VIENA
Una discreta frontera
Al ver la frontera entre República Checa y Austria, comprendí el significado y el peso de que Tijuana sea la frontera más transitada del mundo. Apenas una caseta en la carretera en donde un oficial austriaco verifica de reojo y sin mucha convicción los pasaportes. Sin filas, ni escándalos, ni congestionamientos, uno se interna en territorio austriaco y lo primero que ve son los grandes viñedos de donde emergen muchos de los mejores vinos blancos y rosados de Europa.
Como ya he referido en párrafos anteriores, aquel día hacía un frío de perros. En recuerdo de mis primeros e improvisados paseos de mochilero, viajamos a Austria sin haber reservado hotel y para ser honestos, sin la más mínima idea de dónde íbamos a quedarnos. Llegaríamos a medio día e imaginamos que la estación estaría llena de oficinas de información y rodeada por hoteles. Cuál sería nuestra sorpresa al ver que el camión de la línea Austrobus no nos bajó en ninguna central, sino en una simple parada callejera, concretamente en la Rathausplatz, frente al edificio del parlamento austriaco. No había a los alrededores nada parecido a oficina de información u hotel. Sólo un frío de menos un grado y calles semidesiertas. Nuevamente la intuición del buen viajero nos hizo tener olfato y pese a ser nuestros primeros minutos en calles vienesas, caminamos maletas en mano hasta dar con la Pensión Adria, ubicada por los rumbos de la Ciudad Univesritaria. Una acogedora pensión a un precio más que razonable con un cómodo y amplio cuarto, fue nuestro nido austriaco.
Elegancia desparramada
Sólo una palabra se me ocurre para definir Viena: Elegante. Esta ciudad derrocha casta imperial, un esplendor que se respira en cada poro de su arquitectura. Si en Praga hay misterio, mística e infinitos fantasmas, en Viena hay elegancia pura. En ningún lugar de Europa he podido palpar semejante nostalgia por la grandeza de un imperio. En 1936, en el cumpleaños número 50 de Hermann Broch, el vienés Elías Canetti pronunció un discurso en el que definió a Viena como la tierra final de una época histórica, la estación meteorológica del fin del mundo, la matriz en la cual la modernidad puntualizaba el desvanecimiento de lo sólido, donde concluyó una pastoral urbana, cosmopolita e ilustrada para abrir la puerta a una noche larga y atroz. Tomen en cuanta que eran los tiempos del nazismo. Aún así, Canetti habló de una esfera incontaminada de Viena: La del asombro. Viena, ciertamente, fue capaz de asombrarnos.
La magia del vino caliente
Llegamos caminando a Stepahnsdom, la Catedral donde entre otras cosas, Mozart se casó en 1782, donde estrenó algunas de sus mejores piezas sacras y donde fue velado en diciembre de 1791. Afuera de la Catedral, vimos a varias decenas de personas reunidas en grupos que platicaban animadamente cual si se tratara de una fiesta callejera. ¿Qué magia era capaz de reunirlos en plena calle en una gélida noche de menos uno o dos grados de temperatura? La magia del vino caliente. Ahí, junto a la Catedral, había un puesto de vinos calientes. Preparados con clavo, canela y especies y algún licor (aparte del mismo vino) que no alancé a identificar, los vinos calientes son el más efectivo de los desafíos al invierno europeo. Días antes, Carol y yo habíamos bebido vino caliente en el Castillo de Praga, pero con todo el respeto que los checos me merecen, debo señalar que los austriacos lo preparan mejor. Desde el momento en que el elixir penetró en nuestras entrañas, comenzamos a sentir un calor embriagante. El vino caliente es fuerte y rico. Al cabo de dos vasos ya estábamos en calor, rolando en los alrededores de la catedral en plena noche vienesa como si fuera un caluroso medio día. Nunca el Espíritu del Vino se había manifestado en forma tan cálida.
