Apuestas políticas
Leo con interés lo escrito por Manuel Lomelí en torno a la teoría política de Vernon Smith, que es en términos reales la que rifa en la práctica de la política, aunque la mayoría de sus practicantes lo ignore. La única diferencia es que en la vida real no hay compensación alguna para los marginados.
Pero siendo realistas, la política moderna es eso: Una carrera de apuestas. Los procesos preelectorales son como la llegada a un book de Caliente. Los empresarios, hombres de negocios y líderes políticos o de opinión analizan los caballos y hacen sus apuestas. Los empresarios dan dinero contante y sonante. Su recompensa serán contratos de obra pública, licitaciones otorgadas antes de tiempo, permisos sin trámites y un largo etcétera. Los líderes aportan su capital político, que puede ser de acarreados, si es el caso de un líder populachero o de lavado cerebral, si eres un seudo líder de opinión como Sergio Sirviento.
Si tu caballo gana, ya chingaste. La diferencia en la práctica con la teoría de Smith, es que si tu caballo pierde te chingas.
He visto mucha gente lamentándose por haberle apostado su dinero a Jorge Ramos, el caballo favorito y haber firmado desplegados plagados de injurias en contra de Jorge Hank Rhon.
Muertos de coraje y miedo por haber perdido la apuesta, muchas de las buenas conciencias empresariales de nuestra ciudad ahora buscan congraciarse con el Ingeniero (ahora lo llaman respetuosamente Ingeniero, siendo que hace un mes le decían mafioso asesino)
He platicado con algunos de los panistas que renunciaron a su partido para unirse a Hank y te dicen orgullosos que supieron apostarle al caballo ganador.
Los políticos ven el arte de Maquiavelo como una carrera de de apuestas y no como un sistema de lealtades ni mucho menos de ideologías (esa palabra está pasadísima de moda). Un buen político, dicen, es aquel que se ha sabido mover con las personas y los grupos adecuados y ha sabido anticiparse a los cambios de rumbo del viento. En el argot ellos mismos hablan de apostarle al caballo o al gallo ganador.
Santa Anna era un maestro en esas artes. Él mismo reconoció que jamás tuvo una convicción política y que sólo supo ponerse del lado del que soplaba el viento. Fue oficial del Ejército Realista y se pasó al Ejército Trigarante cuando vio que Iturbide tenía las de ganar. Se proclamó monárquico ferviente e incluso pensó en seducir a la hermana de Itúrbide, la fea Nicolasa de 60 años de edad, para entrar a la familia imperial. Cuando vio que los vientos apuntaban a la República, proclamó el Plan de Casa Mata y apoyó el derrocamiento del emperador. Fue un federalista ferviente, pero cuando se dio cuenta que lo fashion era el centralismo, pues se declaró centralista y años después volvió a proclamar la República Federal. Su clave fue saber hacer bien todas las apuestas. Yo nunca traicioné mis convicciones, dijo Santa Anna, pues simplemente jamás las tuve.
Winston Churchill es otro claro ejemplo de un político oportunista. A Churchill lo bendijo su entereza y liderazgo mostrados durante la Segunda Guerra Mundial, pero antes de 1940 era un parlamentario quemadísimo y con cero credibilidad, pues era visto como un trepador mercenario sin convicciones ni lealtades.
En contra parte, hay tantos políticos leales que se han muerto en el más absoluto olvido.
Yo por fortuna no soy político y hasta ahora nunca le he apostado a nadie, fuera de mis Tigres claro está, que tan mal me quedaron el sábado en Toluca, snif.
Leo con interés lo escrito por Manuel Lomelí en torno a la teoría política de Vernon Smith, que es en términos reales la que rifa en la práctica de la política, aunque la mayoría de sus practicantes lo ignore. La única diferencia es que en la vida real no hay compensación alguna para los marginados.
Pero siendo realistas, la política moderna es eso: Una carrera de apuestas. Los procesos preelectorales son como la llegada a un book de Caliente. Los empresarios, hombres de negocios y líderes políticos o de opinión analizan los caballos y hacen sus apuestas. Los empresarios dan dinero contante y sonante. Su recompensa serán contratos de obra pública, licitaciones otorgadas antes de tiempo, permisos sin trámites y un largo etcétera. Los líderes aportan su capital político, que puede ser de acarreados, si es el caso de un líder populachero o de lavado cerebral, si eres un seudo líder de opinión como Sergio Sirviento.
Si tu caballo gana, ya chingaste. La diferencia en la práctica con la teoría de Smith, es que si tu caballo pierde te chingas.
He visto mucha gente lamentándose por haberle apostado su dinero a Jorge Ramos, el caballo favorito y haber firmado desplegados plagados de injurias en contra de Jorge Hank Rhon.
Muertos de coraje y miedo por haber perdido la apuesta, muchas de las buenas conciencias empresariales de nuestra ciudad ahora buscan congraciarse con el Ingeniero (ahora lo llaman respetuosamente Ingeniero, siendo que hace un mes le decían mafioso asesino)
He platicado con algunos de los panistas que renunciaron a su partido para unirse a Hank y te dicen orgullosos que supieron apostarle al caballo ganador.
Los políticos ven el arte de Maquiavelo como una carrera de de apuestas y no como un sistema de lealtades ni mucho menos de ideologías (esa palabra está pasadísima de moda). Un buen político, dicen, es aquel que se ha sabido mover con las personas y los grupos adecuados y ha sabido anticiparse a los cambios de rumbo del viento. En el argot ellos mismos hablan de apostarle al caballo o al gallo ganador.
Santa Anna era un maestro en esas artes. Él mismo reconoció que jamás tuvo una convicción política y que sólo supo ponerse del lado del que soplaba el viento. Fue oficial del Ejército Realista y se pasó al Ejército Trigarante cuando vio que Iturbide tenía las de ganar. Se proclamó monárquico ferviente e incluso pensó en seducir a la hermana de Itúrbide, la fea Nicolasa de 60 años de edad, para entrar a la familia imperial. Cuando vio que los vientos apuntaban a la República, proclamó el Plan de Casa Mata y apoyó el derrocamiento del emperador. Fue un federalista ferviente, pero cuando se dio cuenta que lo fashion era el centralismo, pues se declaró centralista y años después volvió a proclamar la República Federal. Su clave fue saber hacer bien todas las apuestas. Yo nunca traicioné mis convicciones, dijo Santa Anna, pues simplemente jamás las tuve.
Winston Churchill es otro claro ejemplo de un político oportunista. A Churchill lo bendijo su entereza y liderazgo mostrados durante la Segunda Guerra Mundial, pero antes de 1940 era un parlamentario quemadísimo y con cero credibilidad, pues era visto como un trepador mercenario sin convicciones ni lealtades.
En contra parte, hay tantos políticos leales que se han muerto en el más absoluto olvido.
Yo por fortuna no soy político y hasta ahora nunca le he apostado a nadie, fuera de mis Tigres claro está, que tan mal me quedaron el sábado en Toluca, snif.