Me es imposible no dejarme seducir por la idea de la posible existencia de los autores y libros ficticios que encarnan en muchas de las mejores historias de la literatura de ficción. El Quijote de Avellaneda o de Pierre Menard y el Necronomicon de Abdul Alhazred son ejemplos de ello en los que más abajo abundaré.
Cuando leí el Diario de un pendejo de Fernando Nachón, el personaje hablaba de la existencia de un libro titulado De a perrito. Dado que en ese entonces ignoraba si el personaje en cuestión era un producto de la ficción, pensé que el libro De a perrito bien podía ser sólo una obra cuya existencia era imaginaria y se limitaba únicamente a las fronteras del Diario de Nachón. De cualquier manera, siempre me quedó una enorme curiosidad al respecto.
Años más tarde, vi el libro en la lista de títulos de Fontamara, pero jamás pude encontrarlo en una librería. De a perrito era un libro cuya existencia física no conocía aún.
Ayer los guardias de la recepción me llamaron para que bajara a recoger un paquete a mi nombre. Como es bien sabido en Tijuana, hace una semana alguien nos sembró una camioneta cargada con 800 kilos de mota en el estacionamiento de nuestras oficinas y desde entonces los guardias andan un tanto cuanto paranoicos.
La señora gendarme me entregó un paquete envuelto en papel amarillo. Tenía remitente de Jalapa. En su interior el mismísimo De a perrito, con dedicatoria de su autor Fernando Nachón. Ufff. Realmente me puse contento. Más tarde en casa, un par de copas de Terra y un disco de Entombed acompañaron la lectura del primer capítulo, en el que el autor nos narra sobre sus correrías en un Sanborns de Insurgentes y sus dudas sobre si la ingesta de una chaparrita y unos pingüinos marinela aparecerían en un premio Nobel de Literatura. Ya platicaré más conforme avance.
Por ahora, sólo me resta darle las gracias al autor del libro por este gran detalle. De a perrito, a diferencia del Necronomicon, sí existe. Es real.
El Quijote de Avellaneda
Durante algún tiempo, me dediqué a buscar el Falso Quijote de Avellaneda, aquella apócrifa segunda parte que supuestamente le plagiaron a Cervantes.
La historia se contradice. Hay quien afirma ante el éxito de la Primera Parte del Quijote en 1605, brotaron plagiarios hasta debajo de las piedras, lo cual es bastante probable. El más conocido de ellos y el único cuya existencia, dicen, está probada , es Avellaneda. Por esa razón Cervantes decidió escribir la auténtica Segunda Parte, al final de la cual decide matar a Alonso Quijano, cosa que se cuida de recalcar; Don Quijote no puede reencarnar en una tercera parte pues ya está muerto, dijo bien clarito el manco de Alcalá de Henares en las consideraciones finales de su obra, lo cual no evitó que tres y medio siglos después, Borges nos entregara una de las ficciones más deliciosas que existen sobre el Quijote como es el Pierre Menard. Algo de lo más delicioso de la Segunda Parte del Quijote cervantino, es que los personajes son lectores de la Primera Parte de la novela, que resulta un auténtico campanazo editorial. Una de las razones por las que el Quijote decide no acudir a las justas de Zaragoza e ir camino de Barcelona (en cuya playa encontrará al infausto Caballero de la Blanca Luna) es por el hecho de que en la segunda parte de Avellaneda se habla de su viaje a Aragón. En afán de poner en evidencia la falsedad del plagiario, el Quijote decide sobre la marcha torcer el rumbo. El éxito de Don Quijote en el Castillo de los Duques, obedece al hecho de que la Duquesa había leído sus aventuras. Lo mismo sucede con Roque, el hidalgo líder de la banda de bandoleros, o el Caballero del Verde Gabán. Don Quijote avanza en la Segunda Parte topándose con sus lectores.
¿Quién era Avellaneda?
Nos dice Carlos Yusti que Emiliano M. Aguilera, en el prólogo del libro, ?Nuevas andanzas del ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha?, de Alfonso Fernández de Avellaneda (que es por cierto un seudónimo, comentario DSB)nos informa: ?Nueve años después de aparecida la primera parte del Quijote cervantino y uno antes de que la segunda viese la luz, un novelista que decía ser licenciado y llamarse Alonso Fernández de Avellanada publicó en Tarragona, con los correspondientes permisos eclesiásticos e impreso en los talleres de Felipe Roberto, un segundo tomo del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha que contiene su tercera salida y es la quinta parte de sus aventuras?.
