PRAGA
Deseo cumplido, expectativas confirmadas. Es lo único que puedo decir después de haber caminado por esa bella ciudad, misma que desde hace años, muchísimos años, se había convertido en la que más obsesivamente deseaba visitar en todo el Continente Europeo.
El objetivo principal del viaje era llegar a la capital de República Checa y el objetivo se cumplió.
A menudo, cuando deseas demasiado llegar a algún lugar, es inevitable el miedo a la decepción o el desencanto. Praga en cambio superó mis expectativas. No exageran quienes la catalogan como la más hermosa de Europa. ¿El París de la ex cortina de hierro? Ni madre. Praga brilla con luz propia y pude prescindir de puntos de referencia. No le hacen ningún favor las parisinas comparaciones.
Dicen que Praga es la ciudad más embrujada de Europa y sí, en efecto, hay algo más que cúpulas, puentes, relojes y torres góticas, pues al final resulta que la embrujada no es la ciudad, sino el alma del viajero que se pierde en sus calles.
La tierra del Golem y de Gregorio Samsa. Un gigante que se aparece por las noches en el Puente Carlos y un escarabajo que una mañana cualquiera aparece tendido sobre su antigua cama de humano. Vaya contraste.
El par de K más celebres de la literatura europea fueron los grandes responsables de mi temprano deseo por Praga. Kafka y Kundera se encargaron de transformar mi adolescencia y despertar mi deseo por visitar la ciudad. Sí, ya se que es el colmo del absurdo reducir este par de plumas a simples promotores turísticos, máxime cuando Franz vivió siempre atormentado y asfixiado por su ciudad de la que hoy es involuntario santo patrono, pues su cara escuálida y tuberculosa adorna camisetas y tasas de souvenir, mientras que Milan, natural de Brno, apenas hace referencias a su entorno físico y nunca, en ni una sola de sus novelas, está mencionada la palabra Checoslovaquia, República Checa o Chequia (reto a que alguien encuentre un párrafo donde nombre políticamente a su país) pues siempre habla de Bohemia y Moravia. Praga por supuesto, es mencionada una y otra vez, pero casi nunca descrita. Aún así, sin tener una descripción clara de lo que encontraría, siempre tuve un enorme deseo por pasearme por esa ciudad. Mi deseo se ha cumplido.
Viajamos a Praga a bordo de un eurolines partiendo de la terminal Gallieni de París. Cruzamos la frontera por Metz y atravesamos Alemania pasando por Mannheimm y Nurenberg.
Los viajes en camión no tienen el romanticismo europeo del tren, lo se, pero hoy en día ofrecen las mejores ofertas y además, cualquier incomodidad se justificaba con creces si al final de semejante travesía nos aguardaba la ciudad más bella de Europa. Por 180 euros que costó el paquete, pagamos la ida, la vuelta y tres noches en el Hotel Extol de Praga, tres noches que al final se convirtieron en ocho, pues luego de llegar a la capital checa, decidimos que no tenía caso alguno regresar a París más que para tomar el vuelo de regreso. Disculpen parisinos, pero Praga le rompe la madre a su ciudad.
De Namesti Republika a Delnishka
El primer desafío que enfrenta uno al arribar a la capital checa es el acertijo del metro y el tramm. Arribamos a la estación Florenc a las 8:00 de la mañana y de ahí tomamos el metro y posteriormente el trolley hasta nuestro hotel. La cuestión es que las estaciones del Trolley no están marcadas por símbolos o nombres visibles. Uno sólo cuenta con las explicaciones proporcionadas por la voz grabada de una mujer que en seductor e impecable checo dice el nombre del paradero. Y sí, en efecto, el checo se escucha bello, el problema es que ni Carol ni yo entendemos un carajo de esta lengua. Aún así, el espíritu del viajero y el sentido común se imponen y contra viento y marea llegamos al hotel. A diferencia del trolley sandieguino, el checo anda por las calles metido entre los carros en donde se permite mentar madres y volarse semáforos. Sus estaciones o paraderos no son del todo reconocibles y no coinciden las de ida con las de vuelta. También es de suma importancia fijarse en el número que aparece en el primer vagón (aunque aclaro que rara vez el trolley excede los dos vagones), pues por un mismo paradero suelen pasar entre cinco o diez rutas totalmente diferentes con destinos contrastantes. Los boletos para subir al trolley no pueden comprarse en cada parada. De hecho deben comprarse en las grandes estaciones de metro y validarse en una maquinita al subir al vagón. Cuestan ocho coronas checas, es decir menos de cuatro pesos, pero uno como buen mexicano nunca los compra. Primero porque nunca se acuerda de pasar a la estación y pedir una buena ristra de boletos y en segunda porque siempre queda el recurso de decir que no entendemos. La cuestión es que pasamos más de una semana rolando en el trolley y jamás se subió un guardia o checador a pedirnos el boleto. De cualquier manera, nuestra ruta en el trolley era bastante básica: Tomábamos la Línea 5 de Delnishka, el paradero cercano a nuestro hotel, hasta la Namesti Republika, puerta de entrada al Stare Mesto, corazón de la vieja Praga. A partir de ahí, el recorrido se realizaba a píe y entonces empezaba la magia, pues bien sabido es que todo buen viajero que se de a respetar debe sacarle jugo a sus suelas y olvidarse en la medida de lo posible, de taxis, autobuses y trenes.
