Más sobre el matrimonio imperfecto
Leo los comentarios de m colega ensenadense y futuro tijuanense Fausto Panter Ovalle en el sentido de las diferencias entre periodismo y literatura.
Admito las observaciones. Fausto tiene razón. Sólo me resta aclarar que cuando hablo de que la diferencia está en la búsqueda de la verdad, me refiero al hecho a priori. El periodismo debe tener como intención a priori la búsqueda de la verdad. La literatura no debe partir de esa intención, más ello no significa que deba pelearse con la verdad. El periodista está obligado a decir la verdad y el lector tiene todo el derecho de exigirla y reclamarla si el periodista le miente. El literato no está obligado a decir la verdad, pero ello no significa que esté obligado a decir sólo mentiras. La diferencia es que el lector de un poema, cuento, novela o aún ensayo (en algunas modalidades) no tiene ni tendrá el derecho de exigirle a su autor que se apegue a la verdad.
A menudo ciertos lectores le dan importancia extrema a las novelas que se basan en un hecho real. También los hay que le exigen al narrador que les revele una verdad absoluta, les de un mensaje, una moraleja, una lección que les haga reflexionar. Desconfío en extremo de ese tipo de lectores y mucho más aún de esos escritores que pretenden transformarse en profetas.
Algunas personas me preguntan qué carajos gano leyendo o qué es lo que estoy buscando en los libros. Últimamente me da por responder que en realidad no lo se. Leer es un fin en si mismo. Como todos los placeres, su fin último, valga la redundancia, es el placer mismo.
Ensenada y Tijuana
Siempre he pensado que yo sería muy feliz viviendo en Ensenada. La Cenicienta del Pacífico saca lo mejor de mí. Cuando vamos a Ensenada se me duerme el instinto asesino, chingativo, odioso y depredador y brota esa parte amistosa, ligera y bien intencionada de mi persona que a menudo suele quedar sepultada en Tijuana. Me gusta Ensenada y el espíritu ensenadense.
Desde la primera vez que visité ese puerto hice química. Es de esos lugares donde te sientes a gusto. Unos taquitos de marlin en el mercado, unas cervecitas en el Husongs, una copa en el Valle de Guadalupe son de esos pequeños grandes placeres que esta región ofrece y que te regalan un pedacito de paraíso en un fin de semana. Por eso cada que podemos nos damos una escapada a la Cenicienta. Fue todo lo contrario a lo que me sucedió en la única (y espero última) vez en toda mi vida que fui a Mexicali en donde pasé sólo unas cuantas horas, que fueron suficientes para declarar que no me gustaría volver nunca. Esa ciudad me causó una repulsión extrema. Fea y deprimente como ella sola, actúo como un repelente para mí. Hay ciudades con las que no haces química. Pobres de los cachanillas, los compadezco en verdad. En cambio, Ensenada me fascina y cada que voy me la paso bien, al grado que he llegado a pensar que me gustaría tener una casa ahí.
Sin embargo, la mayoría de la gente que conozco que vive en la Cenicienta, coincide en señalar que se aburre en Ensenada. Dicen que se sienten asfixiados y a menudo me dicen que Tijuana es más divertida y llena de acción. La verdad es que a mí me gusta Tijuana, pero sus diversiones nocturnas poco o nada me aportan. Rara vez, por no decir nunca, salgo a disfrutar de sus antros y congales. La suelo pasar mejor en casa. Por lo que respecta a San Diego, suelo ir únicamente cuando necesito ir, o sea a un concierto o a comprar un disco o a beber Guiness, lo cual no ocurre muy a menudo. Si por mí fuera, jamás saldría de Playas de Tijuana en donde tengo todo lo necesario para ser feliz. La super vida nocturna tijuanera nada aporta a mi vida, así que a mí me da lo mismo que la ciudad sea divertida o aburrida o que tenga o no tenga antros. Es más, los restaurantes y bares que más me gustan de la entidad están en Ensenada. Pero bueno, admito que nunca he vivido en Ensenada y vaya que es distinto vacacionar en una ciudad que vivir en ella. Lo mejor de todo, es que sólo bastar manejar una hora por la Carretera Escénica para estar ahí.
