Mis malas experiencias con la policía
Cuando era un morro quinceañero y acudía a las tocadas hardcoreras de la legendaria banda Masacre 68, el clímax de la velada se producía cuando el Aknez interpretaba la rola Policías Corruptos. No más policías, no más represión, era el coro de la histórica pieza. De hecho toda banda hard core que se diera a respetar, tenía en su repertorio una o varias rolas contra la policía. Aún recuerdo al cantante de los newyorkinos de Sick Off It All, pronunciando con su acento gringo chingue a su madre la policía en aquella tocada que se recetaron en Tlalnepantla en 1992.
Siendo un adolescente, yo odiaba sinceramente a la policía. Varias veces fui robado, maltratado y detenido únicamente por mi aspecto antisocial. Aún recuerdo a un cerdo policía de Huixquilucan que prácticamente me asaltó una vez que andaba yo caminando por el monte.
Las peores experiencias de mi vida se dieron con policías del DF, pero los regios no cantaron mal las rancheras. Una vez, afuera de la escuela, me agarraron dentro un carro inmerso en una típica escena de faltas a la moral. Hijos de su puta madre. Me querían tumbar mi amada chamarra de cuero, que se quedó en sus manos como rehén en lo que yo iba a conseguir 300 pesos (pesos de hace más de 12 años), que fue el precio que pagué a cambio de no ser llevado a comandancia (confieso que a lo que más temíamos era a la ira del padre de la novia con la que cometí los mencionados actos inmorales)
Y no nada más en México me sucedieron cosas con los uniformados. En el invierno de 1996, en el poblado de Groton Massachussets, caminaba yo entre las desoladas calles nevadas rumbo al video club, cuando una patrulla se me acercó y me ofreció darme aventón para que no tuviera frío. Sin embargo, al subir y cerrar la puerta, me di cuenta que estaba encerrado en la parte trasera sin posibilidad de escapatoria y que los policías comenzaban a hablar de mí por la radiofrecuencia. Era evidente que me había transformado en un sospechoso. En un lugar donde todo mundo usa el carro y donde caminar en Invierno es visto como cosa de dementes, encontrar a un tipo con acento extranjero caminando en la noche por las desoladas calles de un pequeño pueblito les parecía digno de las peores sospechas. Los policías me llevaron al video club, verificaron que estuviera suscrito ahí, me esperaron afuera y volvieron a subirme a la patrulla. Me trajeron más de 40 minutos dando vueltas, hasta que le cayó el veinte de que no había delito que perseguir, fuera de ser un ciudadano de a píe que se atreve a desafiar las temperaturas bajo cero del invierno en Nueva Inglaterra. Me llevaron a la casa de mis tíos con quienes vivía y nos despedimos con un apretón de manos.
Queremos una policía que no se toque el corazón
Sin embargo, con el paso de los años mi opinión sobre la actuación de la policía se ha ido modificando. Hoy en día, creo que hace falta una policía más dura, más estricta y más despiadada con los delincuentes. Hay seres con los que no es posible tocarse el corazón.
Hace unos días platicaba con un viejo comandante de la Policía Judicial Federal que hoy en día se encarga de la seguridad personal de un célebre político.
La plática giraba en torno al descaro con que actúan los picaderos y los ladrones de baja estofa en las calles de nuestra ciudad.
Y sí, como todos los hombres maduros, el comandante añoró los viejos tiempos.
Oye mi Dany ¿Sabes cuándo se fue todo al carajo? Cuando empezaron con sus pinches derechos humanos. Antes de que salieran con esas jaladas, podías limpiar las colonias de malandrines y los vecinos vivían en paz. Ahora en cambio les tocas un pelito y ya están llorando, llamando a la PDH y pegando de gritos en la prensa.
Eso me decía el comandante.
