Aburrido de los gruexos
No se si estoy pasando por un periodo de intolerancia y hartazgo o si con la edad me he transformado en un conservador. La cuestión es que desde un tiempo para acá estoy empezando a sentir una franca repulsión por los textos de escritores gruexos. Vas a una librería, agarras un libro al azar, empiezas a leer la contraportada y encuentras algo como esto: Un texto que expone sin tapujos la vida en los bajos fondos infernales de la urbe, las oscuras correrías de un joven poeta que ha perdido todo aprecio por la vida y cuya religión son las putas, los trasvestis, los oscuros mundos de la droga y la decadencia, todo ello narrado con un humor negro y corrosivo capaz de escandalizar la moral y las buenas conciencias. Uy, uy, uy, que malo.
La hipotética reseña es mía y no está dedicada a nadie en particular. Puede ser cualquier aspirante a ahijado de Bukowski o Fadanelli. O miren esto, encontré un ejemplar real en mi escritorio, esta reseña sí es de verdad: Una novela del desarraigo, de la soledad, de aquellos que pueden vivir en cualquier sitio del mundo, sin tiempo y sin identidad. Su vida es un enjambre de preguntas sin respuesta de pensamientos que se funden, se confunden y flotan en el ambiente viciado de un bar como una nube de cigarro.
Esta reseña viene en la contraportada de Los Extraditables, de Marcela Rodríguez Loreto. Aún no he leído el libro. Lo compré hace tiempo en el mercado Ley a 19 pesos. Tal vez luego lo lea. En este momento no se me antoja en lo más mínimo.
O lean esta otra: Descarnada, deslumbrante crónica de la adicción, los vagabundeos en busca de la droga, la avidez por el chute, la peculiar sexualidad y las no menos extrañas relaciones nacidas en la comunión de la droga.
Esta última es de Yonqui de Burroughs, con prólogo de Allen Ginsberg. Esta sí la leí hace rato y digamos que a Burroughs le tengo su respetillo, pero en este momento, ya lo dije, estoy cansado de todo eso y hasta Burroughs me tiene hasta el culo. Todo ese temario vacío me tiene sumido en un insoportable hartazgo.
Ya que me encuentro con un tipo que escribe sobre putas, gays, drogas, tables, prostíbulos, sordidez, decadencia, nihilismo empiezo a sentir sueño.
Es más, con decirles que últimamente cada que escucho a un tipo decirme que le gusta Bukowski empiezo a experimentar un tedio insoportable. Sin conocer al bukowskiano en cuestión, me empiezo a hacer una idea a priori que casi nunca falla. Bukowski es el santo patrono de los borrachetes con delirios de poetastro que buscan su leche materna en los antros de la Coahuila.
Lo peor es cuando te sale un guexo postmoderno que lleva su gruexez a los ambientes de los raves. Ye, ye, ye, que moderno. Punchis, punchis. Eso sí que es peor que una mentada de madre con escupitajo incluido. Una novela contracultural sobre tachas, psicodelia, ambientada en los clubes donde se reúnen las hordas de alucinados buscadores de estados alterados, con un estilo experimental e irreverente que mezcla el spanglish con los sonidos techo-trance y la cybercultura alternativa. No pinches mames. Se lo perdono a Irvine Welsh por aquello de que alguna vez me reí mucho leyéndolo. Párale de contar ahí. No hacen falta imitadores.
De hecho estos días ando un poco peleado con la literatura contemporánea y me siento tan feliz leyendo clásicos, que cualquier intento de contracultura experimental que se cruce en mi camino es susceptible de arrancarme como mínimo una mentada de mi ronco pecho.
No se si estoy pasando por un periodo de intolerancia y hartazgo o si con la edad me he transformado en un conservador. La cuestión es que desde un tiempo para acá estoy empezando a sentir una franca repulsión por los textos de escritores gruexos. Vas a una librería, agarras un libro al azar, empiezas a leer la contraportada y encuentras algo como esto: Un texto que expone sin tapujos la vida en los bajos fondos infernales de la urbe, las oscuras correrías de un joven poeta que ha perdido todo aprecio por la vida y cuya religión son las putas, los trasvestis, los oscuros mundos de la droga y la decadencia, todo ello narrado con un humor negro y corrosivo capaz de escandalizar la moral y las buenas conciencias. Uy, uy, uy, que malo.
La hipotética reseña es mía y no está dedicada a nadie en particular. Puede ser cualquier aspirante a ahijado de Bukowski o Fadanelli. O miren esto, encontré un ejemplar real en mi escritorio, esta reseña sí es de verdad: Una novela del desarraigo, de la soledad, de aquellos que pueden vivir en cualquier sitio del mundo, sin tiempo y sin identidad. Su vida es un enjambre de preguntas sin respuesta de pensamientos que se funden, se confunden y flotan en el ambiente viciado de un bar como una nube de cigarro.
Esta reseña viene en la contraportada de Los Extraditables, de Marcela Rodríguez Loreto. Aún no he leído el libro. Lo compré hace tiempo en el mercado Ley a 19 pesos. Tal vez luego lo lea. En este momento no se me antoja en lo más mínimo.
O lean esta otra: Descarnada, deslumbrante crónica de la adicción, los vagabundeos en busca de la droga, la avidez por el chute, la peculiar sexualidad y las no menos extrañas relaciones nacidas en la comunión de la droga.
Esta última es de Yonqui de Burroughs, con prólogo de Allen Ginsberg. Esta sí la leí hace rato y digamos que a Burroughs le tengo su respetillo, pero en este momento, ya lo dije, estoy cansado de todo eso y hasta Burroughs me tiene hasta el culo. Todo ese temario vacío me tiene sumido en un insoportable hartazgo.
Ya que me encuentro con un tipo que escribe sobre putas, gays, drogas, tables, prostíbulos, sordidez, decadencia, nihilismo empiezo a sentir sueño.
Es más, con decirles que últimamente cada que escucho a un tipo decirme que le gusta Bukowski empiezo a experimentar un tedio insoportable. Sin conocer al bukowskiano en cuestión, me empiezo a hacer una idea a priori que casi nunca falla. Bukowski es el santo patrono de los borrachetes con delirios de poetastro que buscan su leche materna en los antros de la Coahuila.
Lo peor es cuando te sale un guexo postmoderno que lleva su gruexez a los ambientes de los raves. Ye, ye, ye, que moderno. Punchis, punchis. Eso sí que es peor que una mentada de madre con escupitajo incluido. Una novela contracultural sobre tachas, psicodelia, ambientada en los clubes donde se reúnen las hordas de alucinados buscadores de estados alterados, con un estilo experimental e irreverente que mezcla el spanglish con los sonidos techo-trance y la cybercultura alternativa. No pinches mames. Se lo perdono a Irvine Welsh por aquello de que alguna vez me reí mucho leyéndolo. Párale de contar ahí. No hacen falta imitadores.
De hecho estos días ando un poco peleado con la literatura contemporánea y me siento tan feliz leyendo clásicos, que cualquier intento de contracultura experimental que se cruce en mi camino es susceptible de arrancarme como mínimo una mentada de mi ronco pecho.