Viajes de bajo presupuesto
Leo a mi compa Fausto Panter y sus deseos de ahorrar dinero para viajar. Lo único que me resta decirle, es que no hay dinero mejor invertido que el que se destina a mover la carne y los huesos a otros terruños.
Antes que comprarte un carro, gastar la lana en ropa o en aparatos inservibles, lo mejor siempre será agarra la mochila y treparse al avión.
Bajo mi criterio, viajar siempre será la prioridad. A lo largo de mi vida me las he arreglado para pasear y créanme que jamás me ha detenido el factor económico. Basta un poquito, sólo unos cuantos centavos y muchas ganas de agarrar la mochila para irse. Tengo en mis memorias hazañas de viajes concretados con presupuestos miserables o inexistentes. La falta de dinero jamás me ha detenido.
Mi primer viaje largo, emprendido por mi cuenta y sin la compañía de mis padres, fue en verano de 1988. Me fui con mi amigo Jordi Ferrer hasta Chiapas. Fue una travesía. Salimos de Monterrey rumbo al DF y de ahí tomamos un camión de la línea Cristóbal Colón hasta Tuxtla Gutiérrez Chiapas. Sin embargo, como acababa de pasar la elección en la que la caída del sistema de Bartlett que permitió que Carlos Salinas de Gortari le robara el triunfo a Cuatemochas Cárdenas, había un caos político en el país. Las carreteras de Oaxaca y Guerrero estaban bloqueadas por los cardenistas y por ende, la pollera línea de Cristóbal Colón no podía tomar dicha ruta. Así las cosas, la ruta que tomamos fue por Puebla, Veracruz y Tabasco para ingresar a Chiapas por la sierra de Oriente, es decir en la frontera con Tabasco. Un tirón de 25 horas desde el DF. Pasamos más de un mes por tierras chiapanecas. Para hacer ese viaje trabajé durante varios meses y junté 350 mil viejos pesos, que en 1988 eran un dineral. Regresé 40 días después a Monterrey y aún me sobraba dinero.
Siendo un adolescente me di mis paseadas por todo México. Hay quienes dicen que abusé de pichicatero y muerto de hambre, pero lo cierto es que si no me hubiera subido al camión sin un peso en la bolsa, tal vez nunca hubiera salido de Monterrey.
En agosto de 1991 me fui a Puerto Escondido, Puerto Ángel y Zipolite con la maravillosa cantidad de 200 pesos, que me duraron para más de dos semanas. Claro, durmiendo en la arena, en hamacas y comiendo una vez al día. Lo importante era sacar para el mezcal y otras delicias. En la Primavera de 1994 me largué a Tampico con 27 pesos en la bolsa. Mi amigo Carlos Macías lo debe recordar bien. No traía ni para una caguama. Eso por no hablar de mis periódicas escapadas a Real de 14 sin un quinto partido por la mitad, de colado en el tren nocturno. Una ocasión, con mi colega Leonardo del Bosque, nos fuimos literalmente de aventón en la carretera y un trailer nos llevó hasta Matehuala.
En septiembre de 1996, estando viviendo en casa de la familia Davy en Massachussets, me fui a Canadá con 60 dólares. En Toronto pasé la noche durmiendo bajo las columnas del Palacio de Justicia. Un homeless total.
Un mes después, me fui a Europa. Mi boleto redondo ruta Boston- Reikjavik- Londres, me costó 274 dólares. En mi cartera llevaba exactamente 600 dólares, con los que recorrí siete países a lo largo de dos meses. Llevaba la mochila repleta de barras de granola que en ocasiones era mi único alimento en el día. Varias veces dormí en la calle o en parques (inolvidable esa primera noche durmiendo en las calles de Londres) Otras veces mes las arreglé para colarme sin pagar a los cuartos de los hostels o para salirme sin pagar.
Confieso que desde que estoy casado los viajes ya no son tan pordioseros como en mi adolescencia, pues a Carolina no le gusta eso de dormir en terrenos baldíos y centrales de autobuses, aunque tampoco nos hemos limitado por la falta de feria.
Claro, hay quienes son más felices viajando todos los fines de semana a los mismos antros en donde encontrarán la misma gente. Otros son felices yendo a sitios mierdozos como Las Vegas o Disney. Yo considero que ir a sitios tan prefabricados y artificiales no es viajar, pero cada quien. Si a mí me piden un consejo (nadie te lo ha pedido Daniel) siempre les digo lo mismo: Agarren la mochila y no pierdan más tiempo. Lo importante es irse. Regresar es lo de menos.