Desde la aparición del libro de Avellaneda, conocido también como el Quijote apócrifo, ni su autor ni el libro gozaron de popularidad alguna y menos todavía al publicarse en el 1615, la segunda parte escrita por Cervantes, que agotó en un año la primera edición realizada por Juan de la Cuesta en Madrid.
Sobre Alonso F. Avellaneda se han producido infinidad de conjeturas y pesquisas, sin que las mismas hayan logrado descubrir su verdadera identidad.
Con el correr del tiempo el Quijote de Avellaneda se convirtió en un libro si se quiere maldito. Su autor fue tachado de advenedizo, resentido y envidioso.
Sin embargo, su aparición sirvió para motivar a Cervantes a entregarnos su maravillosa Segunda Parte, que en lo personal me gusta un poco más que la Primera, además de generar ese doble juego de ficción sobre ficción que se repite capítulo tras capítulo.
Necronomicon
Otro caso típico es el del Necronomicon del árabe loco Abdul Alhazred. Hay muchísimos ocultistas que han tratado de demostrar la existencia de este libro más allá de las ficciones de H. P. Lovecraft. Según ellos el árabe Alhazred fue un personaje que vivió en el Siglo VIII. De hecho, he visto en las secciones de esoterismo de librerías más comerciales ejemplares que se autonombran el auténtico Necronomicon. El más famoso, sin duda alguna, el de editorial Edaf. Nadie ha podido demostrar la existencia del árabe loco. Lo común es pensar que toda la mitología que conforma la obra de Lovecraft, fue creada absolutamente en la cabeza del escritor de Providence Rhode Island. Sin embargo, es un hecho que algunos elementos son tomados de la mitología sumeria. Hay quien sostiene que los mitos sobre un libro maldito llamado Necronomicon son ancestrales y que Lovecraft se sirvió de ellos para integrar su riquísima y terrorífica obra.
Hay muchos casos similares en la literatura. En este momento recuerdo La inmortalidad, en la que Milan Kundera se permite aparecer fugazmente en un balneario y hablar sobre sus planes de escribir La insoportable levedad del ser.
Otro caso, aunque a mi juicio algo pretencioso, es el de Negra espalda del tiempo, de Javier Marías, en el que se dedica a hablar de los efectos que tuvo su obra Todas las almas en la comunidad académica de Oxford.
Cuando leí el Diario de un pendejo de Fernando Nachón, el personaje hablaba de la existencia de un libro titulado De a perrito. Dado que en ese entonces ignoraba si el personaje en cuestión era un producto de la ficción, pensé que el libro De a perrito bien podía ser sólo una obra cuya existencia era imaginaria y se limitaba únicamente a las fronteras del Diario de Nachón. De cualquier manera, siempre me quedó una enorme curiosidad al respecto.
Años más tarde, vi el libro en la lista de títulos de Fontamara, pero jamás pude encontrarlo en una librería. De a perrito era un libro cuya existencia física no conocía aún.
Ayer los guardias de la recepción me llamaron para que bajara a recoger un paquete a mi nombre. Como es bien sabido en Tijuana, hace una semana alguien nos sembró una camioneta cargada con 800 kilos de mota en el estacionamiento de nuestras oficinas y desde entonces los guardias andan un tanto cuanto paranoicos.
La señora gendarme me entregó un paquete envuelto en papel amarillo. Tenía remitente de Jalapa. En su interior el mismísimo De a perrito, con dedicatoria de su autor Fernando Nachón. Ufff. Realmente me puse contento. Más tarde en casa, un par de copas de Terra y un disco de Entombed acompañaron la lectura del primer capítulo, en el que el autor nos narra sobre sus correrías en un Sanborns de Insurgentes y sus dudas sobre si la ingesta de una chaparrita y unos pingüinos marinela aparecerían en un premio Nobel de Literatura. Ya platicaré más conforme avance.
Por ahora, sólo me resta darle las gracias al autor del libro por este gran detalle. De a perrito, a diferencia del Necronomicon, sí existe. Es real.
El Quijote de Avellaneda
Durante algún tiempo, me dediqué a buscar el Falso Quijote de Avellaneda, aquella apócrifa segunda parte que supuestamente le plagiaron a Cervantes.