En algo coincido con él. Es cierto que hoy en día la Policía se la piensa dos veces para actuar con impunidad y que de algo sirven esos solemnes cementerios burocráticos llamados Comisión de Derechos Humanos, pero también es real que muchos abortos sociales exigen ser tratados como angelitos y que no se les toque ni con el pétalo de una rosa. Los ciudadanos somos los que la pagamos máxime en una ciudad como Tijuana, inundada de lacras con la cabeza atiborrada de crystal que se dedican a depredar todo a su paso.
Hoy en día en Tijuana ha estallado una tremenda polémica, ya que se considera que la Policía Municipal se ha vuelto de gatillo fácil, pues da la casualidad que en los últimos incidentes con narcopoquiteros, ha habido seis muertos. Aunque las versiones oficiales dicen que los policías sólo se defendían de disparos con arma de fuego, las malas lenguas dicen que los uniformados han tirado a matar a los malandrines, pudiendo haberlos detenido. La polémica seguirá. A mí mismo me tocó cubrir uno de esos incidentes y pude ver el cadáver del malandro, tirado en un terreno baldío. Un típico vendedor de poca monta, con la típica cara de tecato chupada por la heroína, con sus tatuajes de repugnante cholo. Un tipo que no se hubiera tocado el corazón para matar a cualquiera. Los tipos que mataron la madrugada del sábado estaban por el estilo. Unos malandros estándar. ¿Para qué detenerlos vivos? ¿Para que salgan de la cárcel en dos semanas? ¿Para que nuestros impuestos paguen su comida en la Penitenciaría? ¿Para que engorden la lista de delincuentes reciclados? ¿Alguien llorará por ellos? ¿Alguien los echará en falta? ¿Para qué queremos esos seres en las calles? ¿Para que le sigan vendiendo su puerco crystal a niños de primaria? ¿Para qué roben carros y casas eternamente? ¿Pasaría algo malo en el mundo si un día amanecen muertos todos los tecatos que se cruzan delante de los carros en la Avenida Internacional? ¿Pederíamos algo? Seamos honestos con nosotros mismos y despojémonos de ese falso puritanismo de exigir trato especial hasta para el más miserable de los seres. En mucho coincido con eso de que los derechos humanos son para los humanos derechos.
Cuando era un morro quinceañero y acudía a las tocadas hardcoreras de la legendaria banda Masacre 68, el clímax de la velada se producía cuando el Aknez interpretaba la rola Policías Corruptos. No más policías, no más represión, era el coro de la histórica pieza. De hecho toda banda hard core que se diera a respetar, tenía en su repertorio una o varias rolas contra la policía. Aún recuerdo al cantante de los newyorkinos de Sick Off It All, pronunciando con su acento gringo chingue a su madre la policía en aquella tocada que se recetaron en Tlalnepantla en 1992.
Siendo un adolescente, yo odiaba sinceramente a la policía. Varias veces fui robado, maltratado y detenido únicamente por mi aspecto antisocial. Aún recuerdo a un cerdo policía de Huixquilucan que prácticamente me asaltó una vez que andaba yo caminando por el monte.
Las peores experiencias de mi vida se dieron con policías del DF, pero los regios no cantaron mal las rancheras. Una vez, afuera de la escuela, me agarraron dentro un carro inmerso en una típica escena de faltas a la moral. Hijos de su puta madre. Me querían tumbar mi amada chamarra de cuero, que se quedó en sus manos como rehén en lo que yo iba a conseguir 300 pesos (pesos de hace más de 12 años), que fue el precio que pagué a cambio de no ser llevado a comandancia (confieso que a lo que más temíamos era a la ira del padre de la novia con la que cometí los mencionados actos inmorales)
Y no nada más en México me sucedieron cosas con los uniformados. En el invierno de 1996, en el poblado de Groton Massachussets, caminaba yo entre las desoladas calles nevadas rumbo al video club, cuando una patrulla se me acercó y me ofreció darme aventón para que no tuviera frío. Sin embargo, al subir y cerrar la puerta, me di cuenta que estaba encerrado en la parte trasera sin posibilidad de escapatoria y que los policías comenzaban a hablar de mí por la radiofrecuencia. Era evidente que me había transformado en un sospechoso. En un lugar donde todo mundo usa el carro y donde caminar en Invierno es visto como cosa de dementes, encontrar a un tipo con acento extranjero caminando en la noche por las desoladas calles de un pequeño pueblito les parecía digno de las peores sospechas. Los policías me llevaron al video club, verificaron que estuviera suscrito ahí, me esperaron afuera y volvieron a subirme a la patrulla. Me trajeron más de 40 minutos dando vueltas, hasta que le cayó el veinte de que no había delito que perseguir, fuera de ser un ciudadano de a píe que se atreve a desafiar las temperaturas bajo cero del invierno en Nueva Inglaterra. Me llevaron a la casa de mis tíos con quienes vivía y nos despedimos con un apretón de manos.
