Manjares futbolísticos
En estos tiempos hay un derroche de buen futbol en el Viejo Continente. Abril y mayo son meses de grandes partidos. Las mejores ligas del mundo entran en su fase final y empiezan a definir sus campeones, mientras ese bendito manjar llamado Champions llega a la semifinales. Puro duelo de excelsa calidad lo que nos aguarda.
Por lo que respecta a este torneo, debo decir que sentimentalmente me identifico con Liverpool y PSV, pero todos sabemos que llegarán Milán y Chelsea. Son los dos obvios favoritos.
Chelsea es en este momento el equipo que mejor futbol está jugando en Europa y por ende en el Mundo. Es un equipo de esos que están pintando para hacer historia. El sábado los ví coronarse campeones de Inglaterra contra el Bolton, el premio a un año de derroche de virtudes futbolísticas y espectacularidad sin límites. He seguido casi todos sus juegos y creo que hacía un buen rato no se veía un equipo con tal vocación de verticalidad, capaz de manejar semejantes triangulaciones y cambios de juego. Acuérdense bien de Lampard. Pronto hará olvidar a Beckham. Chelsea es uno de esos equipos de ensueño con un toque sui generis en su conformación.
Un técnico portugués que habla ocho idiomas y que nunca fue futbolista, sino traductor. Un portero de República Checa, un delantero de Islandia, otro de Costa de Marfil, tres portugueses, el mejor defensa central de Inglaterra y acaso de Europa, un crack de la media cancha destinado a ser el nuevo superestrella que eclipsará al spice boy. Eso es el Chelsea. Si la Champions la gana el equipo que está jugando mejor futbol, entonces la debe ganar Chelsea y punto.
Ahora, que si me preguntan quien creo yo que va a ganar la Champions, les diré que el Milán. ¿Por qué? Pues porque cuando está en juego la Copa de las Orejas Grandes, una camiseta fría y una sala de trofeos atiborrada suelen pesar más. Pésele a quien le pese, cuando un italiano está en la final de la Champions, hay que darle siempre un mínimo favoritismo. Y es que estos partidos los suele ganar quien se defiende mejor y es más zorro para aprovechar los errores del contrario. Para acabarla, el Milán cuenta a su favor con el elemento suerte, que las más de las veces está del lado de los italianos.
Por lo que respecta al PSV, creo que su mejor argumento es que lo dan por muerto. PSV dio un juegazo en Milán. De verdad me sorprendió su descarada agresividad y su capacidad de poner en predicamento a la defensa milanista. Pero mientras los holandeses son expertos en dar juegos maquinalmente preciosos cuyo único inconveniente es que los pierden, los italianos saben mucho de dar juegos pasados de sobrios, por no decir aburridos, cuya única ventaja es que los ganan. Un 2-0 en contra en Champions y frente a Milán, parece una barrera infranqueable, dos goles que al ver parado a Dida bajo los tres palos, parecen estar lejos, muy lejos de los sueños de Eindhoven. Por eso precisamente pueden llegar. Porque nadie cuenta con ellos y son en apariencia lo más débiles de los cuatro.
Por lo que respecta a Liverpool, ya he dicho que me parece un noble en desgracia que busca renovar las glorias del pasado. Chelsea es el nuevo rico de Londres que presume sus millones. Liverpool el príncipe que pese a 20 años de vacas flacas, tiene el pecho atiborrado de las medallas que le han colgado sus antepasados. Liverpool es el equipo inglés que puede presumir más títulos internacionales, pero hace 20 años, en el estadio de Heysel, varias decenas de muertos le colgaron una maldición. Un equipo inglés con sabor español, una oncena con mucho corazón. Confieso que me gustaría mucho ver ganar a Liverpool. Tengo su roja camiseta y es una de mis favoritas. Mañana Anfiled Road será una pesadilla para Chelsea. Acuérdense lo que dice el centenario escudo de Liverpool: You never walk alone. Será un gran partido. Eterno Retorno lo recomienda ampliamente.