Parranda vienesa
El deseo que impulsa a la parranda es una tercera persona, un espíritu capaz de gobernar el alma. Pese a que en ningún día de nuestro viaje faltó el buen vino y la cerveza, no hubo realmente ninguna juerga trasnochadora e irresponsable como las de antaño. Hoy en día las crudas cobran alta factura y al día siguiente no tienes demasiada energía para deambular por las calles de la ciudad. Atrás quedaron esas parrandas de mis 21 años cuando el amanecer me sorprendía bebiendo vino a la orilla del Sena o aquella primavera de 1999 cuando la noche se nos iba en crapulear por el barrio rojo de Amsterdam. Ni siquiera en la República Checa, donde la cerveza es infinita y barata, me arrojé sin conciencia a los brazos de Dionisio. Pero Viena, o acaso fue Mozart, contagió su mística. Pese a que los comercios en la capital austriaca cierran temprano y la atmósfera es más bien sobria, ahí nos tienes en la madrugada de un martes, deambulando entre los pocos bares universitarios que quedaban abiertos saboreando cervezas vienesas mientras hablábamos del triste destino de Maximiliano, del paradero del penacho de Moctezuma (por si no lo saben, el penacho está en Austria) y del fugaz paso de Hugo Sánchez por el Linz de segunda división austriaca y de Freud, y Anton Polster, y Gerald Rodax y Canetti y Stephan Zweing y los trajes tiroleses y el Danubio Azul y Strauss y María Teresa y de Tijuana y de nuestras familias y del futuro y de....puta madre, demasiada belleza y mucha cerveza a nuestro alrededor.
Nostalgia Hasburgo
Al visitar Hofburg y el Augustinerkriche, fue imposible no contagiarse por la melancolía de los Hasburgo.
Que triste fue el destino de los Hasburgo: María Antonieta guillotinada en 1793, Maximiliano fusilado en 1867 en el Cerro de las Campanas, Rodolfo se suicidó en 1889 en su pabellón de caza junto con su amante húngara, Elizabeth, acuchillada en Ginebra por un anarquista en 1898 y Francisco Fernando y su esposa Sofía, asesinados en Sarajevo el 28 de junio de 1914, dando paso al inicio de la Primera Guerra Mundial. Y mientras, el anciano Francisco José, mirando todo desde su trono austrohúngaro, sin decidirse a morir de viejo.
La morada final de Mozart
Nada de especial nota el viajero en el número 4 de la calle Rauhensteingasse. Una calle angosta, ubicada a dos cuadras de la Catedral Stephansdom y un típico edificio vienés de cuatro pisos que puede confundirse con las edificaciones de los alrededores. Nada, ni siquiera un letrero, indica que fue en esa casa donde Wolfang Amadeus Mozart murió el 5 de diciembre de 1791. En esa casa, donde vivió sus últimos años, fue donde Mozart escribió el Requiem y la Flauta Mágica. Nos adentramos en el edificio y nada. Casas y oficinas. Sólo un símbolo en la planta baja pudo ser interpretado como un tributo silencioso al genio: Una tienda de libros y artículos masónicos. No hay que olvidar que Wolfang Amadeus fue un gran masón y que de hecho la Flauta Mágica es una oda a la masonería. Por lo demás, el espíritu de Mozart se respira en cada rincón de Viena, que quiere peleárselo a Salzburgo como Santo Patrono (bueno, por desgracia no fui a Salzburgo, pero quienes han ido, me cuentan que la ciudad entera es un tributo a Mozart)
Bergrasse 19
La sola mención de la dirección ya evoca un santuario, la Meca misma de los psicoanalistas. No hace falta decir que Carolina no podría ir a Viena sin visitar el número 19 de la calle Bergrasse, en donde por más de medio siglo vivió Sigmund Freud. El departamento donde se escribieron obras como Tótem y Tabú, El Malestar en la Cultura y La Interpretación de los Sueños y donde el Doctor Freud atendió a los pacientes que serían materia de sus principales ensayos, se conserva casi intacto. Ahí, en esa sala, sesionaba cada miércoles el Círculo Psicoanalítico de Viena y fue hasta 1938 cuando Freud debió abandonar su morada en cuya puerta los nazis pusieron una esvástica. Un año después moriría en el exilio en Londres. Fría fue la tarde que pasamos dentro de las paredes de ese departamento, hoy transformado en museo.
Las librerías de Viena
Nunca en mi vida he visitado una ciudad con tantas librerías como Viena. Y conste que incluyo en mi categórica afirmación a Barcelona, Madrid, Roma y París. En Viena vi librerías en cada esquina y con precios más que accesibles. Pese a que Viena no es barato, puedo afirmar que muchos libros son más económicos que en México. Un gran catálogo de autores alemanes, austriacos, húngaros. ¿Quieren saber cuáles fueron los dos escritores latinoamericanos que pude ver en todos y cada uno de los aparadores de las librerías vienesas? García Márquez e Isabel Allende. Chale con la última, pero nadie podrá reprocharle ser mala vendedora. En una encontré Carlos Fuentes y Octavio Paz. Eso sí, ni rastro de Piglia, Bolaño, Aira, Bellatin.