Reloj Astronómico. La Muerte desnuda
Cada hora en punto, los centenares de visitantes que recorren embobados el Stare Mesto, fijan sus ojos en lo alto de la Torre del Ayuntamiento, mejor conocida como el Reloj Astronómico. Cuando más de cien ojos extranjeros ya están fijos sobre ella, La Muerte alza su brazo derecho y tira de la cuerda. En su mano izquierda carga un reloj de arena que voltea al sonar la campanada. A diferencia de la mexicana, cubierta siempre con su manto, la de Praga es una Muerte desnuda. Su trabajo es ser la princesa del tiempo. Las campanadas se escuchan en las iglesias de Tyn y San Nicolás y entonces, acompañada siempre de su fiel escudero el Turco, la Santísima desnuda tira de la cuerda, las puertas del reloj se abren y los doce apóstoles desfilan en procesión frente a la plaza. Cada apóstol tiene el gesto de dirigir una mirada a su auditorio, antes de continuar silente su recorrido. La marcha de los doce apóstoles dura exactamente un minuto antes de que La Muerte desnuda vuelva a cerrar las puertas y el canto de un gallo declare formalmente inaugurada una hora más de nuestras vidas, un paso más a nuestro final y la noche eterna hacia la que todos inexorablemente marchamos, silenciosos como los apóstoles de Praga, antes de que cante el gallo.
Karlova Most. Las tentaciones de una Torre
Siguiendo por la calle Karlova, uno llega a la torre del puente más célebre del Moldava: El Puente de Carlos. Ascender a la Torre cuesta 40 coronas y un desafío a la condición física. Pero luego de subir en caracol por una oscura escalera, el viajero arriba a la más bella vista panorámica de la ciudad vieja de Praga, el Stare Mesto. La obsesión relojera y astronómica se refleja en cada una de las esculturas de reyes y santos que adornan la cúpula en perfecta concordancia con los meses del año y las horas del día. Cuando uno está en una torre irremediablemente piensa en arrojarse al vacío. No existe torre sin impulso suicida. Que los psicoanalistas hagan sus interpretaciones, pero no pude evitar la imagen de un cuerpo cayendo por los gélidos aires antes de hacerse pedazos contra los milenarios adoquines del puente o desaparecer en las heladas aguas del Moldava.
Tampoco pude evitar ser asaltado por cierta fantasía sexual. Una noche dos cuerpos se encuentran en la cúpula de la torre o acaso en la tétrica escalera y...para andar sin rodeos y dicho en lengua romance me imaginé una cogida salvaje en la Torre del Puente de Carlos.
San Vito y el Castillo
Cruzando el Karlova Most, se llega a Malá Strana, al otro lado del Moldava. Al cruzar el puente, se recomienda acariciar al galgo de la estatua de San Nepomuceno, pues cuenta la leyenda que el perrito puede traer la buena fortuna. Para efectos de añadir un integrante más a nuestra colección, compramos en pleno puente una máscara de cerámica que representa la cara de un león. Una vez en Malá Strana y antes de iniciar el ascenso al Castillo de Praga, topamos con el que se autonombra el pub más antiguo de la ciudad. Barato como todos los restoranes checos, fue el lugar donde saboreamos una deliciosa salchicha y un gulash sepultado en cebolla acompañados de los respectivos tarros gigantescos de Plizner. El castillo es imponente y desde ahí se tiene una bella panorámica de la ciudad. Tras el castillo, la Catedral de San Vito. También en el interior de este recinto de lo sagrado, tuve una fantasía apocalíptica. Imaginé un día tan frío oscuro y nublado como el real. Ese día, era el fin del mundo y ahí, parado bajo la cúpula de la catedral, recibía el final de los tiempos. Lo siento parisinos, pero San Vito me inspiró más que Notre Dame.
