De cuervos, funerales y grandes maestros.
Otra vez he visto los cuervos por los alrededores de mi colonia. Se paran en los postes y elevan sus alas entre la niebla de la mañana. Siempre he tenido cierta atracción hacia esas aves. ¿Mal agüero? No quiero creerlo, aunque soplan vientos de tensión en Tijuana. Tal vez nunca habíamos vivido días con esta dosis extrema de mala vibra flotando en el ambiente. Es como si la realidad te mostrara su rostro infernal. Avisos, voces, señales, mensajes cifrados. Todo comenzó con los 800 kilos de mota abandonados en el estacionamiento de nuestro periódico. ¿Son los eslabones de una cadena o las piezas anárquicas de un inexistente rompecabezas?
El de ayer fue un miércoles de locos. Poco antes de las 18:00 horas llegué a Funerales del Río. La tarde caía y la funeraria poco a poco se empezó a llenar de colegas periodistas. A lo largo de mi vida he cubierto muchos funerales, principalmente de policías asesinados. Sin embargo, es una vibra distinta cuando los muertos son colegas tuyos. A Ortiz Franco lo mataron las balas del hampa el martes al mediodía. Un día después, el miércoles por la mañana Virginia Fernández Calles, colega reportera de El Mexicano, dejaba de existir en la Clínica 20 del IMSS, víctima de un derrame cerebral. Los Funerales del Río albergaron los dos cuerpos la misma noche y convocaron a toda la gente del medio de los medios. En esos mismos funerales estuvo hace cinco meses el cuerpo del subprocurador Rogelio Delgado Neri, acribillado en el Ruben Hood. También el comandante de la Municipal Alfredo de la Torre fue velado ahí, en aquel sangriento febrero del 2000 y no recuerdo cuantos policías más. El funeral de Angélica, hace poco más de dos meses, fue en el Centro, en la Calle F. Martínez. De pronto caigo en la cuenta que la cobertura de funerales de gente asesinada es algo cotidiano en nuestra vida. De una u otra forma, ya no es tan poco común tener que ir a cubrir velorios de gente a la que alguna vez conocí, entrevisté o traté, sin imaginar que más temprano que tarde cubriría la noticia de su asesinato.
Alfredo de la Torre, Willy Castellanos, Delgado Neri, Francisco Ortiz Franco son gente a la que de una u otra forma, todos los que andamos montados en esta loca bestia desbocada llamada periodismo conocimos y tratamos, tal vez superficialmente o tal vez a profundidad. La Muerte se inscribe en el directorio de fuentes más citadas. A las 19:00 escapé momentáneamente del funeral, crucé a píe, o más bien dicho corriendo el puente Independencia, hasta llegar al Cecut. Ya he dicho muchas veces que soy un enemigo declarado de las presentaciones de libros y eventos culturales. Sin embargo, cuando un Señor Escritor con mayúsculas es quien se presenta, sería imperdonable no acudir y la verdad hubiera abandonado cualquier actividad con tal de ir a escuchar un rato al Maestro Rafael Ramírez Heredia. Hacía muchos años que no veía a Ramírez Heredia. De pronto me di cuenta de que cuando era joven fui su alumno, pero ahora soy un adulto. Güero, tu eras un narrador y espero que los sigas siendo, me dijo ayer el tampiqueño. ¿Lo seguiré siendo? Mi visión de la literatura ha cambiado. Cada vez siento más amor por la literatura como un acto solitario y más repulsión por los actos públicos literarios. Esa cosa que llaman cultura y todo lo que la rodea me resulta cada vez más despreciable. Sin embargo, mi respeto y mi gratitud por un Maestro como Ramírez es infinita. Mírenlo, escúchenlo. El tiene el don de hacer pedazos el tedio inherente a toda presentación de libro. La Mara es una novela fuerte, ágil, a la que le sobra personalidad para cautivar al lector que sea. Bueno, creo que hasta la fecha no he encontrado un texto de Ramírez Heredia sin personalidad. ¿Cuál de sus obras es mi favorita? ¿Rayo Macoy? ¿M de Marylin? ¿De tacones y Gabardina? ¿Trampa de Metal? ¿Del Trópico? Me hubiera gustado no llegar tan apurado al Cecut, tener un poco de tiempo y tranquilidad para escucharlo y echar una buena platicada. Recuerdo aquellas míticas tardes de taller en la Vieja Estación del Ferrocarril, en Avenida Colón. Los talleres se prolongaban cuatro o cinco horas, yo vaciaba diez o quince tazas de café y me fundía en la lectura, sin prisa ni apuro alguno. Pero ayer era diferente. El tiempo, la presión y el celular sonando a cada momento acabaron de romperme la madre. Señores: Ramírez Heredia es el mejor tallerista de México. Tal vez renuncié al ambiente de los talleres literarios cuando me di cuenta que jamás volvería a encontrar un taller igual (con todo respeto para Mario Bellatin) En fin, platicar aunque fuera unos minutos con Ramírez Heredia me alegró la vida.