Leo los comentarios de m colega ensenadense y futuro tijuanense Fausto Panter Ovalle en el sentido de las diferencias entre periodismo y literatura.
Admito las observaciones. Fausto tiene razón. Sólo me resta aclarar que cuando hablo de que la diferencia está en la búsqueda de la verdad, me refiero al hecho a priori. El periodismo debe tener como intención a priori la búsqueda de la verdad. La literatura no debe partir de esa intención, más ello no significa que deba pelearse con la verdad. El periodista está obligado a decir la verdad y el lector tiene todo el derecho de exigirla y reclamarla si el periodista le miente. El literato no está obligado a decir la verdad, pero ello no significa que esté obligado a decir sólo mentiras. La diferencia es que el lector de un poema, cuento, novela o aún ensayo (en algunas modalidades) no tiene ni tendrá el derecho de exigirle a su autor que se apegue a la verdad.
A menudo ciertos lectores le dan importancia extrema a las novelas que se basan en un hecho real. También los hay que le exigen al narrador que les revele una verdad absoluta, les de un mensaje, una moraleja, una lección que les haga reflexionar. Desconfío en extremo de ese tipo de lectores y mucho más aún de esos escritores que pretenden transformarse en profetas.
Algunas personas me preguntan qué carajos gano leyendo o qué es lo que estoy buscando en los libros. Últimamente me da por responder que en realidad no lo se. Leer es un fin en si mismo. Como todos los placeres, su fin último, valga la redundancia, es el placer mismo.
Ensenada y Tijuana
Siempre he pensado que yo sería muy feliz viviendo en Ensenada. La Cenicienta del Pacífico saca lo mejor de mí. Cuando vamos a Ensenada se me duerme el instinto asesino, chingativo, odioso y depredador y brota esa parte amistosa, ligera y bien intencionada de mi persona que a menudo suele quedar sepultada en Tijuana. Me gusta Ensenada y el espíritu ensenadense.
Desde la primera vez que visité ese puerto hice química. Es de esos lugares donde te sientes a gusto. Unos taquitos de marlin en el mercado, unas cervecitas en el Husongs, una copa en el Valle de Guadalupe son de esos pequeños grandes placeres que esta región ofrece y que te regalan un pedacito de paraíso en un fin de semana. Por eso cada que podemos nos damos una escapada a la Cenicienta. Fue todo lo contrario a lo que me sucedió en la única (y espero última) vez en toda mi vida que fui a Mexicali en donde pasé sólo unas cuantas horas, que fueron suficientes para declarar que no me gustaría volver nunca. Esa ciudad me causó una repulsión extrema. Fea y deprimente como ella sola, actúo como un repelente para mí. Hay ciudades con las que no haces química. Pobres de los cachanillas, los compadezco en verdad. En cambio, Ensenada me fascina y cada que voy me la paso bien, al grado que he llegado a pensar que me gustaría tener una casa ahí.
Sin embargo, la mayoría de la gente que conozco que vive en la Cenicienta, coincide en señalar que se aburre en Ensenada. Dicen que se sienten asfixiados y a menudo me dicen que Tijuana es más divertida y llena de acción. La verdad es que a mí me gusta Tijuana, pero sus diversiones nocturnas poco o nada me aportan. Rara vez, por no decir nunca, salgo a disfrutar de sus antros y congales. La suelo pasar mejor en casa. Por lo que respecta a San Diego, suelo ir únicamente cuando necesito ir, o sea a un concierto o a comprar un disco o a beber Guiness, lo cual no ocurre muy a menudo. Si por mí fuera, jamás saldría de Playas de Tijuana en donde tengo todo lo necesario para ser feliz. La super vida nocturna tijuanera nada aporta a mi vida, así que a mí me da lo mismo que la ciudad sea divertida o aburrida o que tenga o no tenga antros. Es más, los restaurantes y bares que más me gustan de la entidad están en Ensenada. Pero bueno, admito que nunca he vivido en Ensenada y vaya que es distinto vacacionar en una ciudad que vivir en ella. Lo mejor de todo, es que sólo bastar manejar una hora por la Carretera Escénica para estar ahí.