El Palacio
Pese a que considero que tengo una alta resistencia a la adversidad, creo que mi espíritu no es inmune a la contaminación de un nocivo sitio en donde paso muchísimas horas de mi vida. Ese sitio, que en el colmo de los colmos de lo kitch es llamado Palacio Municipal, es un resumidero de bajas pasiones humanas. Uno puede tomárselo con cierto sentido del humor, con cierto enfoque burlón y crítico, pero cuando caes en la cuenta de que toda tu existencia laboral se consume en un ambiente tan en extremo viciado, es cuando empiezas a tener pesadillas. De entrada, me parece el tope de lo ridículo que le llamen Palacio a semejante adefesio arquitectónico, insulto al más básico concepto de buen gusto. ¿Eso es un Palacio? Carajo, mejor me ahorro las odiosas comparaciones y dejo de pensar en Viena.
Pero bueno, digamos que la arquitectónica fealdad podría compensarse. El problema es que los pasillos de ese sitio están infestados por toda clase de rémoras dignas del más grotesco de los bestiarios.
A veces me imagino todo el ecosistema de Palacio como uno de los cuadros burlones de Goya en donde las bajas pasiones humanas se reflejan en perfecta sintonía con lo burdo del aspecto fenotípico.
Lidersuchos puercos, colaboracionistas de la más diversa índole, empresarios oportunistas, seudo periodistas en perpetua búsqueda de vacas que sangrar, busca chambas recomendados, vividores profesionales de las ubres públicas y cucarachos de toda especie, reptan por los pasillos de ese inmueble que se hace llamar Palacio. Todos con algún interés oculto de jalar agua a su molino, todos con su necesidad de mamar de la gran bestia del presupuesto público, de consolidar sus compadrazgos y aplastar a sus enemigos sin dejarles de dar nunca un abrazo.
Son juegos de poder. Juegos burdos y ridículos que vistos desde afuera y sin involucrarte llegan a ser graciosos y te dan material más que suficiente para hacer un estudio sobre la conducta animal.
Y no, ni se imaginen que lo escrito aquí tiene que ver con que ahora el PRI gobierna el Palacio y ha traído consigo la corrupción. Por favor, si con el PAN era la misma mierda, pero revolcada. El mismo tráfico de influencias, los cargos otorgados como favores de campaña y promesas de cantina.
Digamos que si tuviera que hacer alguna diferencia, diría que los panistas son más soberbios, más petulantes y más tarados. Los priistas en cambio son más burdos, más vivarachos y más descarados en su actuar.
Tenía casi un par de años de haber dejado los ambientes de la grilla política como ejercicio diario. No puedo decir que alguna vez haya salido de los trancazos informativos, pues mientras me dedique a esto estaré en medio de ellos, pero al menos la grilla no era mi modus vivendi de cada día. Hoy en día, el Palacio es de nueva cuenta mi segundo hogar. Ahí me la llevo, rumiando entre puros seres que de los que debo desconfiar al máximo de la misma forma que ellos desconfían de mí. Esta es mi vida diaria señores y lo más peligroso es que me estoy acostumbrando.
Pese a que considero que tengo una alta resistencia a la adversidad, creo que mi espíritu no es inmune a la contaminación de un nocivo sitio en donde paso muchísimas horas de mi vida. Ese sitio, que en el colmo de los colmos de lo kitch es llamado Palacio Municipal, es un resumidero de bajas pasiones humanas. Uno puede tomárselo con cierto sentido del humor, con cierto enfoque burlón y crítico, pero cuando caes en la cuenta de que toda tu existencia laboral se consume en un ambiente tan en extremo viciado, es cuando empiezas a tener pesadillas. De entrada, me parece el tope de lo ridículo que le llamen Palacio a semejante adefesio arquitectónico, insulto al más básico concepto de buen gusto. ¿Eso es un Palacio? Carajo, mejor me ahorro las odiosas comparaciones y dejo de pensar en Viena.
Pero bueno, digamos que la arquitectónica fealdad podría compensarse. El problema es que los pasillos de ese sitio están infestados por toda clase de rémoras dignas del más grotesco de los bestiarios.
A veces me imagino todo el ecosistema de Palacio como uno de los cuadros burlones de Goya en donde las bajas pasiones humanas se reflejan en perfecta sintonía con lo burdo del aspecto fenotípico.
Lidersuchos puercos, colaboracionistas de la más diversa índole, empresarios oportunistas, seudo periodistas en perpetua búsqueda de vacas que sangrar, busca chambas recomendados, vividores profesionales de las ubres públicas y cucarachos de toda especie, reptan por los pasillos de ese inmueble que se hace llamar Palacio. Todos con algún interés oculto de jalar agua a su molino, todos con su necesidad de mamar de la gran bestia del presupuesto público, de consolidar sus compadrazgos y aplastar a sus enemigos sin dejarles de dar nunca un abrazo.
Son juegos de poder. Juegos burdos y ridículos que vistos desde afuera y sin involucrarte llegan a ser graciosos y te dan material más que suficiente para hacer un estudio sobre la conducta animal.
Y no, ni se imaginen que lo escrito aquí tiene que ver con que ahora el PRI gobierna el Palacio y ha traído consigo la corrupción. Por favor, si con el PAN era la misma mierda, pero revolcada. El mismo tráfico de influencias, los cargos otorgados como favores de campaña y promesas de cantina.
Digamos que si tuviera que hacer alguna diferencia, diría que los panistas son más soberbios, más petulantes y más tarados. Los priistas en cambio son más burdos, más vivarachos y más descarados en su actuar.
Tenía casi un par de años de haber dejado los ambientes de la grilla política como ejercicio diario. No puedo decir que alguna vez haya salido de los trancazos informativos, pues mientras me dedique a esto estaré en medio de ellos, pero al menos la grilla no era mi modus vivendi de cada día. Hoy en día, el Palacio es de nueva cuenta mi segundo hogar. Ahí me la llevo, rumiando entre puros seres que de los que debo desconfiar al máximo de la misma forma que ellos desconfían de mí. Esta es mi vida diaria señores y lo más peligroso es que me estoy acostumbrando.