Sparta Praha 0-1 Mlada Boleslav
Hay una regla de oro de todos mis viajes: A la ciudad donde fueres, has de ir al futbol. En esta ocasión fuimos a ver al Sparta Praga, el equipo histórico y grande de Bohemia, fundado en 1893, amo y señor de ligas y copas en la historia del futbol checo. Sparta Praga es actualmente el único equipo checo que surte de jugadores a la selección nacional, pues como todo buen conocedor sabrá, las grandes estrellas checas, Pavel Nedved, Milan Baros y compañía, juegan en el extranjero. Karel Povorsky, número ocho, es la estrella del Sparta, su valuarte histórico y capitán indiscutible. No sin trabajos llegamos en el trolley hasta el mítico estadio de Letná, uno de los templos históricos del futbol en Europa Central, fundado en 1933. Se jugaba la jornada 12 de la liga checa (llamada Gambrinus Liga por el patrocinio de la deliciosa cerveza) Sparta Praha, superlíder invicto, nueve victorias y dos empates, se la jugaba contra el humilde Mlada Boleslav, auténtico candidato al descenso, penúltimo lugar general, una sola victoria, siete derrotas, tres empates. Cero grados de temperatura, Carolina y yo colocados en una de las gradas centrales desafiando al frío. Sparta empezó a tambor batiente mientras Boleslav se defendía como gato patas arriba. Los minutos pasaban y Sparta no se cansaba de fallar. Balones al poste, atajadas del portero, hierros de los delanteros. Boleslav crecía. Así se fue el primer tiempo y comenzó el segundo. Boleslav, apoyado por una ruidosa porra ubicada atrás de la portería estaba a punto de consumar la hazaña de empatarle al superlíder en su casa. Pero su premio sería aún mayor. Al minuto 88 en relampagueante descolgada, Boleslav les enterró un golazo. Campanazo checo, el Sparta perdió el invicto en casa contra el penúltimo lugar. Al final, los jugadores celebraron con su porra como si hubieran ganado la Final del Mundial y yo me proclamé un ferviente aficionado al Mlada Boleslav. Para completar el tour futbolístico, Carolina me compró una camisa de manga larga de la selección de República Checa, en una tienda ubicada justo frente a la Plaza Wenceslao.
Don Giovanni
Praga es una ciudad que desparrama música. En cada una de sus calles hay gente repartiendo volantes en los que se promueven los más variados conciertos en iglesias, oratorios, teatros y viejos edificios En una tarde de sábado se llevan a cabo sin exagerar unos diez conciertos al mismo tiempo en diversos rincones de la ciudad. Con un buen número de músicos entre sus habitantes, Praga se da el lujo de presumir orquestas. Además de Jancek y Dvorak, santos patronos de la música checa, también hay una considerable oferta para escuchar Mozart. Don Giovanni, estrenada en Praga en 1787, es otro de los orgullos locales. Nosotros acudimos a escucharla y verla en una sui generis representación con títeres, otra de las milenarias tradiciones de la ciudad. Los títeres de madera en retablos forman parte de la cultura checa. Junto con la bella cristalería de Bohemia representan uno de los productos nacionales. Así las cosas, vimos a un Don Giovanni de madera asesinar al pobre Comendador, que más tarde retornó del Inframundo para castigar al seductor de su hija. La escena final, la del Comendador fantasma, es por cierto, mi escena favorita de toda la obra. Las malas lenguas dicen que Mozart tenía una amante en Praga, lo que justificaba sus constantes incursiones a esa ciudad.
