Matrimonios gremiales
En el medio en el que sobrevivo, lo más común son los matrimonios entre la gente del gremio. En Monterrey era algo común, en Tijuana es también el pan de cada día y supongo que en cualquier lugar del mundo donde se practique esta calamidad llamada periodismo sucede lo mismo. Dicen que los que nos dedicamos a esto no tenemos vida propia y por ende sólo nos podemos relacionar con quienes hacen lo mismo. Por eso son inevitables los amoríos de redacción. Matrimonios de fotógrafa y reportero, de diseñador y reportera, de reportero con reportera, de fotógrafo con fotógrafa. Puedo dar una larga lista de ejemplos. Los que vivimos de esto, dicen, no tenemos tiempo para conocer a nadie más, y como eso que llaman amor se rige por ley de probabilidades y no por destinos mágicos, príncipes predestinados u oníricas dulcineas, la línea hacia el matrimonio suele ser la más corta y la línea más corta es la que conduce al escritorio de a lado, donde una compañera, a fuerza de diaria y forzada convivencia, acaba por resultar guapay como al llegar los 30, más de uno siente que el tren del matrimonio está saliendo sin boleto de regreso, acaban por subirse al cabús. No se a que pagano dios deba yo darle gracias por no haberme casado con una mujer del medio periodístico. Puta madre, eso sí que sería una pesadilla. ¿Imagínense que estuviera yo casado con una reportera? Vaya estrés insoportable. Por fortuna me casé con una psicóloga que nunca, ni por asomo, ha tenido la más mínima curiosidad por dedicarse a este karma de oficio. Carolina es una mujer inteligente. No me la imagino ni la podré imaginar nunca metida en estos pantanos, hablando sobre grillas políticas, preocupada por cierres a tiempo, por notas que se van, por entrevistas canceladas y reportajes no terminados. En honor a la verdad, las mujeres del medio periodístico jamás me han llamado la atención. Las más de las veces son poco agraciadas físicamente, suelen ser neuróticas, pretenciosas, con aires divos, intratables casi siempre. Tal vez lo único peor y más detestable, es una mujer del mundo de la literatura con delirios de poetisa o escritora. Eso sí que es la peste. Es por ello que en los más de 10 años que llevo metido en estos berenjenales periodísticos, jamás me he relacionado ni siquiera en términos amistosos con una mujer del medio. Será por esa barrera de hierro que coloco entre mis colegas y yo,. por esa manía de no tener amigos que despeñen esta chamba y por el hecho de que cuando he acabado mis tareas, siempre corro a casa, muy lejos de todo lo que huela a ejercicio periodístico. El periodismo, si te lo administras en dosis moderadas como lo hago yo, puede ser llevadero. Por eso yo nunca estoy presente en la redacción a menos de que tenga algo que hacer ahí y una vez que he concluido, lo más sano es largarse a casa. También suelo decir no a las tertulias del gremio. Ya bastante tengo con chutarme manadas de reporteros todos los días de la semana. ¿Se imaginan ahora compartir la cama con alguien del gremio? Tragame tierra. El periodismo metido hasta en culo. No gracias. Yo paso.
En el medio en el que sobrevivo, lo más común son los matrimonios entre la gente del gremio. En Monterrey era algo común, en Tijuana es también el pan de cada día y supongo que en cualquier lugar del mundo donde se practique esta calamidad llamada periodismo sucede lo mismo. Dicen que los que nos dedicamos a esto no tenemos vida propia y por ende sólo nos podemos relacionar con quienes hacen lo mismo. Por eso son inevitables los amoríos de redacción. Matrimonios de fotógrafa y reportero, de diseñador y reportera, de reportero con reportera, de fotógrafo con fotógrafa. Puedo dar una larga lista de ejemplos. Los que vivimos de esto, dicen, no tenemos tiempo para conocer a nadie más, y como eso que llaman amor se rige por ley de probabilidades y no por destinos mágicos, príncipes predestinados u oníricas dulcineas, la línea hacia el matrimonio suele ser la más corta y la línea más corta es la que conduce al escritorio de a lado, donde una compañera, a fuerza de diaria y forzada convivencia, acaba por resultar guapay como al llegar los 30, más de uno siente que el tren del matrimonio está saliendo sin boleto de regreso, acaban por subirse al cabús. No se a que pagano dios deba yo darle gracias por no haberme casado con una mujer del medio periodístico. Puta madre, eso sí que sería una pesadilla. ¿Imagínense que estuviera yo casado con una reportera? Vaya estrés insoportable. Por fortuna me casé con una psicóloga que nunca, ni por asomo, ha tenido la más mínima curiosidad por dedicarse a este karma de oficio. Carolina es una mujer inteligente. No me la imagino ni la podré imaginar nunca metida en estos pantanos, hablando sobre grillas políticas, preocupada por cierres a tiempo, por notas que se van, por entrevistas canceladas y reportajes no terminados. En honor a la verdad, las mujeres del medio periodístico jamás me han llamado la atención. Las más de las veces son poco agraciadas físicamente, suelen ser neuróticas, pretenciosas, con aires divos, intratables casi siempre. Tal vez lo único peor y más detestable, es una mujer del mundo de la literatura con delirios de poetisa o escritora. Eso sí que es la peste. Es por ello que en los más de 10 años que llevo metido en estos berenjenales periodísticos, jamás me he relacionado ni siquiera en términos amistosos con una mujer del medio. Será por esa barrera de hierro que coloco entre mis colegas y yo,. por esa manía de no tener amigos que despeñen esta chamba y por el hecho de que cuando he acabado mis tareas, siempre corro a casa, muy lejos de todo lo que huela a ejercicio periodístico. El periodismo, si te lo administras en dosis moderadas como lo hago yo, puede ser llevadero. Por eso yo nunca estoy presente en la redacción a menos de que tenga algo que hacer ahí y una vez que he concluido, lo más sano es largarse a casa. También suelo decir no a las tertulias del gremio. Ya bastante tengo con chutarme manadas de reporteros todos los días de la semana. ¿Se imaginan ahora compartir la cama con alguien del gremio? Tragame tierra. El periodismo metido hasta en culo. No gracias. Yo paso.