Leo a mi compa Fausto Panter y sus deseos de ahorrar dinero para viajar. Lo único que me resta decirle, es que no hay dinero mejor invertido que el que se destina a mover la carne y los huesos a otros terruños.
Antes que comprarte un carro, gastar la lana en ropa o en aparatos inservibles, lo mejor siempre será agarra la mochila y treparse al avión.
Bajo mi criterio, viajar siempre será la prioridad. A lo largo de mi vida me las he arreglado para pasear y créanme que jamás me ha detenido el factor económico. Basta un poquito, sólo unos cuantos centavos y muchas ganas de agarrar la mochila para irse. Tengo en mis memorias hazañas de viajes concretados con presupuestos miserables o inexistentes. La falta de dinero jamás me ha detenido.
Mi primer viaje largo, emprendido por mi cuenta y sin la compañía de mis padres, fue en verano de 1988. Me fui con mi amigo Jordi Ferrer hasta Chiapas. Fue una travesía. Salimos de Monterrey rumbo al DF y de ahí tomamos un camión de la línea Cristóbal Colón hasta Tuxtla Gutiérrez Chiapas. Sin embargo, como acababa de pasar la elección en la que la caída del sistema de Bartlett que permitió que Carlos Salinas de Gortari le robara el triunfo a Cuatemochas Cárdenas, había un caos político en el país. Las carreteras de Oaxaca y Guerrero estaban bloqueadas por los cardenistas y por ende, la pollera línea de Cristóbal Colón no podía tomar dicha ruta. Así las cosas, la ruta que tomamos fue por Puebla, Veracruz y Tabasco para ingresar a Chiapas por la sierra de Oriente, es decir en la frontera con Tabasco. Un tirón de 25 horas desde el DF. Pasamos más de un mes por tierras chiapanecas. Para hacer ese viaje trabajé durante varios meses y junté 350 mil viejos pesos, que en 1988 eran un dineral. Regresé 40 días después a Monterrey y aún me sobraba dinero.
Siendo un adolescente me di mis paseadas por todo México. Hay quienes dicen que abusé de pichicatero y muerto de hambre, pero lo cierto es que si no me hubiera subido al camión sin un peso en la bolsa, tal vez nunca hubiera salido de Monterrey.
En agosto de 1991 me fui a Puerto Escondido, Puerto Ángel y Zipolite con la maravillosa cantidad de 200 pesos, que me duraron para más de dos semanas. Claro, durmiendo en la arena, en hamacas y comiendo una vez al día. Lo importante era sacar para el mezcal y otras delicias. En la Primavera de 1994 me largué a Tampico con 27 pesos en la bolsa. Mi amigo Carlos Macías lo debe recordar bien. No traía ni para una caguama. Eso por no hablar de mis periódicas escapadas a Real de 14 sin un quinto partido por la mitad, de colado en el tren nocturno. Una ocasión, con mi colega Leonardo del Bosque, nos fuimos literalmente de aventón en la carretera y un trailer nos llevó hasta Matehuala.
En septiembre de 1996, estando viviendo en casa de la familia Davy en Massachussets, me fui a Canadá con 60 dólares. En Toronto pasé la noche durmiendo bajo las columnas del Palacio de Justicia. Un homeless total.
Un mes después, me fui a Europa. Mi boleto redondo ruta Boston- Reikjavik- Londres, me costó 274 dólares. En mi cartera llevaba exactamente 600 dólares, con los que recorrí siete países a lo largo de dos meses. Llevaba la mochila repleta de barras de granola que en ocasiones era mi único alimento en el día. Varias veces dormí en la calle o en parques (inolvidable esa primera noche durmiendo en las calles de Londres) Otras veces mes las arreglé para colarme sin pagar a los cuartos de los hostels o para salirme sin pagar.
Confieso que desde que estoy casado los viajes ya no son tan pordioseros como en mi adolescencia, pues a Carolina no le gusta eso de dormir en terrenos baldíos y centrales de autobuses, aunque tampoco nos hemos limitado por la falta de feria.
Claro, hay quienes son más felices viajando todos los fines de semana a los mismos antros en donde encontrarán la misma gente. Otros son felices yendo a sitios mierdozos como Las Vegas o Disney. Yo considero que ir a sitios tan prefabricados y artificiales no es viajar, pero cada quien. Si a mí me piden un consejo (nadie te lo ha pedido Daniel) siempre les digo lo mismo: Agarren la mochila y no pierdan más tiempo. Lo importante es irse. Regresar es lo de menos.