Una discreta frontera
Al ver la frontera entre República Checa y Austria, comprendí el significado y el peso de que Tijuana sea la frontera más transitada del mundo. Apenas una caseta en la carretera en donde un oficial austriaco verifica de reojo y sin mucha convicción los pasaportes. Sin filas, ni escándalos, ni congestionamientos, uno se interna en territorio austriaco y lo primero que ve son los grandes viñedos de donde emergen muchos de los mejores vinos blancos y rosados de Europa.
Como ya he referido en párrafos anteriores, aquel día hacía un frío de perros. En recuerdo de mis primeros e improvisados paseos de mochilero, viajamos a Austria sin haber reservado hotel y para ser honestos, sin la más mínima idea de dónde íbamos a quedarnos. Llegaríamos a medio día e imaginamos que la estación estaría llena de oficinas de información y rodeada por hoteles. Cuál sería nuestra sorpresa al ver que el camión de la línea Austrobus no nos bajó en ninguna central, sino en una simple parada callejera, concretamente en la Rathausplatz, frente al edificio del parlamento austriaco. No había a los alrededores nada parecido a oficina de información u hotel. Sólo un frío de menos un grado y calles semidesiertas. Nuevamente la intuición del buen viajero nos hizo tener olfato y pese a ser nuestros primeros minutos en calles vienesas, caminamos maletas en mano hasta dar con la Pensión Adria, ubicada por los rumbos de la Ciudad Univesritaria. Una acogedora pensión a un precio más que razonable con un cómodo y amplio cuarto, fue nuestro nido austriaco.
Elegancia desparramada
Sólo una palabra se me ocurre para definir Viena: Elegante. Esta ciudad derrocha casta imperial, un esplendor que se respira en cada poro de su arquitectura. Si en Praga hay misterio, mística e infinitos fantasmas, en Viena hay elegancia pura. En ningún lugar de Europa he podido palpar semejante nostalgia por la grandeza de un imperio. En 1936, en el cumpleaños número 50 de Hermann Broch, el vienés Elías Canetti pronunció un discurso en el que definió a Viena como la tierra final de una época histórica, la estación meteorológica del fin del mundo, la matriz en la cual la modernidad puntualizaba el desvanecimiento de lo sólido, donde concluyó una pastoral urbana, cosmopolita e ilustrada para abrir la puerta a una noche larga y atroz. Tomen en cuanta que eran los tiempos del nazismo. Aún así, Canetti habló de una esfera incontaminada de Viena: La del asombro. Viena, ciertamente, fue capaz de asombrarnos.
La magia del vino caliente
Llegamos caminando a Stepahnsdom, la Catedral donde entre otras cosas, Mozart se casó en 1782, donde estrenó algunas de sus mejores piezas sacras y donde fue velado en diciembre de 1791. Afuera de la Catedral, vimos a varias decenas de personas reunidas en grupos que platicaban animadamente cual si se tratara de una fiesta callejera. ¿Qué magia era capaz de reunirlos en plena calle en una gélida noche de menos uno o dos grados de temperatura? La magia del vino caliente. Ahí, junto a la Catedral, había un puesto de vinos calientes. Preparados con clavo, canela y especies y algún licor (aparte del mismo vino) que no alancé a identificar, los vinos calientes son el más efectivo de los desafíos al invierno europeo. Días antes, Carol y yo habíamos bebido vino caliente en el Castillo de Praga, pero con todo el respeto que los checos me merecen, debo señalar que los austriacos lo preparan mejor. Desde el momento en que el elixir penetró en nuestras entrañas, comenzamos a sentir un calor embriagante. El vino caliente es fuerte y rico. Al cabo de dos vasos ya estábamos en calor, rolando en los alrededores de la catedral en plena noche vienesa como si fuera un caluroso medio día. Nunca el Espíritu del Vino se había manifestado en forma tan cálida.