El elixir de la vida
Las frías estadísticas jamás mienten: El país donde se consumen más cervezas por habitante en todo el planeta es la República Checa. Hay razones más que justificadas para ello. No sólo la diversidad de cervezas es amplísima, sino que además es deliciosa. La más comercial de todas, que puede encontrarse en cualquier tecurucho, es la Plizner, uan cerveza clara que se elabora en la ciudad de Plzen, a Oeste de República Checa, cerca de la frontera con Alemania. Pero está también la Gambrinus, cerveza muy clara que patrocina la liga local de futbol. Sin embargo, mi preferida fue por mucho la Kozel, una cerveza oscura y chocolatoza, que dejaba una hernecia de crema y espuma en los labios. Una auténtica delicia. Los checos no son tacaños a la hora de servir la cerveza en gigantescos tarros de a litro que cuestan entre 20 y 25 coronas, o sa menos de 15 pesos mexicanos. Desde la mañana misma de nuestra llegada, cuando acudimos a comer a un pequeño restaurante del barrio, constatamos que la mayoría de los checos desayunan con cerveza. Personas que llegaban con sus trajes de obreros pasaban a desayunar una salchicha, un suculento gulash y claro, su tarrote de litro de cerveza oscura, faltaba más y de ahí, a la chamba. Creo que adoptaré algunas costumbres checas en mi vida.
Nostalgia mochilera
En el Hotel Extol de Praga conocimos un mexicano: Issac Espinoza, tapatío de 19 años de edad, quien nos acompañó a muchos de nuestros paseos por Praga. Issac viajaba solo y estaba vuelto loco por las checas, que a decir verdad son bastante guapas. Issac me hizo pensar en mi hermana Ana que hizo lo mismo el año pasado y recordó mi primer viaje a Europa, a los 21 años, cuando la vibra de aventura y valemadrismo mochilero lo contagia todo. Siempre he pensado que lo mejor que puede hacer un adolescente o un joven es viajar. Si algún día tenemos un hijo, me gustaría mucho impulsarlo a que viaje, a que sienta el gusanito por cruzar fronteras y abrir horizontes. Esa es la mejor edad para ser trotamundos. Mi hermana Ana Lucía se recorrió media Europa a sus 19 años y creo que es lo mejor que pudo haber hecho. En verdad estoy contento por ella. Me deprimen horriblemente esos seres que llegan a los 25 o 30 años, cuya máxima aventura y emoción consiste en visitar cada fin de semana los mismos bares y las mismas discos en donde verán a la misma gente y se emborracharán con la misma cerveza y vivirán colgados de la teta de sus padres hasta sus treinta y tantos, cuando por fin se decidirán a salir de casa para casarse e irse de vacaciones a lugares tan patéticos y ordinarios como Orlando o Cancún. Creo que si toda la juventud se decidiera a cargar su mochila e irse de rol, viviríamos si no en mundo mejor, sí por lo menos en un mundo de gente más interesante y abierta de ideas. Por lo que a nosotros respecta, viajaremos mientras haya vida y un poco de dinero, que no hace falta tanto. El espíritu de aventura nos sobra.
Las aguas del Moldava
En uno de los puentes que cruzan sobre el Moldava y que corre paralelo al Karlova (confieso que he olvidado el nombre del puente) hay una esclarea que permite descender hasta una suerte de islote en medio del río, donde hay un parque. Aquella helada mañana Carolina y yo bajamos hasta ese improbable islote, cubierto por hojas secas y nostalgia. Desde ambas orillas del islote, se veían las cúpulas de Stare Mesto y Malá Strana. No pude resistir la tentación de meter mi mano el las gélidas aguas del Moldava
Tormenta de nieve en Brno
De Praga a Viena se hacen cuatro horas y media en autobús. Era el martes 9 de noviembre y salimos de Praga a las 8:00 de la mañana. Por primera vez en nuestro viaje la temperatura estaba por abajo de los cero grados. El camión salió de Praga y tomó la carretera del Sur entre tupidos bosques de coníferas y pintorescas aldeas. Fue entonces cuando comenzó la tormenta de nieve. Una tormenta repentina, furiosa, que en cuestión de minutos pintó de blanco pinos, colinas y casas, regalándonos el más bello paisaje natural que pudimos presenciar en nuestra aventura. De por si son bellas las aldeas campesinas checas, pero el factor nieve se encargó de transformarlas en postales propias de una Navidad clásica y ancestral. Tres horas después, arribamos al centro de una ciudad cubierta por la nieve en donde el camión se detuvo media hora en la estación para cargar pasaje y darnos tiempo de tomar un refrigerio. Sólo entonces supe que estábamos en la ciudad de Brno, la tierra donde en 1929 nació el mismísimo Milan Kundera. Un Brno blanco, silencioso, casi místico, envuelto en su manto de insoportable levedad, fue lo que encontramos aquella mañana. Minutos más tarde, el camión siguió su marcha hacia la frontera austriaca.