Queremos una policía que no se toque el corazón
Sin embargo, con el paso de los años mi opinión sobre la actuación de la policía se ha ido modificando. Hoy en día, creo que hace falta una policía más dura, más estricta y más despiadada con los delincuentes. Hay seres con los que no es posible tocarse el corazón.
Hace unos días platicaba con un viejo comandante de la Policía Judicial Federal que hoy en día se encarga de la seguridad personal de un célebre político.
La plática giraba en torno al descaro con que actúan los picaderos y los ladrones de baja estofa en las calles de nuestra ciudad.
Y sí, como todos los hombres maduros, el comandante añoró los viejos tiempos.
Oye mi Dany ¿Sabes cuándo se fue todo al carajo? Cuando empezaron con sus pinches derechos humanos. Antes de que salieran con esas jaladas, podías limpiar las colonias de malandrines y los vecinos vivían en paz. Ahora en cambio les tocas un pelito y ya están llorando, llamando a la PDH y pegando de gritos en la prensa.
Eso me decía el comandante.
En algo coincido con él. Es cierto que hoy en día la Policía se la piensa dos veces para actuar con impunidad y que de algo sirven esos solemnes cementerios burocráticos llamados Comisión de Derechos Humanos, pero también es real que muchos abortos sociales exigen ser tratados como angelitos y que no se les toque ni con el pétalo de una rosa. Los ciudadanos somos los que la pagamos máxime en una ciudad como Tijuana, inundada de lacras con la cabeza atiborrada de crystal que se dedican a depredar todo a su paso.
Hoy en día en Tijuana ha estallado una tremenda polémica, ya que se considera que la Policía Municipal se ha vuelto de gatillo fácil, pues da la casualidad que en los últimos incidentes con narcopoquiteros, ha habido seis muertos. Aunque las versiones oficiales dicen que los policías sólo se defendían de disparos con arma de fuego, las malas lenguas dicen que los uniformados han tirado a matar a los malandrines, pudiendo haberlos detenido. La polémica seguirá. A mí mismo me tocó cubrir uno de esos incidentes y pude ver el cadáver del malandro, tirado en un terreno baldío. Un típico vendedor de poca monta, con la típica cara de tecato chupada por la heroína, con sus tatuajes de repugnante cholo. Un tipo que no se hubiera tocado el corazón para matar a cualquiera. Los tipos que mataron la madrugada del sábado estaban por el estilo. Unos malandros estándar. ¿Para qué detenerlos vivos? ¿Para que salgan de la cárcel en dos semanas? ¿Para que nuestros impuestos paguen su comida en la Penitenciaría? ¿Para que engorden la lista de delincuentes reciclados? ¿Alguien llorará por ellos? ¿Alguien los echará en falta? ¿Para qué queremos esos seres en las calles? ¿Para que le sigan vendiendo su puerco crystal a niños de primaria? ¿Para qué roben carros y casas eternamente? ¿Pasaría algo malo en el mundo si un día amanecen muertos todos los tecatos que se cruzan delante de los carros en la Avenida Internacional? ¿Pederíamos algo? Seamos honestos con nosotros mismos y despojémonos de ese falso puritanismo de exigir trato especial hasta para el más miserable de los seres. En mucho coincido con eso de que los derechos humanos son para los humanos derechos.