La historia se contradice. Hay quien afirma ante el éxito de la Primera Parte del Quijote en 1605, brotaron plagiarios hasta debajo de las piedras, lo cual es bastante probable. El más conocido de ellos y el único cuya existencia, dicen, está probada , es Avellaneda. Por esa razón Cervantes decidió escribir la auténtica Segunda Parte, al final de la cual decide matar a Alonso Quijano, cosa que se cuida de recalcar; Don Quijote no puede reencarnar en una tercera parte pues ya está muerto, dijo bien clarito el manco de Alcalá de Henares en las consideraciones finales de su obra, lo cual no evitó que tres y medio siglos después, Borges nos entregara una de las ficciones más deliciosas que existen sobre el Quijote como es el Pierre Menard. Algo de lo más delicioso de la Segunda Parte del Quijote cervantino, es que los personajes son lectores de la Primera Parte de la novela, que resulta un auténtico campanazo editorial. Una de las razones por las que el Quijote decide no acudir a las justas de Zaragoza e ir camino de Barcelona (en cuya playa encontrará al infausto Caballero de la Blanca Luna) es por el hecho de que en la segunda parte de Avellaneda se habla de su viaje a Aragón. En afán de poner en evidencia la falsedad del plagiario, el Quijote decide sobre la marcha torcer el rumbo. El éxito de Don Quijote en el Castillo de los Duques, obedece al hecho de que la Duquesa había leído sus aventuras. Lo mismo sucede con Roque, el hidalgo líder de la banda de bandoleros, o el Caballero del Verde Gabán. Don Quijote avanza en la Segunda Parte topándose con sus lectores.
¿Quién era Avellaneda?
Nos dice Carlos Yusti que Emiliano M. Aguilera, en el prólogo del libro, ?Nuevas andanzas del ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha?, de Alfonso Fernández de Avellaneda (que es por cierto un seudónimo, comentario DSB)nos informa: ?Nueve años después de aparecida la primera parte del Quijote cervantino y uno antes de que la segunda viese la luz, un novelista que decía ser licenciado y llamarse Alonso Fernández de Avellanada publicó en Tarragona, con los correspondientes permisos eclesiásticos e impreso en los talleres de Felipe Roberto, un segundo tomo del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha que contiene su tercera salida y es la quinta parte de sus aventuras?.
Desde la aparición del libro de Avellaneda, conocido también como el Quijote apócrifo, ni su autor ni el libro gozaron de popularidad alguna y menos todavía al publicarse en el 1615, la segunda parte escrita por Cervantes, que agotó en un año la primera edición realizada por Juan de la Cuesta en Madrid.
Sobre Alonso F. Avellaneda se han producido infinidad de conjeturas y pesquisas, sin que las mismas hayan logrado descubrir su verdadera identidad.
Con el correr del tiempo el Quijote de Avellaneda se convirtió en un libro si se quiere maldito. Su autor fue tachado de advenedizo, resentido y envidioso.
Sin embargo, su aparición sirvió para motivar a Cervantes a entregarnos su maravillosa Segunda Parte, que en lo personal me gusta un poco más que la Primera, además de generar ese doble juego de ficción sobre ficción que se repite capítulo tras capítulo.
Necronomicon
Otro caso típico es el del Necronomicon del árabe loco Abdul Alhazred. Hay muchísimos ocultistas que han tratado de demostrar la existencia de este libro más allá de las ficciones de H. P. Lovecraft. Según ellos el árabe Alhazred fue un personaje que vivió en el Siglo VIII. De hecho, he visto en las secciones de esoterismo de librerías más comerciales ejemplares que se autonombran el auténtico Necronomicon. El más famoso, sin duda alguna, el de editorial Edaf. Nadie ha podido demostrar la existencia del árabe loco. Lo común es pensar que toda la mitología que conforma la obra de Lovecraft, fue creada absolutamente en la cabeza del escritor de Providence Rhode Island. Sin embargo, es un hecho que algunos elementos son tomados de la mitología sumeria. Hay quien sostiene que los mitos sobre un libro maldito llamado Necronomicon son ancestrales y que Lovecraft se sirvió de ellos para integrar su riquísima y terrorífica obra.
Hay muchos casos similares en la literatura. En este momento recuerdo La inmortalidad, en la que Milan Kundera se permite aparecer fugazmente en un balneario y hablar sobre sus planes de escribir La insoportable levedad del ser.
Otro caso, aunque a mi juicio algo pretencioso, es el de Negra espalda del tiempo, de Javier Marías, en el que se dedica a hablar de los efectos que tuvo su obra Todas las almas en la comunidad académica de Oxford.