"Si tuviera que decidir entre si deberíamos tener un gobierno sin periódicos, o periódicos sin gobierno, no dudaría un momento en preferir lo último?. Thomas Jefferson, 1787
Ayer se celebró el Día Mundial de la Libertad de Expresión. Me parece hasta cierto punto una jugarreta de humor negro celebrarlo en este momento. Siempre hemos sabido que somos polvo en el viento, pero nunca antes como en este último año ha quedado claro que a los que desempeñamos este oficio nos hace falta muy poquito para que la desgracia nos cargue. Sólo basta que alguien se tome la molestia de rompernos la madre. Por lo que la impunidad respecta no se preocupen, esa siempre ha existido. Ya expresé en un post anterior lo que pienso de la desaparición de mi colega Alfredo Jiménez en Sonora. Pero más allá de las agresiones contra colegas, creo que lo más patético de la libertad de expresión en México, es que el 80% de los periodistas no tienen el más mínimo interés en ejercerla. A menudo me preguntan si hay libertad de expresión en México. Pues sí, les digo, por ahí dicen que sí hay. El problema es que a muy pocos les interesa ejercerla. ¿Quienes son los primeros en poner la mordaza sobre los periódicos? Pues los propios periodistas. Pregúntele usted a un Eligio Valencia si le interesa ejercer la libertad de expresión. Pregúntele a un Vázquez Raña si es feliz con la Ley de Transparencia. ¿Para qué carajos iban a quererla? La realidad es que para muchos colegas, la máxima ilusión es matrimoniarse con el poder. La prensa y el gobierno son adversarios naturales que realizan funciones diferentes y cada uno de ellos debe respetar el papel del otro. El problema es que aquí por estos rumbos, la máxima ilusión de los periodistas es convertirse en funcionarios públicos y entrar en la nómina del gobierno. ¿Hacer un gran reportaje? ¿Investigar? ¿Escarbar? ¿Romperse un poquito la madre para buscar la verdad? Para qué. Eso no es cómodo. Cuesta trabajo, esfuerzo. Lo mejor es entrar a la nómina. Miren la que se dice asociación de periodistas. Chequen nada más cuantos de los que ahí se desempeñan trabajan en dependencias gubernamentales. Para la cultura del viejo periodismo, que tan viejo es que sigue de lo más vigente y de moda en nuestra Tijuana, lo común, lo deseable, lo normal, es que haya un matrimonio de funcionarios y seudo periodistas. Ellos no ven mal que puedas trabajar en un medio y al mismo tiempo hacerle los boletines a una dependencia o candidato. O pertenecer a una asociación de periodistas cuando hace muchos, muchísimos años no te desempeñas en algún medio y trabajas para algún político. Es parte de su cultura, es socialmente aceptado. Compartir tertulias, borracheras y comilonas con los políticos, es la apoteosis del viejo periodismo. Ahí están en su elemento. Nunca faltan. Están mucho más preocupados por candidatearse o ver quién carajos será el nuevo director de Comunicación Social de Gobierno, que por ponerse a cuestionar las estupideces de nuestros funcionarios. Resulta patético que quienes agasajen a los periodistas en su día sean los políticos. En todo caso, nuestra posición de mantener distancia con los funcionarios es vista por ellos como una extravagancia petulante. Cuando les digo que nunca en mi vida he ido ni pienso ir jamás a una fiesta promovida por algún político, me tachan de pedante y antisocial.
Me dicen que soy poco solidario con el gremio, pero en honor a la verdad, siento vergüenza de ser identificado y comparado con esa farsa que llaman mi gremio, en donde sólo unos cuantos merecen mi pleno respeto.
Ayer se celebró el Día Mundial de la Libertad de Expresión. Me parece hasta cierto punto una jugarreta de humor negro celebrarlo en este momento. Siempre hemos sabido que somos polvo en el viento, pero nunca antes como en este último año ha quedado claro que a los que desempeñamos este oficio nos hace falta muy poquito para que la desgracia nos cargue. Sólo basta que alguien se tome la molestia de rompernos la madre. Por lo que la impunidad respecta no se preocupen, esa siempre ha existido. Ya expresé en un post anterior lo que pienso de la desaparición de mi colega Alfredo Jiménez en Sonora. Pero más allá de las agresiones contra colegas, creo que lo más patético de la libertad de expresión en México, es que el 80% de los periodistas no tienen el más mínimo interés en ejercerla. A menudo me preguntan si hay libertad de expresión en México. Pues sí, les digo, por ahí dicen que sí hay. El problema es que a muy pocos les interesa ejercerla. ¿Quienes son los primeros en poner la mordaza sobre los periódicos? Pues los propios periodistas. Pregúntele usted a un Eligio Valencia si le interesa ejercer la libertad de expresión. Pregúntele a un Vázquez Raña si es feliz con la Ley de Transparencia. ¿Para qué carajos iban a quererla? La realidad es que para muchos colegas, la máxima ilusión es matrimoniarse con el poder. La prensa y el gobierno son adversarios naturales que realizan funciones diferentes y cada uno de ellos debe respetar el papel del otro. El problema es que aquí por estos rumbos, la máxima ilusión de los periodistas es convertirse en funcionarios públicos y entrar en la nómina del gobierno. ¿Hacer un gran reportaje? ¿Investigar? ¿Escarbar? ¿Romperse un poquito la madre para buscar la verdad? Para qué. Eso no es cómodo. Cuesta trabajo, esfuerzo. Lo mejor es entrar a la nómina. Miren la que se dice asociación de periodistas. Chequen nada más cuantos de los que ahí se desempeñan trabajan en dependencias gubernamentales. Para la cultura del viejo periodismo, que tan viejo es que sigue de lo más vigente y de moda en nuestra Tijuana, lo común, lo deseable, lo normal, es que haya un matrimonio de funcionarios y seudo periodistas. Ellos no ven mal que puedas trabajar en un medio y al mismo tiempo hacerle los boletines a una dependencia o candidato. O pertenecer a una asociación de periodistas cuando hace muchos, muchísimos años no te desempeñas en algún medio y trabajas para algún político. Es parte de su cultura, es socialmente aceptado. Compartir tertulias, borracheras y comilonas con los políticos, es la apoteosis del viejo periodismo. Ahí están en su elemento. Nunca faltan. Están mucho más preocupados por candidatearse o ver quién carajos será el nuevo director de Comunicación Social de Gobierno, que por ponerse a cuestionar las estupideces de nuestros funcionarios. Resulta patético que quienes agasajen a los periodistas en su día sean los políticos. En todo caso, nuestra posición de mantener distancia con los funcionarios es vista por ellos como una extravagancia petulante. Cuando les digo que nunca en mi vida he ido ni pienso ir jamás a una fiesta promovida por algún político, me tachan de pedante y antisocial.
Me dicen que soy poco solidario con el gremio, pero en honor a la verdad, siento vergüenza de ser identificado y comparado con esa farsa que llaman mi gremio, en donde sólo unos cuantos merecen mi pleno respeto.