Show must go on. Regresé a la funeraria. Estaba a reventar; políticos, periodistas y chingo de gente de mi fauna. Pero el que se dedica al periodismo lo hace las 24 horas del día, hasta cuando acude a los funerales de sus colegas. Por ahí de las 22:00 empezó a correr el rumor de una feroz balacera en los alrededores de la Plaza Monarca. Palabras más, palabras menos, me fui tendido para allá. El saldo: un agente de la AFI muerto y tres malandros heridos. Absoluta gratitud a mis colegas, crema y nata de la nota policíaca, Neto Álvarez Oso Betanzos y Agustín Pérez que entraron al quite para apoyarme en esa noche de dementes y balas. En verdad Gracias, las birrias correrán por mi cuenta, es una promesa escrita. El Hospital General estaba sitiado por los agentes de la AFI, pues ahí estaban los malandros heridos. La PGR igualmente sitiada, pues ahí estaba El Cris y sus secuaces listos para ser trasladados a México. La ciudad está caliente, caliente. Cerca de la 1:00 de la mañana regresé a casa por la carretera libre a Rosarito escuchando un brutal tributo a Metallica con una versión ultra death metal de One y My Friend of Misery, mientras bebía unas cervezas. Llegué a casa, me serví un poco de sopa y me eché a la cama donde Carolina ya dormía. Apenas cuatro horas de sueño y al otro día a ponerme traje y correr al trabajo, pues me tocó iniciar el día moderando un debate de candidatos a diputados. Creo que me fue bien. Y bueno, así son mis días en este junio demente de instinto asesino en el que agradezco a los dioses paganos me hayan permitido estar vivo para presenciar un poema al futbol como fueron esos tiempos extras entre Portugal e Inglaterra y esa bomba de nervios que fue la serie de penales. Sí, la vida mía es una eterna serie de penales. A veces soy el tirador, otras el portero y siempre tengo a la mano una rosa roja para la Santísima.
Otra vez he visto los cuervos por los alrededores de mi colonia. Se paran en los postes y elevan sus alas entre la niebla de la mañana. Siempre he tenido cierta atracción hacia esas aves. ¿Mal agüero? No quiero creerlo, aunque soplan vientos de tensión en Tijuana. Tal vez nunca habíamos vivido días con esta dosis extrema de mala vibra flotando en el ambiente. Es como si la realidad te mostrara su rostro infernal. Avisos, voces, señales, mensajes cifrados. Todo comenzó con los 800 kilos de mota abandonados en el estacionamiento de nuestro periódico. ¿Son los eslabones de una cadena o las piezas anárquicas de un inexistente rompecabezas?
El de ayer fue un miércoles de locos. Poco antes de las 18:00 horas llegué a Funerales del Río. La tarde caía y la funeraria poco a poco se empezó a llenar de colegas periodistas. A lo largo de mi vida he cubierto muchos funerales, principalmente de policías asesinados. Sin embargo, es una vibra distinta cuando los muertos son colegas tuyos. A Ortiz Franco lo mataron las balas del hampa el martes al mediodía. Un día después, el miércoles por la mañana Virginia Fernández Calles, colega reportera de El Mexicano, dejaba de existir en la Clínica 20 del IMSS, víctima de un derrame cerebral. Los Funerales del Río albergaron los dos cuerpos la misma noche y convocaron a toda la gente del medio de los medios. En esos mismos funerales estuvo hace cinco meses el cuerpo del subprocurador Rogelio Delgado Neri, acribillado en el Ruben Hood. También el comandante de la Municipal Alfredo de la Torre fue velado ahí, en aquel sangriento febrero del 2000 y no recuerdo cuantos policías más. El funeral de Angélica, hace poco más de dos meses, fue en el Centro, en la Calle F. Martínez. De pronto caigo en la cuenta que la cobertura de funerales de gente asesinada es algo cotidiano en nuestra vida. De una u otra forma, ya no es tan poco común tener que ir a cubrir velorios de gente a la que alguna vez conocí, entrevisté o traté, sin imaginar que más temprano que tarde cubriría la noticia de su asesinato.
