Eterno Retorno

Saturday, May 07, 2005

Salí a pasear al Morris. Fuimos al parque. Prendí un cigarro. Respiré el frío viento del mar.Tuve demasiadas certezas y en el aire nocturno revolotearon demasiadas ideas. Traté de atrapar una, aunque fuera una sola y llevarla a la cárcel de las letras. Imposible. Ideas rebeldes, insurrectas, me mentaron la madre cuando les propuse transformarlas en palabra escrita. Me dijeron mis ideas que quién carajos me creía yo. ¿Acaso su dueño?
Ahora estoy sentado frente a la pantalla y el pozo de mis ideas está seco, como la vagina de una vieja mujer frígida.

El absurdo se ha dadoa la tarea de corretearme. Me persigue como lo hizo alguna vez con un adolescente que descubrió a Sartre y compañía y en ellos creyó descubrir, o deseó descubrir con el único afán de escupirle en la cara a un dios incómodo, que somos mentecatamente absurdos. Hoy no tengo interés en escupirle a deidad alguna. Los íconos no sirven ya ni siquiera para mancillarlos u ofender. Pero el absurdo se ha instalado en mis pensamientos como un huesped no deseado e insportablemente conchudo.- Caminaba por la colonia 20 de Noviembre al atardecer y al tomar el taxi tuve una suerte de revelación. Hasta el más sublime de los momentos, será irremediablemente absurdo. La muerte heroíca, el suicido romántico, el martirio estoico estarán en todos los casos condenados al ridículo. Hasta se me ocurrió una ecuación matemática: El nivel de ridículo y absurdo es directamente proporcional a las intenciones sublimes de un acto. Me sentí absurdo por cargar un cuerpo, que invariablemente exige mear en la madrugada, que demandará comer y después se sentirá pesado, insoportable, estorboso.

Cada cierto tiempo, me cae el veinte de lo encabronadamente fatalista que soy. De verdad, soy un fatalista incurable. Creo que desde la niñez tuve esa certeza. Y no, no estoy triste, ni deprimido ni nada que se le parezca. De hecho siento una sensación paecida a eso que llaman estar contento. Pero soy un fatalista o para llamar a las cosas por su nombre y dejarnos de metáforas mariconas, tengo la certeza de que irremediablemente, hagamos lo que hagamos, nos cargará la chingada. Somos marionetas de tragedia griega, incapaces de sublevarse ante la tiranía de su destino cruel. ¿Cruel? Ni madre. La crueldad es una aspiración sublime y lo cruel de nuestro destino radica precisamente en que su inmenso ridículo le ha expropiado cualquier posibilidad de aspirar a lo heroíco o a lo romántico.



Bebo una Bohemia. Escucho el Wildhoney de Tiamat, una versión remasterizada que ha sacado la Century Media de este histórico álbum. Me gusta la honestidad de Johan Edlund, quien 10 años después, confiesa que el Wildhoney surgió como una simple pachecada luego de pasar el verano de 1994 escuchando altas dosis de King Crimson y Pink Floyd, mientras Suecia quedaba tercer lugar del Mundial de Estados Unidos. 10 años después, este pinche album pacheco sigue pagando mis rentas, confiesa el descarado Edlund. Pues bien, mi bolsillo hará una nueva contribución a su renta, pues tan endemoniadamente chingón es este disco, que pese a que desde 1994 tengo el casete y pese a que lo he escuchado un millón de veces, no resisití la tentación de tener la versión remasterizada en cd. Incurable mi puto vicio..