Vuelven los días nublados y mi ánimo resucita. Mi espíritu necesita días de viento fresco y cielo atiborrado de nubes. El calor lo refunde en un hoyo. El frío lo despierta. Nada como un día de cielo oscuro y amenaza de lluvia. Esos días me hacen ver que hay algo oculto quién sabe donde que nos acecha en cada rincón de la tarde. Ese algo oculto provoca que la vida merezca ser vivida.
Justo en estos días que he pensando tanto en concederle el beneficio de la duda a la existencia del más allá, me encuentro con esta lapidaria frase de Mayra Luna:
El gesto de horror de las momias permite asegurarse de que, después de haber pasado por este mundo, no existe ningún paraíso. Ningún infierno. Sólo la broma divina. Solamente el Nietzscheano eterno retorno de lo mismo.
Disculpen, pero me he quedado sin palabras.
Eskorbuto
Todas las mañanas me traigo un bonchecito de discos al trabajo para escucharlos en la computadora mientras escribo. Pues bien, hay días en que simplemente le pones play al disco adecuado y suena en tus oídos esa combinación específica de sonidos capaces de poner tus endorfinas a tope. El disco de hoy es el Ya no quedan más cojones, Eskorbuto a las Elecciones. Puta madre, siempre me pega en lo más profundo del alma cuando escucho a los decadentes punketos de Bilbao. Con la absoluta sencillez musical propia del auténtico punk y con un nihilismo lírico que envidiaría el propio Cioran, las Ratas de Vizcaya, paridas al otro lado del puente colgante, entre los altos hornos y la podredumbre, han sido a lo largo de más de 15 años una de mis bandas de cabecera, de esas que jamás me aburrirán. El 21 de abril de 1991, día de mi cumpleaños número 17, acudí a ver a Eskorbuto a la Arena López Mateos de Tlalnepantla. El par de tocadas que dieron en Tlane los días 21 y 22 de abril, fueron las únicas actuaciones de Eskorbuto fuera de España en su historia. En otoño de ese mismo 1991, dos de los integrantes del trío murieron. 13 años después, en medio de la redacción de un periódico, yo me deleito con su herencia.
La ficción del trabajo
Esta mañana, luego de una junta de trabajo, pensé mucho en El Horror Económico, ese magistral ensayo escrito por la francesa Vivianne Forester, en el que se habla de la transformación del trabajo en ficción.
Si atendemos la visión marxista de la historia envuelta en permanente lucha de clases, hemos llegado al momento en que por primera vez no hay esclavos, ni siervos, ni proletarios: únicamente hay una enorme masa de millones de seres que simplemente no son necesarios, ni siquiera como esclavos. En el mundo no hay lugar para ellos, no son requeridos ni como bestias de carga
La santificación del trabajo como razón de ser del hombre es más que nunca una ficción absoluta. La supuesta realización humana basada en su utilidad a los demás se transforma en el mejor de los casos en una broma de mal gusto.
El ideal de todo moderno empresario es la optimización de costos y procesos. Un empresario es exitoso en la medida que logra crear o manufacturar un producto con la menor cantidad de gente posible.
El empleado es un mal necesario, un ente estorboso que caga, suda, duerme, exige derechos y por si fuera poco tiene altibajos en el estado de ánimo.
La apoteosis celestial de todo empresario sería poder sustituir al total de sus empleados por prácticos sistemas computacionales. El trabajo humano ya no se necesita y punto. Los seres humanos somos seres prescindibles.
Favor de no procrear más hijos. Es mejor ponerse a diseñar un nuevo sistema de cómputo. En este planeta no son necesarios más humanos.
Justo en estos días que he pensando tanto en concederle el beneficio de la duda a la existencia del más allá, me encuentro con esta lapidaria frase de Mayra Luna:
El gesto de horror de las momias permite asegurarse de que, después de haber pasado por este mundo, no existe ningún paraíso. Ningún infierno. Sólo la broma divina. Solamente el Nietzscheano eterno retorno de lo mismo.
Disculpen, pero me he quedado sin palabras.
Eskorbuto
Todas las mañanas me traigo un bonchecito de discos al trabajo para escucharlos en la computadora mientras escribo. Pues bien, hay días en que simplemente le pones play al disco adecuado y suena en tus oídos esa combinación específica de sonidos capaces de poner tus endorfinas a tope. El disco de hoy es el Ya no quedan más cojones, Eskorbuto a las Elecciones. Puta madre, siempre me pega en lo más profundo del alma cuando escucho a los decadentes punketos de Bilbao. Con la absoluta sencillez musical propia del auténtico punk y con un nihilismo lírico que envidiaría el propio Cioran, las Ratas de Vizcaya, paridas al otro lado del puente colgante, entre los altos hornos y la podredumbre, han sido a lo largo de más de 15 años una de mis bandas de cabecera, de esas que jamás me aburrirán. El 21 de abril de 1991, día de mi cumpleaños número 17, acudí a ver a Eskorbuto a la Arena López Mateos de Tlalnepantla. El par de tocadas que dieron en Tlane los días 21 y 22 de abril, fueron las únicas actuaciones de Eskorbuto fuera de España en su historia. En otoño de ese mismo 1991, dos de los integrantes del trío murieron. 13 años después, en medio de la redacción de un periódico, yo me deleito con su herencia.
La ficción del trabajo
Esta mañana, luego de una junta de trabajo, pensé mucho en El Horror Económico, ese magistral ensayo escrito por la francesa Vivianne Forester, en el que se habla de la transformación del trabajo en ficción.
Si atendemos la visión marxista de la historia envuelta en permanente lucha de clases, hemos llegado al momento en que por primera vez no hay esclavos, ni siervos, ni proletarios: únicamente hay una enorme masa de millones de seres que simplemente no son necesarios, ni siquiera como esclavos. En el mundo no hay lugar para ellos, no son requeridos ni como bestias de carga
La santificación del trabajo como razón de ser del hombre es más que nunca una ficción absoluta. La supuesta realización humana basada en su utilidad a los demás se transforma en el mejor de los casos en una broma de mal gusto.
El ideal de todo moderno empresario es la optimización de costos y procesos. Un empresario es exitoso en la medida que logra crear o manufacturar un producto con la menor cantidad de gente posible.
El empleado es un mal necesario, un ente estorboso que caga, suda, duerme, exige derechos y por si fuera poco tiene altibajos en el estado de ánimo.
La apoteosis celestial de todo empresario sería poder sustituir al total de sus empleados por prácticos sistemas computacionales. El trabajo humano ya no se necesita y punto. Los seres humanos somos seres prescindibles.
Favor de no procrear más hijos. Es mejor ponerse a diseñar un nuevo sistema de cómputo. En este planeta no son necesarios más humanos.