Alfredo de la Torre, Willy Castellanos, Delgado Neri, Francisco Ortiz Franco son gente a la que de una u otra forma, todos los que andamos montados en esta loca bestia desbocada llamada periodismo conocimos y tratamos, tal vez superficialmente o tal vez a profundidad. La Muerte se inscribe en el directorio de fuentes más citadas. A las 19:00 escapé momentáneamente del funeral, crucé a píe, o más bien dicho corriendo el puente Independencia, hasta llegar al Cecut. Ya he dicho muchas veces que soy un enemigo declarado de las presentaciones de libros y eventos culturales. Sin embargo, cuando un Señor Escritor con mayúsculas es quien se presenta, sería imperdonable no acudir y la verdad hubiera abandonado cualquier actividad con tal de ir a escuchar un rato al Maestro Rafael Ramírez Heredia. Hacía muchos años que no veía a Ramírez Heredia. De pronto me di cuenta de que cuando era joven fui su alumno, pero ahora soy un adulto. Güero, tu eras un narrador y espero que los sigas siendo, me dijo ayer el tampiqueño. ¿Lo seguiré siendo? Mi visión de la literatura ha cambiado. Cada vez siento más amor por la literatura como un acto solitario y más repulsión por los actos públicos literarios. Esa cosa que llaman cultura y todo lo que la rodea me resulta cada vez más despreciable. Sin embargo, mi respeto y mi gratitud por un Maestro como Ramírez es infinita. Mírenlo, escúchenlo. El tiene el don de hacer pedazos el tedio inherente a toda presentación de libro. La Mara es una novela fuerte, ágil, a la que le sobra personalidad para cautivar al lector que sea. Bueno, creo que hasta la fecha no he encontrado un texto de Ramírez Heredia sin personalidad. ¿Cuál de sus obras es mi favorita? ¿Rayo Macoy? ¿M de Marylin? ¿De tacones y Gabardina? ¿Trampa de Metal? ¿Del Trópico? Me hubiera gustado no llegar tan apurado al Cecut, tener un poco de tiempo y tranquilidad para escucharlo y echar una buena platicada. Recuerdo aquellas míticas tardes de taller en la Vieja Estación del Ferrocarril, en Avenida Colón. Los talleres se prolongaban cuatro o cinco horas, yo vaciaba diez o quince tazas de café y me fundía en la lectura, sin prisa ni apuro alguno. Pero ayer era diferente. El tiempo, la presión y el celular sonando a cada momento acabaron de romperme la madre. Señores: Ramírez Heredia es el mejor tallerista de México. Tal vez renuncié al ambiente de los talleres literarios cuando me di cuenta que jamás volvería a encontrar un taller igual (con todo respeto para Mario Bellatin) En fin, platicar aunque fuera unos minutos con Ramírez Heredia me alegró la vida.
Show must go on. Regresé a la funeraria. Estaba a reventar; políticos, periodistas y chingo de gente de mi fauna. Pero el que se dedica al periodismo lo hace las 24 horas del día, hasta cuando acude a los funerales de sus colegas. Por ahí de las 22:00 empezó a correr el rumor de una feroz balacera en los alrededores de la Plaza Monarca. Palabras más, palabras menos, me fui tendido para allá. El saldo: un agente de la AFI muerto y tres malandros heridos. Absoluta gratitud a mis colegas, crema y nata de la nota policíaca, Neto Álvarez Oso Betanzos y Agustín Pérez que entraron al quite para apoyarme en esa noche de dementes y balas. En verdad Gracias, las birrias correrán por mi cuenta, es una promesa escrita. El Hospital General estaba sitiado por los agentes de la AFI, pues ahí estaban los malandros heridos. La PGR igualmente sitiada, pues ahí estaba El Cris y sus secuaces listos para ser trasladados a México. La ciudad está caliente, caliente. Cerca de la 1:00 de la mañana regresé a casa por la carretera libre a Rosarito escuchando un brutal tributo a Metallica con una versión ultra death metal de One y My Friend of Misery, mientras bebía unas cervezas. Llegué a casa, me serví un poco de sopa y me eché a la cama donde Carolina ya dormía. Apenas cuatro horas de sueño y al otro día a ponerme traje y correr al trabajo, pues me tocó iniciar el día moderando un debate de candidatos a diputados. Creo que me fue bien. Y bueno, así son mis días en este junio demente de instinto asesino en el que agradezco a los dioses paganos me hayan permitido estar vivo para presenciar un poema al futbol como fueron esos tiempos extras entre Portugal e Inglaterra y esa bomba de nervios que fue la serie de penales. Sí, la vida mía es una eterna serie de penales. A veces soy el tirador, otras el portero y siempre tengo a la mano una rosa roja para la Santísima.