañé hasta el Aeropuerto y ví perderse en el cielo el avión que el Gobierno Mexicano había asignado para su deportación.
También recuerdo cuando viajé al Desierto de Arizona, la mismísima sucursal del Infierno en la Tierra, a acompañar a los oficiales de la Patrulla Fronteriza en su recorrido de rutina por la ardiente tierra que ha sido tumba de cientos de mexicanos.
Impresionantes fueron también las historias de los mexicanos que encontré en septiembre de 2001 en las calles de la Gran Manzana.
Decenas de familias de mexicanos cuyos familiares murieron el 11 de septiembre en la Torres Gemelas aunque por ser personas que no existían legalmente, sus nombres jamás aparecieron en las listas oficiales.
Hace mucho que dejé la fuente de migración. La última vez que escribí sobre el tema, fue en la primavera de 2004, un día de guardia, cuando dos migrantes se ahogaron en el mar. Nos hemos acostumbrado a los clichés del tema, al cuántos más de Claudia Smith, a las cruces en la barda y las pintas y las declaraciones de los políticos, que si habrá acuerdo migratorio, que si el Estado o el Municipio construirán un refugio para migrantes, que si sellarán la frontera, mientras desde sus preciosas oficinas los académicos del Colef pasan dos años redactando estudios que nadie leerá nunca y los artistas conceptuales y otras alimañas pretenciosas se dan a la tarea de invertir sus becas en bodrios de arte instalación para ir a España a contarles a los madrileños románticas historias de nuestros migrantes muertos y se declararán solidarios con las víctimas del Operativo Guardián mientras con su visa láser en mano soportan las humillación del migra filipino que los detiene en la garita cuando van a Fashion Valley a comprarse sus garras de última moda. Si hay un tópico sobre el que se eructen más clichés en Tijuana, aún por encima de la seguridad, es el de la migración. Ningún tema ha sido tan quemado, tan utilizado, tan lucrado con fines que ni un carajo tienen que ver con los migrantes. Esos no le importan a nadie. Seguirán pasando, por más que les sellen fronteras y seguirán ignorando que varios miles de intelectualoides con visa láser organizan foros y seminarios para hablar de ellos bajo cualquier pretexto.
Seis años han pasado y el discurso sobre los migrantes no ha tenido la decencia de variar un poco. No evado la responsabilidad de los comunicadores. Nosotros también somos bastante culpables.