O.F.
En un principio no pensaba escribir nada al respecto en este espacio. A veces el silencio suele ser más expresivo. Cuando hay tantas voces hablando en coro sobre un mismo tema, no tiene sentido abrir más la boca.
Sin embargo, en un lapso menor a 24 horas mucha gente me ha preguntado qué pienso o qué siento ante la muerte de mi colega periodista Francisco Ortiz Franco.
Lo que pienso ya lo expresé en la columna del periódico. Confieso que son palabras sinceras de mi parte cuando hablo de coraje y tristeza. Tampoco voy a escribir mis hipótesis sobre el móvil del asunto, pues no es la tarea ni la intención de este espacio.
A menudo cuando muere alguien, salen miles de personas a decir que eran sus mejores amigos, con el único afán de hacerse publicidad. Yo conocí a Francisco Ortiz Franco de la misma forma que conozco a todas las personas que ejercen el periodismo en Tijuana. En el medio de los medios todos nos conocemos. Con algunos platicas más, con otros menos, a otros si acaso los saludas. Algunos te caen bien, otros te caen mal. Mi regla es que en este universo no hay amigos ni enemigos; sólo conocidos.
Sin embargo, no puedo permanecer indiferente cuando una persona que ejerce el mismo oficio que yo en la misma ciudad en la que vivo es asesinado a balazos delante de sus niños.
Confieso que cuando escuché la noticia de labios de mi colega Alberto Sarmiento me costó trabajo creerlo. Luego de participar en tantos foros sobre protección a periodistas y respeto a la libertad de expresión, las agresiones contra colegas agarran cierto tinte mitológico. Inconscientemente piensas que forman parte de la literatura. Mucha gente, sobre todo los gringos, suelen preguntarme ¿Oye y no te da miedo dedicarte al periodismo en Tijuana?. Mi respuesta es siempre la misma: No me da miedo, yo vivo muy tranquilo y ejerzo mi labor sin problemas. Pero minutos después me dije: ¿De qué carajos te sorprendes? ¿Qué acaso existe un pacto divino de no agresión contra periodistas? ¿Alguien declaró que somos invulnerables? Entonces inevitablemente pensé una vez más en lo efímeros que somos, en lo fácil que resulta acabar con uno de nosotros. Por lo poco que conocí a Ortiz Franco como persona y lo mucho que lo leí, deduzco que se trataba de un periodista honesto, combativo. De entrada, me da coraje que alguien amparado en el poder que dan las armas automáticas en combinación con una impunidad asegurada y una policía inepta o cómplice, le pueda quitar la vida a un ser humano simplemente porque se atravesó en su camino o le resultó estorboso. Despojémonos del ropaje de mártires: El periodismo es un oficio simple, muy duro es cierto, pero realizado las más de las veces por personas que si bien estamos algo mal de la cabeza, somos bastante comunes y nos ganamos la vida perramente ejerciendo esta actividad.
Mucha razón tiene Manuel Lomelí cuando señala que siempre habrá alguien con los huevos o la loca cabeza necesaria para escribir sin mordaza y sin otro interés que el mero placer de revelar la verdad.
Los periodistas somos mata baldía, hierba de monte que brota en el lugar más inesperado. Pero por desgracia, también habrá siempre en esta ciudad y en realidad en todo el país, un cabrón con el poder, la crueldad y la impunidad necesaria para cegar tu vida en un dos por tres. Aunque marchemos, aunque digamos nunca más, basta ya, aunque cambiemos las leyes, peguemos de gritos y exijamos investigaciones exhaustivas, caiga quien caiga. Puede venir aquí la PFP (de hecho está aquí desde antes del crimen), la PGR, el venerado Ejército y el día que te quieran matar, simplemente van a matarte. Así de fácil. Por eso es mejor tener siempre presente la compañía de la Santísima Muerte caminando a nuestro lado. Cualquier en día, en el más inesperado segundo, tocará nuestro hombro. La Muerte como consejera, aconsejó Don Juan en Viaje a Ixtlán. Pese a que no soy cristiano, tengo una visión muy cristiana de la vida. Siempre tengo muy presente lo efímeros que somos. En este changarro estamos de paso. Por ello es mejor tener siempre una flor a la mano para Doña Blanca.