Deseo cumplido, expectativas confirmadas. Es lo único que puedo decir después de haber caminado por esa bella ciudad, misma que desde hace años, muchísimos años, se había convertido en la que más obsesivamente deseaba visitar en todo el Continente Europeo.
El objetivo principal del viaje era llegar a la capital de República Checa y el objetivo se cumplió.
A menudo, cuando deseas demasiado llegar a algún lugar, es inevitable el miedo a la decepción o el desencanto. Praga en cambio superó mis expectativas. No exageran quienes la catalogan como la más hermosa de Europa. ¿El París de la ex cortina de hierro? Ni madre. Praga brilla con luz propia y pude prescindir de puntos de referencia. No le hacen ningún favor las parisinas comparaciones.
Dicen que Praga es la ciudad más embrujada de Europa y sí, en efecto, hay algo más que cúpulas, puentes, relojes y torres góticas, pues al final resulta que la embrujada no es la ciudad, sino el alma del viajero que se pierde en sus calles.
La tierra del Golem y de Gregorio Samsa. Un gigante que se aparece por las noches en el Puente Carlos y un escarabajo que una mañana cualquiera aparece tendido sobre su antigua cama de humano. Vaya contraste.
El par de K más celebres de la literatura europea fueron los grandes responsables de mi temprano deseo por Praga. Kafka y Kundera se encargaron de transformar mi adolescencia y despertar mi deseo por visitar la ciudad. Sí, ya se que es el colmo del absurdo reducir este par de plumas a simples promotores turísticos, máxime cuando Franz vivió siempre atormentado y asfixiado por su ciudad de la que hoy es involuntario santo patrono, pues su cara escuálida y tuberculosa adorna camisetas y tasas de souvenir, mientras que Milan, natural de Brno, apenas hace referencias a su entorno físico y nunca, en ni una sola de sus novelas, está mencionada la palabra Checoslovaquia, República Checa o Chequia (reto a que alguien encuentre un párrafo donde nombre políticamente a su país) pues siempre habla de Bohemia y Moravia. Praga por supuesto, es mencionada una y otra vez, pero casi nunca descrita. Aún así, sin tener una descripción clara de lo que encontraría, siempre tuve un enorme deseo por pasearme por esa ciudad. Mi deseo se ha cumplido.
Viajamos a Praga a bordo de un eurolines partiendo de la terminal Gallieni de París. Cruzamos la frontera por Metz y atravesamos Alemania pasando por Mannheimm y Nurenberg.
Los viajes en camión no tienen el romanticismo europeo del tren, lo se, pero hoy en día ofrecen las mejores ofertas y además, cualquier incomodidad se justificaba con creces si al final de semejante travesía nos aguardaba la ciudad más bella de Europa. Por 180 euros que costó el paquete, pagamos la ida, la vuelta y tres noches en el Hotel Extol de Praga, tres noches que al final se convirtieron en ocho, pues luego de llegar a la capital checa, decidimos que no tenía caso alguno regresar a París más que para tomar el vuelo de regreso. Disculpen parisinos, pero Praga le rompe la madre a su ciudad.
De Namesti Republika a Delnishka
El primer desafío que enfrenta uno al arribar a la capital checa es el acertijo del metro y el tramm. Arribamos a la estación Florenc a las 8:00 de la mañana y de ahí tomamos el metro y posteriormente el trolley hasta nuestro hotel. La cuestión es que las estaciones del Trolley no están marcadas por símbolos o nombres visibles. Uno sólo cuenta con las explicaciones proporcionadas por la voz grabada de una mujer que en seductor e impecable checo dice el nombre del paradero. Y sí, en efecto, el checo se escucha bello, el problema es que ni Carol ni yo entendemos un carajo de esta lengua. Aún así, el espíritu del viajero y el sentido común se imponen y contra viento y marea llegamos al hotel. A diferencia del trolley sandieguino, el checo anda por las calles metido entre los carros en donde se permite mentar madres y volarse semáforos. Sus estaciones o paraderos no son del todo reconocibles y no coinciden las de ida con las de vuelta. También es de suma importancia fijarse en el número que aparece en el primer vagón (aunque aclaro que rara vez el trolley excede los dos vagones), pues por un mismo paradero suelen pasar entre cinco o diez rutas totalmente diferentes con destinos contrastantes. Los boletos para subir al trolley no pueden comprarse en cada parada. De hecho deben comprarse en las grandes estaciones de metro y validarse en una maquinita al subir al vagón. Cuestan ocho coronas checas, es decir menos de cuatro pesos, pero uno como buen mexicano nunca los compra. Primero porque nunca se acuerda de pasar a la estación y pedir una buena ristra de boletos y en segunda porque siempre queda el recurso de decir que no entendemos. La cuestión es que pasamos más de una semana rolando en el trolley y jamás se subió un guardia o checador a pedirnos el boleto. De cualquier manera, nuestra ruta en el trolley era bastante básica: Tomábamos la Línea 5 de Delnishka, el paradero cercano a nuestro hotel, hasta la Namesti Republika, puerta de entrada al Stare Mesto, corazón de la vieja Praga. A partir de ahí, el recorrido se realizaba a píe y entonces empezaba la magia, pues bien sabido es que todo buen viajero que se de a respetar debe sacarle jugo a sus suelas y olvidarse en la medida de lo posible, de taxis, autobuses y trenes.