Y por lo que a estos rumbos respecta
Basta no desear algo, sentir una profunda indiferencia hacia un premio, para entonces obtenerlo. Por primera vez en mis más de 20 años de aficionado Tigre, he dicho que no me interesa en lo más mínimo que el equipo califique a la liguilla. Su eliminación no me haría enojar ni me generaría frustraciones, por la simple y sencilla razón de que en este momento mi obsesión es la Copa Libertadores de América. Los partidos de liga los he seguido con un dejo de complacencia, con la modorra que genera el pronunciar no hay pedo si perdemos, hay que ser reyes de América, no de la mediocre liguilla mexicana. Pues bien, basta no desear la calificación para tenerla ahora al alcance de la mano. Por las bondades de nuestro miserable y mediocre sistema de competencia y por estar en un grupo de segundos lugares pobres, Tigres tiene a tiro de piedra la clasificación. Al menos depende de sí mismo. Basta con ganarle al descendido Puebla, mientras las mediocres Chivas, tratarán de enviar al sótano general a esa lamentable caricatura llamada Pumas, cosa que de nada le servirá si el Tigre ruge en el Cuauhtémoc. No me fío de la aparente comodidad de los equipos descendidos. Bien recuerdo que en el 2000, para calificar Tigres sólo requería ganarle al descendido Toros Neza y los hijos de su nezatelnse madre nos empataron 3-3 y por ende, nos echaron fuera de la liguilla.
Debo además confesar que siento una morbosa felicidad de ver descender a Puebla. La ciudad de por sí me es antipática por mojigata, tradicionalista pedante y por estar vinculada históricamente a la traición. Los poblanos siempre apoyando al invasor, siempre con los conservadores, con los grandes inquisidores. Además, nunca olvidaré aquella final de copa de 1990, cuando el mafioso de Emilio Maurer compró al cuerpo arbitral para ganarnos. Históricamente, el Puebla es de los equipos que más aborrezco en el futbol mexicano. Púdranse en el sótano, que bien merecido se lo tienen. Además, pese a lo ruidosos que son, me caen mejor los sinaloenses que los poblanos y en honor a la verdad, mil veces los Dorados antes que los Camoteros.
En estos tiempos hay un derroche de buen futbol en el Viejo Continente. Abril y mayo son meses de grandes partidos. Las mejores ligas del mundo entran en su fase final y empiezan a definir sus campeones, mientras ese bendito manjar llamado Champions llega a la semifinales. Puro duelo de excelsa calidad lo que nos aguarda.
Por lo que respecta a este torneo, debo decir que sentimentalmente me identifico con Liverpool y PSV, pero todos sabemos que llegarán Milán y Chelsea. Son los dos obvios favoritos.
Chelsea es en este momento el equipo que mejor futbol está jugando en Europa y por ende en el Mundo. Es un equipo de esos que están pintando para hacer historia. El sábado los ví coronarse campeones de Inglaterra contra el Bolton, el premio a un año de derroche de virtudes futbolísticas y espectacularidad sin límites. He seguido casi todos sus juegos y creo que hacía un buen rato no se veía un equipo con tal vocación de verticalidad, capaz de manejar semejantes triangulaciones y cambios de juego. Acuérdense bien de Lampard. Pronto hará olvidar a Beckham. Chelsea es uno de esos equipos de ensueño con un toque sui generis en su conformación.
Un técnico portugués que habla ocho idiomas y que nunca fue futbolista, sino traductor. Un portero de República Checa, un delantero de Islandia, otro de Costa de Marfil, tres portugueses, el mejor defensa central de Inglaterra y acaso de Europa, un crack de la media cancha destinado a ser el nuevo superestrella que eclipsará al spice boy. Eso es el Chelsea. Si la Champions la gana el equipo que está jugando mejor futbol, entonces la debe ganar Chelsea y punto.
Ahora, que si me preguntan quien creo yo que va a ganar la Champions, les diré que el Milán. ¿Por qué? Pues porque cuando está en juego la Copa de las Orejas Grandes, una camiseta fría y una sala de trofeos atiborrada suelen pesar más. Pésele a quien le pese, cuando un italiano está en la final de la Champions, hay que darle siempre un mínimo favoritismo. Y es que estos partidos los suele ganar quien se defiende mejor y es más zorro para aprovechar los errores del contrario. Para acabarla, el Milán cuenta a su favor con el elemento suerte, que las más de las veces está del lado de los italianos.
