Ya pasa de la una de la madrugada. En este momento estoy aún en la redacción y como podrán imaginar y deducir quienes me conocen, vengo retornando del acto de toma de protesta de nuestro nuevo Presidente Municipal, el Ingeniero Jorge Hank Rhon.
Si tomamos en cuenta que salí de casa al cuarto para las siete de la mañana, puedo presumir que llevó más de 20 horas trabajando sin parar. Mi día incluyó una presentación del proyecto de mejora continua por la mañana (bueno al menos ganamos el tercer lugar) y posteriormente, a partir de las 10:00 de la mañana y hasta ahora, una soberana zambullida en la grilla política.
El exceso de trabajo y las bajas pasiones de los políticos locales se han encargado de devolverme a la realidad a marchas forzadas. Llevo apenas una semana de haber retornado y el Imperio Austrohúngaro ya me parece algo onírico. Como si me hubieran despertado de un dulce sueño de palacios y catedrales para traerme de regreso a los pantanos donde, quiera o no, me muevo como pez en su agua.
Ni modo, qué le puedo hacer. Podría decir que yo no elegí esta vida, pero mentiría: Yo la elegí y aquí estoy, en la punta de los fregadazos, tundiendo teclas, saludando a mil personas, escuchando toda clase de rumores, filtraciones y calumnias, porque quiero, porque esta es mi vida, es la que tengo y no hay otra a la vista. Lo peor (¿o lo mejor?) es que esto, lo de hoy, es sólo es el principio de un escenario de conflicto extremo. A veces no me comprendo a mí mismo. Por una parte siento que aborrezco la política y sus grillas. Se me hace estéril dedicar horas y horas de mi vida a escribir sobre semejante circo carroñero, en lugar de pasar las tardes contemplado el Pacífico mientras leo el Decameron de Bocaccio o las Bodas del Cielo y el Infierno de Blake o invierto mi tiempo en escribir sobre historia y literatura, mientras bebo un buen Merlot y me fumo un puro. Pero por otra parte, debo reconocer que se me dan bastante bien los escenarios de caos, de confrontación y debate. La política es repugnante, pero debo confesar que la repugnancia me divierte, me aficiona y en ocasiones logra despertarme auténtico interés.
Yo me dedico a esto, me pagan por escribir de esto y bueno, pienso que mi existencia sería infinitamente desgraciada si fuera un vendedor de productos, un ejecutivo de empresa o un funcionario público. Por fortuna, soy periodista. Pese a todo y mis 20 horas de trabajo encima, confieso que soy feliz con lo que hago.
Si tomamos en cuenta que salí de casa al cuarto para las siete de la mañana, puedo presumir que llevó más de 20 horas trabajando sin parar. Mi día incluyó una presentación del proyecto de mejora continua por la mañana (bueno al menos ganamos el tercer lugar) y posteriormente, a partir de las 10:00 de la mañana y hasta ahora, una soberana zambullida en la grilla política.
El exceso de trabajo y las bajas pasiones de los políticos locales se han encargado de devolverme a la realidad a marchas forzadas. Llevo apenas una semana de haber retornado y el Imperio Austrohúngaro ya me parece algo onírico. Como si me hubieran despertado de un dulce sueño de palacios y catedrales para traerme de regreso a los pantanos donde, quiera o no, me muevo como pez en su agua.
Ni modo, qué le puedo hacer. Podría decir que yo no elegí esta vida, pero mentiría: Yo la elegí y aquí estoy, en la punta de los fregadazos, tundiendo teclas, saludando a mil personas, escuchando toda clase de rumores, filtraciones y calumnias, porque quiero, porque esta es mi vida, es la que tengo y no hay otra a la vista. Lo peor (¿o lo mejor?) es que esto, lo de hoy, es sólo es el principio de un escenario de conflicto extremo. A veces no me comprendo a mí mismo. Por una parte siento que aborrezco la política y sus grillas. Se me hace estéril dedicar horas y horas de mi vida a escribir sobre semejante circo carroñero, en lugar de pasar las tardes contemplado el Pacífico mientras leo el Decameron de Bocaccio o las Bodas del Cielo y el Infierno de Blake o invierto mi tiempo en escribir sobre historia y literatura, mientras bebo un buen Merlot y me fumo un puro. Pero por otra parte, debo reconocer que se me dan bastante bien los escenarios de caos, de confrontación y debate. La política es repugnante, pero debo confesar que la repugnancia me divierte, me aficiona y en ocasiones logra despertarme auténtico interés.
Yo me dedico a esto, me pagan por escribir de esto y bueno, pienso que mi existencia sería infinitamente desgraciada si fuera un vendedor de productos, un ejecutivo de empresa o un funcionario público. Por fortuna, soy periodista. Pese a todo y mis 20 horas de trabajo encima, confieso que soy feliz con lo que hago.