Reloj Astronómico. La Muerte desnuda
Cada hora en punto, los centenares de visitantes que recorren embobados el Stare Mesto, fijan sus ojos en lo alto de la Torre del Ayuntamiento, mejor conocida como el Reloj Astronómico. Cuando más de cien ojos extranjeros ya están fijos sobre ella, La Muerte alza su brazo derecho y tira de la cuerda. En su mano izquierda carga un reloj de arena que voltea al sonar la campanada. A diferencia de la mexicana, cubierta siempre con su manto, la de Praga es una Muerte desnuda. Su trabajo es ser la princesa del tiempo. Las campanadas se escuchan en las iglesias de Tyn y San Nicolás y entonces, acompañada siempre de su fiel escudero el Turco, la Santísima desnuda tira de la cuerda, las puertas del reloj se abren y los doce apóstoles desfilan en procesión frente a la plaza. Cada apóstol tiene el gesto de dirigir una mirada a su auditorio, antes de continuar silente su recorrido. La marcha de los doce apóstoles dura exactamente un minuto antes de que La Muerte desnuda vuelva a cerrar las puertas y el canto de un gallo declare formalmente inaugurada una hora más de nuestras vidas, un paso más a nuestro final y la noche eterna hacia la que todos inexorablemente marchamos, silenciosos como los apóstoles de Praga, antes de que cante el gallo.
Karlova Most. Las tentaciones de una Torre
Siguiendo por la calle Karlova, uno llega a la torre del puente más célebre del Moldava: El Puente de Carlos. Ascender a la Torre cuesta 40 coronas y un desafío a la condición física. Pero luego de subir en caracol por una oscura escalera, el viajero arriba a la más bella vista panorámica de la ciudad vieja de Praga, el Stare Mesto. La obsesión relojera y astronómica se refleja en cada una de las esculturas de reyes y santos que adornan la cúpula en perfecta concordancia con los meses del año y las horas del día. Cuando uno está en una torre irremediablemente piensa en arrojarse al vacío. No existe torre sin impulso suicida. Que los psicoanalistas hagan sus interpretaciones, pero no pude evitar la imagen de un cuerpo cayendo por los gélidos aires antes de hacerse pedazos contra los milenarios adoquines del puente o desaparecer en las heladas aguas del Moldava.
Tampoco pude evitar ser asaltado por cierta fantasía sexual. Una noche dos cuerpos se encuentran en la cúpula de la torre o acaso en la tétrica escalera y...para andar sin rodeos y dicho en lengua romance me imaginé una cogida salvaje en la Torre del Puente de Carlos.
San Vito y el Castillo
Cruzando el Karlova Most, se llega a Malá Strana, al otro lado del Moldava. Al cruzar el puente, se recomienda acariciar al galgo de la estatua de San Nepomuceno, pues cuenta la leyenda que el perrito puede traer la buena fortuna. Para efectos de añadir un integrante más a nuestra colección, compramos en pleno puente una máscara de cerámica que representa la cara de un león. Una vez en Malá Strana y antes de iniciar el ascenso al Castillo de Praga, topamos con el que se autonombra el pub más antiguo de la ciudad. Barato como todos los restoranes checos, fue el lugar donde saboreamos una deliciosa salchicha y un gulash sepultado en cebolla acompañados de los respectivos tarros gigantescos de Plizner. El castillo es imponente y desde ahí se tiene una bella panorámica de la ciudad. Tras el castillo, la Catedral de San Vito. También en el interior de este recinto de lo sagrado, tuve una fantasía apocalíptica. Imaginé un día tan frío oscuro y nublado como el real. Ese día, era el fin del mundo y ahí, parado bajo la cúpula de la catedral, recibía el final de los tiempos. Lo siento parisinos, pero San Vito me inspiró más que Notre Dame.