Parranda vienesa
El deseo que impulsa a la parranda es una tercera persona, un espíritu capaz de gobernar el alma. Pese a que en ningún día de nuestro viaje faltó el buen vino y la cerveza, no hubo realmente ninguna juerga trasnochadora e irresponsable como las de antaño. Hoy en día las crudas cobran alta factura y al día siguiente no tienes demasiada energía para deambular por las calles de la ciudad. Atrás quedaron esas parrandas de mis 21 años cuando el amanecer me sorprendía bebiendo vino a la orilla del Sena o aquella primavera de 1999 cuando la noche se nos iba en crapulear por el barrio rojo de Amsterdam. Ni siquiera en la República Checa, donde la cerveza es infinita y barata, me arrojé sin conciencia a los brazos de Dionisio. Pero Viena, o acaso fue Mozart, contagió su mística. Pese a que los comercios en la capital austriaca cierran temprano y la atmósfera es más bien sobria, ahí nos tienes en la madrugada de un martes, deambulando entre los pocos bares universitarios que quedaban abiertos saboreando cervezas vienesas mientras hablábamos del triste destino de Maximiliano, del paradero del penacho de Moctezuma (por si no lo saben, el penacho está en Austria) y del fugaz paso de Hugo Sánchez por el Linz de segunda división austriaca y de Freud, y Anton Polster, y Gerald Rodax y Canetti y Stephan Zweing y los trajes tiroleses y el Danubio Azul y Strauss y María Teresa y de Tijuana y de nuestras familias y del futuro y de....puta madre, demasiada belleza y mucha cerveza a nuestro alrededor.
Nostalgia Hasburgo
Al visitar Hofburg y el Augustinerkriche, fue imposible no contagiarse por la melancolía de los Hasburgo.
Que triste fue el destino de los Hasburgo: María Antonieta guillotinada en 1793, Maximiliano fusilado en 1867 en el Cerro de las Campanas, Rodolfo se suicidó en 1889 en su pabellón de caza junto con su amante húngara, Elizabeth, acuchillada en Ginebra por un anarquista en 1898 y Francisco Fernando y su esposa Sofía, asesinados en Sarajevo el 28 de junio de 1914, dando paso al inicio de la Primera Guerra Mundial. Y mientras, el anciano Francisco José, mirando todo desde su trono austrohúngaro, sin decidirse a morir de viejo.
La morada final de Mozart
Nada de especial nota el viajero en el número 4 de la calle Rauhensteingasse. Una calle angosta, ubicada a dos cuadras de la Catedral Stephansdom y un típico edificio vienés de cuatro pisos que puede confundirse con las edificaciones de los alrededores. Nada, ni siquiera un letrero, indica que fue en esa casa donde Wolfang Amadeus Mozart murió el 5 de diciembre de 1791. En esa casa, donde vivió sus últimos años, fue donde Mozart escribió el Requiem y la Flauta Mágica. Nos adentramos en el edificio y nada. Casas y oficinas. Sólo un símbolo en la planta baja pudo ser interpretado como un tributo silencioso al genio: Una tienda de libros y artículos masónicos. No hay que olvidar que Wolfang Amadeus fue un gran masón y que de hecho la Flauta Mágica es una oda a la masonería. Por lo demás, el espíritu de Mozart se respira en cada rincón de Viena, que quiere peleárselo a Salzburgo como Santo Patrono (bueno, por desgracia no fui a Salzburgo, pero quienes han ido, me cuentan que la ciudad entera es un tributo a Mozart)
Bergrasse 19
La sola mención de la dirección ya evoca un santuario, la Meca misma de los psicoanalistas. No hace falta decir que Carolina no podría ir a Viena sin visitar el número 19 de la calle Bergrasse, en donde por más de medio siglo vivió Sigmund Freud. El departamento donde se escribieron obras como Tótem y Tabú, El Malestar en la Cultura y La Interpretación de los Sueños y donde el Doctor Freud atendió a los pacientes que serían materia de sus principales ensayos, se conserva casi intacto. Ahí, en esa sala, sesionaba cada miércoles el Círculo Psicoanalítico de Viena y fue hasta 1938 cuando Freud debió abandonar su morada en cuya puerta los nazis pusieron una esvástica. Un año después moriría en el exilio en Londres. Fría fue la tarde que pasamos dentro de las paredes de ese departamento, hoy transformado en museo.
Las librerías de Viena
Nunca en mi vida he visitado una ciudad con tantas librerías como Viena. Y conste que incluyo en mi categórica afirmación a Barcelona, Madrid, Roma y París. En Viena vi librerías en cada esquina y con precios más que accesibles. Pese a que Viena no es barato, puedo afirmar que muchos libros son más económicos que en México. Un gran catálogo de autores alemanes, austriacos, húngaros. ¿Quieren saber cuáles fueron los dos escritores latinoamericanos que pude ver en todos y cada uno de los aparadores de las librerías vienesas? García Márquez e Isabel Allende. Chale con la última, pero nadie podrá reprocharle ser mala vendedora. En una encontré Carlos Fuentes y Octavio Paz. Eso sí, ni rastro de Piglia, Bolaño, Aira, Bellatin.