En un principio no pensaba escribir nada al respecto en este espacio. A veces el silencio suele ser más expresivo. Cuando hay tantas voces hablando en coro sobre un mismo tema, no tiene sentido abrir más la boca.
Sin embargo, en un lapso menor a 24 horas mucha gente me ha preguntado qué pienso o qué siento ante la muerte de mi colega periodista Francisco Ortiz Franco.
Lo que pienso ya lo expresé en la columna del periódico. Confieso que son palabras sinceras de mi parte cuando hablo de coraje y tristeza. Tampoco voy a escribir mis hipótesis sobre el móvil del asunto, pues no es la tarea ni la intención de este espacio.
A menudo cuando muere alguien, salen miles de personas a decir que eran sus mejores amigos, con el único afán de hacerse publicidad. Yo conocí a Francisco Ortiz Franco de la misma forma que conozco a todas las personas que ejercen el periodismo en Tijuana. En el medio de los medios todos nos conocemos. Con algunos platicas más, con otros menos, a otros si acaso los saludas. Algunos te caen bien, otros te caen mal. Mi regla es que en este universo no hay amigos ni enemigos; sólo conocidos.
Sin embargo, no puedo permanecer indiferente cuando una persona que ejerce el mismo oficio que yo en la misma ciudad en la que vivo es asesinado a balazos delante de sus niños.
Confieso que cuando escuché la noticia de labios de mi colega Alberto Sarmiento me costó trabajo creerlo. Luego de participar en tantos foros sobre protección a periodistas y respeto a la libertad de expresión, las agresiones contra colegas agarran cierto tinte mitológico. Inconscientemente piensas que forman parte de la literatura. Mucha gente, sobre todo los gringos, suelen preguntarme ¿Oye y no te da miedo dedicarte al periodismo en Tijuana?. Mi respuesta es siempre la misma: No me da miedo, yo vivo muy tranquilo y ejerzo mi labor sin problemas. Pero minutos después me dije: ¿De qué carajos te sorprendes? ¿Qué acaso existe un pacto divino de no agresión contra periodistas? ¿Alguien declaró que somos invulnerables? Entonces inevitablemente pensé una vez más en lo efímeros que somos, en lo fácil que resulta acabar con uno de nosotros. Por lo poco que conocí a Ortiz Franco como persona y lo mucho que lo leí, deduzco que se trataba de un periodista honesto, combativo. De entrada, me da coraje que alguien amparado en el poder que dan las armas automáticas en combinación con una impunidad asegurada y una policía inepta o cómplice, le pueda quitar la vida a un ser humano simplemente porque se atravesó en su camino o le resultó estorboso. Despojémonos del ropaje de mártires: El periodismo es un oficio simple, muy duro es cierto, pero realizado las más de las veces por personas que si bien estamos algo mal de la cabeza, somos bastante comunes y nos ganamos la vida perramente ejerciendo esta actividad.
Mucha razón tiene Manuel Lomelí cuando señala que siempre habrá alguien con los huevos o la loca cabeza necesaria para escribir sin mordaza y sin otro interés que el mero placer de revelar la verdad.
Los periodistas somos mata baldía, hierba de monte que brota en el lugar más inesperado. Pero por desgracia, también habrá siempre en esta ciudad y en realidad en todo el país, un cabrón con el poder, la crueldad y la impunidad necesaria para cegar tu vida en un dos por tres. Aunque marchemos, aunque digamos nunca más, basta ya, aunque cambiemos las leyes, peguemos de gritos y exijamos investigaciones exhaustivas, caiga quien caiga. Puede venir aquí la PFP (de hecho está aquí desde antes del crimen), la PGR, el venerado Ejército y el día que te quieran matar, simplemente van a matarte. Así de fácil. Por eso es mejor tener siempre presente la compañía de la Santísima Muerte caminando a nuestro lado. Cualquier en día, en el más inesperado segundo, tocará nuestro hombro. La Muerte como consejera, aconsejó Don Juan en Viaje a Ixtlán. Pese a que no soy cristiano, tengo una visión muy cristiana de la vida. Siempre tengo muy presente lo efímeros que somos. En este changarro estamos de paso. Por ello es mejor tener siempre una flor a la mano para Doña Blanca.