Sparta Praha 0-1 Mlada Boleslav
Hay una regla de oro de todos mis viajes: A la ciudad donde fueres, has de ir al futbol. En esta ocasión fuimos a ver al Sparta Praga, el equipo histórico y grande de Bohemia, fundado en 1893, amo y señor de ligas y copas en la historia del futbol checo. Sparta Praga es actualmente el único equipo checo que surte de jugadores a la selección nacional, pues como todo buen conocedor sabrá, las grandes estrellas checas, Pavel Nedved, Milan Baros y compañía, juegan en el extranjero. Karel Povorsky, número ocho, es la estrella del Sparta, su valuarte histórico y capitán indiscutible. No sin trabajos llegamos en el trolley hasta el mítico estadio de Letná, uno de los templos históricos del futbol en Europa Central, fundado en 1933. Se jugaba la jornada 12 de la liga checa (llamada Gambrinus Liga por el patrocinio de la deliciosa cerveza) Sparta Praha, superlíder invicto, nueve victorias y dos empates, se la jugaba contra el humilde Mlada Boleslav, auténtico candidato al descenso, penúltimo lugar general, una sola victoria, siete derrotas, tres empates. Cero grados de temperatura, Carolina y yo colocados en una de las gradas centrales desafiando al frío. Sparta empezó a tambor batiente mientras Boleslav se defendía como gato patas arriba. Los minutos pasaban y Sparta no se cansaba de fallar. Balones al poste, atajadas del portero, hierros de los delanteros. Boleslav crecía. Así se fue el primer tiempo y comenzó el segundo. Boleslav, apoyado por una ruidosa porra ubicada atrás de la portería estaba a punto de consumar la hazaña de empatarle al superlíder en su casa. Pero su premio sería aún mayor. Al minuto 88 en relampagueante descolgada, Boleslav les enterró un golazo. Campanazo checo, el Sparta perdió el invicto en casa contra el penúltimo lugar. Al final, los jugadores celebraron con su porra como si hubieran ganado la Final del Mundial y yo me proclamé un ferviente aficionado al Mlada Boleslav. Para completar el tour futbolístico, Carolina me compró una camisa de manga larga de la selección de República Checa, en una tienda ubicada justo frente a la Plaza Wenceslao.
Don Giovanni
Praga es una ciudad que desparrama música. En cada una de sus calles hay gente repartiendo volantes en los que se promueven los más variados conciertos en iglesias, oratorios, teatros y viejos edificios En una tarde de sábado se llevan a cabo sin exagerar unos diez conciertos al mismo tiempo en diversos rincones de la ciudad. Con un buen número de músicos entre sus habitantes, Praga se da el lujo de presumir orquestas. Además de Jancek y Dvorak, santos patronos de la música checa, también hay una considerable oferta para escuchar Mozart. Don Giovanni, estrenada en Praga en 1787, es otro de los orgullos locales. Nosotros acudimos a escucharla y verla en una sui generis representación con títeres, otra de las milenarias tradiciones de la ciudad. Los títeres de madera en retablos forman parte de la cultura checa. Junto con la bella cristalería de Bohemia representan uno de los productos nacionales. Así las cosas, vimos a un Don Giovanni de madera asesinar al pobre Comendador, que más tarde retornó del Inframundo para castigar al seductor de su hija. La escena final, la del Comendador fantasma, es por cierto, mi escena favorita de toda la obra. Las malas lenguas dicen que Mozart tenía una amante en Praga, lo que justificaba sus constantes incursiones a esa ciudad.