Por lo que respecta al PSV, creo que su mejor argumento es que lo dan por muerto. PSV dio un juegazo en Milán. De verdad me sorprendió su descarada agresividad y su capacidad de poner en predicamento a la defensa milanista. Pero mientras los holandeses son expertos en dar juegos maquinalmente preciosos cuyo único inconveniente es que los pierden, los italianos saben mucho de dar juegos pasados de sobrios, por no decir aburridos, cuya única ventaja es que los ganan. Un 2-0 en contra en Champions y frente a Milán, parece una barrera infranqueable, dos goles que al ver parado a Dida bajo los tres palos, parecen estar lejos, muy lejos de los sueños de Eindhoven. Por eso precisamente pueden llegar. Porque nadie cuenta con ellos y son en apariencia lo más débiles de los cuatro.
Por lo que respecta a Liverpool, ya he dicho que me parece un noble en desgracia que busca renovar las glorias del pasado. Chelsea es el nuevo rico de Londres que presume sus millones. Liverpool el príncipe que pese a 20 años de vacas flacas, tiene el pecho atiborrado de las medallas que le han colgado sus antepasados. Liverpool es el equipo inglés que puede presumir más títulos internacionales, pero hace 20 años, en el estadio de Heysel, varias decenas de muertos le colgaron una maldición. Un equipo inglés con sabor español, una oncena con mucho corazón. Confieso que me gustaría mucho ver ganar a Liverpool. Tengo su roja camiseta y es una de mis favoritas. Mañana Anfiled Road será una pesadilla para Chelsea. Acuérdense lo que dice el centenario escudo de Liverpool: You never walk alone. Será un gran partido. Eterno Retorno lo recomienda ampliamente.
Y por lo que a estos rumbos respecta
Basta no desear algo, sentir una profunda indiferencia hacia un premio, para entonces obtenerlo. Por primera vez en mis más de 20 años de aficionado Tigre, he dicho que no me interesa en lo más mínimo que el equipo califique a la liguilla. Su eliminación no me haría enojar ni me generaría frustraciones, por la simple y sencilla razón de que en este momento mi obsesión es la Copa Libertadores de América. Los partidos de liga los he seguido con un dejo de complacencia, con la modorra que genera el pronunciar no hay pedo si perdemos, hay que ser reyes de América, no de la mediocre liguilla mexicana. Pues bien, basta no desear la calificación para tenerla ahora al alcance de la mano. Por las bondades de nuestro miserable y mediocre sistema de competencia y por estar en un grupo de segundos lugares pobres, Tigres tiene a tiro de piedra la clasificación. Al menos depende de sí mismo. Basta con ganarle al descendido Puebla, mientras las mediocres Chivas, tratarán de enviar al sótano general a esa lamentable caricatura llamada Pumas, cosa que de nada le servirá si el Tigre ruge en el Cuauhtémoc. No me fío de la aparente comodidad de los equipos descendidos. Bien recuerdo que en el 2000, para calificar Tigres sólo requería ganarle al descendido Toros Neza y los hijos de su nezatelnse madre nos empataron 3-3 y por ende, nos echaron fuera de la liguilla.
Debo además confesar que siento una morbosa felicidad de ver descender a Puebla. La ciudad de por sí me es antipática por mojigata, tradicionalista pedante y por estar vinculada históricamente a la traición. Los poblanos siempre apoyando al invasor, siempre con los conservadores, con los grandes inquisidores. Además, nunca olvidaré aquella final de copa de 1990, cuando el mafioso de Emilio Maurer compró al cuerpo arbitral para ganarnos. Históricamente, el Puebla es de los equipos que más aborrezco en el futbol mexicano. Púdranse en el sótano, que bien merecido se lo tienen. Además, pese a lo ruidosos que son, me caen mejor los sinaloenses que los poblanos y en honor a la verdad, mil veces los Dorados antes que los Camoteros.