El elixir de la vida
Las frías estadísticas jamás mienten: El país donde se consumen más cervezas por habitante en todo el planeta es la República Checa. Hay razones más que justificadas para ello. No sólo la diversidad de cervezas es amplísima, sino que además es deliciosa. La más comercial de todas, que puede encontrarse en cualquier tecurucho, es la Plizner, uan cerveza clara que se elabora en la ciudad de Plzen, a Oeste de República Checa, cerca de la frontera con Alemania. Pero está también la Gambrinus, cerveza muy clara que patrocina la liga local de futbol. Sin embargo, mi preferida fue por mucho la Kozel, una cerveza oscura y chocolatoza, que dejaba una hernecia de crema y espuma en los labios. Una auténtica delicia. Los checos no son tacaños a la hora de servir la cerveza en gigantescos tarros de a litro que cuestan entre 20 y 25 coronas, o sa menos de 15 pesos mexicanos. Desde la mañana misma de nuestra llegada, cuando acudimos a comer a un pequeño restaurante del barrio, constatamos que la mayoría de los checos desayunan con cerveza. Personas que llegaban con sus trajes de obreros pasaban a desayunar una salchicha, un suculento gulash y claro, su tarrote de litro de cerveza oscura, faltaba más y de ahí, a la chamba. Creo que adoptaré algunas costumbres checas en mi vida.
Nostalgia mochilera
En el Hotel Extol de Praga conocimos un mexicano: Issac Espinoza, tapatío de 19 años de edad, quien nos acompañó a muchos de nuestros paseos por Praga. Issac viajaba solo y estaba vuelto loco por las checas, que a decir verdad son bastante guapas. Issac me hizo pensar en mi hermana Ana que hizo lo mismo el año pasado y recordó mi primer viaje a Europa, a los 21 años, cuando la vibra de aventura y valemadrismo mochilero lo contagia todo. Siempre he pensado que lo mejor que puede hacer un adolescente o un joven es viajar. Si algún día tenemos un hijo, me gustaría mucho impulsarlo a que viaje, a que sienta el gusanito por cruzar fronteras y abrir horizontes. Esa es la mejor edad para ser trotamundos. Mi hermana Ana Lucía se recorrió media Europa a sus 19 años y creo que es lo mejor que pudo haber hecho. En verdad estoy contento por ella. Me deprimen horriblemente esos seres que llegan a los 25 o 30 años, cuya máxima aventura y emoción consiste en visitar cada fin de semana los mismos bares y las mismas discos en donde verán a la misma gente y se emborracharán con la misma cerveza y vivirán colgados de la teta de sus padres hasta sus treinta y tantos, cuando por fin se decidirán a salir de casa para casarse e irse de vacaciones a lugares tan patéticos y ordinarios como Orlando o Cancún. Creo que si toda la juventud se decidiera a cargar su mochila e irse de rol, viviríamos si no en mundo mejor, sí por lo menos en un mundo de gente más interesante y abierta de ideas. Por lo que a nosotros respecta, viajaremos mientras haya vida y un poco de dinero, que no hace falta tanto. El espíritu de aventura nos sobra.
Las aguas del Moldava
En uno de los puentes que cruzan sobre el Moldava y que corre paralelo al Karlova (confieso que he olvidado el nombre del puente) hay una esclarea que permite descender hasta una suerte de islote en medio del río, donde hay un parque. Aquella helada mañana Carolina y yo bajamos hasta ese improbable islote, cubierto por hojas secas y nostalgia. Desde ambas orillas del islote, se veían las cúpulas de Stare Mesto y Malá Strana. No pude resistir la tentación de meter mi mano el las gélidas aguas del Moldava
Tormenta de nieve en Brno
De Praga a Viena se hacen cuatro horas y media en autobús. Era el martes 9 de noviembre y salimos de Praga a las 8:00 de la mañana. Por primera vez en nuestro viaje la temperatura estaba por abajo de los cero grados. El camión salió de Praga y tomó la carretera del Sur entre tupidos bosques de coníferas y pintorescas aldeas. Fue entonces cuando comenzó la tormenta de nieve. Una tormenta repentina, furiosa, que en cuestión de minutos pintó de blanco pinos, colinas y casas, regalándonos el más bello paisaje natural que pudimos presenciar en nuestra aventura. De por si son bellas las aldeas campesinas checas, pero el factor nieve se encargó de transformarlas en postales propias de una Navidad clásica y ancestral. Tres horas después, arribamos al centro de una ciudad cubierta por la nieve en donde el camión se detuvo media hora en la estación para cargar pasaje y darnos tiempo de tomar un refrigerio. Sólo entonces supe que estábamos en la ciudad de Brno, la tierra donde en 1929 nació el mismísimo Milan Kundera. Un Brno blanco, silencioso, casi místico, envuelto en su manto de insoportable levedad, fue lo que encontramos aquella mañana. Minutos más tarde, el camión siguió su marcha hacia la frontera austriaca.